viernes, 11 de febrero de 2022

El último regalo

 

¿Quién es un hombre adulto?
Aquel que ha perdido a sus padres.
La frase la leí hace algunos años y aunque puede prestarse a muchos análisis esconde una gran verdad porque los padres son el último nexo que tenemos con la infancia. Los hermanos y otros familiares también pueden serlo pero ellos no han dedicado tiempo en verte crecer, en guardar cada pequeño detalle de tus primeros años de vida. Los padres son nuestro archivo personal, registran anécdotas tuyas y a menudo te sorprenden con algún comentario sobre algo que hiciste con cinco años. Por eso dicen que uno de los duelos que se hace con la pérdida de los padres es el de la infancia.

Se fueron ellos, oficialmente se terminó tu infancia.  

Mi viejo pocos meses antes de morir, cuando eran más frecuentes sus “despistes” apareció un día con un avión de juguete para mí. ¿Qué necesidad tendría él de gastarse parte de su pensión en comprarme un regalo? En su momento me dio risa y luego mucha ternura cuando descubrí que no era un regalo para mí, sino para el niño que fui...se me había olvidado por completo lo mucho que me gustaban los aviones de niño y cómo pasaba largas horas jugando con ellos. No me acordaba de eso. Mi viejo sí y sin pedir permiso estaba “puenteando” al adulto aburrido en que me he convertido para comunicarse con el niño que fui y que se habría vuelto loco de felicidad con ese avión.
Lo curioso es que ese avión fue el último regalo que me hizo, es decir se estaba despidiendo de mí con todo un homenaje a mi infancia. 

jueves, 10 de febrero de 2022

De alguna forma


Daba igual no llegar a fin de mes o estar en una situación límite en la que uno sentía que ya no podía más, mi vieja escuchaba impávida el “drama”, lo meditaba y te decía que no importaba porque de alguna forma siempre se salía adelante. Más que una frase hecha, creo que para ella era su filosofía de vida y su forma de echar para adelante en los días más difíciles.

A menudo se la escuché diciéndoselo a mi viejo cuando había que enfrentar un gasto extra que significaba una mini hecatombe en las frágiles finanzas familiares, y a nosotros sus hijos cuando nos agobiábamos por el trabajo o por cualquier situación familiar, para ella la vida siempre se salía con la suya y uno sin darse cuenta seguía como si nada.

 De alguna forma se las arregla uno para seguir viviendo tras la derrota, tras una crisis económica, tras el desamor…hay que apostar por la vida. Decía ella que había pasado por muchas cosas en su vida, por momentos en los que quería tirar la toalla porque nada parecía tener solución  y sin embargo seguía tan campante como siempre, “después de todo lo que hemos pasado, aquí estamos conversando, riéndonos de todo, para que usted vea”.

domingo, 2 de enero de 2022

Castigado

 

Conocí a Mariana cuando ella tenía unos seis años. 

Estábamos haciendo visita en casa de un amigo y en un momento determinado pusieron una canción de Robbie Williams y nos pusimos a bailar en el patio. Ella me miró de arriba a abajo con sus ojillos inquisidores y me puso la cruz, seguramente pensó que era lamentable que un adulto de pronto se estuviera comportando como un adolescente, improvisando pasos de baile y haciéndole bromas.
Desde ese día no hubo forma de reivindicarme.

Mariana era la hija menor de un amigo mío y padecía autismo, siempre tuvo una salud frágil pero ganas de sobra de ponerme en mi sitio. Daba igual que fuese buena gente con ella, que le halagara su melena negra y que fuera formalito, si alguien le preguntaba cómo me estaba portando su respuesta siempre era la misma: “Mal. Está castigado”.

Por supuesto que en mi presencia nunca me decía nada, dejaba dócilmente que yo la ayudara a terminar de colorear sus dibujos y que la guiara cuando pegaba calcomanías en un libro pero bastaba con que me diera la vuelta para que empezara a pelear conmigo y a insultarme. 

Me contaba su padre que a menudo el tema de conversación era yo y lo mal que me portaba.

“-¿Y que hacemos con Pepo? ¿Le pegamos?”

Y la traidora movía su cabeza en gesto afirmativo con todo el entusiasmo del mundo (habráse visto!!!).

Hace pocos meses, a sus 26 años, mi amada enemiga nos dejó para transformarse en el ser de luz que siempre supimos que era desde niña. Nunca sabré exactamente que signifiqué en su silenciosa vida pero si que su breve paso por este mundo nos hizo a todos mejores personas… y que se fue de esta vida dejándome castigado como ella quería.

En memoria de Mariana González


jueves, 30 de diciembre de 2021

El Matamoscas

Dicen que los objetos tienen vidas insospechadas, muchas veces lejos del fin por el que fueron creados, por ejemplo el matamoscas de la casa de mis padres. A simple vista es un triste matamoscas que no costó más de dos dólares, una cosa de plástico inerte que solo sirve para espantar y matar bichos pero durante una época fue para mí una especie de varita mágica para hacer reír a mis padres.

Como en sus últimos meses de vida mi viejo le hizo las noches imposibles a mi madre, por las mañanas después de desayunar en la cocina yo me ponía detrás de mi padre a imitarlo mientras él lentamente caminaba para el dormitorio: me ponía detrás de él cojeando, agitando el matamoscas, golpeándolo contra la mesa y diciéndole a mi vieja “A éste señor lo que hace falta es mano dura para que la deje dormir, hágame caso…déle chilillo”, ella soltaba la risa, mi padre volvía a ver para atrás, se reía con ganas, hacía un gesto con la mano -el típico de mandar a freír churros a alguien- y seguía su camino. Por cinco minutos la vida se detenía, los tres nos olvidábamos de pandemias y demases, nos mirábamos a los ojos y nos sentíamos con el suficiente optimismo para ver la vida con optimismo.

Tras la partida de mis viejos el matamoscas perdió toda su magia y volvió a ser un triste matamoscas.

viernes, 26 de noviembre de 2021

Aguinaldo

 

El día que le daban el aguinaldo a mi madre era fiesta “nacional” porque por una vez al año el dinero “no importaba”, y por unos días nos dábamos vida de ricachones. 

De la noche a la mañana en casa reinaba la abundancia, por ejemplo, las uvas y manzanas de plástico del centro de mesa se sustituían por unas verdaderas, de esas que se podían comer era lo más de lo más (por supuesto había que rendirlas).

Llegábamos del súper cargados de chocolates gringos, quesos holandeses, galletas danesas, si algo nos gustaba simplemente se echaba en el carrito de la compra sin mirar precio y sin que mi vieja sacara la calculadora, que siempre llevaba, para saber si le alcanzaba o no.

Para mí la llegada del aguinaldo no significa otra cosa más que POR FIN podía estrenar. ¡Qué alegría me entraba en el cuerpo cuando mi madre me pedía que le “guardara” un día para irnos de compra!

Ese día salíamos después de comer, nos íbamos en autobús y nos regresábamos como millonarios en taxi, cargados de paquetes, después de haber recorrido las tiendas de la capital buscando lo que yo quería y tras haber pasado a cenar a una pizzería o a un chino finolis, de esos a los que iba la gente tuyú.

Había magia en ver a mi madre tan feliz y despreocupada, repitiendo que para algo había trabajado fuerte durante el año, para poder darnos algunos caprichos, como el de comprarme unas Adidas en lugar de las Bilsa nacionales de siempre.

La última vez que hicimos eso fue hace unos tres años, que vieja estaba más que harta de verme con el mismo pantalón de siempre, hizo el ademán de darme el dinero para que fuera a comprármelo pero le dije que de eso nada, se venía conmigo de compras o seguiría con el vaquero roto eternamente.

Ese día, mientras mi padre nos esperaba en el coche, aunque a paso lento porque a mi madre ya le costaba caminar, recorrimos el centro comercial entrando de tienda en tienda, contentos de vivir ese momento y tan despreocupados que al llegar a casa descubrimos que gran parte de la compra la habíamos dejado en el casillero del Supermercado.

Los dos comenzamos a reírnos, mi vieja contándole a mi hermana: “es que cuando uno anda feliz se le olividan las cosas”.


jueves, 14 de octubre de 2021

¿Hay algo que celebrar?

 

Después de la pérdida de mi padre por un ataque al corazón y dos meses después la de mi madre por COVID el año pasado, del largo luto en plena pandemia, de años sin trabajo fijo y una eterna economía de guerra ¿Hay algún motivo para el júbilo? ¿Para la risa?

Hay gente que dice que nunca celebra su cumpleaños, que es una fecha cualquiera y que no hay nada que celebrar, yo discrepo en absoluto por una sencilla razón: aunque la vida no haya sido como tú quieres probablemente aquel día fue un gran día para tus padres y para tu familia, una fecha marcada y esperada en el calendario como es mi caso.

Mis padres no se cansaron de decirme lo maravilloso que había sido ese día, uno de los más felices de su vida y mi vieja decía que esos nueve meses se le habían hecho eternos porque no deseaba otra cosa que ver mi cara. ¿Cómo no voy a celebrar eso? ¿Cómo no voy a aplaudir y hacerle la ola a la vida por haber sido tan esperado y tan amado?

Tras el año pasado y su tristeza yo me declaro abiertamente partidario de las celebraciones.
Las cosas malas tarde o temprano nos pasarán, como es ley de vida, la enfermedad y la muerte tocarán a nuestra puerta mucho antes de lo esperado por lo que tenemos que aferrarnos y festejar, las pequeñas y grandes alegrías que tenemos, descorchar el mejor champán cuando la vida nos sonríe…celebrar bodas, cumpleaños, ascensos laborales, compra de casa, de zapatos nuevos...cualquier cosa debería ser excusa para hacer un brindis y declararnos en día de fiesta nacional.

lunes, 4 de octubre de 2021

Mudanza

 

Mi vieja y yo estábamos nostálgicos.

Ese día nos no sólo nos mudábamos de la casa en la que habíamos vivido 18 años sino que además nos íbamos del pueblo. Estábamos tan tristes que pedimos ser los últimos en dejar la casa. Con el salón vacío nos sentamos en el suelo, nos dimos la mano -como solíamos hacer cuando hablábamos de cosas serias- y empezamos a pasar revista por todas las cosas buenas que nos había pasado ahí pensando cuán agradecidos teníamos que estar porque de una manera u otra la familia había progresado.

Mis padres habían llegado a esa casa  en plena crisis matrimonial, sin saber muy bien si continuarían o no y ahí precisamente poco a poco habían ido arreglando sus diferencias hasta volverse a reencontrar y a quererse como nunca, mis hermanas y yo habíamos llegado siendo casi niños y nos marchábamos ya mayores con un futuro profesional prometedor. Mi vieja decía que habían habido épocas en las que no sabía muy bien si durante el mes se iba a tener lo suficiente para la comida ó para el alquiler pero que al final el salario se le "estiraba" y alcanzaba para todo...era como si la vida fuera un constante milagro porque bajo ese techo siempre, siempre se salía adelante.

 La última imagen que tengo de ese día es mi madre y yo subidos en el asiento trasero del coche, con lagrimones mirando para atrás, sintiendo que parte de nuestro pasado se iba alejando.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...