El estirón

La verdad que me vino fatal pegar el estirón a los once años. De la noche a la mañana ya medía más de 1.70 y eso me alejaba radicalmente de mis amigos del nuevo barrio que por entonces tenían 8 o 9 años y no pasaban más del metro y medio pero lo más triste de todo era que me exiliaba definitivamente de ese paraíso perdido llamado infancia del que no tenía el más mínimo apuro en salir. 

La voz de "alarma" la dieron los obreros de construcción que por aquella época inundaban un barrio que como yo estaba en plena expansión: cada vez que salía a jugar con mis amiguitos a Policías y Ladrones, chiflaban, se reían y hacían comentarios desagradables -sí, el populacho suele ser muy cruel como descubrió -y muy tarde- María Antonieta de Francia. 

Empecé a poner mil excusas cada vez que me tocaban la puerta para ir a jugar, que mis padres me habían castigado, que estaba con gripe, que tenía mucha tarea;  aunque como los veía tristes de vez en cuando les hacía alguna concesión y los ponía a hacer algún juego que yo dirigía sentado en la puerta de casa: “Pues juguemos Simón Dice, yo soy Simón…juguemos escondido, bueno cuento yo…” es decir que poco a poco asumí el rol del adulto que entretiene a niños, no el que juega de igual a igual con ellos y eso me ponía triste.

Aquello fue el inicio de una adolescencia que temporalmente fue un poco solitaria porque oficialmente me quedé sin amigos de mi edad en el barrio y yendo a un colegio que no me gustaba nada. Menos mal que dos años después decidí apuntarme a cuanto grupo juvenil había en el pueblo, y aquel ex niño encontró su sitio. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

La última aventura de Ruth y Arik

Coartada perfecta

Cuarenta años