Era la “llamada” más importante del día y eso ella lo tenía muy claro así como cada miembro de su prole: desde nuestra corta edad aprendíamos a respetar ese momento, ese tiempo le pertenecía solo a ella y cualquier petición, por más urgente que fuera, podía esperar. Pasados un rato mi abuela reaparecía triunfal, relajada y sonriente porque ya había presentado sus suplicaciones y peticiones al Creador y estaba completamente segura que a su tiempo serían escuchadas, la fiesta podía continuar.
A mi me tranquilizaba bastante tener una abuela que tenía línea directa con Ds, me sentía extrañamente protegido, invencible y orgulloso de esa complicidad que ella tenía con toda la corte celestial a la cual pedirle favores. Mi abuela dejó este mundo hace muchos años, mi madre – que había asumido el testigo aunque más relajadamente (en broma solía decirle que era mal rezadora porque si yo le preguntaba algo me contestaba en mitad de sus oraciones) – también y yo, a estas alturas de la vida extraño la sensación de saber que alguien en algún rincón del Universo me encomienda en sus oraciones.
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