jueves, 10 de febrero de 2022
De alguna forma
domingo, 2 de enero de 2022
Castigado
Conocí a Mariana cuando ella tenía unos seis años.
Estábamos haciendo visita en casa de un amigo y en un momento determinado pusieron una canción de Robbie Williams y nos pusimos a bailar en el patio. Ella me miró de arriba a abajo con sus ojillos inquisidores y me puso la cruz, seguramente pensó que era lamentable que un adulto de pronto se estuviera comportando como un adolescente, improvisando pasos de baile y haciéndole bromas.
Desde ese día no hubo forma de reivindicarme.
Mariana era la hija menor de un amigo mío y padecía autismo, siempre tuvo una salud frágil pero ganas de sobra de ponerme en mi sitio. Daba igual que fuese buena gente con ella, que le halagara su melena negra y que fuera formalito, si alguien le preguntaba cómo me estaba portando su respuesta siempre era la misma: “Mal. Está castigado”.
Por supuesto que en mi presencia nunca me decía nada, dejaba dócilmente que yo la ayudara a terminar de colorear sus dibujos y que la guiara cuando pegaba calcomanías en un libro pero bastaba con que me diera la vuelta para que empezara a pelear conmigo y a insultarme.
Me contaba su padre que a menudo el tema de conversación era yo y lo mal que me portaba.
“-¿Y que hacemos con Pepo? ¿Le pegamos?”
Y la traidora movía su cabeza en gesto afirmativo con todo el entusiasmo del mundo (habráse visto!!!).
Hace pocos meses, a sus 26 años, mi amada enemiga nos dejó para transformarse en el ser de luz que siempre supimos que era desde niña. Nunca sabré exactamente que signifiqué en su silenciosa vida pero si que su breve paso por este mundo nos hizo a todos mejores personas… y que se fue de esta vida dejándome castigado como ella quería.
En memoria de Mariana González
jueves, 30 de diciembre de 2021
El Matamoscas
Como en sus últimos meses de vida mi viejo le hizo las noches imposibles a mi madre, por las mañanas después de desayunar en la cocina yo me ponía detrás de mi padre a imitarlo mientras él lentamente caminaba para el dormitorio: me ponía detrás de él cojeando, agitando el matamoscas, golpeándolo contra la mesa y diciéndole a mi vieja “A éste señor lo que hace falta es mano dura para que la deje dormir, hágame caso…déle chilillo”, ella soltaba la risa, mi padre volvía a ver para atrás, se reía con ganas, hacía un gesto con la mano -el típico de mandar a freír churros a alguien- y seguía su camino. Por cinco minutos la vida se detenía, los tres nos olvidábamos de pandemias y demases, nos mirábamos a los ojos y nos sentíamos con el suficiente optimismo para ver la vida con optimismo.
Tras la partida de mis viejos el matamoscas perdió toda su magia y volvió a ser un triste matamoscas.
viernes, 26 de noviembre de 2021
Aguinaldo
El día que le daban el aguinaldo a mi madre era fiesta “nacional” porque por una vez al año el dinero “no importaba”, y por unos días nos dábamos vida de ricachones.
De la noche a la mañana en casa reinaba la abundancia, por ejemplo, las uvas y manzanas de plástico del centro de mesa se sustituían por unas verdaderas, de esas que se podían comer era lo más de lo más (por supuesto había que rendirlas).
Llegábamos del súper cargados de chocolates gringos, quesos holandeses, galletas danesas, si algo nos gustaba simplemente se echaba en el carrito de la compra sin mirar precio y sin que mi vieja sacara la calculadora, que siempre llevaba, para saber si le alcanzaba o no.
Para mí la llegada del aguinaldo no significa otra cosa más que POR FIN podía estrenar. ¡Qué alegría me entraba en el cuerpo cuando mi madre me pedía que le “guardara” un día para irnos de compra!
Ese día salíamos después de comer, nos íbamos en autobús y nos regresábamos como millonarios en taxi, cargados de paquetes, después de haber recorrido las tiendas de la capital buscando lo que yo quería y tras haber pasado a cenar a una pizzería o a un chino finolis, de esos a los que iba la gente tuyú.
Había magia en ver a mi madre tan feliz y despreocupada, repitiendo que para algo había trabajado fuerte durante el año, para poder darnos algunos caprichos, como el de comprarme unas Adidas en lugar de las Bilsa nacionales de siempre.
La última vez que hicimos eso fue hace unos tres años, que vieja estaba más que harta de verme con el mismo pantalón de siempre, hizo el ademán de darme el dinero para que fuera a comprármelo pero le dije que de eso nada, se venía conmigo de compras o seguiría con el vaquero roto eternamente.
Ese día, mientras mi padre nos esperaba en el coche, aunque a paso lento porque a mi madre ya le costaba caminar, recorrimos el centro comercial entrando de tienda en tienda, contentos de vivir ese momento y tan despreocupados que al llegar a casa descubrimos que gran parte de la compra la habíamos dejado en el casillero del Supermercado.
Los dos comenzamos a reírnos, mi vieja contándole a mi hermana: “es que cuando uno anda feliz se le olividan las cosas”.
jueves, 14 de octubre de 2021
¿Hay algo que celebrar?
Después de la pérdida de mi padre por un ataque al corazón y dos meses después la de mi madre por COVID el año pasado, del largo luto en plena pandemia, de años sin trabajo fijo y una eterna economía de guerra ¿Hay algún motivo para el júbilo? ¿Para la risa?
Hay gente que dice que nunca celebra su cumpleaños, que es una fecha cualquiera
y que no hay nada que celebrar, yo discrepo en absoluto por una sencilla razón:
aunque la vida no haya sido como tú quieres probablemente aquel día fue un gran
día para tus padres y para tu familia, una fecha marcada y esperada en el
calendario como es mi caso.
Mis padres no se cansaron de decirme lo maravilloso que había sido ese día, uno
de los más felices de su vida y mi vieja decía que esos nueve meses se le
habían hecho eternos porque no deseaba otra cosa que ver mi cara. ¿Cómo no voy
a celebrar eso? ¿Cómo no voy a aplaudir y hacerle la ola a la vida por haber
sido tan esperado y tan amado?
Tras el año pasado y su tristeza yo me declaro abiertamente
partidario de las celebraciones.
Las cosas malas tarde o temprano nos pasarán, como es ley de vida, la
enfermedad y la muerte tocarán a nuestra puerta mucho antes de lo esperado por
lo que tenemos que aferrarnos y festejar, las pequeñas y grandes alegrías que
tenemos, descorchar el mejor champán cuando la vida nos sonríe…celebrar bodas,
cumpleaños, ascensos laborales, compra de casa, de zapatos nuevos...cualquier
cosa debería ser excusa para hacer un brindis y declararnos en día de fiesta
nacional.
lunes, 4 de octubre de 2021
Mudanza
Mi vieja y yo estábamos nostálgicos.
Ese día nos no sólo nos mudábamos de la casa en la que
habíamos vivido 18 años sino que además nos íbamos del pueblo. Estábamos tan
tristes que pedimos ser los últimos en dejar la casa. Con el salón vacío nos sentamos
en el suelo, nos dimos la mano -como solíamos hacer cuando hablábamos de cosas
serias- y empezamos a pasar revista por todas las cosas buenas que nos había
pasado ahí pensando cuán agradecidos teníamos que estar porque de una manera u otra
la familia había progresado.
Mis padres habían llegado a esa casa en plena crisis matrimonial, sin saber muy
bien si continuarían o no y ahí precisamente poco a poco habían ido arreglando
sus diferencias hasta volverse a reencontrar y a quererse como nunca, mis
hermanas y yo habíamos llegado siendo casi niños y nos marchábamos ya mayores con
un futuro profesional prometedor. Mi vieja decía que habían habido épocas en
las que no sabía muy bien si durante el mes se iba a tener lo suficiente para
la comida ó para el alquiler pero que al final el salario se le
"estiraba" y alcanzaba para todo...era como si la vida fuera un
constante milagro porque bajo ese techo siempre, siempre se salía adelante.
lunes, 20 de septiembre de 2021
Mi seriedad me confundió
En uno de mis trabajos, sin querer, poco a poco me fui convirtiendo en el organizador de eventos extra oficiales porque por juerguista conocía muy bien la noche madrileña, desde los lugares más top hasta los típicos bares de barrio en los que por 100 pesetas te servían una caña y una tapa. Al final del día los compañeros y algunos jefes pasaban por mi escritorio para preguntarme cuál era el plan de la noche aunque fuera lunes y conforme se acercaba el fin de semana la “presión” subía porque había que organizar la salida del viernes, la comida del sábado y la continuación de la fiesta.
En un principio yo estaba más que encantado con esa fama porque me hacía popular pero poco a poco empecé a pensar si todo aquello más bien no perjudicaba mi carrera como joven doctor y si tenía que ser más bien como mis compañeros ingleses y alemanes: puntuales, eficientes, discretos e intelectuales a tope al extremo que a la hora de comer no se iban en manada a cualquier restaurante como nosotros sino que comían a toda prisa un sándwich y se ponían a repasar informes del BID o del Banco Mundial.
Así que decidí reconvertirme, a dejar de reírme tanto en horas de trabajo, empezar a hacerme el sueco con las peticiones de colegas para irnos de cañas a la salida del trabajo, y ser igual de productivo que cualquier miembro del staff venido de Centroeuropa. El cambio, sin embargo, fue flor de un día porque el gerente general me llamó para echarme la bronca del siglo porque me estaba volviendo demasiado serio y formal.
Según este señor, para un Instituto tan prestigioso como en el que trabajábamos, nada era más sencillo que conseguir doctores más o menos brillantes en cualquier ciudad europea que quisieran venir a trabajar a Madrid PERO lo que costaba encontrar era gente con sentido del humor, que creara buen ambiente laboral como al parecer yo lo estaba logrando celebrando cumpleaños y llevándome de juerga a los compañeros diariamente.
La verdad que si tenía razón porque como todos éramos expatriados se había creado un ambientazo en la oficina, un entorno colaborativo envidiable de cero cotilleos y en el que todos nos ayudábamos con el trabajo diario con tal de llegar puntuales al bar en el que habíamos quedado. La noche nos había unido tanto que nos costaba sacar vacaciones o darnos de baja si estábamos enfermos porque nos divertíamos montones en el trabajo.
Tras esa bronca monumental y amenaza de despido si continuaba por la senda de la buena vida, decidí, compungido y contra mi voluntad, retomar el camino de la mala vida y hasta la fecha.
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