viernes, 10 de mayo de 2019
Boleros
Dicen que la primera información que recibimos del mundo viene de nuestras madres, de los secretos que nos susurraron cuando estábamos por nacer y esas cálidas palabras que nos decían cuando nos acunaban. En mi caso, más que palabras fueron boleros porque mi vieja siempre cuenta que como por aquella época leyó un artículo del Reader´s Digest en el que recomendaban poner música clásica a los bebés desde antes de nacer ella lo cumplió al pie de la letra aunque lo alternaba con boleros, y no solo me los hacía escuchar sino que además me los cantaba porque las canciones de cuna le parecían demasiado sosas. Es decir que las primeras palabras que oí, aparte de las de la familia, fueron de Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Armando Manzanero y Pedro Infante, entre otros, y esas grandes historias de amor, de gente que sabía que cuando se quería de veras era imposible vivir tan separados, que le suplicaba a un reloj que no marcara las horas porque al día siguiente uno de los dos tendría que irse y que tenía la certeza que solamente una vez se ama en la vida. Así estoy.
lunes, 6 de mayo de 2019
Nada y todo
Es decir que no tengo nada pero lo tengo todo.
viernes, 3 de mayo de 2019
Manos entrelazadas
Fue allá por 1978, mis padres habían tenido una crisis matrimonial y aunque la habían solucionado seguían un poco distanciados. A los 12 años uno comienza a entenderlo todo, a percibir que algo no anda bien del todo en la familia y se preocupas porque ve a los padres tristones y no sabe qué hacer para remediarlo pero esa noche todo cambió. Habíamos salido para cenar algo a un pueblo vecino, yo caminaba adelante y ellos detrás, era una noche de luna llena y de pronto con el rabillo del ojo, vi el prodigio, el milagro más grande que hasta entonces había visto: la sombra de mis padres caminando tomados de la mano, en silencio, sin decirse nada y diciéndolo todo.
Esa noche fui el chico más feliz de todo el universo, mis padres volvían a estar juntos.
miércoles, 24 de abril de 2019
El árbol
Era un pino y estaba frente a la casa de mi vecina. Quizá medía unos ocho metros pero para mi era enorme y el mejor sitio para arreglar el mundo junto a mi amiga. A los 9 años uno tiene mucho que conversar ,y sobre todo qué pensar, y los adultos suelen ser de poca o nula utilidad porque son incapaces de ver las cosas tal como son y comprender qué es lo más importante del vida.
Sentados en las ramas más altas pasábamos horas hablando de lo que queríamos ser cuando fuéramos grande o de lo bueno que sería ir un día irnos a vivir Disneylandia. El árbol era nuestro y eso lo sabían perfectamente los otros niños que no se atrevían a subir salvo invitación nuestra pero lo hacíamos de mala gana, para evitar que en casa nos regañaran.
Cualquiera que quisiera hablar con nosotros siempre sabía que estábamos ahí, sentados en el árbol, charlando y oteando el horizonte porque desde esa altura dominábamos todo el panorama y sabíamos perfectamente quien estaba estrenando patines y no nos lo había dicho, o cual padre era el primero en llegar casa. Acabábamos el día llenos de raspones y con las manos llenos de savia pero más que felices de poder ver el sol colarse por entre las ramas del pino, de poder sentir el viento en nuestra piel y de tener un lugar en el que sentirnos libres.
martes, 16 de abril de 2019
Exiliados
En cinco minutos me hice amigo de los recién llegados al barrio. Eran dos chicos que vivían en la segunda planta del edificio y como suele pasar cuando tienes ocho años, en cinco minutos éramos compiches, los mejores amigos del mundo mundial. A mi me intrigaban montones porque hablaban distinto y parecían tristes de solemnidad. La misma impresión me daba su casa: ningún sofá en el que sentarse, ninguna mesa en la que comer, ningún adorno solo maletas, una guitarra en un rincón, una bandera de Chile y un póster de Salvador Allende pegados en la pared. Mi casa tan llena de cosas, tan cálida, y la casa de mis amigos tan fría y vacía, me daba la sensación que algo faltaba en la vida de esos niños y de sus padres de mirada tan melancólica. ¿Qué pasaba con esa familia? Cuando le pregunté a mi vieja, me dijo que no pasaba nada. "Pobrecitos. Es que son exiliados".
Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía en alguna parte.
Esa fue la primera vez que escuché esa palabra en mi vida y comprendí de inmediato lo que era el exilio: una casa vacía en alguna parte.
lunes, 15 de abril de 2019
La hora de los novios
Por aquella época todos los enamorados de Costa Rica sintonizaban "La hora de los novios" un programa tan cursi como su nombre en el que un locutor con voz dramática leía poemas de Pablo Neruda, ponía canciones románticas horteras de Claudio Baglioni
y atendía al aire llamadas de radioescuchas que entre lagrimones y voz temblorosa declaraban su amor o desamor a esa persona tan especial. Eso lo sabía muy bien Zeanne. A sus 16 años era el símbolo sexual del Instituto por su voluptuosidad, mientras otras chicas a esa edad seguían siendo niñas, era curvilínea y con una melena larga que le daba un aire absoluto de "femme fatale". Todos los chicos suspiraban por ella pero ella -según su mejor amigo- solo suspiraba por mi. Durante mucho tiempo mantuvo estoicamente su amor en secreto hasta que un día se hartó y decidió declararlo en vivo y en directo a todo el territorio nacional llamando al programa para dedicarme una balada romántica. Para la mala suerte de Zeanne yo nunca escuchaba la radio, por lo que no me di me enterado y al día siguiente cuando llegué al colegio pensé que todos estaban locos de remate porque cuando me la topé por el pasillo se puso roja como un tomate y salió corriendo y mis compañeros no paraban de cuchichear y de reírse hasta que uno me contó toda historia. Nunca le dije a ella que no había escuchado la dedicatoria pero tampoco dije nada de nada con lo cual, irónicamente, su amor murió el mismo día que lo declaró y desde ese momento dejó de hablarme para siempre.
viernes, 12 de abril de 2019
Mala compañía
Como nunca me gustó el fútbol y no me importaba en absoluto decirlo frente a mis compañeros de escuela y de colegio siempre me tomaron por un bicho raro. En mis tiempos la prueba absoluta de masculinidad de cualquiera "alfa macho" de 8 o 15 años era que te gustara el fútbol, que supieras "mejenguear" y que los lunes pudieras comentar los partidos del domingo hasta la saciedad. Como me repantinflaba el era incapaz de decir el nombre de cualquier jugador y mucho menos de patear un balón. Así que mis años de estudiante se limitaron a estar en clase de Educación Física perennemente en la banca, cuidando las mochilas de los compañeros, hablando con el que ese día había amanecido enfermo y el resto del día aguantando las indirectas de algunos de mis compañeros sobre lo raro que era yo.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
¡Pobre don Edgar!
Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...

-
Arik, el padre de Ruth Pérez, una chica con parálisis cerebral y distrofia muscular, decidió darle una sorpresa y llevarla al Festival Nova ...
-
Mi fama de chico bueno durante mi juventud me convirtió en la coartada perfecta cuando mis amigos querían portarse mal porque parecía que ...
-
El otro día me encontré en el armario la camisa del último uniforme de colegio que usé, estaba firmada por un montón de compañeros del Lic...