-La defiendo, la quiero y la A-D-O-R-O. No la DORO, que se dora un pollo, unas papas al horno pero no a un país.
Pobre don Edgar, en mi imaginación vivía en una casita de madera en pleno bosque sin más compañía que la de sus instrumentos musicales y de fijo cenando todos los días una sopa rancia con un pedazo de pan añejo. Se merecía todo mi cariño y que durante sus clases yo tuviera un comportamiento ejemplar, y que guardara absoluto silencio, todo un reto para un terremoto que como yo no se quedaba quieto un segundo y no se callaba ni debajo del agua.
Todo cambió cuando me tocó ser compañero de su hijo Erick. Aquel ser humano rebozaba vigor, buena salud y lozanía más que yo y toda mi familia (cercana y lejana). Poco a poco mi imagen del pobrecito de don Edgar fue cambiando: no solo no era pobre sino que además tenía varios hijos, estaba felizmente casado es decir que no vivía solo ni en una casita del bosque...aquello fue la liberación total: a partir de ese día volví a ser yo mismo, pobre –ahora sí-¡pobre don Edgar!
No hay comentarios:
Publicar un comentario