martes, 5 de marzo de 2024

Uber Deluxe

 

Por ese entonces en mis tiempos libres trabajaba para un ex presidente de Costa Rica. Había comenzado a colaborar con él en Madrid y desde el primer momento había muy buen “feeling”, casi como el de dos viejos amigos que se vuelven a encontrar por el camino. Todo el nerviosimo que puede producir conocer a una de las grandes figuras de la política nacional se desvaneció al instante cuando me recibió en calcetines en su despacho y tras un abrazo me pasó adelante. Cinco minutos después, enfrente de su asistente, me estaba entregando todas las claves de sus redes sociales diciéndome: “Pongo mi vida en sus manos, para que vea la confianza que me inspira” (Siempre me dio vértigo pensar en la responsabilidad que estaba asumiendo). 

Aquello fue el inicio de una colaboración de años en las que me convertí su voz en las redes sociales y en la que las reuniones de “trabajo”-que en realidad eran un café informal en el que nos poníamos al día de la política nacional- siempre eran dónde “coincidiéramos” en Madrid, Nueva York y Costa Rica, como sucedió ese día de diciembre cuando al final de una reunió en un restaurante de San José y después de pagarme los honorarios le dije, “pues que problema para usted, porque yo con ese dinero no me animo a montarme en bus, ni un taxi…me va a tener que ir a dejar, eso si, tengo que pasar a una panadería antes, que tengo que llevar el pan para el café”.

El expresidente accedió en medio de carcajadas y no solo me llevó a casa, y me paró en la panadería, sino que se bajó a conocer a mis padres porque como siempre decía que yo era una eminencia digital, el “Steve Jobs” tico, había que conocer a mis papás pero para mala suerte mis padres no estaban en casa.

Por la noche cuando le conté a mi padre cómo había llegado a casa no paró de reírse, “¿Usted se da cuenta de lo que hizo?, usó como Uber a un expresidente de la República, hijo de una benemérito de la Patria, qué barbaridad, ¡con usted hay que tener un cuidado!” 

viernes, 1 de marzo de 2024

2012

 

Se suponía que el 2012 iba a ser el PEOR año de mi vida.


En Enero había terminado una relación de quince años y en mi imaginación ya había visualizado como serían los meses venideros: sumido en la más profunda depresión, llorando por los ricones y suplicando por una vuelta a esos años de convivencia mutua que en momentos como ése uno tiende a idealizar hasta tener la imagen de la clásica película de Disney en los protagonistas cantan y bailan mientras los pajaritos del bosque hacen la cama, olvidando los tiempos difíciles. De sobra sabía lo que vendría y daba por un hecho que no lo pasaría mal sino re-mal, viviendo la pesadilla de mi vida pero todo cambió tras recibir la propuesta más insólita de mi vida en boca de un primo: “¿Y si te vienes una temporada a Nueva York?”. 

Al principio me pareció una idea descabellada porque estaba en paro y los pocos ahorros que tenía había que guardarlos para los deprimentes meses venideros  -sí estaba en paro y con el corazón roto- pero tras pensarlo me pareció que una propuesta así nunca nadie más me la haría, así que regalé lo poco que tenía y me embarqué hacia lo insólito sin saber lo que me esperaba. Aquella decisión cambió todo en mi vida, el duelo seguía pero entre la eterna novedad de la Gran Manzana, las multitudes en las calles, y volver a la vida de estudiante al matricularme en un curso de inglés en un College, sentí que Nueva York me estaba rescatando y que el futuro volvía a sonreírme. 

Sin duda alguna fue uno de mis mejores años, y a lo mejor en que tuve cambios más grandes, una época en la que no paré de conocer gente absolutamente adorable y de vivir situaciones -algunas surrealistas-  en las que el Vida parecía estar riendo conmigo, enamorándome y diciéndome “¿Lo ves cariño? Al final no era para tanto, algo bueno te esperaba”. Claro que la pérdida dolía, y mucho, pero tenía más que claro que aquello no era el fin del mundo, que valía la pena seguir intentando ser feliz.

lunes, 26 de febrero de 2024

Susan Sontag

 

Gloria nunca supo lo que me hacía trabajar. Como desde que nos conocimos me puso la etiqueta de “intelectual” durante años cada vez que yo sabía que nos íbamos a encontrar comenzaba a leer todas las columnas de opinión y reseñas de libros de filosofía para no defraudarla. Gloria era la tía de mi ex, y no sé por qué desde nuestro primer encuentro quedó encantada porque POR FIN decía ella, había encontrado un interlocutor con el cual hablar de sus cosas, “sus cosas” eran historia, arte, política y literatura. Como lectora consumada que era, se devoraba cuanto libro hubiera y a falta de poder hablar con alguien cuando nos veíamos me pillaba por banda al momento de la cena con preguntas del estilo “¿Guille, recuerdas lo que decía Susan Sontag sobre la sociedad de consumo?”

Por supuesto nunca sabía la respuesta y me hacía chiquitito en la silla, sudaba frío porque era como estar en los exámenes finales pero salía del apuro en cuanto ella me daba una pista, “Ah, sí, eso lo planteaba el materialismo histórico desde siempre”- ahí descubrí que haber estudiado Ciencias Políticas no fue una inutilidad del todo porque da mucho tema de conversación- y ella asentía triunfal con la cabeza, levantando la copa y diciendo “Exacto. Pues brindemos por ello”. 

Hace años que Gloria dejó este mundo,  para su disgusto durante un gobierno del PP –siempre decía que ella NUNCA le daría el placer a un gobierno de derechas de ahorrarse su pensión-, pero la sombra alargada de esas conversaciones entrañables que mantuvimos, casi siempre con una copa de vino en la mano, me acompañaban siempre sobre todo cuando pienso en lo triviales que nos hemos vuelto en estos tiempos de los influencers de cuarta, en los que parece que triunfó la barbarie como solía decir ella.


viernes, 16 de febrero de 2024

Derrotando a Scrooge

Una de mis grandes luchas es no convertirme en un viejo amargado.

Conforme voy acumulando años de vez en cuando enfrento situaciones en las que sería relativamente normal crisparse –da la impresión que la vida te está constantemente poniendo a prueba- pero en las que siempre me pongo freno, intento desactivar rápidamente el malestar porque si de algo estoy seguro es que no hay nada peor en el mundo que ser un señor regañón y criticón, a los jóvenes los berrinches y el estar de mal humor hasta puede quedarles bien pero a partir de cierta queda fatal porque no hay quien aguante a un viejo amargado. 

El verano pasado en Israel estaba en el gimnasio cuando de pronto, esperando por la máquina, había un chaval de unos once años. Mi primera reacción fue buscar al adulto que estaba con él y que seguramente querría la máquina pero no, estaba solo y quería usar mi misma máquina. De pronto el señor amargado de casi 60 años que hay en mí estaba molesto porque tenía que darle la máquina a un chiquillo, se supone que los gimnasios son para gente mayor de edad, no para infantes que a esas horas deberían estar jugando a la playstation. El chico por señas me preguntó si podíamos turnarnos resignado le dije que si pensando en que no sería yo quien le impidiera a las nuevas generaciones ponerse en forma. 

Al final mi entreno fue normal,nos turnamos sin problema la máquina y a buen ritmo pero la magia sucedió cuando el chiquillo terminó de usar la máquina, con una sonrisa de oreja a oreja me dio la gracias chocamos los cinco en plan  coleguita, parecía realmente orgulloso de haber entrenado con un mayor. Sobra decir que salí de ahí, orgulloso porque el viejo amargado –el Scrooge que vive en mi- había sido derrotado, y fui el abuelito super cool y buena onda que aspiro ser. 

jueves, 1 de febrero de 2024

La culpa no era mía

Durante décadas me he sentido culpable por haber echado a perder la foto de sexto grado, se suponía que iba a ser un recuerdo entrañable para la posteridad pero este servidor, seguro por no entender las indicaciones del fotógrafo Nicky,  en el momento del disparo bajó la cabezota como si algo se me hubiese caído y así quedé retratado. Villalta y Perera, que no había quien los aguantara, montaron en cólera porque la foto había quedado horrible por mi culpa y la verdad tenían razón, quedó fatal. 

Bastante mal me sentí ese día pero conforme pasan los años siempre que miro la foto me río porque a simple vista quedé como el tarado oficial de la clase, me imagino a hijos y nietos preguntando con lástima por ese chiquito de gafas que parece que está en otro mundo y me divierte imaginar las respuestas más inimaginables. 

Sin embargo la culpa nunca la tuve yo sino la maestra, a la que de fijo el fotógrafo le pasó decenas de pruebas y lo de siempre, escogió en la que ella salía menos arrugada -que bastante mayorcita estaba en ese entonces - sin tomar en cuenta que el gafotas no entendió bien cuando el fotógrafo le dijo que bajara un poco la cabeza para no parecer tan grandote y aunque dicen que todos los muertos son buenísimos y que no hay que molestarlos desde este rincón del planeta Tierra interrumpo su descanso eterno para presentarle mi más enérgico reclamo: “Queridísima Niña Miriam, la culpa la tuvo usted y no yo”.


martes, 30 de enero de 2024

Alivio

 Harto estaba que medio mundo me dijera que me había vuelto obsesivo, paranoico e hipocondriaco porque  tras la angioplastia no paraba de sentirme mal con molestias constantes que me impedían llevar una vida normal. Por fin tras un grave incidente que tuve en la calle y tras revisarme, el cardiólogo accedió a darme la orden de internamiento pero recomendando una revisión en psiquiatría (me imagino que para descartar que mis molestias eran producto de mi imaginación aunque las pruebas dejaban entrever un funcionamiento anormal del corazón).

Ya ingresado, una psiquiatra muy seria me atendió y me prescribió una ristra de medicamentos y me marcó día para la próxima cita con lo cual mi conclusión era que sí, que estaba perdiendo los papeles y que mis próximas vacaciones serían en cualquier asilo. Llegó el día de la segunda intervención, el intervencionista de turno –que me había hecho la primera operación- malhumorado porque era un sábado 20 de diciembre por la tarde, y a esa hora debería estar con un whisky en la mano, no paró de regañarme e indirectamente de decir que por culpa de mi “locura” y de mis males imaginarios psicosomáticos estaba poniendo en peligro su prestigio profesional.

Durante un buen rato no paró de sermonearme hasta que inició el procedimiento y tras deslizar el cateter hasta dar con una pared de la vena y provocarme una descarga por "accidente" puso gesto de preocupación y guardó silencio absoluto al tiempo que empezó a dar instrucciones a sus compañeros…para mi alegría “algo” había y serio, a juzgar por el semblante de la gente del quirófano. Es decir que en ese momento me estaba curando de mi locura y la confirmación me la dio mi cardiólogo al día siguiente: el primer procedimiento me lo habían hecho mal tanto que los stents me estaban bloqueando la circulación de la sangre por el corazón, es decir que  en cualquier momento cantaba viajera. Nunca hubo nadie más contento ni más aliviado que yo, no me estaba volviendo loco de atar es que estaba a punto de morir, que alegría más grande.

lunes, 8 de enero de 2024

Realismo político

Por aquel tiempo la autonomía universitaria se defendía a capa y espada  y esa era el lema cuando unos compañeros de Ciencias Políticas me pusieron como flamante candidato a la presidencia de la asociación de estudiantes. Todo iba viento en popa hasta que el otro partido empezó a hacer una campaña con grandes despliegues: mientras nosotros hacíamos todo a mano, escribiendo pancartas con rotuladores, haciendo guirnaldas de papel caseras –una tarde entera tuve a mi vieja recortando y pegando insignias- el otro grupo mandaba a imprimir todo  con una calidad de papel de primera clase, haciendo un despliegue de medios nunca visto. 

A mi no me importaba, la verdad no quería ganar las elecciones porque estudiando dos carreras y trabajando no tenía tiempo de nada pero mi jefe de campaña estaba alarmado, “mae, hay que conseguir plata de dónde sea, no podemos ser los limpios de la facultad, estamos dándo lástima”. Un día al final de clase me convocó a una reunión por la zona más oscura de la Universidad, por el centro de recreación, y me pidió que no fuera acompañado. 

Al llegar había una camioneta con los vidrios polarizados estacionada, y  mi jefe de campaña estaba en la puerta esperándome. Cuando me monté casi me voy de espaldas al encontrarme sentados esperándome a dos asistentes de profesores estrechamente vinculados a los dos grandes -y eternamente enfrentados- partidos políticos nacionales de ese entonces. Los dos “enemigos acérrimos” que se odiaban a muerte, me pusieron en medio, me saludaron rápidamente y cada uno me dió un sobre con dinero mientras me deseaban suerte bajo promesa de no decir nada.

Cinco minutos después estaba fuera reclamándole a mi jefe de campaña por no haberme avisado antes – probablemente habría salido corriendo a coger el bus de la U y así desentenderme de todo – y porque como como nunca he sabido mentir problemente me pondría rojo como un tomate si me preguntaban por las fuentes de financiación en el debate. Mi amigo dio por cerrado cualquier reclamo: “Agradezca porque ya tenemos plata y porque acaba de recibir una lección pagada de realismo político: cuando algo les interesa a los políticos se ponen de acuerdo, lo demás es pura vara”. 

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...