jueves, 11 de abril de 2019

Bailando se entiende la gente

Si se parte del hecho de que en el Caribe se baila antes de aprender a andar, lo más lógico y normal del mundo es que allá de donde vengo se ligue bailando. Bolero, cumbia, salsa, vallenato, cualquier ritmo puede convertirse en un arma de seducción masiva si se baila con pasión y con ganas. Grandes amores han nacido en una pista de baile y muchas relaciones se han derrumbado porque alguien ya no arrimaba la pelvis como antes o era incapaz de seguir el ritmo de su pareja.

Como quien es buen bailarín suele ser buen amante, y no viceversa, para desgracia de muchos, en el baile se pone todo el empeño para no defraudar, y cada movimiento se transforma en una metáfora del amor: primero, un intercambio de miradas para saber hasta dónde podemos llegar; luego, un lento acercamiento hasta sentir los latidos del corazón del otro; después, el vaivén de los cuerpos, y finalmente, si se tiene suerte, el inicio de algo tan imprevisto como la historia del mundo. En mi pueblo decimos que para ser felices, las parejas deberían hablar menos y mover más el esqueleto, que bailando se entiende la gente.


martes, 9 de abril de 2019

Breve historia de amor

Se conocieron como se conocían los corazones usados por aquellos tiempos, por un escueto anuncio de 200 caracteres en el Segunda Mano en el que no se prometía nada pero se esperaba todo. Acudieron puntuales a la cinta con apenas referencia el uno del otro más que estatura, color de ojos y algún clave para reconocerse "iré con chaqueta azul", "yo con mochila roja", se reconocieron con la misma rapidez que se reconocen los náufragos de un mismo barco, recorrieron las tabernas de la ciudad, y a la tercera copa de vino perdieron la cuenta de cuantos llevaban , fumaron nerviosamente sin parar mientras no cesaban de mirarse a los ojos y de contarse cosas que solo se cuentan a quien no se piensa volver a ver en la vida, a la despedida un abrazo y un "¿Nos volvemos a ver? y un "Claro que si", pronunciado con escepticismo, un breve SMS al día sigueinte y una nueva cita en el que los dos eran ya "viejos" conocidos, de nuevo las confidencias y las palabras que se dicen a quienes esperamos volver a ver durante mucho tiempo. 200 caracteres, quince años, 180 meses, 5475 días de idas y venidas y el portazo final de uno que dijo "hasta aquí" y de otro que al que no le quedó más remedio que olvidar para siempre. 

lunes, 8 de abril de 2019

Mi abuela y la TV

Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley "¡Corran, que si no se les escapa...está escondido en la bodega!" y cuando lo atrapaban aplaudía con satisfacción: "¡Que bien, todo sapo muere estripado!" Durante los telediarios si salía Margaret Thatcher o Golda Meir movía la cabeza en gesto afirmativo y daba golpecitos en la mesa, "¡Sí señor, eso es lo que hay que hacer y punto!" Si por el contrario salía un político que le caía mal solía proferir algún insulto "Viejo más mentiroso, usted es un sinverguenza" o si salía algún grupo musical hacía el ademán de ponerse a bailar y movía las manos con alegría. Cuentan que la vez que participé en un debate en TV -la cosa más surrealista que he hecho en mi vida-  durante las dos horas mi abuela no se levantó de la silla y cada vez que hablaba mi contrincante golpeaba la mesa "¿Pero que se cree ese traspalmejas hablándole así a mi nieto?" y cuando yo lo rebatía, no paraba de aplaudir con orgullo. Mi abuela vivía la televisión. A lo mejor por eso es que cada vez que veo a la gente frente al TV sin hablar, sin decir ni mú, mirando atentamente con gesto serio, siento que nos hemos vuelto muy aburridos y que al universo y a la vida les hace falta algo: les falta mi abuela.



miércoles, 13 de febrero de 2019

Carlitos


Desde los cinco años tenía claro que tenía que no podía darse el lujo de jugar como los otros niños. Como era "pobre", como el mismo decía, no tenía más remedio que acompañar a su madre mientras limpiaba casas a limpiar casas ajenas. Mientras su vieja fregaba suelos, él se dedicaba a sacudir, a limpiar vidrios o hacer cualquier trabajito para que le dieran unas monedas demás. Así fue como conocí a Carlitos, acompañando y asistiendo a su vieja mientras limpiaba la casa de mis padres y correteando conmigo por el barrio.

La verdad que era un chiquillo rubio encantador y divertido, con esa voz de soprano que mantuvo hasta los 15 años y de la que él era el primero en reírse -"¡Qué vocecita la mía!"- era el alma de la fiesta, siempre feliz y encantado de estar con nosotros al punto que siempre decía que si algún día se sacaba la lotería lo primero que haría sería comprarle una casota "Madrina", mi madre, y otra más pequeñita para él, "¿Se imagina que bonito?", decía con un brillo en sus ojos traviesos.

Durante muchos años nos visitó religiosamente cada semana pero fue crecer para comenzar a espaciar más y más las visitas. Lo único que sabíamos por referencias era que no paraba de trabajar en restaurantes, fábricas y en cuanta cosa hiciera falta y que "llevaba una mala vida", según su madre. Nosotros en cada visita lo veíamos más serio,  ya no se reía con esa risa cristalina, ni decía ocurrencias, tenía ese aire melancólico de quienes han sufrido más de la cuenta y según decía no paraba de enfermarse.

Fue así como por vez primera escuchamos hablar del HIV, entonces una enfermedad mortal casi desconocida y de la que se tenía muy poca información. Ante la pregunta nuestra de cómo había que tratarlo porque no sabíamos nada de nada, mi madre fue contundente: "¡Pues con más cariño que de costumbre! ¿que otra cosa va a ser?" 

Siguió visitándonos hasta que no tuvo fuerzas para levantarse. El último recuerdo que tengo es la sonrisa que nos dedicó cuando entramos a la habitación en la casa de la señora que lo cuidaba y las palabras con las que nos recibió mientras nos cogía de la mano: "¡Ay pero que bonito, si son mis hermanitos!". Carlitos murió poco tiempo después...y yo lo lloré como suelo llorar mis pérdidas, de a poquitos pero durante mucho tiempo pensando en que pocas veces -o nunca- sabemos lo que realmente significamos en la vida de otra gente, para ese chiquillo rubio de la voz de soprano no éramos unos conocidos más o los patrones de su madre, siempre fuimos su familia.



martes, 5 de febrero de 2019

Nunca me olvides

Fue en el Supermercado, un día cualquiera, cuando él la miró fijamente preguntándole quien era. En un primer momento ella creyó que se trataba de una broma, a lo largo de 40 años de matrimonio  su marido a menudo le gastaba alguna broma para hacerla sonreír -"es que estás más guapa cuando te enfadas"-sin embargo esta vez fue diferente, había algo en su mirada y en su voz completamente distinto, no rompió en una carcajada ni le dio un abrazo travieso, caminó desorientado por el pasillo mientras ella lo perseguía, "Cariño, ¿a donde vas? Soy tu esposa", mientras él repetía con insistencia en que había perdido el camino a casa. Aquello fue tan solo el principio de una cadena de despistes a los que el médico, dos semanas después , puso nombre: "su marido tiene Alzheimer".

A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la Luna de Miel, el minúsculo apartamento de recién casados, los bailes de fin de año (cómo bailaban), la llegada de los hijos, las cálidas tardes de verano en la playa, las despedidas cuando él se marchaba a trabajar a otra ciudad, la alegría del reencuentro, la ilusión del primer nieto...toda una vida a punto de esfumarse.

Habían prometido amarse toda la vida y no olvidarse nunca y ahora precisamente él estaba a punto de hacerlo...

lunes, 14 de enero de 2019

Una canción para mi abuela


Daba igual lo que estuviera haciendo o que estuviese en mitad de una conversación, cuando mi abuela escuchaba Anillo de Compromiso el mundo parecía detenerse y ella parecía perderse en sus recuerdos. Sonreía y movía la cabeza con una ternura infinita como quien acaricia recuerdos  y revive por un segundo un pasado lejano. Mi abuelo, como mucha gente de su época, fue un pobre de solemnidad que hasta el último día de su vida aseguró que había conocido a Anita, mi abuela, en un sueño...fue ver a esa chica guapa paseando por el Parque Central para saber que era ella, el gran amor de su vida. Y como mi abuelo era de los que creía que cuando el destino decide a los mortales no nos toca más que obedecer, a los tres meses la boda se celebró. Aquello fue el inicio de una historia de idas y venidas, de ocho retoños, de pobrezas y riquezas, de un porvenir dibujado un mantel de cocina y de muchos veranos entre árboles de mango y de guayaba y la certeza de tenerse el uno al otro para siempre a pesar de las ausencias, una vida que parecía evocar en los dos minutos de una canción.  

lunes, 7 de enero de 2019

La madre suicida


A los ocho años, Juanito, mi compañero de Escuela ya no daba más de sí, todos los lunes llegaba a la Escuela tristón, pensativo y ojeroso. Durante meses yo pensaba que mi amigo estaba aquejado de una terrible enfermedad y le tenía toda la consideración y estima que se le tiene a quienes van a dejar este mundo en breve hasta que un día me confesó que su madre padecía de depresiones y a menudo intentaba suicidarse.  Al parecer no escatimaba esfuerzos en todos sus intentos, y fin de semana de por medio se tomaba un cóctel de pastillas, intentaba ahorcarse, se cortaba las venas y hacía lo imposible por poner fin a su vida.

A mi en lo personal, como amigo de Juanito, me importaba un comino que la señora cayera fulminada por un rayo pero me parecía injusto que el pobre chico viviera un eterna pesadilla, en una constante zozobra y más me enfadaba que los compañeros se burlaran de él porque lloraba por cualquier cosa, en el fondo yo sabía que mi amigo era más valiente que ninguno porque a su tierna edad, mientras su progenitora estaba en el hospital o sedada en casa, él tenía que apañárselas para prepararse la comida, planchar el uniforme y luchar por tener una vida normal como si nada pasara.

Juanito, que era una eminencia en muchas cosas, era un fan de la película "El Mago de Oz". Podía pasarse horas de horas hablando de la historia y de cómo Dorothy era una tonta de cuidado porque pudiendo quedarse en la Ciudad Esmeralda siendo feliz con sus amigos había escogido regresar a su casa en Kansas. "¿Quien la entiende?" me se decía mirándome detrás de esas gafotas, "yo ni loco vuelvo".

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...