martes, 21 de noviembre de 2023

Desganada

Aquel 31 de diciembre, desde buena mañana doña Lines nos había ido advirtiendo a sus hijos y a mí de que no esperáramos mucho de la cena de fin de año, que no se encontraba “muy allá, un poco desganada…es el frío que me pone así”, pero que “algo” haría. Y dicho esto, tras haber terminado de comer algunas de las delicias que preparaba –no he conocido a nadie que cocine mejor–, mientras nosotros nos echábamos la siesta vespertina después de habernos pegado el atracón, a las cuatro de la tarde volvió a los fogones para preparar “lo que fuera, cualquier cosa”, para la cena de la noche. 

Nosotros fuimos al pueblo y volvimos horas después y nos encontramos a doña Lines atareada en la cocina: para estar “desganada” tenía más energía que un equipo de fútbol, se movía entre verduras y cacharros como si le fuera la vida en ello, como si de su cuchara dependiera la salvación de la humanidad.

A las nueve en punto, cinco horas después de haber empezado a cocinar, nos avisó de que podíamos poner la mesa: “Hala, chicos, pues ya está. A cenar”. Yo, aunque sabía de sobra lo gran cocinera que era, como a mediodía nos había dicho que no estaba muy bien me esperaba un filete y unas patatas, pero no fue así, durante toda la cena estuvo sacando platos: verduras, carnes, pescado, legumbres…, todo impecablemente preparado.

Cuando sacó el cuarto plato todos nos miramos y empezamos a reírnos. Doña Lines la “desganada” nos había preparado una cena digna de marajás. “Y todavía quedan algunas cosas, así que no os llenéis mucho”.Por fin, tras ocho platos anunció el postre, diciendo que no le había dado tiempo más que para preparar peras al vino, pero que teníamos turrones, mazapanes y algunos dulces que le habían sobrado de Nochebuena…en cantidades suficientes para alimentar a un regimento.

Este fin de semana doña Lines se nos fue y no he parado de pensar en esa Nochevieja –quizá una de las mejores que he pasado, no había tenido un buen año, estaba lejos de la familia y era ese calor de hogar que necesitaba– y en tantas ocasiones que me cuidó a pesar de que yo solo era el compañero de piso de su hijo, en cada viaje a su pueblo regresaba a Madrid con unas libras de más y al abrir la mochila siempre me encontraba con mis calcetines zurcidos, con los dobladillos del pantalón bien hechos, con la ropa planchada (con toda seriedad me regañaba si salía a la calle con las camisas arrugadas)…

Sí, como una madre. 


miércoles, 20 de septiembre de 2023

Cenicientas

A partir de los cincuenta años todos deberíamos tener presente que todos somos Cenicienta a las 11:45pm y que la fiesta terminará a las doce en punto. Estamos en los últimos quince minutos del baile y nos toca decidir qué hacemos: si bailamos sin parar el rato que nos queda, si bebemos a borbotones el champán y besamos a quien queramos o si nos quedamos en un rincón quejándonos de lo mal que la orquesta toca, de lo insípida que estaba la comida y del mal rollo que tienen algunos en el salón. 

Tik tak tik tak…el reloj suena y nos avisa que dentro de nada las luces se van a apagar y reinará el silencio eterno.

A los veinte estamos recién llegados al baile, tenemos tiempo de sobra para quejarnos, para no saborear la comida, para no dejarse llevar por la música porque apenas son las cinco de la tarde, el salón está casi vacío y podemos darnos el lujo de esperar. Tenemos tiempo de sobra para no hacer caso de las miradas furtivas, para negar el beso, para no probar los manjares que nos ofrecen, para desperdiciar el vino…total que quedan horas de baile por delante habrá tiempo de sobra para hacer todo lo que queramos.

A los cincuenta, cincuenta y cinco o sesenta, tiempo es lo que nos falta, es algo que se nos escapa como arena entre las manos. Las oportunidades se van reduciendo y las “últimas veces” se van multiplicando porque el tiempo corre de prisa y habrá gente que no volvamos a ver nunca más en la vida, abrazos que nunca daremos, caricias que nunca sentiremos, vinos que nunca probaremos…éste vals que está tocando la orquesta probablemente sea nuestro último vals . 

Quince minutos nos quedan…

lunes, 4 de septiembre de 2023

Fotografías

Durante todos los años que fuimos abuelo y nieto, nuestro nexo de unión siempre fueron las fotografías. Tras fundirse conmigo en un abrazo y decirme lo contento que estaba con mi visita –se emocionaba mucho cuando me veía- mi abuelo Mario me mandaba a sacar del armario una caja en la que guardaba decenas de fotografías de momentos familiares cuidadosamente fechadas en la parte de atrás.

“Mirá ahí está su papá, cuando cumplió 12 años le regalamos una cámara y lo llevamos a estrenarla al volcán, estaba feliz de la vida…a que no sabe quien es ésta señora? Su bisabuela Carlota, ahí estamos vistandola con Luis de meses...mirá esta foto, fue la vez que me disfracé de duende y su abuela de hada…que tiempos aquellos!!!”Con cada fotografía mi abuelo sonría con nostalgia, se quedaba pensativo como tratando de evocar en su memoria cada pequeño detalle para contármelo todo de ese viaje, ese cumpleaños, ese día cotidiano en el que había pillado a mis tíos jugando con su perro.

Pocas veces nos sentamos a conversar sin que mediara una fotografía. Era nuestra manera de estar estar juntos, me hacía feliz verlo tan contento y esas tremendas ganas de ponerme al día con el pasado, como si me hubiese escogido heredero de sus recuerdos. 

La caja de fotos  terminó en casa. Cuando voy de visita la abro de vez en cuando, urgo en ella como si fuera la memoria de mi abuelo. De muchas fotografías sé la historia completa, de otras la desconozco por completo, supongo que esos señores que me miran tan serios que me “saludan” desde el pasado eran familia mía y que están ahí para recordarme que soy parte de algo más. Repaso la fotos, las veo con cariño y sí, a mis casi sesenta hecho mucho de menos esas tardes con mi abuelo Mario.

martes, 29 de agosto de 2023

Millonaria

Durante los últimos meses de vida de mi vieja a menudo me repetía que no me preocupara por el tema monetario porque ella tenía “ahorros”, lo decía con total aplomo, con la seguridad de quien tiene una inmensa fortuna y que podría felizmente vivir sin preocupación alguna, “así que tranquilo, no se preocupe que en alguna forma tiramos para adelante”.

Días después de que falleciera, al cerrar su cuenta bancaria descubrimos que sus “riquezas” no llegaban ni siquiera a modestas, eran una suma mínima que había ahorrado a lo largo del tiempo de lo poco que le sobraba de su pensión…era poquísimo dinero pero ella se sentía millonaria. Con el tiempo he llegado a la conclusión que esa actitud la mantuvo a lo largo de su vida, solía repetir que el dinero no era problema, que mientras se tuviera salud y trabajo había mil formas de llegar a fin de mes, quizá por eso nunca la escuché quejarse por la economía familiar.

Sin dudarlo, esa actitud de mi madre fue la gran salvación en época de vacas flacas cuando era difícil mantener la esperanza como cuando mi viejo se quedó sin trabajo y cinco personas dependíamos de su salario para vivir…nunca nos faltó nada, de lo poco se “hacía” mucho, se sale de cualquier circunstancia sin perder la serena convicción de que todo pasa, optimismo a prueba de fuego…el legado de mi madre, la “millonaria”.


martes, 15 de agosto de 2023

Perdonar

Por un conjunto de malas decisiones en varios aspectos de su vida, allá por 1977, mi padre perdió su trabajo y estaba a punto de perder su matrimonio. Por aquel entonces yo tenía 11 años y me daba cuenta que las cosas iban francamente mal por que veía a mi vieja agobiada, a mi padre derrotado y escuchaba más que nunca la palabra divorcio cada vez que llegaba alguna visita a casa. Yo tenía sentimientos divididos porque por un lado entendía por lo que estaba pasando mi viejo pero por otro estaba furioso con él porque de zopetón mi mundo estaba a punto de cambiar.

Fue por ese entonces que mi madre nos llamó a la cocina a mí y a mis hermanas para decirnos que no teníamos que estar enfadados con él, que era un ser humano y como tal cometía errores y que a lo mejor nosotros de adultos cometeríamos los mismos y que al contrario,  teníamos que amarlo más que nunca, estar cerca de él y tener presente lo más importante para él éramos nosotros. Además, nos decía que estuviéramos tranquilos porque el divorcio ni se lo planteaba porque lo amaba a él y no podía dejarlo solo justo cuando más lo necesitaba, y que de eso se trababa el amor de perdonar y seguir adelante.

Dicen que hay momentos en los que lo seres humanos somos mejores que los ángeles, yo creo en ese instante y en los años posteriores, mi vieja lo fue porque acampañó a mi padre en uno de los períodos más difíciles para él y lo sacó adelante. Sé que para ella no fue fácil y que pasaron algunos años antes que las aguas volvieran completamente a su cauce pero la lección de perdón que nos dio nos quedó tatuada en el alma.  


lunes, 14 de agosto de 2023

Barbie y Ken

Ser el único chico del barrio que tenía un Ken me trajo una inusitada fama  entre las niñas que no paraban de invitarme a jugar con ellas,  y el escarnio de los energúmenos  mini machos alfas del barrio para los para divertirse solo existían la mejenga (fútbol), bicicleta o pasear por el barrio haciendo gamberradas fuera de eso cualquier pasatiempo que uno tuviera, como leer y jugar con el Lego, se consideraba sospechoso, poco de hombres.

La verdad yo lo que quería era una figura de acción como el Madelman o Big Jim pero como en Costa Rica la moda de figuras de acción llegó con bastante retraso no me quedó más remedio que, con un dinero que mi abuela me había dado, comprarme al marido de la Barbie, no tenía manos articuladas y era bastante soso pero me servía para jugar de misiones con una figura de el indio Jerónimo y su caballo que me tía de Estados Unidos me había enviado.

A falta de referentes y de cultura general en el barrio se corrió la voz que yo jugaba con Barbies. Lo que nadie sabía era que nuestros juegos eran auténticos culebrones en los que Ken tenía amantes, hijos con todas y Barbie no era tampoco una santa paloma, por supuesto cuando la célebre pareja jugaba al médico o se besaban nosotros teníamos que hacer lo mismo,  eso nunca lo imaginaron los chicos del barrio que en más de una ocasión aparte de hacer burla llegaron a tirarme piedras. 

Así mientras la pandilla de muchos chicos pasaba el verano en pleitos callejeros, llenos de golpes y a años luz de ser besados por cualquier niña, yo pasaba el tiempo fresquito, a la sombra dejándome querer por las chicas –todas querían ser novias mías- y consentir por las madres con meriendas especiales... como todo un mini playboy, un latin lover en potencia.  

 

 

jueves, 3 de agosto de 2023

Crecer

Crecer me sentó fatal, me vino mal pegar el estirón a los doce años porque de la noche a la mañana tuve que amoldarme a una dimensión desconocida, a ser un niño atrapado en el cuerpo de un adolescente. A los doce años yo solo quería pasar las tardes de verano correteando libre por el barrio, jugando a policías y ladrones, al escondido, al frío-caliente o pasar la tarde con mis aviones o con las naves de Star Wars que de un amigo mío y con el Landspeeder que yo me había comprado a pagos junto con una figurita de Luke Skywalker.

De sopetón todo eso se terminó porque, entre otras cosas, mis amiguitos de barrio por esa época tenían ocho y diez años y mi “estirón” nos había separado abruptamente. Los primeros en hacérmelo notar fueron los obreros de construcción que abundaban en aquella época en la el barrio que vivía un verdadero boom de la construcción. Yo pasaba raudo y feliz corriendo con mis amigos y de pronto escuchaba chiflidos, insultos y comentarios absurdos de albañiles y carpinteros, el proletariado suele ser cruel no, cruelísimo como bien lo descubrió toda la aristocracia rusa allá por 1917. 

Así que obligado por las circunstancias poco a poco comencé a alejarme de mis amigos, si venían a buscarme siempre daba una excusa: que estaba castigado, que me dolía una muela o que tenía que esperar alguna de mis hermanas porque habían salido sin llaves. Cerraba la puerta muerto de rabia porque la tarde estaba preciosa como para jugar quedó o simplemente andar caminando por el barrio contando chistes. Llegó el día en que el timbre no sonó más y yo me convertí en un adolescente taciturno porque no estaba para nada convencido de estar entrando en el mundo de los adultos a la fuerza, contra mi voluntad…y es precisamente como me siento ahora cuando me acerco peligrosamente a los sesenta años.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...