sábado, 27 de septiembre de 2008

Adiós verano, hola otoño

Pueden llamarme amargado, pero la verdad es que el final del verano me pone "el corazón contento". Siempre me pasa lo mismo: al principio del estío estoy feliz, me parece maravilloso el calorcito, el buen rollito de la gente y esa alegría que irradia todo el mundo.

Pasado algún tiempo, tantas pieles bronceadas, tanto ir y venir de gente con maletas yendo a ninguna parte y a todas partes, tanto gozo exultante a mi alrededor empieza a parecerme un poco hortera y acabo por agobiarme, así que cuento los días para que llegue el sosiego del elegante otoño que todo lo pone en su sitio, que me permite salir de casa sin toparme con las terrazas y ver la tele sin escuchar la canción del verano y al presentador insistiéndome en que a pesar de los 40º de temperatura hay que ser irremediablemente feliz.

Y como todo el mundo habla de la depresión otoñal, sólo por llevar la contraria me pongo otoñalmente feliz, con ganas de bailar cuando el tiempo refresca y los días se acortan. Lo mismo me pasa con la Navidad, tanto insistirme en la felicidad, que termino de mal humor. Menos mal que luego llega Semana Santa, y como en esa época estar de buen humor es pecado, soy feliz como nunca.

sábado, 20 de septiembre de 2008

¿Sobran las palabras?

Casi siempre. Algo imposible de comprender en las culturas latinas, donde hablar, cuanto más alto mejor, es parte fundamental de la vida social. No se entiende una reunión de más de dos personas sin que haya una buena cháchara de por medio, y quien es muy callado es mal visto, etiquetado como una ‘persona sosa’.

En otras culturas la cosa cambia, y se considera que el grado de confianza supremo entre dos personas es la capacidad de permanecer en silencio sin sentirse incómodo: una persona callada es bien considerada e incluso vista como sabia. Es decir, que en esa mundo yo sería un genio porque aquí, tengo la impresión que me consideran un muermo, porque hablo más bien poco sobre todo cuando estoy en grupos grandes y la gente cuenta historias apasionantes tanto que temo interrumpir con mis historias cotidianas y prefiero escuchar.

No siempre fue así, en mis tiempos fui un dicharachero, pero fue pisar suelo español y quedarme sin palabras. Quizá fue la impresión de emigrar, la edad o la pereza de tener que repetir todo dos veces, porque con el acento que tenía –y que tengo– no hay quien se entere de lo que digo. Sea por lo que fuera, aprendí a estar en silencio y a disfrutarlo.

domingo, 14 de septiembre de 2008

Invasiones terrícolas

Que en este universo gigantesco nosotros los liliputienses habitantes de la tierra seamos los únicos habitantes y seres inteligentes suena a coña. No solo por el desperdicio de espacio que eso implica –estamos todos apiñados aquí viviendo en pisitos de cuarenta metros cuando podríamos tener un planeta entero- que contradice cualquier lógica sino porque el cuento de que el hombre es el centro del universo deja muy mal parado a mi buen dios porque en época de crisis que alguien ande por el cosmos creando cosas para que nadie las vea y las disfrute está muy mal visto, podría ser políticamente incorrecto.

Por eso prefiero pensar que en este vasto universo hay muchas civilizaciones que tienen la sospecha de que no están solos en el universo y que, por ejemplo, en Plutón debaten sobre la posibilidad de que haya vida inteligente en el planeta tierra y que por las noches los niños plutonianos tienen pesadillas con invasiones terrícolas, con los humanos, esos seres horribles que tienen dos minúsculos ojos, una boca, la piel de un solo color y lo peor de todo, que se creen los únicos amos del universo.

(Publicado en el periódico Sí se puede)

lunes, 18 de agosto de 2008

Autógrafos que matan

Las chicas se acercaron a pedirme un autógrafo. Como tenía solo 24 añitos y estaba exultante porque era mi primer viaje como corresponsal, y encima me habían encomendado la ‘difícil misión’ de cubrir un concurso de belleza, me pareció lo más normal del mundo que alguien quisiera que estampara mi nombre en una libreta, al lado del "jet set" latinoamericano. Tampoco me sorprendió que, desde la mañana, la gente del hotel estuviese extrañamente amable conmigo tratándome como un rey y no como el pringado periodista que era y sigo siendo.

Con la mayor naturalidad del mundo me puse a firmar autógrafos, hasta que una de ellas me espetó al ver mi nombre: «¿Pero tú no eras el que salía en la telenovela?». Aclarado el misterio: inexplicablemente me habían confundido con el galán de un culebrón venezolano. Si la cosa hubiera quedado ahí, habría sido el mayor piropo de mi vida, pero, furiosas, las chicas al decirles que se trataba de una confusión rompieron el papel al tiempo que una de ellas decía: «Ya decía yo que estaba demasiado acabado, feo y mal vestido para ser él». Ellas se marcharon indignadas y yo me quedé hundido en la miseria.

A los cinco minutos por el ascensor apareció mi "otredad mediática", el actor causante del malentendido. Y descubrí la crudad realidad: parecernos nos parecíamos pero era algo así como en los anuncios del antes y el después. En este caso no cabía la menor duda yo era el de después...me parecía al galán pero después de años de no hacer ejercicio, de noches enteras de farra, de haber sobrevivido a cinco accidentes nucleares...

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domingo, 3 de agosto de 2008

La soledad

Cuando mi madre se pone a filosofar mientras pela patatas –de todo hay en la viña del Señor– suele decir que la soledad es la compañera constante del hombre, que uno nace solo y muere solo aunque esté rodeado de mucha gente. Quizá, como eso me lo viene repitiendo desde que tengo uso de razón (es decir, desde hace relativamente poco tiempo), ya me he hecho a la idea de que la soledad nos tiene atrapados entre sus manos.

Como soy bastante vago, incluso me he resignado y hasta he hecho buenas migas con ella, que al final no es tan pesada como la pintan y siempre tiene algo que enseñarnos, sobre todo a escuchar nuestras voces interiores. No sé si les pasa, pero cuando estoy mucho tiempo rodeado de gente, llevando una gran vida social, acabo con el ánimo putrefacto, empiezo a sentirme un poco tonto y termino echando de menos un rato de soledad para estar frente a frente con ese desconocido que soy yo. Gracias a la soledad he descubierto pequeñas verdades de mí mismo y he llegado a una brillante conclusión: esta vida no hay quien la entienda.

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domingo, 27 de julio de 2008

Mi sueño olímpico


La culpa de todo la tienen mis nulas habilidades deportivas y un curso de protocolo que recibí hace años, cuyo tema era cómo organizar unas olimpiadas. Durante una semana, como quien descubre las claves del bricolaje, un afamado diplomático nos explicó todos los detallitos que teníamos que tomar en cuenta para hacer unos juegos olímpicos alucinantes.

Una maravilla si no fuera porque entre sus alumnos, además de los flamantes estudiantes europeos, estábamos los becados por el gobierno español, chavales que veníamos de Centroamérica, de África Central y de paisitos que ni siquiera están en el mapa, que estábamos flipados pensando en que, para organizar unas olimpiadas en nuestros pueblos, más que dinero harían falta milagros.

En mi caso, eché cuentas y descubrí, por ejemplo, que tendríamos que establecer turnos para inauguración y la clausura porque entre delegaciones, invitados, amigos y familiares nadie cabría en el estadio más grande de la capital, y las villas olímpicas tendrían que situarse en mitad de la selva a tan sólo cinco horas de la ciudad, aunque con el caos del tráfico de nuestras calles serían ocho. Aun así, confieso que mi sueño olímpico es organizar unas olimpiadas en mi pueblo.

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lunes, 21 de julio de 2008

De cañas con el rey

Como a cualquier buen republicano, de firmes convicciones políticas y emigrante en el esplendor de su vida, si hay alguien con el que me encantaría irme de cañas es con el Rey Juan Carlos, ni más ni menos. Algo completamente natural si tomamos en cuenta que lo conozco desde que era un crío y lo veía en los ‘Holas’ viejos que una tía mía guardaba en su casa como joyas de la corona, que hace algunos años me entregó el diploma de un máster y que desde entonces mi madre, en Costa Rica, para envidia de sus vecinas, tiene en casa la imagen con la que un fotógrafo inmortalizó ese momento para gloria de este centraca paleto que no podía creer que estuviera al lado de un rey de carne y hueso.

Desde entonces en el salón de casa, encima del tapete de ganchillo de toda la vida están la foto de boda de mis padres, la de mis abuelos, las de comunión de todos mis primos, y como si se tratase de una típica escena familiar, la foto del Rey y yo. Quizá como la foto lleva años ahí todos se han acostumbrado a ver su Majestad como a alguien más de la familia, por eso no me extraña que cada vez que me llaman desde el pueblo me pregunten por la vida y milagros de todos los miembros de la Familia Real, como quien se preocupa por parientes que hace mucho no ve. Con tanta familiaridad de por medio, he pensado que lo único que me falta es irme de cañas con Don Juan Carlos.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...