El último vino

 

La última noche antes de morir, mi viejo me pidió un vino. 

Cómo según el folleto de la medicación que la doctora le había recetado cualquier forma del alcohol estaba absolutamente prohibida le serví una especie de sumo de uva con burbujas que a mi no me gustaba para nada, pero por lo menos le quitaba el antojo.

Es decir que, a un señor de ochenta años, que se había vuelto forofo al vino tinto por “culpa” mía -logré convencerlo de que la cerveza no era muy buena para la salud- en su última noche le puse en su copa una mala imitación de vino (él como era tan agradecido, lo recibió con una sonrisa, lo bebió con ganas y soltó su clásico "¡Qué rico!" que siempre decía al terminar su copita).

Si yo hubiese llegado a saber que era su último vino, pesar de los consejos de la geriatra, del Ministerio de Salud y de la OMS, le habría servido una copa hasta arriba y me habría servido una también, habríamos saboreado ese último trago ,nos habríamos despedido prometiendo no olvidarnos y vernos pronto.

Pero no.
Seguimos al pie de la letra las prescripciones médicas, mi padre tuvo la peor noche de su vida y murió a primera hora del día siguiente. 

En resumen: si durante mi vejez, alguien me prohíbe tomar vino por temor a que acorte mi esperanza de vida, por favor sírvanme una botella.

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