martes, 19 de febrero de 2013

Cómo ser padre en un mundo virtual (y sobrevivir)


Ser padre nunca fue fácil y
menos en el mundo virtual
Si ya es complicado tener un hijo adolescente mucho más lo es en tiempos de las redes sociales, ese mundo virtual en el que nuestros chicos y nosotros mismos estamos viviendo la mayor parte del tiempo sin saber muy bien las implicaciones que está teniendo en nuestra de relacionarnos. Llevar una vida pública tiene sus efectos colaterales y es bueno que los jóvenes sean plenamente conscientes de ello y nunca está de más recordarles algunos puntos clave vinculados a la privacidad y seguridad, al comportamiento responsable online y las repercusiones para su futuro.

Las apariencias engañan y más en las redes sociales. Cada vez son más los perfiles falsos utilizados con otros propósitos como el Grooming (acoso sexual en las redes) y el ciberbullyng (acoso de el tradicional acoso entre los mismos compañeros de Escuela). Alértelo sobre su existencia, de cómo actuar en caso de recibir una amenaza y sobre la necesidad de incluir como amigos sólo a quienes se conoce personalmente, para evitar cualquier riesgo y mantener una conversación más fluida entre sus amigos. Explíquele además la conveniencia de no tener pública la mayoría de la información de su muro y cómo configurar un nivel de privacidad adecuado.

 • Recuérdele que, al igual que en la vida real, las relaciones virtuales deben regirse por ciertas reglas básicas de cortesía, como respetar las creencias de otros, mantener un tono cordial en las conversaciones, no criticar públicamente a otra persona o ventilar asuntos privados en el muro. Al igual que en el mundo de los adultos, ante cualquier divergencia siempre es mejor una charla privada, en el mundo virtual el típico "Inbox".

• Hable con él/ella sobre las implicaciones que podría tener para su futuro su presencia en redes sociales y la necesidad de gestionarlas con cierta responsabilidad. A lo mejor colgar una foto de la juerga de ayer puede resultar divertido hoy, pero un poco comprometedor dentro de cinco años.

Y si usted es uno de los afortunados a quien su hijo ha agregado como amigo, no desperdicie esa magnífica oportunidad para estar aún más cerca de él/ella, conocer mejor sus gustos y saber qué le preocupa, pero no olvide respetar su personalidad virtual, el perfil de cada uno es un mundo y aunque no nos guste o no asuste lo que publica nuestro hijo, hay que respetarlo y evitar ponerlo en situaciones embarazosas, llamándole la atención en el muro o publicando fotografías sin consultarlo. Puede ser que aquel bebé de ayer nos parezca adorable, pero al adolescente de hoy, aquel niño regordete le puede escandalizar. Discreción es la palabra clave, ver sin ser visto.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Mi abuela y el Empire State

La culpa de que me guste tanto el Empire State es de mi abuela. La vez que estuvo en Nueva York  llegó a mi pueblo revolucionada. Amante de la modernidad -solía criticar con vehemencia a todos los nostálgicos por el modo de vida de antaño "como se nota que nunca lavaron a mano, ni cocinaron con leña, ni caminaron largas distancias hasta el hospital cargando a un hijo enfermo"- vino encantada con todo lo que vio por allá, de lo fácil que era la vida doméstica con tanto electrodoméstico, con el metro a todas partes, con tiendas en las que se podía conseguir lo inimaginable pero sobre todo con el Empire State. Con folletos y fotografías en mano solía contarnos todas la sensaciones que vivió cuando estuvo frente a ese rascacielos, que para ella simbolizaba lo mejor del espíritu humano, las ganas de aspirar cada vez más alto y seguir adelante aún en las peores circunstancias.  De niño me gustaba sentarme con ella en la cocina y escuchar como era la vida en un lugar tan lejano y raro como Nueva York y como se veía el mundo desde la cima de ese edificio que solo había visto en películas. Meses atrás mientras estuve viviendo en esa ciudad me gustaba contemplar a los lejos la silueta de ese gigante, entonces como por arte de magia desaparecía el bullicio del trafico, la multitudes en las grandes avenidas y me volvía a sentir en el cálido regazo de mi abuela.

jueves, 2 de agosto de 2012

Doggy Bag

Para los que venimos de España lo más sorprendente de Nueva York no son los rascacielos, ni Broadway, ni la mezcla étnica, ni toda la vida trepidante que tiene esta ciudad sino la doggy bag, esa bolsita que sin ningún complejo pides en los restaurantes y que los camareros te la dan como lo más normal del mundo para que eches las sobras de la comida. La primera vez estuve a punto de llorar de emoción, sencillamente no podía creer que pudiera llevar a casa la comida por la que pagué. En nuestra España de toda la vida, a pesar de postguerras, dictaduras, transiciones y eternas crisis económicas nadie en su sano juicio pediría al camarero que le empacara las sobras para comerlas tranquilamente en casa. Socialmente es inaceptable, se considera demasiado cutre, da igual que hayas pagado una fortuna por la cena o que hayas dejado la mitad de la comida, los restos se quedan en el restaurante y para ser más exactos en la basura. Yo como buen comelón he pasado noches enteras soñando con entrecôtes dejados a medias, con sushis que apenas probé -y que el camarero a toda prisa recogió para preparar la mesa para el turno siguiente- pero eso se acabó, a partir de ahora pienso arrasar con todas las sobras de los restaurantes de Madrid, y practicar sin disimulo el doggy bag.

martes, 17 de julio de 2012

Gracias a ellos

Si algún día fuera miembro del jurado del Premio Cervantes no tendría ninguna duda de a quien concedérselo: a todos esos hispanos que un día emigraron a Estados Unidos y que contra viento y marea han luchado para que sus hijos amen y hablen el castellano. Es gracias a esa gente humilde, muchas veces con pocos estudios, que un día lejano huyeron de la pobreza sin remedio a la que estaban condenados en sus países de origen que nuestro idioma es hablado por más de 30 millones de personas y sea la segunda lengua en este nación. Gracias a la perseverancia de esos padres, a su obstinación en cantarles nanas y cuentos en español a sus hijos, en obligarlos a hablar en casa en la lengua de sus antepasados es que hoy el español está más vivo que nunca. Todos esos campesinos, obreros, empleadas del hogar, camareros, barrenderos se merecerían todos los premios del mundo. Muchos de ellos probablemente nunca habrán oído de la Real Academia o leído a Vargas Llosa o a García Marqués pero saben mejor que toda esa panda de expertos académicos cómo conservar en las peores circunstancias un patrimonio cultural de siglos. Honor a ellos.

jueves, 17 de mayo de 2012

Entrelazados

Mis padres no pueden pasar cinco minutos juntos sin abrazarse. Da igual lo que estén haciendo: sus brazos se buscan, se entrelanzan al ritmo de un vieja sinfonía que dura ya más de cincuenta años. En el supermercado, en el parque, cuando miran la tele o están en Internet buscando remedios caseros y letras de boleros, siempre están el uno al lado de otro mirándose con ternura, haciéndose carantoñas y descifrando juntos los misterios cotidianos. Mi madre suele decir que en el tema de pareja no hay ninguna fórmula mágica más que las ganas de seguir juntos a pesar de la adversidad, de las dudas y las malas rachas. “Que en cinco décadas pasan muchas cosas – me dice mirándome fijamente a los ojos – y a veces se quiere tirar la toalla pero al final hay que dejarse de tonterías, apostar por la persona que uno tiene al lado y estar dispuesto a recomenzar todos los días, ¿Quién dijo que el amor era fácil? ” concluye, mientras acaricia pensativa las manos de mi padre.

martes, 8 de mayo de 2012

Cosas

Un plato, una cuchara, una copa, un pin, un peluche, facturas con dibujos, tarjetas de felicitación, CDs “piratas” con éxitos de los noventa…a simple vista, como cualquier objeto de su especie, poco o nada los hacen especial salvo que por azares del destino acabaron por convertirse en testigos de una época en la vida de uno, que son las épocas que realmente importan, las que establecen los historiadores poco o nada significan para la gente que ríe, sufre y ama. Uno va atesorando esos objetos sin mayor pretensión que la de guardarlos y que en un futuro le sirvan para recordar que la vida no fue un simple sueño y que las huellas quedaron grabadas en el alma. Mañana cuando muera se descubrirán en un cajón todos esos objetos inconexos sin saber que hubo un tiempo en el que tuvieron vida propia y que alguien gracias a esas cosas “ sin valor” amó y fue amado.

miércoles, 25 de abril de 2012

El Lai Fhuc

Puede que nunca saliera en la Guía Michelin y que solo fuera conocido por la gente del barrio pero durante una época para mí fue el mejor restaurante del mundo. Comencé yendo con mi pareja de aquel entonces -como no había mucho dinero en casa era la opción perfecta para las noches de domingo y sentir al menos, que ese fin de semana nos habíamos permitido el “lujo” de cenar fuera- y acabó convirtiéndose en una extensión de la sala de casa a la que llevaba amigos y familiares para celebrar pequeñas victorias o animar los días grises del invierno. Aparte de tener un árbol de escayola en el centro del comedor – nunca supe si por alguna superstición o porque alguien pensó que le daba un aire chic al lugar- no tenía nada que lo hiciera especial salvo que los dueños se esmeraban tanto en atenderte que conmovían: tenían las mesas puestas con primor, solemnemente te daban a probar el vino de mesa como si fuese un Vega Sicilia, esperaban con paciencia a que estudiaras el menú y sonreían complacidos cuando pedías lo mismo de siempre y si dejabas de ir durante un tiempo como amante despechado te recibían con un “¿Qué te ha pasado? ¿Por qué llevas tanto tiempo sin venir?” Sobra decir que poco a poco aquel restaurante de barrio se convirtió en uno de esos sitios que entran a formar parte de tu pequeña historia personal y quedan grabados en el alma. Ayer pasé por el Restaurante. Hace mucho cerró sus puertas pero el rótulo sigue intacto aguantando el paso del tiempo como la memoria del corazón. Nadie entendió por que de repente con una sonrisa nostálgica me puse a fotografiar un local vacío.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...