lunes, 1 de marzo de 2021

Amar la vida

 

Durante los últimos días de vida de mi padre, que también fueron los de mi madre lo más hermoso del mundo era verlos a ellos al momento de dormir. Me asomaba por una esquina de la puerta de la habitación, intentando no molestar y siempre me encontraba la misma escena, mi vieja acomodándole las mantas a mi padre y diciéndole, "mi amor, mañana será otro día, te voy cocinar algo rico y todo va a estar bien. Duérmete tranquilo que estamos juntitos". Mi madre sabía mejor que nadie que la paz en el dormitorio poco duraría, que mi padre otra noche más pasaría despierto, haciendo ruido, yendo y viniendo por la casa...pero ella seguía creyendo que vendrían tiempos mejores, que todo iba a cambiar. A menudo he pensado que esa fe en el futuro, esa esperanza contra viento y marea, es condición de cualquier gran historia de amor entre seres humanos pero también frente a nuestra existencia, amar la vida precisamente es eso, creer que todo va a ir bien, que la suerte algún día nos va a sonreír, creer que por más negros momentos que tengamos algo bueno nos vendrá.

Mis viejos ya se fueron y están juntos como tanto les gustaba. Yo, sigo en este mundo y pienso que no tengo otra, que si estoy aquí es por algo y que sí, que tengo que creer que detrás de los nubarrones siempre brilla el sol, que el mundo todavía es ancho y hermoso y que amar la vida es precisamente eso: esperar tiempos mejores. 

lunes, 11 de enero de 2021

Como millonarios

 

Contaban mis padres que allá por los años sesenta vivieron la inauguración del primer supermercado del pueblo como una auténtica fiesta. En esa época, comprar sin que hubiese un tendero de por medio era algo que solo se había visto en las películas de Hollywood, se consideraba algo impensable entrar como "Pedro por su casa" a un establecimiento y empezar a llenar la cesta sin tener que pedírselo a nadie, era el colmo de la modernidad y de la libertad más absoluta que solo en USA existía.  

Ese día dejaron mis hermanas al cuidado de una tía y emperfollados como quien acude a ver a un señor muy importante se fueron a comprar al "Mas x Menos". No podían creérselo, recorrer los amplios pasillos viendo todo lo habido por haber y echando en el carrito todo lo que se les antojaba que mermeladas de todos los tipos, que ropita y juguetes para las chiquitas, que cosméticos Max Factor para mi madre, cervezas de distintas marcas, tazas para el café...qué ilusión más grande y qué vida de millonarios! Aquello era un sueño realidad que terminó de bruces cuando llegaron a la caja y tuvieron que devolver más de la mitad de la cosas porque el dinero no les llegaba. "Nos emocionamos tanto que ni nos acordamos que teníamos que pagar", apuntaba mi padre compungido. 

jueves, 7 de enero de 2021

Detener el tiempo

El momento más triste cuando se visitaba la casa de abuela era la despedida. Te invadía una mezcla de sensaciones entre tristeza y la pereza de volver a la vida cotidiana. Daba igual que hubieras estado una tarde o varios días, siempre costaba abandonar la cálida seguridad del regazo de mi abuela, de ese estar alejado del mundanal ruido y sumido en el sueño de la infancia eterna. Irse de esa casa era como crecer, anticipar la edad adulta. 

Como la parada del autobús quedaba enfrente de la casa teníamos la posibilidad de alargar la visita en el jardín, mientras oteábamos calle abajo si el bus se aproximaba. La "comitiva oficial" siempre estaba encabezada por mi abuela, el tío que ese día estuviese en casa, y al que por nada del mundo se le hubiera permitido decirnos adiós desde dentro, y alguno de mis primos pequeños que ella cuidaba y que casi siempre querían venirse contigo. Entonces llegaba el bus, el chofer miraba pacientemente como el grupo te despedía entre besos y abrazos y la promesa de llamar apenas llegáramos, te subías sin parar de decir adiós a la comitiva y dejabas de hacerlo hasta que la casa de la abuela desaparecía y se fundía con el paisaje. 

Entonces te invadía una sensación de nostalgia, sabías que en esa ocasión a más tardar en una semana los verías pero que llegaría un día en que la abuela ya no estaría y sería tan solo un dulce recuerdo, que tu tío se iría de casa,  que el primo, ese chiquillo adorable, crecería y que tú, tarde o temprano te irías lejos. 
Entonces deseabas detener el tiempo.

martes, 29 de diciembre de 2020

Superhéroes


Con mi padre bombero y mi madre voluntaria en un hospital pasé mi infancia pensando que mis viejos eran una especie de Superhéroes venidos de algún planeta lejano a rescatar a la humanidad entera. Los padres normales después del trabajo iban al fútbol, de compras o simplemente se dedicaban a descansar los míos en cuanto podían se uniformaban y salían a combatir el mal. Por un lado salía mi padre con su traje y casco a toda prisa para llegar a tiempo para apagar un incendio y por el otro salía mi madre impecable con su placa de identificación como Dama Voluntaria a pasarse la tarde visitando enfermos. 

Como si fuera poco en cuanto caía el aguinaldo corrían al super a comprar comida y regalos para familias necesitadas y estábamos más que habituados a que los fines de semana mi madre interrumpiera su almuerzo para atender la llamada urgente de alguna amiga deprimida, "Si uno lo hace, ¿quien lo va hacer? solía repetir cada vez que protestábamos por la interrupción.  ¿Estaban locos o qué? Con lo bien que se estaba sin pensar en los demás, felices en nuestra burbuja, sin necesidad de arriesgar la vida o de consolar a extraños...en el fondo todo eso me hacía sentir orgulloso: mis viejos  no luchaban contra villanos pero se pasaban el día haciendo el bien.

Con los años he pensado que a lo mejor es que en nombre de ese bien que hicieron mis viejos, de ese buen carma que crearon, es que en momentos de necesidad en mi pueblo o a miles de kilómetros, inexplicable y hasta milagrosamente siempre he encontrado alguien que de la nada y sin esperar nada ha corrido a ayudarme. De la forma más insólita y misteriosa nunca nunca me ha faltado nada. 


jueves, 10 de diciembre de 2020

A pesar de todo

Decía una rabina que el gran milagro de Janucá no fue que una ínfima cantidad de aceite alcanzara para encender las luminarias del Templo durante varios días sino que alguien, en las peores circunstancias y con recursos limitados se hubiera atrevido a realizar esa tarea cuando lo recomendable era simplemente no intentarlo y ser "realista" y ni siquiera intentar encender una sola de las velas, pero lo hizo y la historia cambió.

Tras la muerte de mi padre por un infarto y menos de tres meses después la de mi madre por COVID he pasado pensando en si la vida tiene sentido, en si merece la pena vivirla en las peores circunstancias y con un dolor tan profundo que me resulta imposible llorar, ¿Vale la pena seguir adelante? ¿Se puede seguir soñando aún después de una tragedia? ¿Se puede creer aún que la vida es maravillosa? ¿Que el Eterno es generoso y nos mira con bondad después de todo?

En estos momentos de mi vida no tengo la certeza de nada pero pienso en mis viejos, en mis abuelos y todos mis antepasados que aún en las peores circunstancias y con el viento en contra siguieron creyendo, se atrevieron con poco a hacer grandes cosas, a emigrar, a fundar familias, a emprender proyectos, a reírse a pesar de la pobreza y de la enfermedad, a pesar de la muerte temprana de hijos, esposas y maridos. Con poco hicieron mucho e iluminaron muchas vidas. Escucho sus voces repitiéndome que de esto se trata vivir, de seguir adelante a pesar de todo...

Jag Sameaj

jueves, 26 de noviembre de 2020

Decía mi madre

Decía mi madre que no, que cuando uno se siente peor tiene que estar mejor. Que la gente comete siempre el mismo error: se divorcian, se abandonan por completo. Se quedan sin trabajo y se visten con harapos, están tristes y se deprimen aún más haciendo cosas que los depriman. Que no, que no es así como se enfrenta la vida. Cuando uno se siente peor hay que estar mejor y para muestra me re-contaba su historia, el tiempo en que ella lo pasó fatal porque mi padre por una cadena de errores no solo perdió su trabajo en el Banco sino que tuvo que enfrentar un largo un juicio en el que no se sabía si iba a salir bien, todo eso en el marco previo de una crisis matrimonial, "No podía estar en peor situación, quería morirme todos los días pero no". 

Decía mi vieja que lo normal, y lo que todo el mundo esperaba, era que estuviera hundida, que anduviera hecha una tristeza suplicando caridad pero que no, que no podía darse el lujo de tirar la toalla porque tenía tres bocas que alimentar, un marido al que apoyar y ver que pasaba con su matrimonio. Así que sin mucho pensarlo aceptó un trabajo como becaria y se lanzó al mercado laboral muerta de miedo, pensando en que lo suyo eran las ollas de cocina y no los registros contables. Que nadie podía adivinar el drama por el que estaba pasando, que nadie podía creer que esa señora vestida de ejecutiva en el bolso apenas llevaba dinero suficiente para el autobús, ni siquiera le alcanzaba para el almuerzo que corría a cuenta de un hermano que trabajaba con ella. Que nunca se vistió mejor, ni tuvo más dignidad  y sacó más fuerzas que en esa época, que se dio cuenta con el "pobrecita yo" no llegaba a ningún lugar, que no podía rendirse, "cuando peor lo esté pasando uno hay que QUERERSE más".

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Sobrevivientes

 

A cualquiera que esté desanimado le recomendaría compartir un rato con cualquiera de mis dos grupos de alumnos que he tenido estos últimos días. 

Todos con al menos un 33% de discapacidad orgánica o física, eso significa que son personas que en algún momento de su vida la han pasado -o la están pasando- super mal porque tuvieron un accidente laboral, o les dio alguna enfermedad o  porque simplemente nacieron así y tuvieron que conformarse. Todos a su manera son sobrevivientes de dramas que ponen la piel de punta a cualquiera, han tenido que renunciar a sus planes originales, quizá a un estilo de vida, han tenido que sacrificarse sin saber muy bien los porqués. Sin embargo los he tenido a lo largo de un mes sonrientes, haciendo bromas, aprendiendo un poco cada día más porque NO quieren ser carga para nadie y su gran sueño es conseguir un trabajo que se adapte a sus necesidades y en que se les respete como profesionales. Los más optimistas y más aplicados: dos chicos con parálisis cerebral que no paraban de hablar y de hacer bromas en todas las clases.

Aunque siempre es un honor que la gente se deje enseñar por uno, el privilegio es doble cuando te topas con gente así y te conmueve profundamente cuando te pasan anécdotas como el año anterior, con un alumno que había tenido un accidente y había "quedado pa llá" (como el mismo explicaba), cuando la dirección del centro le preguntó si estaba interesado en seguir formándose y hacer otro curso, respondió contundentemente que no, que quería seguir repitiendo el curso conmigo porque en mis clases se aprendía "mogollón".

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...