martes, 25 de marzo de 2025

El estirón

La verdad que me vino fatal pegar el estirón a los once años. De la noche a la mañana ya medía más de 1.70 y eso me alejaba radicalmente de mis amigos del nuevo barrio que por entonces tenían 8 o 9 años y no pasaban más del metro y medio pero lo más triste de todo era que me exiliaba definitivamente de ese paraíso perdido llamado infancia del que no tenía el más mínimo apuro en salir. 

La voz de "alarma" la dieron los obreros de construcción que por aquella época inundaban un barrio que como yo estaba en plena expansión: cada vez que salía a jugar con mis amiguitos a Policías y Ladrones, chiflaban, se reían y hacían comentarios desagradables -sí, el populacho suele ser muy cruel como descubrió -y muy tarde- María Antonieta de Francia. 

Empecé a poner mil excusas cada vez que me tocaban la puerta para ir a jugar, que mis padres me habían castigado, que estaba con gripe, que tenía mucha tarea;  aunque como los veía tristes de vez en cuando les hacía alguna concesión y los ponía a hacer algún juego que yo dirigía sentado en la puerta de casa: “Pues juguemos Simón Dice, yo soy Simón…juguemos escondido, bueno cuento yo…” es decir que poco a poco asumí el rol del adulto que entretiene a niños, no el que juega de igual a igual con ellos y eso me ponía triste.

Aquello fue el inicio de una adolescencia que temporalmente fue un poco solitaria porque oficialmente me quedé sin amigos de mi edad en el barrio y yendo a un colegio que no me gustaba nada. Menos mal que dos años después decidí apuntarme a cuanto grupo juvenil había en el pueblo, y aquel ex niño encontró su sitio. 

jueves, 13 de marzo de 2025

El último vino

 

La última noche antes de morir, mi viejo me pidió un vino. 

Cómo según el folleto de la medicación que la doctora le había recetado cualquier forma del alcohol estaba absolutamente prohibida le serví una especie de sumo de uva con burbujas que a mi no me gustaba para nada, pero por lo menos le quitaba el antojo.

Es decir que, a un señor de ochenta años, que se había vuelto forofo al vino tinto por “culpa” mía -logré convencerlo de que la cerveza no era muy buena para la salud- en su última noche le puse en su copa una mala imitación de vino (él como era tan agradecido, lo recibió con una sonrisa, lo bebió con ganas y soltó su clásico "¡Qué rico!" que siempre decía al terminar su copita).

Si yo hubiese llegado a saber que era su último vino, pesar de los consejos de la geriatra, del Ministerio de Salud y de la OMS, le habría servido una copa hasta arriba y me habría servido una también, habríamos saboreado ese último trago ,nos habríamos despedido prometiendo no olvidarnos y vernos pronto.

Pero no.
Seguimos al pie de la letra las prescripciones médicas, mi padre tuvo la peor noche de su vida y murió a primera hora del día siguiente. 

En resumen: si durante mi vejez, alguien me prohíbe tomar vino por temor a que acorte mi esperanza de vida, por favor sírvanme una botella.

Joven promesa

 

Allá por los noventa, recién graduado como periodista, mientras bailaba con una colega en un bar se me ocurrió sugerirle que era un buen momento para que nuestra generación tomara el poder del Colegio de Periodistas y que de ser así yo estaba más que dispuesto a encabezar la papeleta porque, según yo, TODO el mundo me quería y como venía llegando de España estaba de sobra preparado para asumir cualquier reto.

Mi amiga, que es la persona más política del mundo, no solo aceptó de buena gana mi ofrecimiento sino que después del merengue anunció a la mesa que la nueva generación de periodistas de Costa Rica ya tenía candidato y que ese candidato era yo. A partir de ahí sin querer queriendo me convertí en toda una celebridad, con la agenda repleta de actividades, visitas a los medios en las que yo tenía que detallar mi plan de gobierno y completos desconocidos dándome la adhesión e invitándome a actividades sociales.

Lo que yo no contaba era que como en toda elección tendría un contricante y que eso significaba que tarde o temprano tendría que enfrentarme a un debate público, es decir participar en una de las cosas a las que más pánico le tengo en mi vida: la de hablar en público frente a un gran auditorio. Puedo dar una clase de una hora frente a un grupo de estudiantes pero lo subirme a un escenario para hablar y discutir lo llevo mal.

En el debate –transmitido a todo el territorio nacional por el canal estatal- me fue fatal porque yo era un orador terrible y mi contricante, un señor jubilado -que me parece que hasta había sido ministro de algo- con décadas años de experiencia como comunicador, tenía una oratoria perfecta y rebatió con firmeza y talento todas mis afirmaciones (al parecer estaba furioso que en un artículo firmado por mí pero que yo no escribí, me lo escribió el asesor de un diputado -eso pasa con los "políticos", otra gente nos pasa metiendo en enredos-) tanto que al final, casi me paro yo mismo a aplaudirle.

Por supuesto que perdí el debate y las elecciones pero me gané la admiración eterna de mi Abuela Anita que siguió en directo el debate, dándo golpecitos en la mesa –siempre lo hacía cuando se enfadaba- e insultando a mi contricante porque para ella yo lo estaba haciendo perfecto, merecía ganar y nadie tenía el derecho a insultar a su nieto. Así fue como mi primer ridículo transmitido en vivo y en directo a todo el país se transformó en un motivo de orgullo para ella: se encargó de contarle a medio mundo que yo era una eminencia y que estaba preparado para ser ministro, diputado y hasta presidente de la nación.


viernes, 7 de marzo de 2025

Los amigos del hijo

Un mes después que mi amigo se había marchado a estudiar a Estados Unidos su madre me llamó “muy” disgustada para decirme que era una barbaridad absoluta que desde que se fue su hijo todos sus amigos habíamos desaparecido como por arte de magia, como si no le importáramos en absoluto. Durante toda nuestra juventud la casa de mi amigo había sido el epicentro de nuestro grupo de amigos, no hacía falta ni coordinara nada poque la puerta literalmente siempre estaba abierta y si no estaba él estaba su madre que sin preguntar nada nos ponía un cafecito con pan para” hacer tiempo” mientras ella aprovechaba para ponernos al día de su vida. Conmigo, como siempre he sido de risa fácil, y en ese tiempo explosiva -comencé a amargarme cuando llegué a los veinte-, siempre que me veía aprovechaba para contarme cosas divertidas solo para hacerme reír y de paso reírse ella a carcajadas, que en eso era una campeona. 

Tras esa llamada y mis disculpas aceptadas, quedé en irla a visitar más a menudo y decirle al grupo de amigos. Ella para asegurarse de que cumpliría mi promesa comenzó a llamarme de vez en cuando para tentarme “el jueves vine mi prima a jugar naipe, voy a hacer unos burritos de pollo, usted verá si se viene después del trabajo”, por supuesto que iba, por nada del mundo me habría perdido ninguna de las delicias que cocinaba y mucho menos una sesión de “risoterapia” con ella. Estuve yendo a verla casi que semanalmente hasta que me vine a vivir a España, y pensando en cómo durante años habíamos pensado que ella nos atendía y recibía tan bien -y nos aguantaba todos los días - solo por el amor que tenía a su hijo y ahora que se había ido no queríamos incomodarla y darle trabajo atendiéndonos pero nos equivocamos: para ella también éramos sus grandes amigos . 


lunes, 3 de marzo de 2025

Mini Don Juan

Durante mis ùltimos años de colegial disfruté de una inusitada popularidad entre el sexo femenino, a lo mejor como venía llegando de otro colegio, no era el típico prototipo de aspirante a macho alfa latino y era super bueno escuchándolas -es lo bueno de haber tenido hermanas, que uno afina el oído- las seducía sin querer.

Con bastante frecuencia encontraba papelitos con corazancitos entre mis libros y hasta propuestas para quedar después de clases en el parque de enfrente, yo me reía con esos papeles y los guardaba sin darles demasiada importancia pero ellas insistían. Sandra no desaprovechaba  ocasión para decirme que su hombre ideal era un muchacho de gafas e intelectual, Yenory en cuanto me veía solo se sentaba a mi lado para contarme sus cuitas mirándome con ojos lánguidos y Silvia, que siempre co-protagonizaba conmigo obras de teatro de campesinos. cada vez que podía me cogía de la mano para pasearme como trofeo frente a todos durante los recreos mientras Rebeca, de la estudiantina- ponía mala cara.

Con todas tenia dudas menos con Zeanne, que a sus quince años era lo más parecido a Jessica Rabbit, curvilínea y romántica empedernida me escribía poemas y me dedicaba canciones en la radio, el chismoso de Adonai -sí, tuve un compañero con ese nombre- no paraba de contarme que tenía todos sus cuadernos con las siglas GxZ y que se pasaba horas hablando de mí.

Al regresar a casa siempre me paraba en el espejo, me miraba de arriba abajo y llegaba a la conclusión que todas las mujeres estaban locas, que yo no era feo pero tampoco estaba como para regar veneno: bizqueaba, era flaco, miope, tenía una narizota  y para rematar no sabía jugar al fútbol.
Sí, estaban locas de remate.  

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...