lunes, 4 de octubre de 2021

Mudanza

 

Mi vieja y yo estábamos nostálgicos.

Ese día nos no sólo nos mudábamos de la casa en la que habíamos vivido 18 años sino que además nos íbamos del pueblo. Estábamos tan tristes que pedimos ser los últimos en dejar la casa. Con el salón vacío nos sentamos en el suelo, nos dimos la mano -como solíamos hacer cuando hablábamos de cosas serias- y empezamos a pasar revista por todas las cosas buenas que nos había pasado ahí pensando cuán agradecidos teníamos que estar porque de una manera u otra la familia había progresado.

Mis padres habían llegado a esa casa  en plena crisis matrimonial, sin saber muy bien si continuarían o no y ahí precisamente poco a poco habían ido arreglando sus diferencias hasta volverse a reencontrar y a quererse como nunca, mis hermanas y yo habíamos llegado siendo casi niños y nos marchábamos ya mayores con un futuro profesional prometedor. Mi vieja decía que habían habido épocas en las que no sabía muy bien si durante el mes se iba a tener lo suficiente para la comida ó para el alquiler pero que al final el salario se le "estiraba" y alcanzaba para todo...era como si la vida fuera un constante milagro porque bajo ese techo siempre, siempre se salía adelante.

 La última imagen que tengo de ese día es mi madre y yo subidos en el asiento trasero del coche, con lagrimones mirando para atrás, sintiendo que parte de nuestro pasado se iba alejando.

lunes, 20 de septiembre de 2021

Mi seriedad me confundió

 

En uno de mis trabajos, sin querer, poco a poco me fui convirtiendo en el organizador de eventos extra oficiales porque por juerguista conocía muy bien la noche madrileña, desde los lugares más top hasta los típicos bares de barrio en los que por 100 pesetas te servían una caña y una tapa. Al final del día los compañeros y algunos jefes pasaban por mi escritorio para preguntarme cuál era el plan de la noche aunque fuera lunes y conforme se acercaba el fin de semana la “presión” subía porque había que organizar la salida del viernes, la comida del sábado y la continuación de la fiesta.

En un principio yo estaba más que encantado con esa fama porque me hacía popular pero poco a poco empecé a pensar si todo aquello más bien no perjudicaba mi carrera como joven doctor y si tenía que ser más bien como mis compañeros ingleses y alemanes: puntuales, eficientes, discretos e intelectuales a tope al extremo que a la hora de comer no se iban en manada a cualquier restaurante como nosotros sino que comían a toda prisa un sándwich y se ponían a repasar informes del BID o del Banco Mundial.

Así que decidí reconvertirme, a dejar de reírme tanto en horas de trabajo, empezar a hacerme el sueco con las peticiones de colegas para irnos de cañas a la salida del trabajo, y ser igual de productivo que cualquier miembro del staff venido de Centroeuropa. El cambio, sin embargo, fue flor de un día porque el gerente general me llamó para echarme la bronca del siglo porque me estaba volviendo demasiado serio y formal.

Según este señor, para un Instituto tan prestigioso como en el que trabajábamos, nada era más sencillo que conseguir doctores más o menos brillantes en cualquier ciudad europea que quisieran venir a trabajar a Madrid PERO lo que costaba encontrar era gente con sentido del humor, que creara buen ambiente laboral como al parecer yo lo estaba logrando celebrando cumpleaños y llevándome de juerga a los compañeros diariamente.

La verdad que si tenía razón porque como todos éramos expatriados se había creado un ambientazo en la oficina, un entorno colaborativo envidiable de cero cotilleos y en el que todos nos ayudábamos con el trabajo diario con tal de llegar puntuales al bar en el que habíamos quedado. La noche nos había unido tanto que nos costaba sacar vacaciones o darnos de baja si estábamos enfermos porque nos divertíamos montones en el trabajo. 

Tras esa bronca monumental y amenaza de despido si continuaba por la senda de la buena vida, decidí, compungido y contra mi voluntad, retomar el camino de la mala vida y hasta la fecha.

sábado, 28 de agosto de 2021

Good night my angel



Contaba Billy Joel que allá por los ochenta escribió esta canción como respuesta a su hija pequeña que días antes le había preguntado a dónde se iba la gente cuando se moría, en ese momento no supo que decir pero a los días fue encontrando las palabras en forma de una canción de cuna, que entre otras cosas dice:

“Buenas noches mi angel, es hora de dormir
tranquila, hay muchas cosas que quiero decirte…
recuerdo todas las canciones que cantabas para mi
cuando navegábamos en una bahía esmeralda
y como un barco a la orilla del oceáno
te mezo para que duermas
el agua es oscura y profunda dentro de este viejo corazón,
pero siempre serás parte de mi”

La oí por primera vez hace unos meses y fue inevitable que pensara en mi vieja, en lo mucho que me habría gustado tomarle de la mano y cantarle esa canción para ahuyentar sus miedos, para que pensara en un mundo lleno de luz donde solo existe la felicidad. 

Me habría gustado hacerlo como ella me acunaba de niño, solo que lo hacía con boleros…a lo mejor como una forma de que la recordara más fácilmente como me ha pasado en este primer año de ausencia: en cada bolero que escucho se cuela ella, su sonrisa, su mirada y ese “mañana será otro día”, que nos decía cuando estábamos tristes.

Me habría gustado besarla en la frente y decirle:
Buenas noches mi ángel, duerme tranquila, que nosotros estamos y estaremos bien.

Pincha aquí para escuchar la canción

A mi madre en el primer año de su partida.





martes, 17 de agosto de 2021

El niño y la estrella

El otro día leí que te moriste.
En un minuto la noticia daba cuenta de cómo habías recibido los disparos y como tu coche quedó en una cuneta, todo por un ajuste de cuentas. Dos minutos de lectura para resumir toda una vida. Leí la noticia con tristeza y con incredulidad, la misma que mantuve a lo largo de tu corta vida cuando me contaban de tus andanzas por el bajo mundo, me costaba trabajo entender que me hablaban de la misma persona porque para mi siempre fuiste mi querido niño, mi pequeño y adorable primo, que nos hacía reír a todos con sus ocurrencias, que no paraba de repetir besos a diestra y siniestra, que me levantaba los bracitos para que lo cargara cuando salíamos a caminar, el que por las noches -cuando me quedaba a dormir en su casa- me pedía con insistencia que le contara el cuento del Niño y La Estrella, y yo te la contaba una y otra vez mientras ibas cerrando tus ojitos. 

La historia la había leído en algún lugar y a ti te encantaba, iba de un pueblo de esquimales que en mitad del oscuro invierno, lograron cazar una estrella. Felices la colgaron en mitad de la plaza y celebraron la suerte de tener un cuerpo celeste solo para ellos, para calentarse y alumbrarse por la noche, todos celebraron el milagro menos uno, un niño que podía sentir la tristeza de la estrella por estar en un mundo donde no pertenecía cómo el mismo a veces sentía. Las estrellas pertenecen a la transparencia del firmamento y no a la indómita tierra, menos cuando está cubierta de nieve. Una madrugada el niño se levantó mientras la aldea entera dormía y a toda prisa desató la estrella...pero no quiso soltarla totalmente, con fuerza cogió la cuerda no para retenerla sino para fugarse con ella. La estrella de inmediato comprendió lo que el niño quería y poco a poco, con su nuevo amigo, la estrella se fue elevando hasta perderse y nunca regresar al cruel invierno. 

En estos días he pensado que a lo mejor, ese niño, eras tú. 

En memoria de Esteban 

martes, 29 de junio de 2021

Tres ojos

Fue allá por 1973 que por primera vez me pusieron gafas. Tenía tan solo siete años y estaba encantando de la vida porque aquello me daba una pinta de superhéroe y marcaba una absoluta diferencia con el resto de la clase. Eran muy sesenteras, de montura gris y blanco, de cristal grueso, de ese que se quebraba fácilmente y que tanto hizo "sufrir" a mi viejo que cada dos semanas tenía que ir a repararlas porque como yo no tenía el cuidado suficiente pasaban quebradas la mayor parte del tiempo. Lo mejor de aquellas gafotas era que me permitían ver claramente, ¡qué bonito se veía! ¡hasta podía leer sin arrugar la nariz y sin tener que sentarme de primero en la Escuela y, a veces, hasta pararme para ver la bien pizarra! Me gustaron tanto las gafas que aquí sigo, llevándolas como parte de mí, por más lentillas y operaciones maravillosas contra la miopía me hayan ofrecido. Estoy, estaré condenado a ser un "tres ojos" de por vida como les decía a mis compañeros de primaria cuando intentaban burlarse de mi por llevar gafas, cada vez que me gritaban "¡Cuatro Ojos! ¡Cuatro Ojos!" yo respondía "¡Cuatro ojos no, tontos, tres ojos...que soy ciego de un ojo!"  

viernes, 11 de junio de 2021

El abrazo

Dos semanas antes de irse,  una mañana soleada mi viejo me llamó insistentemente a su habitación, yo pensaba que como de costumbre querría que lo ayudase a incorporarse o que le pasara alguna medicina pero cuando estaba al pie preguntándole qué que quería me pidió que me acercara un poquito más...cuando me di cuenta me tenía abrazado diciéndome que me amaba mucho "demasiado" con toda el alma mientras me apretaba con fuerza. Recuerdo que yo hice lo mismo, entre risas diciéndole que era un "viejillo" intenso pero qué le íbamos hacer, que así lo queríamos. 

En los últimos meses los papeles se habían invertido, yo me había transformado un poco en un padre que lo cuidaba, que tenía que ayudarlo en sus labores cotidianas y él en el hijo, el niño que me recibía con una sonrisa cada vez que regresaba a casa y me preguntaba que si le había traído algo o al que tenía que darle el beso de las buenas noches porque sino no cerraba los ojos. Nunca estuvimos más unidos y aquel abrazo fue la despedida de 53 años de idas y venidas, el punto final de toda una historia de complicidades en la que nunca dejó de mirarme como si yo fuera el prodigio más grande del universo con un futuro prometedor tuviese la edad que tuviese para él yo podría ser cualquier cosas que quisiera (siempre he pensado que deberíamos mirarnos a través de los ojos de quienes nos aman para descubrir lo maravillosos que somos)

Y así, sin pensarlo, Luisito me dejó como herencia el mejor abrazo del mundo. 

A mi viejo, a un año de su partida.

lunes, 7 de junio de 2021

Foto de familia

 

Hace unos meses revisando entre las cosas de mi viejo me encontré esta foto que nunca había visto en mi vida y es la única que tengo con mi abuelo materno. Como él murió pocos años después de que yo naciera tengo un recuerdo vago y nunca me había detenido a pensar lo que yo había significado para él. Como todavía no había llegado toda la primada que empezarían a nacer a los años supongo que mi abuelo me habrá recibido con mucha ilusión, que me habrá querido con locura y que probablemente esa foto la habría pedido él porque me tiene en brazos cuando lo "normal" habría sido estar con mi abuela que estaba al lado. En la mesa están parte de mis tíos abuelos cuya habilidad para improvisar una fiesta cualquier día de la semana era mítica, probablemente ese era uno de esos días. Yo estoy con cara expectante, mirando a la cámara,  y con las manos entrelazadas, un gesto que creía adquirido de adulto -siempre hago lo mismo cuando no tengo  la más mínima idea de qué hacer (sobra decir que lo hago a menudo) - pero resulta que lo llevo en mí desde siempre, que es mi marca personal. Todos los protagonistas de la foto ya se fueron y tarde o temprano también me reuniré con ellos y en unos años alguien se encontrará esta foto y preguntará quien fue esa gente y que pasó con ese niño...por favor díganle que fue feliz.


¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...