jueves, 19 de diciembre de 2024

Venirse arriba

 

Aquella vez antes de subir al avión que me llevaría a Israel me autoregañé preventivamente – como suelo hacer siempre antes de cualquier actividad social importante- estaba yendo a un congreso en representación de mi comunidad en Madrid por lo que tenía que ser formalito, discreto, lo más protocolario posible en mis interacciones con los demás, evitar las grandes demostraciones de afecto, y sobre todo destacar por el saber estar. En realidad no me estaba diciendome nada nuevo porque desde que me empecé a sentir mayor mi espontaneidad en acontecimientos especiales, la reduje a mínimos,  totalmente super controlada y vigilada, no como cuando tenía 20 años que era proclive a dar rienda suelta a mi yo con carcajadas estruendosas, queriendo hablar a todo el mundo, y siendo el primero apuntarse a la pachanga si la música se ponía buena.

Mi misión era sencillamente ser un tipo serio y formal.

Llegué con firme propósito de no dar el brazo torcer a mí mismo pero empezó a quebrantarse en cuanto puse un pie en Jerusalén, una ciudad que siempre me produce una alegría casi infantil, y me entran unas unas ganas locas de disfrutarla. Las “grietas” en mi propósito se agrandaron aún más cuando conocí al grupo con el que iba a compartir durante una semana, todos de distintos países y con la mejor energía de pasarlo bien por lo que en treinta segundos llegué a la conclusión que el terreno estaba despejado para mi espontaneidad pero tenía que evitarlo a toda costa. 

Tras los vinos de la cena de aquel primer día y la visita grupal a un bar en el Shuk de la ciudad en el que tenían la música a todo volumen mientras unos chicos no paraba de ofrecer shoots de Arak a quienes se atrevieran a mover el esqueleto empecé a sospechar que mi misión de ser serio y formal iba a fracasar estrepitosamente y lo confirmé en cuanto un compañero se arrancó a bailar, me arrastró con él a la “pista”y acabé bailando y brindando con todos los trausentes que pasaban. El resto fue historia porque la fama de parrandero no me la quité en los días posteriores y la gente del congresó empezó a preguntarme con toda la naturalidad del mundo cómo había estado por cómo estado la juerga del día anterior. 

Y como mi fama me precede, a mi regreso a Madrid en cuanto entré al templo el presidente de la comunidad, que en ese momento estaba celebrando, empezó a reírse, al final de la Tefilá se acercó para felicitarme porque le habían enseñado mis videos bailando y los asistentes le había comentado que lo había dado todo en la noche jerosolimitana, “mejor representación no pudimos tener, la gente quedó encantada contigo”. 


martes, 17 de diciembre de 2024

El galán

Allá por los años 90 mi colega periodista Silvia Cabezas decidió  que yo tenía porte suficiente para ser modelo del suplemento de modas del periódico en el que trabajábamos. Así que en algunas ocasiones me pedía mi colaboración y yo más que encantado de prestar mi despampanante e impresionante y maravillosa presencia física para ilustrar un medio de circulación nacional; era muy bueno para la egoteca estar haciendo poses frente a un fotógrafo profesional a la vista de todos los trausentes que se quedan mirando con intriga quién era ese tipo de gafas.

Por supuesto, como todos mis intentos de ser famoso, aquello pasó sin pena ni gloria: ninguna agencia publicitaria me descubrió y fuera de Silvia, nadie me pidió modelar ni siquiera unos calcetines. Sin embargo, la persona más inesperada del mundo casi se va de espaldas cuando me vió en uno de los reportajes de moda, la hermana de mi abuela materna, Tia Merce, que no solo salió corriendo a comprar los ejemplares que pudo para distribuirlos entre familiares sino que se puso a llamar a cuanta gente pudo –incluida mi madre y mi abuela- para contarles lo orgullosa que estaba de tener un sobrino tan galán. Mi tía me lo celebró durante años e incluso en la última carta que me envió pocos años antes de morir volvió a recordar ese momento, y la alegría que se había llevado al verme en la portada de ese suplemento y ver qué por fin, alguien de la familia era famoso. 


viernes, 13 de diciembre de 2024

Mi secreto

Siempre he sido un enamorado de las puestas de sol, a tal punto que siendo estudiante universitario en Costa Rica cuando se acercaba la hora salía corriendo de las clases para subir hasta la terraza del Edificio de Generales que tenía una ubicación privilegiada. Subía a todo correr y durante unos 10 minutos, me quedaba extasiado mirando ese espectáculo tan cotidiano pero mágico para luego volver a clases sintiéndome completamente renovado; fue mi secreto de universitario y nunca le dije nadie por qué justo a la hora del atardecer salía pitando.

Cuando viví en Israel –que para mí tiene las mejores puestas de sol del mundo - pude retomar esa costumbre diaria gracias a que por un tiempo viví en un estudio que estaba en un sexto piso y que tenía una terraza enorme con una vista impresionante. Si estaba fuera de casa pegaba carrera y llegaba justo a tiempo para abrir una botella de vino, poner música y estar largo rato admirando la tremenda belleza de una puesta de Sol en Medio Oriente.

Meses después cuando me mudé a Tel Aviv sentí que me saqué la lotería cuando descubrí que el Ulpan Gordon, donde estudiaba hebreo, estaba en primera línea de playa, a unos cinco kilómetros de mi casa, así que me acostumbré a salir más temprano de lo habitual y recorrer toda esa distancia andando por la arena sin zapatos, deteniéndome de vez en cuando para contemplar esas puestas de sol y pensar que lo estaba haciendo desde el mismo lugar en que muchos profetas las vieron y juraron estar frente a frente con el Creador.

Llegaba al Ulpan con arena hasta las cejas pero más que feliz porque sentía que una vez más me había salido con lo mío y había logrado robarle un espacio a la rutina para sentirme más vivo que nunca. 

 

jueves, 12 de diciembre de 2024

Instantes

Mi abuelo Mario adoraba la música clásica.
A cualquier hora del día era fácil encontrarlo con su radio de transitores escuchando uan estación de radio que se dedicaba exclusivamente al género. Cuando la escuchaba parecía desconectarse de este mundo y volar a otro universo. De vez en cuando movía la cabeza siguiendo el ritmo o sino con su bastón, moviéndolo lentamente al compás de cualquier sinfonía. Cuando llegaba a mi casa siempre hacía lo mismo: tomaba posesión de su butaca preferida, al lado mío, y me pedía “complacencias” – lo de la música clásica era “mal de familia” porque en casa solíamos tener bastante "hits" de siglos pasados- casi siempre:  Carnaval de Camille Saint Saëns, la Novena Sinfonía de Bethoveen o la Obertura 1812 de Tchaikovsky, su preferida.  Sonreía al escucharla y siempre me contaba que había sido escrita con toda la intención que los cañones que se escuchan fueran de cañones de verdad -¿se imagina qué bonito?- me miraba con dulzura mientras decía “¡Ay qué belleza! Escuche los violines…el piano”. Era curioso porque estábamos rodeados por mi abuela, mis padres, mis hermanas y mi Tia pero esos instantes musicales eran estrictamente un asunto de abuelo y nieto, un mundo en el que por unos instantes solo existíamos la música, él y yo. 

lunes, 2 de diciembre de 2024

El maripepino

Como yo quería muchísimo –y a la quiero- a mi compañera de aquel periódico y andaba deprimida por su “eterno” proceso de divorcio que entre pleitos por las pensiones alimenticias de los hijos y por la división de bienes parecía nunca acabar, decidí que para su cumpleaños le iba regalar algo que la hiciera reír mucho y que la sacara de esa gris realidad en la que estaba sumergida así que mi sorpresa fue un maripepino, como por aquella época se le decía a los strippers masculinos en honor a una famosa vedette española, Maripepa que a finales de los 80 había hecho estragos en el país.

Mi compañera se había casado jovencísima y había sido madre antes de cumplir los veinte y siempre contaba que durante mucho tiempo había aguantado continuas infidelidades del músico de su marido, hasta que un día acompañandolo en una de sus giras, embarazada de su tercer hijo y sentada en la parte de carga de la camioneta junto a todos los instrumentos porque su marido estaba de “conversona” en la parte delantera con alguna cantante que estaba participando en los conciertos, decidió que eso no era vida para ella y que iba  a mandar a su marido con la música a otra parte, que terminaría su bachillerato por madurez y que intentaría cumplir su gran sueño: ser periodista. 

Conseguir un maripepino fue muy fácil porque un año antes me había tocado hacer un reportaje sobre el tema para un periódico de tirada nacional, había tenido mucho éxito y la organizadora quedó agradecisidísima conmigo porque de la noche a la mañana, gracias mi publicación, el público se había multiplicado: Costa Rica entera estaba hablando de maripepinos. La chica me mandó a la joya de la corona, a su mejor maripepino pero olvidó avisarme con antelación por lo que al día siguiente de haber hablado con ella, al cierre de edición, vino la secretaria de redacción muy azorada, abanicándose para decirme en voz baja que había “un papacito de ojos grises” en recepción esperándome. 

Como en todo buen periódico de nada sirvió la discrección de la secretaria porque en 30 segundos toda la sala de redacción se enteró del chisme y de que se trataba de un maripepino que yo iba a regalarle a una compañera. De pronto todas las colegas comenzaron a hacer excursión hasta la recepción para ver que tal estaba el regalito incluida mi compañera a la que cogí del brazo y le dije en tono festivo, “Le presento a su regalo, vea ver que hace con él porque yo estoy terminando una nota para la edición de mañana”. 

Entre todas las compañeras lograron resolver el entuerto porque no era de recibo que delante de todos los periodistas, del director y de la Junta Directiva un tipo semidesnudo se pusiera a contorsionar en plena hora de cierre así que acordaron hacer una noche de chicas al día siguiente y así disfrutar el regalito en paz. Hace más de veinte años de esa historia pero creo que logré mi cometido: mi amiga cada vez que recuerda ese momento llora de risa, de la vez que a este servidor se le ocurrió regalarle un maripepino.


lunes, 25 de noviembre de 2024

Rebelión

Cómo no suelo plantarme y suelo rehuir del conflicto siempre celebro cuando me amarro los pantalones y mando a la gente a freír churros como en mi primer trabajo: tenía el jefe más gritón del mundo, se pasaba el día gritándome y si por ejemplo si en un texto se me había olvidado poner una come el hombre hiperventilaba, golpeaba su escritorio y perdía el control. Su mal carácter era mítico en la escena nacional, se contaba que siendo viceministro en un ataque de rabia había cogido a patadas la puerta de su despacho. 

Aguanté estoicamente durante meses, y creo que al final hasta empecé a hablarle a gritos porque no paraba, de feria como yo salía a las cuatro de la tarde para llegar a tiempo a la Universidad a las 3:50pm me llamaba a su despacho para perdirme cosas absurdas que evidentemente podían esperar un día. Al final, con la secretaria y el mensajero tuve que idear una estrategia para irme en paz, dejaba el dejaba el maletín en recepción y siempre alguno de los dos se acercaba para decirme en voz alta que me buscaban en recepción, yo me levantaba y cuando estaba seguro que no me veía pegaba carrera hasta la puerta sin despedirme.  Pese a ello más de una vez,  literalmente me persiguió por la oficina para que no me fuera.

Por fin, un día me harté y al final del día le entregué la carta de renuncia. Como era de esperar empezó a pegar alaridos de qué “era aquello” y cómo iba a dejar todo tirado. Yo tomé airé y tuve un “sincericidio bestial” diciéndole todo lo que pensaba de él, lo mal educado que me parecía y lo raro que se me hacía tratar con una persona tan malcriada porque yo venía de una familia en la que nunca nadie se gritaba, que como trabajar para Fidel Castro y Pinochet al mismo tiempo y que lo mismo pensaba todo el personal, que nadie lo quería (de hecho cuando no estaba la secretaria sacaba dinero de la caja chica y nos invitaba a almorzar o a merendar por todo lo alto solo para celebrar que no estaba) y que me tenía que ir YA porque no lo soportaba.

Desconozco el alcance de mis palabras y si el señor cambió su carácter pero, aunque me temblaban las piernas, salí feliz de la oficina, con portazo incluido –siempre lo había querido hacer- cogí mi maletín y nunca más regresé. 


jueves, 14 de noviembre de 2024

La mirada

Mi tío había muerto trágicamente ese día y como de costumbre en la familia, todos corrimos a refugiarnos en el lugar más seguro del mundo: la casa de mi abuela. En momentos de tormenta era el lugar perfecto para guarecer y esperar a que el sol volviese a salir. La gente iba y venía en medio de la atmósfera más gris que hasta ese momento había vivido y era imposible no sentirse embargado por la tristeza, por el dolor por la pérdida de Tío German que al menos para mí, siempre había sido sinónimo de optimismo, diversión y de un raudal de alegría que convertía cualquier lunes en un sábado. 

Durante todo el día yo había estado aguantado estoicamente las ganas de llorar hasta que –como suele pasarme siempre- las lágrimas me comenzaron a brotar sin parar y cómo nunca he podido llorar en público, salí a toda prisa hasta el corredor a sentarme en una de las bancas para desahogarme con tranquilidad sin que nadie me viera cuando de pronto apareció mi abuela en la puerta para preguntarme qué estaba haciendo ahí solo, "¿Qué voy a estar haciendo? Llorando, no sé qué voy a hacer sin tío”. En una persona tan cálida y maternal como era ella, especialista en dar cariño y contención, lo normal habría sido que me abrazase e intentase calmarme, pero se quedó paralizada en la puerta, con una mirada de profunda tristeza que lo decía todo porque, aunque hubiera querido tranquilizarme se había quedado “muda”, no tenía fuerzas suficientes porque ella misma estaba rota, desolada por dentro. Se quedó unos minutos mirándome en silencio a la distancia y cabizbaja se fue para dentro. 

Había olvidado por completo esa imagen hasta un día de éstos en que pensando en lo afortunado que había sido en tener una abuela como ella, eternamente pendiente de sus hijos y nietos, me vino a la mente ese día insólito y triste  en el que por única vez en la vida no pudo consolarme.  

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...