lunes, 30 de junio de 2008

Las terrazas atacan de nuevo

Como vivo en ese parque temático de las terrazas que es el barrio de La Latina, en Madrid, cuando llega el buen tiempo me da un estrés que no veas, porque significa que llega la época en la que para entrar en casa tengo que esquivar mesas, sillas, camareros, músicos callejeros perpetrando éxitos de siempre, tragafuegos, saltimbanquis, turistas del interior y del exterior, borrachos, ‘yuppies’, ‘hippies’ y hasta monjas que han decidido tomarse una caña a las puertas de mi humilde casa. No es que uno sea un "amargao", pero resulta un poco incómodo hacer cola para llegar a la puerta de tu vivienda o tener que ponerte algo ‘fashion’ cada vez que bajas a tirar la basura, por no saber con quién te puedes encontrar. Sin ir más lejos, un día, en una de esas mesas que han tenido la cortesía de colocar en mi portal, estaba el elenco completo de una famosa serie de televisión. Fue abrir la puerta y ellos ahí sentados,desprendiendo ‘glamour’ a raudales, y yo en chándal del Rastro, con dos bolsas de basura, sin ducharme y con ganas tremendas de que llegara el frío invierno.

domingo, 22 de junio de 2008

Abuela y cómplice

No era estrella del deporte ni cantante de rock, no hacía grandes proezas de las que salen por la tele, pero sí milagros cotidianos, ésos que nunca aparecen en las noticias pero cambian la vida de la gente: mi heroína de infancia fue mi abuela. Tendría un montón de años, pero cuando estaba a su lado me sentía invencible, nada ni nadie podía dañarme si estaba su cálido regazo esperándome al volver de la calle.

Como el resto de los adultos andaban muy liados, siempre acudía a ella para las preguntas realmente importantes, como por qué brilla el sol o por qué nacemos y morimos. Si tenía que dormir en su casa, me ponía loco de alegría, porque eso significaba que podríamos charlar hasta altas horas de la noche y que, probablemente, mientras me dormía me contaría alguna de sus historias de cuando el mundo "olía a nuevo", del abuelo que tuvo la osadía de morirse antes de conocer a la mayoría de sus nietos, o de su niñez cuando podía correr por el campo y subirse a los árboles. Solía decir que se dio cuenta que se estaba haciendo mayor el día en el que no pudo trepar más por los árboles, "¡Fue una pena porque era lo que más me gustaba del mundo!", se lamentaba.

Era mi pieza clave en el rompecabezas de la vida. Abuela y cómplice, cuando me vine a España no derramó una sola lágrima, me abrazó con fuerza y me dio un único consejo: «No mires atrás. Si las cosas te van bien allá, quédate: uno siempre debe estar donde mejor brille el sol"

Publicado en "Sí se puede"

domingo, 15 de junio de 2008

Mis maletas y el low cost

La era del low cost y mis 35 años, marcaron un antes y un después en la historia de mi equipaje. Como antaño consideraba que el avión era una experiencia muy fashion – por lo menos eso le parecía a este paleto que poco había salido al extranjero – cada vez que viajaba me preparaba para disfrutar al máximo de esos momentos de glamour así es que lo primero que echaba en mi equipaje de mano eran mis libros de poesía de Mario Benedetti, de Fernando Pessoa, mi walkman y una “pequeña” selección de treinta cintas como banda sonora para cada momento del viaje.

Cumplí 35 años, la edad y el boom low cost cayeron como un tsunami sobre mi equipaje llevándose cintas, libros y cualquier vestigio de una época dorada. Viajar dejó de ser esa experiencia inolvidable para convertirse en algo tedioso e incómodo, así que ahora la consigna es minimizar las molestias del vuelo, salir airoso de los numerosos controles a los que te someten antes de embarcar y sobrevivir a la “experiencia” de viajar. Así las cosas mi mochila de viaje se ha reducido a su mínima expresión, ha tenido que resignarse a cargar bocatas de chorizo y latas de refresco, periódicos -los libros pesan demasiado- y un botiquín en el que no pueden faltar antiácidos, aspirinas, pastillas para el asma y cuanto cosa haya para los achaques de un cuarentón.

martes, 10 de junio de 2008

Vida después de la vida


Decir que creo en la otra vida es quedarse corto porque, si de algo soy militante, es de la otra vida. Como decimos en Centroamérica, creo a lo bestia, tanto o más que los mayas, los egipcios y que algunas culturas orientales que enterraban a sus muertos con concubinas incluidas, por si acaso en la otra vida al pobre muerto le entraba un apretón y no encontraba ninguna alma caritativa que estuviera dispuesta a entregarse a los placeres terrenales.

Digamos que para mí la otra vida es un paraíso en el que todos tienen cabida y en el que cada uno vive, o mejor dicho ‘muere’, como le venga en gana, sin atavismos de ningún tipo y donde todos están divinamente. De eso tengo constancia porque como «en ocasiones veo muertos», los difuntitos de mi familiase me aparecen cada cierto tiempo en sueños para charlar y entretenerme un poco.

Para estar muertos se les ve fenomenal. Bronceados y con colorida ropa veraniega, tienen toda la pinta de estar de vacacaciones en cualquier hotel cinco estrellas. Hablar hablan hasta por los codos siempre -es lo que tiene estar muerto, que dan ganas de hablar- siempre y cuando no trate de sonsacarles nada sobre la vida después de la vida, en cuanto les pregunto algo sobre el tema simplemente se callan y me sonríen tierna y misteriosamente.


Publicado en Sí se puede

domingo, 1 de junio de 2008

Inmune a la fama

¿Que haría si fuera famoso? Tendría que hablar de lo que hice cuando fui famoso, porque yo también tuve mis cinco minutos de gloria, cuando mi careto salió en las páginas del suplemento dominical de un conocido diario. Una semana antes, la periodista que me había entrevistado me llamó para anunciarme la fecha de publicación del reportaje y advertirme de que mi foto saldría en página completa. Me quedé en estado catatónico: sería famoso.

Pasé noches enteras pensando en qué cosas preocupan a los futuros famosos, del tipo cómo firmar autógrafos (y si hay que firmarlos todos), qué hacer cuando te reconocen, qué decir en los homenajes y cómo saludar por las calles. En este último punto estaba indeciso entre saludar a las multitudes moviendo graciosamente la mano, como Doña Sofía, o hacerlo como los boxeadores, levantando los brazos en rotundo gesto de victoria. Por fin llegó tan ansiado día, salió mi foto, me felicitaron mis amigos y pasé días esperando a que alguien me reconociera por la calle, pero nada de nada. Fui famoso, pero nadie se dio cuenta.


Publicado en "Sí se puede"

domingo, 18 de mayo de 2008

Insultos a la carta

Si un extraño me insulta en la calle me descojono de risa porque nunca he podido entender esa manía que tiene mucha gente de insultar a ilustres y pobres desconocidos. Como los buenos culebrones latinoamericanos bien nos han enseñado solo nos pueden insultar y ofender correctamente quienes conocen nuestros secretos: que a la sufrida protagonista su verdadera madre le diga que es una “regalada” (“una cualquiera” en castellano ibérico de toda la vida) es algo que puede traumatizar a la heroína y hacer sufrir a los telespectadores durante varios capítulos, pero que en el autobús alguien la insulte por un simple pisotón solo puede ser utilizado en la trama para confirmar la bondad de la víctima y los malos malísimos que son los demás. Después del corte de publicidad nadie se acordará de ese incidente ni de la cara del figurante que insultaba, y Yajaira Patricia, o como se llame, seguirá sufriendo por el amor imposible de Carlos Emilio. Toda una filosofía que ha marcado mi vida y que explica porque ante las ofensas en la calle siempre me río, sobre todo porque algunos son tan chapuzas que por querer insultar lanzan piropos como la vez que tras darle un empujón en el metro a una señora me gritó con clara intención de insultar y ofender: "hay que ver como sois los latinoamericanos, venis a España y como sois guapos y sexys os creis lo reyes del mambo". ¡Así da gusto que te insulten!

Publicada en Si se puede

viernes, 9 de mayo de 2008

Muerte o locura

¿Qué haría si me sacara la lotería? Morirme o volverme loco de felicidad. Solo cabrían esas dos opciones si me ocurriera algo tan insólito e extraordinario como ganarme el gordo de la lotería porque digan lo que digan, nadie puede pasar de la noche a la mañana de pobre a rico y seguir viviendo como si nada. Algo tiene que pasarte y una de las opciones es que te mueras de felicidad. Si eso sucediera me moriría con la pícara sonrisa de quien se salió “con la suya” y para decepción de mis herederos invertiría toda mi fortuna en pagarme un funeral como Dios manda, con plañideras orquesta sinfónica incluida y una lápida que dijera “Nació en cuna de paja y murió en tumba de oro”.

Por supuesto que también estaría una posibilidad menos trágica y que simplemente me volviera loco de alegría, algo absolutamente normal en mi pueblo donde la gente queda “pa allá” siempre que le dan una buena noticia (a las penas estamos muy bien acostumbrados). Como la felicidad hay que compartirla dedicaría mi dinero a fundar sambódromos en lugar de escuelas en todas las ciudades de España para que todo el mundo aprendiera a mover el esqueleto y se pasara las horas enteras bailando conmigo y compartiendo mi locura.

Columna Publicada en "Si se puede"

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...