domingo, 26 de abril de 2020

El primer día

Cuando tienes 15 años nada hay más importante que el primer día de colegio, sobre todo si estás yendo a uno nuevo. Nada, absolutamente nada, puede quedar al azahar, desde los zapatos que vas a estrenar hasta el peinado que vas a usar, la forma en la que vas a entrar en el edificio, cómo vas a mirar, a quien vas a saludar y quienes se van a acercar a hablar. Un fallo en cualquiera de esas variantes puede ser un error garrafal y ganarte la fama de hortera, raro, nerd y alejarte de cualquier pretensión de ser respetado. Eso bien lo sabía yo, ese día que como venía de un colegio del que había acabado más que harto porque me hacían bulling, estaba decidido a iniciar un nuevo período de mi corta vida.

 Llevaba todo de estreno como marcaba la tradición en mi casa, eso sí comprado a cómodos plazos, esta vez en la Cooperativa del Cole en la que nunca nadie compraba nada porque tenía fama de vender cosas de pésima calidad y por la que mi viejo por apuro económico optó. Los primeros quince minutos habían transcurrido con normalidad hasta que se me ocurrió subir a un muro a esperar que iniciaran el acto cívico de bienvenida y el pantalón del uniforme, comprado a cómodos plazos mensuales, se rompió de arriba a abajo en la parte trasera delante de todo el alumnado. Tras unos segundos de congoja opté por la única salida digna que uno tiene en momentos así: reír a carcajadas, las cosas no podrían haber salido peor.

 Fue así como inicié una nueva etapa de mi vida convertido sin querer en un personaje, el maecillo del pantalón roto, el "buen nota" del que había que hacerse amigo por divertido, -durante meses la gente me paraba por los pasillos para rememorar la anécdota y eso me dio una fama inusitada durante tres años-; y con una nueva amiga, Laura, que sin conocerme me prestó su jersey para que me lo pusiera en la cintura., desde ese día nos hicimos inseparables.

 Los caminos de la vida son misteriosos.

domingo, 19 de abril de 2020

Brindemos

Hoy quiero hacer un brindis por los bares.

Como siempre he sido más nocturno que diurno y soy de los que ponen mala cara cuando la gente quiere contarte algo serio y te cita en una cafetería -¿En serio? ¿Qué cosas importantes o íntimas se pueden hablar en plena luz del día?- quiero levantar mi copa por esos maravillosos rincones urbanos que resumen lo peor y lo mejor de cada ciudad.

Durante décadas los bares han sido el salón de mi casa, el lugar donde recibo amigos, donde me relajo después de un día de trabajo o donde me enjuago las lágrimas después de la derrota. Sentado en una barra me han contando grandes secretos, he hecho confesiones inimaginables, he reído sin parar y llorado horas enteras con historias que entre copa y copa me han contado. Pienso por ejemplo, en esa chica que hace un par de meses me contaba que ese domingo era muy especial porque el jueves anterior el médico le había dado de alta de un cáncer en el pecho y que estaba ahí para celebrar la vida, y que sin conocerla la abracé para desearle lo mejor del mundo.

Los mejores trabajos que he tenido en mi vida nunca los he conseguido yendo a congresos o escribiendo ponencias sino en noche de copas, porque a alguien le parecí un tipo divertido o que tenía talento para embaucar a la gente en proyectos.Fue por unos vinos que salí convertido en flamante periodista de espectáculos o jefe de prensa de una organización, posiblemente me llegan a conocer con traje y corbata disfrazado de ejecutivo y nunca me llegan a proponer nada.

Y por supuesto, he conocido gente super entrañable, personas que se suponían solo serían "conocidos" de la noche y que con el tiempo se han convertido en parte indispensable de mi historia. No podría imaginar que sería de mi vida si la noche no nos hubiese juntado, si los bares no nos hubiesen dado la oportunidad de compartir todos esos momentos. Sin lugar a dudas mi mundo es un poco mejor gracias a esas sonrisas y a esa extraña complicidad que une a los naúfragos de un mismo barco.

Por eso levanto mi copa, para que vengan tiempos mejores para todos, para que volvamos pronto a encontrarnos en la barra de un bar.
¡Salud, Lejaim!

lunes, 6 de abril de 2020

Promesa cumplida

Tenía 10 años y estaba furioso.
No solo había tenido que renunciar a mi amigos porque nos mudamos de barrio sino que además, como mi padre se había quedado en el paro mi madre había tenido que empezar a trabajar y por más horas que metiera el dinero apenas alcanzaba para comer.

No es que me preocupara mucho el tema económico pero llevaba meses deseando tener una figura de acción de "El hombre nuclear" que todos los niños de ese entonces tenían, cada vez que la pedía mis padres y tíos me echaban el mismo discurso que se resumía básicamente en que aquel año solo vería juguetes nuevos por los anuncios de TV porque la economía familiar no daba para más, eso a mi me resultaba bastante obvio por que mis viejos habían dejado de sonreír: se pasaban el día hablando de deudas, acreedores y de las posibilidades que mi viejo acabara en la cárcel.

De esa época solo tuve la palabra de mi padre de que tan pronto pasara su mala racha lo primero que haría sería comprarme ese muñeco, y un único regalo, un libro de cuentos con una dedicatoria de mi madre que decía algo como: nos habría encantado darte muchos regalos pero solo nos alcanzó para esto. Te amamos. Sobra decir que el libro se convirtió en mi favorito y la mejor medicina, si estaba triste bastaba con leer las palabras de mi vieja y alguna de las maravillosas historias que en sus páginas encerraba. En ese momento llegué a la conclusión que no necesitaba nada más.

El tiempo pasó, yo cumplí doce años y poco a poco dejé de jugar, mi padre no solo ganó el juicio sino que consiguió trabajo en una empresa de un viejo amigo suyo. Un día al regresar del colegio me encontré en la mesa una caja con El Hombre Nuclear: ahí estaba flamante, nuevo, con 700 días de retraso, reluciente sin ninguna envoltura o tarjeta pero sobraban las palabras, mi padre había cumplido su promesa.

miércoles, 25 de marzo de 2020

Para vivir

Me iba a morir. Tras un infarto había tenido dos angioplastias, varias complicaciones y no terminaba de sentirme bien del todo. El panorama era bastante desalentador y poco ayudaba que mucha gente, con la mejor intención del mundo, me pasara hablando de gente que había muerto tras intervenciones como la mía y que me aconsejara vivir la vida como un "señor de ochenta años" evitando el ejercicio, lugares con música y llevando una dieta que por estricta y cara  resultaba imposible de llevar. La depresión no tardó en llegar y la única sensación que tenía era que hiciera lo que hiciera me iba a morir (para tranquilidad de los profetas de desgracias, que en épocas de crisis surgen por todo lado). Pasé meses bastante mal hasta que tomé cuatro decisiones:

1)Viviría cinco minutos a la vez y no me preocuparía por el siguiente paso (en ese momento el futuro era tan desalentador que prefería aferrarme al "mini" presente).
2)Me alejaría de los profetas de desgracias, de gente tóxica que parecía disfrutar prediciéndome futuras complicaciones.
3)No volvería a leer artículos médicos sobre cardiopatías, stents y temas conexos (poco aportaba a mi tranquilidad estar sobreinformado de todo).
4)Me centraría en mi proceso de recuperación yendo tres semanas a rehabilitación y luego proponiéndome pequeñas metas y celebrar sin las alcanzaba: caminar un día 30 minutos sin parar, volver a bailar (sí, estuve un año sin bailar), subir la cuesta más alta de Madrid sin detenerme en la mitad (el día que lo logré lloré de alegría en plena calle), ser capaz de hacer mi rutina completa del gimnasio.

Esas cuatro decisiones me sacaron de la depresión y en un abrir y cerrar de ojos -en realidad más de seis meses- volví a tener mi vida de siempre. En estos días he revivido muchas de esas sensaciones y he retomado mis cuatro decisiones de antaño. Me siento vulnerable, pequeño y en el comienzo de un largo camino, como no puedo ver el final me conformo con dar pequeños pasos e ir recogiendo las flores que por el sendero me encuentro.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Enemigos íntimos

Ni le hablaba. Como estaba seguro que le caía remal al tipo ése no perdía mi tiempo. En el trabajo lo saludaba de mala manera, con un ligero movimiento de cabeza, evitando a toda costa compartir los mismos sitios. En el fondo no podía entender cómo alguien tan "buena" persona como podía tener un enemigo tan cruel. Lo consideraba mi enemigo "number one" desde tiempos de la Facultad, no solo porque se había negado a apoyarme en unas elecciones estudiantiles sino porque además, en una fiesta había hecho un brindis por mi contrincante estando yo en frente, absolutamente imperdonable. Todo cambió abruptamente la vez que le conté mis historia a una amiga en común. Resultó que mi enemigo íntimo lleva años hablando maravillas mías y frente a los jefes, en más de una ocasión, había defendido mi trabajo, "dice que sos una de las mejores personas que ha conocido". Mi mundo se derrumbó: había desperdiciado años pensando en que tenía un archienemigo, hurdiendo planes para vengarme de él y resultaba que no, que tenía un gran amigo.

domingo, 15 de marzo de 2020

Pequeños amores, Grandes amores

Durante años fui bastante crítico quienes a lo largo de su vida van teniendo numerosas parejas, me parecía un evidente rasgo de inestabilidad eso de ir pasando de una relación a otra sin parar, lo "normal" era tener pocas relaciones a lo largo de la vida y no acumular pequeños amores. Me he pasado la vida ahuyentando esas pasiones fugaces, huyendo lejos de lo que no "tenía" muchas opciones de continuidad. Sin embargo, la vejentud poco a poco me ha ido cambiando la percepción porque me estoy encontrando con gente que tiene historias maravillosas de micro amores en su vida que casi sin conocerse hicieron grandes cosas en un pequeño lapso de tiempo así como de grandes amores que cuando más los necesitaron nunca estuvieron ahí. Lo importante es permitirse sentir esa conexión con alguien sin importar el tiempo ¿Qué más da amar con locura solo por un fin de semana? A la larga, y a la corta, muchos pequeños amores en su conjunto hacen una gran historia de amor y te hacen sentir la misma intensidad de los que aman una sola vez y al final de tu vida te dan la certeza que fuiste amado con locura.

jueves, 12 de marzo de 2020

La vaina se jodió

Como si los singles o solterones de toda la vida no tuviéramos suficiente con que la gente nos miren mal si vamos solos a cenar a un restaurante -"¿El señor espera alguien más?"y uno en plan, sí, desde hace como 30 años"-  y que las vacaciones nos salgan más caras, carísimas  -"habitación individual tiene recargo del 40%", impuesto a la soltería - viene ahora el bendidto Coronavirus a imponernos mantener una distancia prudencial con medio mundo y hasta con nosotros mismos. Ahí tenemos a políticos, médicos y líderes de opinión -casadísimos ellos- diciendo que a partir de ahora nai nai, que ni besos ni abrazos y mucho menos darle rienda suelta a la sensualidad. Todos pudorosos y recatados dándonos besitos en el aire como las señoras de alto postín para no desmaquillarse o como nuestra Reina emérita que se ha pasado la vida saludando en el aire y la gente aún así la gente la quiere. De nuevo: los que lo anuncian en vivo y en directo, todos emparejadísimos, felizmente casados. Me los imagino en estas noches primaverales diciendo a su amorcito "Hoy no cariño, que anda el coronavirus" , darse la vuelta y dormir satisfechos, con una sonrisa de oreja a oreja mientras los singles nos pasamos la noche en vela pensando en que ahora sí la "vaina se jodió".

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...