Los amigos del hijo

Un mes después que mi amigo se había marchado a estudiar a Estados Unidos su madre me llamó “muy” disgustada para decirme que era una barbaridad absoluta que desde que se fue su hijo todos sus amigos habíamos desaparecido como por arte de magia, como si no le importáramos en absoluto. Durante toda nuestra juventud la casa de mi amigo había sido el epicentro de nuestro grupo de amigos, no hacía falta ni coordinara nada poque la puerta literalmente siempre estaba abierta y si no estaba él estaba su madre que sin preguntar nada nos ponía un cafecito con pan para” hacer tiempo” mientras ella aprovechaba para ponernos al día de su vida. Conmigo, como siempre he sido de risa fácil, y en ese tiempo explosiva -comencé a amargarme cuando llegué a los veinte-, siempre que me veía aprovechaba para contarme cosas divertidas solo para hacerme reír y de paso reírse ella a carcajadas, que en eso era una campeona. 

Tras esa llamada y mis disculpas aceptadas, quedé en irla a visitar más a menudo y decirle al grupo de amigos. Ella para asegurarse de que cumpliría mi promesa comenzó a llamarme de vez en cuando para tentarme “el jueves vine mi prima a jugar naipe, voy a hacer unos burritos de pollo, usted verá si se viene después del trabajo”, por supuesto que iba, por nada del mundo me habría perdido ninguna de las delicias que cocinaba y mucho menos una sesión de “risoterapia” con ella. Estuve yendo a verla casi que semanalmente hasta que me vine a vivir a España, y pensando en cómo durante años habíamos pensado que ella nos atendía y recibía tan bien -y nos aguantaba todos los días - solo por el amor que tenía a su hijo y ahora que se había ido no queríamos incomodarla y darle trabajo atendiéndonos pero nos equivocamos: para ella también éramos sus grandes amigos . 


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