El estirón
La voz de "alarma" la dieron los obreros de construcción que por aquella época inundaban un barrio que como yo estaba en plena expansión: cada vez que salía a jugar con mis amiguitos a Policías y Ladrones, chiflaban, se reían y hacían comentarios desagradables -sí, el populacho suele ser muy cruel como descubrió -y muy tarde- María Antonieta de Francia.
Empecé a poner mil excusas cada vez que me tocaban la puerta para ir a jugar, que mis padres me habían castigado, que estaba con gripe, que tenía mucha tarea; aunque como los veía tristes de vez en cuando les hacía alguna concesión y los ponía a hacer algún juego que yo dirigía sentado en la puerta de casa: “Pues juguemos Simón Dice, yo soy Simón…juguemos escondido, bueno cuento yo…” es decir que poco a poco asumí el rol del adulto que entretiene a niños, no el que juega de igual a igual con ellos y eso me ponía triste.
Aquello fue el inicio de una adolescencia que temporalmente fue un poco solitaria porque oficialmente me quedé sin amigos de mi edad en el barrio y yendo a un colegio que no me gustaba nada. Menos mal que dos años después decidí apuntarme a cuanto grupo juvenil había en el pueblo, y aquel ex niño encontró su sitio.
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