miércoles, 25 de noviembre de 2020

Sobrevivientes

 

A cualquiera que esté desanimado le recomendaría compartir un rato con cualquiera de mis dos grupos de alumnos que he tenido estos últimos días. 

Todos con al menos un 33% de discapacidad orgánica o física, eso significa que son personas que en algún momento de su vida la han pasado -o la están pasando- super mal porque tuvieron un accidente laboral, o les dio alguna enfermedad o  porque simplemente nacieron así y tuvieron que conformarse. Todos a su manera son sobrevivientes de dramas que ponen la piel de punta a cualquiera, han tenido que renunciar a sus planes originales, quizá a un estilo de vida, han tenido que sacrificarse sin saber muy bien los porqués. Sin embargo los he tenido a lo largo de un mes sonrientes, haciendo bromas, aprendiendo un poco cada día más porque NO quieren ser carga para nadie y su gran sueño es conseguir un trabajo que se adapte a sus necesidades y en que se les respete como profesionales. Los más optimistas y más aplicados: dos chicos con parálisis cerebral que no paraban de hablar y de hacer bromas en todas las clases.

Aunque siempre es un honor que la gente se deje enseñar por uno, el privilegio es doble cuando te topas con gente así y te conmueve profundamente cuando te pasan anécdotas como el año anterior, con un alumno que había tenido un accidente y había "quedado pa llá" (como el mismo explicaba), cuando la dirección del centro le preguntó si estaba interesado en seguir formándose y hacer otro curso, respondió contundentemente que no, que quería seguir repitiendo el curso conmigo porque en mis clases se aprendía "mogollón".

jueves, 29 de octubre de 2020

Las caderas de Tom Jones

Cuando Tom Jones salía por la tele el mundo de mi vieja se detenía.
Daba igual que tuviera las patatas al fuego o que estuviera en mitad de una conversación importantísima, si por la pantalla aparecía el Tigre de Gales con su vozarrón, moviendo sus caderas con sensualidad, cualquier cosa podía esperar. "¡Qué hombre! ¡Qué voz! ¡Qué forma de bailar!" mi madre suspiraba y daba pasitos de baile mientras escuchaba canciones como  "It's Not Unusual" "She is a Lady" "Delilah" o se emocionaba profundamente con " My yiddishe mama". Frank Sinatra era muy aburrido, Elvis Prestley demasiado joven, Demis Roussos cantaba bien pero no se meneaba como su ídolo que en cada presentación cosechaba desmayos, aplausos y los eternos elogios de mi vieja que siempre estaba a punto de declararlo "Patrimonio de la Humanidad" y de hacerlo un monumento. Imposible no pensar en ella cada vez que escucho algunas de sus canciones, imaginármela sonriendo taradeándolas o celebrando cuando me descubrió que a mi me encantaban algunas de sus piezas, "lo que se hereda no se hurta" decía ella y que razón porque desde ahora incluyo a Tom Jones y toda su música como una de las herencias invisibles que nos dejó.  


miércoles, 21 de octubre de 2020

El empleado del año

Hace muchos años una empresa de trabajo temporal con la que llevaba años colaborando me escogió como uno de los empleados del año. Éramos un grupo de 30 empleados que habíamos recibido calificaciones muy altas por parte de las empresas clientes. Como de costumbre, cuando recibí la notificación me lo tomé a guasa, siempre me había reído de las fotografías de los "Empleados del Mes" en las Mc Donalds y me parecía surrealismo puro y duro que me rindieran "homenaje" por grabar datos en una constructora, un trabajo y un lugar muy lejos de lo que había aspirado en mi vida. De ninguna forma pensaba asistir a una actividad tan hortera y de mal gusto pero no pude resistir la tentación cuando recibí la invitación y leí en letras mayúsculas: "POSTERIORMENTE A LA CEREMONIA SE SERVIRÁ UN CÓCTEL", un reclamo que a lo largo de mi vida me ha hecho -y me hace- resistir y aguantar estoicamente cualquier discurso o ceremonia, si hay vino y tapas de por medio, soporto lo que sea. 

Así que por echarme unas risas y en compañía de una amiga, me presenté al acto protocolario que de primer entrada resultó no ser tan chapuza como lo esperaba, se trataba de una entrega de premios en toda regla, en un hotel de cierto nivel de Madrid y bastante bien organizado. Se notaba que la empresa había invertido mucho dinero en organizar una actividad que yo me había tomado por broma. Como si fuera poco salvo yo, la mayoría de asistentes se habían tomado la molestia de ir de traje y corbata, muchas chicas habían pasado por la peluquería y muchos homenajeados habían asistido con sus padres o parejas porque era algo IMPORTANTE, un honor para ellos el haber sido seleccionados y que para mi había sido algo completamente anecdótico.

Recuerdo que terminé ese día con la sensación de haber estado demasiado distraído y no haber vivido más seria y plenamente ese momento en el que debí haberme sentido igual de orgulloso que todos ellos aunque por razones opuestas, se me estaba premiando por hacer bien y con las mejores referencias un trabajo que no me gustaba para nada, lo estaba haciendo a la perfección y con muy buen humor, tanto que me adoraban en la empresa, tenía motivos de sobra para tomarme en serio ese premio sobre todo porque había dado un portazo al niño caprichoso que solo quería trabajar como periodista, tener un trabajo a su "nivel"...contra viento y marea me estaba reinventando, me estaba convirtiendo en un sobreviviente. 



domingo, 18 de octubre de 2020

El bolso mágico

 

Tras morir mi madre y abrir su armario lo primero que encontré fue su bolso. Mi primer sentimiento (ilógico) fue de congoja: mi vieja se había olvidado su bolso!!¿Cómo se las iba apañar sin él? No podía imaginarla sin aquel compañero inseparable. Daba igual que fuera a visitar a una vecina del barrio o a una cita médica, nunca estaba completamente lista si no tenía colgado su bolso, ese artilugio mágico del que podía salir cualquier cosa y que durante mi infancia había sido el único sitio seguro en el que podía guardar mis tesoros: desde una fruta a medio a comer, y que quería saborearla más tarde, hasta una postalita de algún álbum que estaba haciendo, si se los daba a mi vieja para guardarlos por que estábamos en la calle podía estar tranquilo, nunca se me perderían y a la hora de dormir me los encontraría sobre mi mesa de noche. 

Con el paso del tiempo de ese bolso mágico siguieron saliendo las cosas más variadas desde una pastillita para el dolor de cabeza hasta un caramelo de menta, pasando por un librito de oración por si la pillaba de noche, un ungüento por si la cabeza dolía, crema para las manos, por supuesto una pinturita de labios y polvos para la nariz porque había que estar guapa, por descontado un perfumito para oler bien, un pañuelito para ponerse al cuello por si pegaba el chiflón, un monedero inagotable del que siempre salían moneditas para limosna y una billetera que nos sacaba de apuros milagrosamente ("espérate, que tengo por aquí doblado un billete de 20 mil, con eso nos alcanza de sobra"). En 54 años nunca me atreví abrirlo sin su presencia, ni siquiera de niño, era un misterio insondable, lleno de secretos que solo y le siguen perteneciendo a mi vieja. El bolso sigue ahí, en el lugar de siempre, como vivo recuerdo de miles de momentos felices, como testigo silencioso de la idas y venidas de mi vieja, de esos días de luz en los que todo era posible porque estábamos con ella. 

lunes, 5 de octubre de 2020

Reina a la fuerza

Contaba mi madre que a regañadientes y por insistencia de su tío Eladio, que era líder comunitario y dueño de la pulpería más famosa del barrio, aceptó ser candidata al reinado de belleza de su pueblo. No estaba muy contenta que digamos pero la verdad que era muy sencillo: solo tenía que vender boletas de participación entre sus conocidos, ir a un par de actividades protocolarias y asistir gratis al baile inaugural de los Festejos Populares, ni tan mal. Lo que no contaba mi vieja es que entre mi padre y la prole de tíos y primos que tenía iban a vender todas las papeletas en un santiamén y se iba a convertir en Haydée I, flamante Reina de las Fiestas de Zapote, título con el que apareció en toda la publicidad del baile de coronación con "orquesta y cena" que, con foto suya incluida, se empapeló todo el pueblo. 

Como toda reina  para su coronación necesitaba un vestido digno, así que a toda prisa la costurera del vecindario le hizo un vaporoso vestido que para sorpresa de todos quedó mejor de lo previsto, digno de cualquier revista de moda, tanto que meses más adelante, con algunas modificaciones, se convirtió en el traje de boda de novia de mi vieja...y en el de muchas chicas del pueblo porque aquel vestido anduvo de mano en mano, por aquella época todos eran pobres de solemnidad y pocas familias podían darse el lujo de gastar un platal en un vestido que solo se iba a usar una vez en la vida. 

Tras dar un paseíllo en descapotable por todo el pueblo, saludando y tirando besos a todos los vecinos que se habían congregado por las calles para aplaudirle, mi madre hizo su entrada triunfal en la Sala de Fiestas Montecarlo al ritmo de la misma marcha de coronación que se usó para la de su homóloga Isabel de Inglaterra. Por supuesto tuvo que leer un discurso de agradecimiento, que le escribió su tío,  y en que se reconocía la generosidad de los patrocinadores y la abnegación de todos los habitantes de Zapote que habían convertido sus fiestas en las mejores de la capital.  

Decía mi madre que ese día acabó con los pies molidos porque no paró de bailar chachás, boleros, swing y cumbias con los invitados, como era reina quedaba muy feo rechazar cualquier invitación de un súbdito a mover el esqueleto. Esa noche le costó conciliar el sueño pensando en qué iba a hacer con 30 kilos de paquetes de Café Rey, el "Café de Costa Rica", que era el premio principal, y un montón de chucherías que no servían de nada y en por qué ningún patrocinador había acatado dar "unas pinturitas, un jaboncito, un talco, una loción...nadie había pensado en mi".


jueves, 24 de septiembre de 2020

Como un bolero

Mi madre nunca me cantó canciones de cuna.
No sé si era porque no le gustaba o no se las sabía pero a cambio, me cantaba boleros.
Así que mientras otros niños escuchaban canciones de angelitos, de nubes rosas, pegasos volando en un cielo siempre azul mi madre me cantaba historias de grandes amores, de gente que se quería mucho, que tenían un corazón de melón y que daban besos que sabían a gloria, que tenían un amor puro que había nacido desde lo más profundo del alma, de amores imposibles que ni la misma muerte era capaz de destruir, de enamorados que prometían convertirse en ángeles guardianes de su amada en caso de irse de este mundo.
Desconozco si fue una estrategia deliverada de mi vieja para que fuera un poco más despierto y sensibles que otros "guilillas" en temas del amor pero lo que si ha logrado es que ahora que el destino decidió separarnos todos los boleros del mundo me la recuerdan, soy incapaz de escuchar una canción sin evocar su mirada, su risa y la suavidad de su forma de ser para pasar por esta vida casi de puntillas, para no molestar a nadie e irse sin hacer demasiado ruido, como un suspiro, fugaz, casi tan breve como una canción de amor. 

"Ya no estás más a mi lado corazón en el alma sólo tengo soledad
y si ya no puedo verte
por qué Di-s me hizo quererte para hacerme sufrir más..."


martes, 15 de septiembre de 2020

Para que nadie sufra...



Abajo, una entrevista en la que cuento lo que pasamos con mi madre.


 Algunas aclaraciones: 

 -En ningún momento estoy criticando el trabajo de médicos y enfermeras. Sé que mi madre estuvo bien atendida y conociendo como tratan al adulto mayor en este país en los hospitales, posiblemente me la chinearon bastante. 

   


 -Mi tesis es muy simple: en un época en donde hasta los Consejos de Ministros son vía Zoom y los médicos pasan consulta por Whastapp no se justifica impedir en forma absoluta la comunicación con el paciente (sino directa, al menos con intermediarios). Los psicólogos pueden explicar mejor la importancia que tiene para un paciente el apoyo familiar en procesos de enfermedad sobre todo en fase terminal y cómo puede aliviar el estrés del núcleo familiar el tener noticias claras y frecuentes sobre el estado del paciente.

 -Los protocolos son los protocolos. Sí, pero quienes los hacen son humanos y se están aplicando a seres humanos en situación de extrema vulnerabilidad. Mi madre una adulto mayor de 81 años, recién viuda y de salud frágil murió sin tener noticias de su familia, sin saber que estábamos pendientes de ella y nosotros sin poder despedirnos. (Lo sé está pasando casi en todo el mundo, pero ello no significa que está bien y que NO puede solucionarse de alguna forma).

-De igual forma nosotros nos quedamos sin saber muy bien el estado real de mi madre mientras estuvo internada. La única información era la que una enfermer@ nos daba cuando llamábamos a un teléfono FIJO (o sea en la CCSS la era de los celulares no ha llegado), era una información que consultaba desde un sistema de información que presumo estaba desactualizada. "Delicada y estable" nos lo repitieron como un mantra a lo largo de cinco días de pesadilla e incluso después que un médico a lo último llamara para anunciarnos que mi vieja estaba entre la vida y la muerte. 

 -Usted compra unos zapatos por Amazon, en una tienda china situada en la frontera con Mongolia y en todo momento puede seguir la trayectoria de su pedido. Usted ingresa a un adulto mayor a un hospital público en tiempos de pandemia y da la impresión que se lo tragó el Triángulo de las Bermudas, nadie sabe nada. Inaceptable. 

 -De nuevo, NO estoy criticando al personal médico, que ellos cumplen a cabalidad su papel, estoy haciendo un llamado, una súplica, para quienes toman la decisión de cómo y qué comunicar mientras un paciente esté internado. En nombre de la Pandemia y de la seguridad nacional no se pueden vulnerar derechos fundamentales, probablemente a mi madre le había alegrado tener noticias nuestras y la habría tranquilizado bastante y nosotros saber de ella nos habría hecho más liviano el dolor que tenemos. Un escueto whastapp ,o una videollamada de cinco minutos lo habría cambiado todo pero ya se sabe, el protocolo, las reglas... Mientras escribo esto hay cientos de familias en este país que están pasando lo mismo y van a pasar lo mismo sino se hace algo al respecto. 

 -Como un bonus track, esa falta de transparencia en el área de comunicación genera mucha frustración: posiblemente hubo una enfermera o enfermero que estuvo muy pendiente de mi madre en sus últimos días. Aparte de hablar con él o ella para que me contara las últimas horas de mi madre me encantaría agradecerle profundamente pero claro, eso nunca se podrá hacer porque en épocas de pandemia la deshumanización del anonimato prevalece. 

 -Más que dar el like o el pésame, lo ideal sería que pincharan en el enlace y compartieran el post desde mi blog y que lo comenten con amigos que sean médicos, enfermeros, miembros de la Junta Directiva de la CCSS. Digan que no quieren que haya más mas familias que sufran lo mismo, que no haya mas viejitos que lo han dado todo por este país, muriendo solitarios en una cama, incomunicados, pensando en que son unos apestados. 

Por mi madre nada se puede hacer pero por sus padres, abuelos, tíos estamos a tiempo.

Que la Pandemia NO nos deshumanice.
 

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...