jueves, 7 de enero de 2021

Detener el tiempo

El momento más triste cuando se visitaba la casa de abuela era la despedida. Te invadía una mezcla de sensaciones entre tristeza y la pereza de volver a la vida cotidiana. Daba igual que hubieras estado una tarde o varios días, siempre costaba abandonar la cálida seguridad del regazo de mi abuela, de ese estar alejado del mundanal ruido y sumido en el sueño de la infancia eterna. Irse de esa casa era como crecer, anticipar la edad adulta. 

Como la parada del autobús quedaba enfrente de la casa teníamos la posibilidad de alargar la visita en el jardín, mientras oteábamos calle abajo si el bus se aproximaba. La "comitiva oficial" siempre estaba encabezada por mi abuela, el tío que ese día estuviese en casa, y al que por nada del mundo se le hubiera permitido decirnos adiós desde dentro, y alguno de mis primos pequeños que ella cuidaba y que casi siempre querían venirse contigo. Entonces llegaba el bus, el chofer miraba pacientemente como el grupo te despedía entre besos y abrazos y la promesa de llamar apenas llegáramos, te subías sin parar de decir adiós a la comitiva y dejabas de hacerlo hasta que la casa de la abuela desaparecía y se fundía con el paisaje. 

Entonces te invadía una sensación de nostalgia, sabías que en esa ocasión a más tardar en una semana los verías pero que llegaría un día en que la abuela ya no estaría y sería tan solo un dulce recuerdo, que tu tío se iría de casa,  que el primo, ese chiquillo adorable, crecería y que tú, tarde o temprano te irías lejos. 
Entonces deseabas detener el tiempo.

martes, 29 de diciembre de 2020

Superhéroes


Con mi padre bombero y mi madre voluntaria en un hospital pasé mi infancia pensando que mis viejos eran una especie de Superhéroes venidos de algún planeta lejano a rescatar a la humanidad entera. Los padres normales después del trabajo iban al fútbol, de compras o simplemente se dedicaban a descansar los míos en cuanto podían se uniformaban y salían a combatir el mal. Por un lado salía mi padre con su traje y casco a toda prisa para llegar a tiempo para apagar un incendio y por el otro salía mi madre impecable con su placa de identificación como Dama Voluntaria a pasarse la tarde visitando enfermos. 

Como si fuera poco en cuanto caía el aguinaldo corrían al super a comprar comida y regalos para familias necesitadas y estábamos más que habituados a que los fines de semana mi madre interrumpiera su almuerzo para atender la llamada urgente de alguna amiga deprimida, "Si uno lo hace, ¿quien lo va hacer? solía repetir cada vez que protestábamos por la interrupción.  ¿Estaban locos o qué? Con lo bien que se estaba sin pensar en los demás, felices en nuestra burbuja, sin necesidad de arriesgar la vida o de consolar a extraños...en el fondo todo eso me hacía sentir orgulloso: mis viejos  no luchaban contra villanos pero se pasaban el día haciendo el bien.

Con los años he pensado que a lo mejor es que en nombre de ese bien que hicieron mis viejos, de ese buen carma que crearon, es que en momentos de necesidad en mi pueblo o a miles de kilómetros, inexplicable y hasta milagrosamente siempre he encontrado alguien que de la nada y sin esperar nada ha corrido a ayudarme. De la forma más insólita y misteriosa nunca nunca me ha faltado nada. 


jueves, 10 de diciembre de 2020

A pesar de todo

Decía una rabina que el gran milagro de Janucá no fue que una ínfima cantidad de aceite alcanzara para encender las luminarias del Templo durante varios días sino que alguien, en las peores circunstancias y con recursos limitados se hubiera atrevido a realizar esa tarea cuando lo recomendable era simplemente no intentarlo y ser "realista" y ni siquiera intentar encender una sola de las velas, pero lo hizo y la historia cambió.

Tras la muerte de mi padre por un infarto y menos de tres meses después la de mi madre por COVID he pasado pensando en si la vida tiene sentido, en si merece la pena vivirla en las peores circunstancias y con un dolor tan profundo que me resulta imposible llorar, ¿Vale la pena seguir adelante? ¿Se puede seguir soñando aún después de una tragedia? ¿Se puede creer aún que la vida es maravillosa? ¿Que el Eterno es generoso y nos mira con bondad después de todo?

En estos momentos de mi vida no tengo la certeza de nada pero pienso en mis viejos, en mis abuelos y todos mis antepasados que aún en las peores circunstancias y con el viento en contra siguieron creyendo, se atrevieron con poco a hacer grandes cosas, a emigrar, a fundar familias, a emprender proyectos, a reírse a pesar de la pobreza y de la enfermedad, a pesar de la muerte temprana de hijos, esposas y maridos. Con poco hicieron mucho e iluminaron muchas vidas. Escucho sus voces repitiéndome que de esto se trata vivir, de seguir adelante a pesar de todo...

Jag Sameaj

jueves, 26 de noviembre de 2020

Decía mi madre

Decía mi madre que no, que cuando uno se siente peor tiene que estar mejor. Que la gente comete siempre el mismo error: se divorcian, se abandonan por completo. Se quedan sin trabajo y se visten con harapos, están tristes y se deprimen aún más haciendo cosas que los depriman. Que no, que no es así como se enfrenta la vida. Cuando uno se siente peor hay que estar mejor y para muestra me re-contaba su historia, el tiempo en que ella lo pasó fatal porque mi padre por una cadena de errores no solo perdió su trabajo en el Banco sino que tuvo que enfrentar un largo un juicio en el que no se sabía si iba a salir bien, todo eso en el marco previo de una crisis matrimonial, "No podía estar en peor situación, quería morirme todos los días pero no". 

Decía mi vieja que lo normal, y lo que todo el mundo esperaba, era que estuviera hundida, que anduviera hecha una tristeza suplicando caridad pero que no, que no podía darse el lujo de tirar la toalla porque tenía tres bocas que alimentar, un marido al que apoyar y ver que pasaba con su matrimonio. Así que sin mucho pensarlo aceptó un trabajo como becaria y se lanzó al mercado laboral muerta de miedo, pensando en que lo suyo eran las ollas de cocina y no los registros contables. Que nadie podía adivinar el drama por el que estaba pasando, que nadie podía creer que esa señora vestida de ejecutiva en el bolso apenas llevaba dinero suficiente para el autobús, ni siquiera le alcanzaba para el almuerzo que corría a cuenta de un hermano que trabajaba con ella. Que nunca se vistió mejor, ni tuvo más dignidad  y sacó más fuerzas que en esa época, que se dio cuenta con el "pobrecita yo" no llegaba a ningún lugar, que no podía rendirse, "cuando peor lo esté pasando uno hay que QUERERSE más".

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Sobrevivientes

 

A cualquiera que esté desanimado le recomendaría compartir un rato con cualquiera de mis dos grupos de alumnos que he tenido estos últimos días. 

Todos con al menos un 33% de discapacidad orgánica o física, eso significa que son personas que en algún momento de su vida la han pasado -o la están pasando- super mal porque tuvieron un accidente laboral, o les dio alguna enfermedad o  porque simplemente nacieron así y tuvieron que conformarse. Todos a su manera son sobrevivientes de dramas que ponen la piel de punta a cualquiera, han tenido que renunciar a sus planes originales, quizá a un estilo de vida, han tenido que sacrificarse sin saber muy bien los porqués. Sin embargo los he tenido a lo largo de un mes sonrientes, haciendo bromas, aprendiendo un poco cada día más porque NO quieren ser carga para nadie y su gran sueño es conseguir un trabajo que se adapte a sus necesidades y en que se les respete como profesionales. Los más optimistas y más aplicados: dos chicos con parálisis cerebral que no paraban de hablar y de hacer bromas en todas las clases.

Aunque siempre es un honor que la gente se deje enseñar por uno, el privilegio es doble cuando te topas con gente así y te conmueve profundamente cuando te pasan anécdotas como el año anterior, con un alumno que había tenido un accidente y había "quedado pa llá" (como el mismo explicaba), cuando la dirección del centro le preguntó si estaba interesado en seguir formándose y hacer otro curso, respondió contundentemente que no, que quería seguir repitiendo el curso conmigo porque en mis clases se aprendía "mogollón".

jueves, 29 de octubre de 2020

Las caderas de Tom Jones

Cuando Tom Jones salía por la tele el mundo de mi vieja se detenía.
Daba igual que tuviera las patatas al fuego o que estuviera en mitad de una conversación importantísima, si por la pantalla aparecía el Tigre de Gales con su vozarrón, moviendo sus caderas con sensualidad, cualquier cosa podía esperar. "¡Qué hombre! ¡Qué voz! ¡Qué forma de bailar!" mi madre suspiraba y daba pasitos de baile mientras escuchaba canciones como  "It's Not Unusual" "She is a Lady" "Delilah" o se emocionaba profundamente con " My yiddishe mama". Frank Sinatra era muy aburrido, Elvis Prestley demasiado joven, Demis Roussos cantaba bien pero no se meneaba como su ídolo que en cada presentación cosechaba desmayos, aplausos y los eternos elogios de mi vieja que siempre estaba a punto de declararlo "Patrimonio de la Humanidad" y de hacerlo un monumento. Imposible no pensar en ella cada vez que escucho algunas de sus canciones, imaginármela sonriendo taradeándolas o celebrando cuando me descubrió que a mi me encantaban algunas de sus piezas, "lo que se hereda no se hurta" decía ella y que razón porque desde ahora incluyo a Tom Jones y toda su música como una de las herencias invisibles que nos dejó.  


miércoles, 21 de octubre de 2020

El empleado del año

Hace muchos años una empresa de trabajo temporal con la que llevaba años colaborando me escogió como uno de los empleados del año. Éramos un grupo de 30 empleados que habíamos recibido calificaciones muy altas por parte de las empresas clientes. Como de costumbre, cuando recibí la notificación me lo tomé a guasa, siempre me había reído de las fotografías de los "Empleados del Mes" en las Mc Donalds y me parecía surrealismo puro y duro que me rindieran "homenaje" por grabar datos en una constructora, un trabajo y un lugar muy lejos de lo que había aspirado en mi vida. De ninguna forma pensaba asistir a una actividad tan hortera y de mal gusto pero no pude resistir la tentación cuando recibí la invitación y leí en letras mayúsculas: "POSTERIORMENTE A LA CEREMONIA SE SERVIRÁ UN CÓCTEL", un reclamo que a lo largo de mi vida me ha hecho -y me hace- resistir y aguantar estoicamente cualquier discurso o ceremonia, si hay vino y tapas de por medio, soporto lo que sea. 

Así que por echarme unas risas y en compañía de una amiga, me presenté al acto protocolario que de primer entrada resultó no ser tan chapuza como lo esperaba, se trataba de una entrega de premios en toda regla, en un hotel de cierto nivel de Madrid y bastante bien organizado. Se notaba que la empresa había invertido mucho dinero en organizar una actividad que yo me había tomado por broma. Como si fuera poco salvo yo, la mayoría de asistentes se habían tomado la molestia de ir de traje y corbata, muchas chicas habían pasado por la peluquería y muchos homenajeados habían asistido con sus padres o parejas porque era algo IMPORTANTE, un honor para ellos el haber sido seleccionados y que para mi había sido algo completamente anecdótico.

Recuerdo que terminé ese día con la sensación de haber estado demasiado distraído y no haber vivido más seria y plenamente ese momento en el que debí haberme sentido igual de orgulloso que todos ellos aunque por razones opuestas, se me estaba premiando por hacer bien y con las mejores referencias un trabajo que no me gustaba para nada, lo estaba haciendo a la perfección y con muy buen humor, tanto que me adoraban en la empresa, tenía motivos de sobra para tomarme en serio ese premio sobre todo porque había dado un portazo al niño caprichoso que solo quería trabajar como periodista, tener un trabajo a su "nivel"...contra viento y marea me estaba reinventando, me estaba convirtiendo en un sobreviviente. 



¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...