martes, 11 de agosto de 2015

Amigos de bares

Tienen la peor fama del mundo y a menudo son los malos de las películas, los causantes de cualquier divorcio o los culpables de que la gente ande por mal camino. Decir que has quedado con tus amigos de bar es muy mal visto, prueba inequívoca de que has tocado fondo: de ahí a dormir en banco en el parque abrazado a un tetrabrick de don Simón solo hay un paso. Queda mejor decir que vas a ver a tus colegas de oficina -aunque te aburras como una ostra- o  a tus compañeros yoga -aunque no tengas tema de conversación- tienen mejor fama y a juicio del público, son garantía absoluta que vas en la dirección correcta. Yo como soy bohemio por vocación y noctámbulo de toda la vida reivindico a mis amigos de bares, esos seres mitológicos que ves de vez en cuando, de los que desconoces casi todos los aspectos de su vida y con los que brindas en incontables ocasiones. A lo largo de mi vida he tenido grandes amigos de bares gente "banal y superficial" a la que les he tomado verdadero cariño y con los que he llegado a tener conversaciones que han cambiado mi existencia y a los que he extrañado horrores cuando han desaparecido de mi vida. Me han ayudado a descubrir mundos nuevos pero sobre todo a amar a las personas. Así que:  ¡Salud! Brindo por ustedes mis queridos amigos de bares!

jueves, 6 de agosto de 2015

Cartas de amor

Ahí las tengo en una caja metálica. A decir verdad algunas no son cartas precisamente sino facturas, post-it, pedazos de informes, de partes médicos o propaganda de bancos en las que alguien un día decidió dejarme algún breve mensaje que de cierta forma cambió mi vida. A simple vista son cotidianos, no contienen ninguna gran declaración pero reflejan la ternura de un tiempo lejano, el eco de vidas pasadas en el que cuesta reconocernos cuando por cosas de la vida nos hemos vuelto extranjeros de nosotros mismos. ¿Alguien sintió todo eso por nosotros? ¿Fuimos tan importantes en la vida de esas personas? ¿Alguien tuvo la paciencia de escribir al reverso de una lista de compras que ese día nos iba a cocinar nuestro plato preferido solo para vernos sonreír? He querido quemarlas, olvidarme de ellas por completo pero algo siempre me lo impide: pienso en cuan triste que habría sido mi vida sin ellas y que hay gente que deja este mundo si haber recibido nunca cartas de amor. Así que siguen ahí, acechándome en un rincón, recordándome quien fui y quizá como promesa de que el día menos pensado vuelvo a sentir cosquillas en el alma.

lunes, 3 de agosto de 2015

Hermann y Mario

Uno nunca sabe cuando la guerra se atraviesa por su camino. Mi abuelo Mario lo descubrió durante la II Guerra Mundial cuando le perdió la pista a su amigo del alma. Hermann era un emigrante alemán que había llegado a Costa Rica con su familia huyendo de la crisis económica que azotaba a Europa en los años 20. Desde el primer momento fueron inseparables, estudiaban juntos y pasaban largas horas charlando de lo que harían cuando fueran mayores.  Sin embargo un buen día los padres de Hermann decidieron regresar a Alemania por lo que los dos amigos se separaron con la promesa de ser amigos para siempre. Durante algunos años se escribieron regularmente hasta llegó Hitler al poder, a partir de ahí las cartas empezaron a ser menos frecuentes hasta que un día mi abuelo no volvió a saber nada de su amigo.

Durante toda la II Guerra mundial mi abuelo pasó a la espera de recibir noticias de su amigo, le escribía con frecuencia y nunca recibía respuesta. Cuando escuchaba las noticias de la BBC siempre sentía un nudo en la garganta, la guerra recrudecía y las víctimas aumentaban en ambos bandos. Mi abuelo solo pensaba en si Hermann estaría vivo o si había sucumbido al terror del nazismo. Se alegraba de los avances de los aliados pero cuando los británicos comenzaron el bombardeo de Hamburgo pasó sin dormir varias noches.

Tras finalizar la guerra mi abuelo en solitario decidió averiguar la suerte de su amigo así escribió a los embajadas de todos los países aliados y hasta contactó con algunos bases militares en Alemania sin tener ninguna noticia, había desaparecido de la faz de la tierra, la vida era irónica: un chico tan pacífico como su amigo, que odiaba la violencia había muerto en una guerra.

Todo cambió en septiembre de 1946 cuando mi abuelo recibió una carta de Alemania, el remitente: su amigo Hermann.  Mario lloró de alegría y siempre recordaría ese día como uno de los más felices de su vida. A partir de ahí nunca dejaron de escribirse. Cuarenta años después se volverían a encontrar en Alemania y aunque les costaba reconocerse entre tanta cana y arruga ambos se fundieron en un gran abrazo, habían cumplido su promesa: seguían siendo amigos.

Hace mucho que Hermann y Mario ya no están pero sus cartas siguen ahí, como testigo de la historia de dos países, de dos familias y sobre todo de dos grandes amigos a los que la guerra trató de separar pero que nunca lo logró.

lunes, 27 de julio de 2015

Las cosas que nunca te dije

Al final la gente viene y se va y queda uno con la impresión que quedaron muchas cosas por decirse. Vivimos en un mundo de sobreentendidos, partimos del supuesto que el otro en todo momento sabe perfectamente nuestros sentimientos, que nuestros padres saben que los amamos, que nuestros hijos tienen la certeza que daríamos la vida por ellos o que nuestra pareja sabe que sin ella nuestra vida no tendría sentido. Damos por sobreentendido las cosas más grandes y más pequeñas pero lo cierto del caso es que no siempre las cosas quedan claras y que la gente desaparece de nuestras vidas para siempre sin que todo esté dicho y lo que es peor, con la impresión que nunca las amamos lo suficiente. En mi caso es una de las cosas que más me preocupa:  he tenido la suerte de tener unos abuelos maravillosos que alegraron mi niñez, unos tíos que me consintieron como nadie y que un día se fueron, grandes amigos que marcharon lejos para no volver  y parejas a las que he querido muchísimo y que ya no están a mi lado y no sé si todos ellos supieron lo que significaron para mi y como mi vida cambió por su presencia. Sin su ternura, sin su sonrisa, sin ese abrazo que me dieron en momentos de derrota o alegría mi vida habría sido completamente distinta. Muchos de ellos me acompañaron durante bastantes años, otros tan solo unos meses pero todos dejaron su huella en mi. Así que mis queridos ausentes allá donde estén, no les quepa la menor duda ni por un segundo que siempre los amé.

martes, 21 de julio de 2015

El muertito

No se puede visitar la Estatua de la Libertad y estar pensando en lo que vas a hacer con un cadáver. Eso fue lo que me pasó en mi primera vez en Nueva York. Había llegado hasta la ciudad para recoger el cuerpo de un tío mío, fallecido varios días antes. Lo que iba a ser una operación relámpago de un par de días, entre visitas a Precintos Policiales para saber qué había pasado con él, morgues y funerarias (para pedir descuentos) se había transformado en un viaje iniciático de 10 días en que todo podía pasar como que el dueño de una funeraria para demostrarte lo práctico que era la cremación pida a su asistente que le traiga a don Luciano y que don Luciano resulte ser un paquetito de 2 kilos, de color rosa pálido, lo ponga sobre su escritorio, lo abra y por culpa de una ráfaga de viento salgas impregnado de don Luciano RIP hasta las cejas, "1.80mts, 190 libras caben en esta cajita, una maravilla".  O que la dueña de la casa en la que te estás alojando te diga que de ningún modo, ningún muerto va a dormir bajo su techo  y tengas que dejar las cenizas en una tienda de abarrotes, en medio del arroz, la harina y demás cereales aprovechando la buena voluntad del tendedero dominicano. O que uno de los azafatos del vuelo resulte ser un amigo tuyo muy fashion y que tú para no perder glamur le digas con una sonrisa de oreja a oreja que las pasado chachi piruli mientras acomodas el maletín en el que llevas a tu tío.  Mi padre siempre comenta que a pesar de la tristeza en el funeral le costó bastante trabajo mantenerse serio de solo recordar cómo había sido mi primera vez en Nueva York.

lunes, 20 de julio de 2015

Amienemigos

Todos tenemos al menos uno en nuestras vidas. Un amienemigo es ese "amigo" entrañable que está situado en una especie de limbo porque aunque lo consideras un amigo muchas veces parece tu archienemigo por cómo se comporta o por  las cosas que es capaz de soltarte y quedarse tan campantes, con la sonrisa de oreja a oreja preguntando si vais a quedar a cenar. Es el típico que tú le comentas por ejemplo, que estás feliz porque te han subido el sueldo unos 100 euros al mes y él te recuerda con elegancia, que gana mucho más que tú y que además lo van ascender. Lo invitas a que conozca tu nueva casa y en cinco minutos es capaz de sacar todos los defectos, de aconsejarte nuevos muebles y de advertirte que el vecindario no es nada bueno. Le comentas que estás preparando una escapadita a la playa y el te confiesa que su viaje por Tailandia y 33 destinos exóticos lo tienen agobiado.  O si llevas mucho tiempo en paro  te dice con una sonrisa de oreja a oreja que ya vale, que tienes que ponerte a buscar trabajo, que a él jamás le ha faltado el trabajo (Uno se queda en shock, pensando que parte de tu vida de los últimos años no entendió). Lo más difícil de todo es aguantárselos con la misma alegría con ellos pasan diciéndote cosas pero lo bueno es que son completamente  inofensivos y que una vez aclarado que ellos son los mejores en todo se comportan como tus ángeles de la guarda. 

domingo, 19 de julio de 2015

Padres desconocidos

Hace unos años me contaba Antonio que por fin conoció a su padre. Durante años había acariciado la idea de ponerle rostro a ese gran ausente de su vida, mil veces había imaginado como sería ese encuentro, lo que se dirían y todo lo que tendrían que contarse como que a los siete años tuvo un accidente en bicicleta y que por eso renqueaba, o que a los 15 tuvo su primera novia -Laura, su vecina- y que había terminado la universidad con notas sobresalientes. Que de niño se dormía pensando en que su padre era un superhéroe que pasaba ayudando a los demás y que por eso no tenía tiempo para conocerlo. Su vieja, siempre reacia a hablar del tema, simplemente le había dicho que era un comerciante español que tenía una tienda de abarrotes en Costa Rica y que cuando le dijo que estaba embarazada, el hombre "si te vi no me acuerdo" y que al poco tiempo había regresado a Valencia.

Cuando Antonio vino a España decidió que era el momento propicio así durante mucho tiempo -y con ayuda de amigos- estuvo intentando localizarlo hasta que por fin logró encontrarlo. Lejos de aquel superhombre de su infancia se encontró con un señor de 70 años, de mirada fría que luego del abrazo protocolario le preguntó qué quería, que si era por el tema de herencia estaba todo repartido entre sus hijos legítimos. Cuenta mi amigo que ese fue el momento más triste de su vida, el dinero era lo que menos le importaba y lo único que quería era darle la oportunidad de conocer a su hijo, ver si necesitaba algo y tener la posibilidad de estar en contacto. "No lo volví a ver nunca más" afirmaba mi amigo mientras intentando contener el llanto.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...