Secreto

 

Nadie, absolutamente nadie podía saber que los fines de semana yo los pasaba en el Cuartel, un bar de mi pueblo en el que había que estar si uno quería ser alguien en el mundo de la cultura o por lo menos estar al día de que se movía en el ambiente artístico. Era el lugar en el que naufragábamos todos los aspirantes a bohemio después de cualquier vernissage -no me perdía ni uno-, concierto de música de la sinfónica o de un montaje teatral. 

En una misma noche uno podía estar de conversona con la protagonista del último estreno de la Compañía Nacional de Teatro y a  los cinco minutos estar brindando con el tenor de ópera que uno acababa de ver.  A mis ventiypocos yo estaba más que encantado de pertenecer de alguna u otra forma a ese círculo y que tanto famoso acabara saludándome con familiaridad cada vez que nos veíamos en el bar.

Por supuesto que tenía sus detractores, sobre todo entre la gente  decente que suponía que entre tanto artista y gente liberal después del primer trago se montaba una auténtica bacanal -la gente decente suele tener una imaginación febril- y la gente terminaba de mala manera, como acababan todos los depravados de los artistas en Costa Rica, Nueva York y Dublín.

Yo para evitarme sermones decidí mantenerlo en estricto secreto, hablando por teléfono en clave con mis amigos y contestando escuetamente las preguntas de mis padres sobre dónde había estado la noche anterior con lo cual la sensación de estar haciendo algo que estaba prohibidísimo aumentaba y uno sentía una mezcla de orgullo y arrepentimiento por pecador consumado. 

Me di cuenta que mi misión secreta había fracaso estruendosamente el día en que mi amigo Roberto, que mis padres adoraban porque tenía fama de ser serio y responsable –“hasta el papá lo deja manejar el carro de la familia”, repetía mi padre cuando hablaba de él para recalcar lo formal que era – apareció en el bar cerveza en mano y diciéndome que había llamado a mi casa y que mi vieja le había dicho que con toda seguridad estaba en el Cuartel, que fuera y que se viniera conmigo porque a ella eso era lo único que le preocupaba: que yo me viniera solo en el taxi con lo peligroso que se estaba poniendo San José. 

Fin de la historia.

Psd. El caso de mi amigo fue el primero de muchas apariciones misteriosas de amigos de distintos grupos a los que yo pertenecía que se autoinvitaban al Cuartel repitiendo lo mismo: "su mamá nos dijo que estaba aquí".


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