lunes, 15 de abril de 2019
La hora de los novios
Por aquella época todos los enamorados de Costa Rica sintonizaban "La hora de los novios" un programa tan cursi como su nombre en el que un locutor con voz dramática leía poemas de Pablo Neruda, ponía canciones románticas horteras de Claudio Baglioni
y atendía al aire llamadas de radioescuchas que entre lagrimones y voz temblorosa declaraban su amor o desamor a esa persona tan especial. Eso lo sabía muy bien Zeanne. A sus 16 años era el símbolo sexual del Instituto por su voluptuosidad, mientras otras chicas a esa edad seguían siendo niñas, era curvilínea y con una melena larga que le daba un aire absoluto de "femme fatale". Todos los chicos suspiraban por ella pero ella -según su mejor amigo- solo suspiraba por mi. Durante mucho tiempo mantuvo estoicamente su amor en secreto hasta que un día se hartó y decidió declararlo en vivo y en directo a todo el territorio nacional llamando al programa para dedicarme una balada romántica. Para la mala suerte de Zeanne yo nunca escuchaba la radio, por lo que no me di me enterado y al día siguiente cuando llegué al colegio pensé que todos estaban locos de remate porque cuando me la topé por el pasillo se puso roja como un tomate y salió corriendo y mis compañeros no paraban de cuchichear y de reírse hasta que uno me contó toda historia. Nunca le dije a ella que no había escuchado la dedicatoria pero tampoco dije nada de nada con lo cual, irónicamente, su amor murió el mismo día que lo declaró y desde ese momento dejó de hablarme para siempre.
viernes, 12 de abril de 2019
Mala compañía
Como nunca me gustó el fútbol y no me importaba en absoluto decirlo frente a mis compañeros de escuela y de colegio siempre me tomaron por un bicho raro. En mis tiempos la prueba absoluta de masculinidad de cualquiera "alfa macho" de 8 o 15 años era que te gustara el fútbol, que supieras "mejenguear" y que los lunes pudieras comentar los partidos del domingo hasta la saciedad. Como me repantinflaba el era incapaz de decir el nombre de cualquier jugador y mucho menos de patear un balón. Así que mis años de estudiante se limitaron a estar en clase de Educación Física perennemente en la banca, cuidando las mochilas de los compañeros, hablando con el que ese día había amanecido enfermo y el resto del día aguantando las indirectas de algunos de mis compañeros sobre lo raro que era yo.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
Durante muchos años aguanté el estigma de ser el diferente del grupo hasta que en segundo año de colegio apareció Arnoldo, al que todos hacían a un lado porque era mayor, había repetido el curso, llegaba tarde todos los días, a sus 16 años fumaba, no tenía una novia sino dos, respondía con insolencia a cualquiera y, lo que más me gustaba, trataba a todos los compañeros como pringados,era oficialmente el chico malo al que todos evitaban -había toda clase de leyendas sobre él: que si se había escapado del reformatorio, que si lo habían echado de tres colegios, que si fumaba mariguana- menos yo porque me parecía el único normal de la clase y como se sentaba a mi lado terminamos por hacernos amigos. Aquello fue "mano de santo", los días de bulling se esfumaron, como era amigo del mafioso, los compañeros comenzaron a pensar que yo no era tan ingenuo ni tan afable, ni tan pijo y que más valía tenerme respeto,era peligroso. La mala compañía me salvó.
jueves, 11 de abril de 2019
Bailando se entiende la gente

Como quien es buen bailarín suele ser buen amante, y no viceversa, para desgracia de muchos, en el baile se pone todo el empeño para no defraudar, y cada movimiento se transforma en una metáfora del amor: primero, un intercambio de miradas para saber hasta dónde podemos llegar; luego, un lento acercamiento hasta sentir los latidos del corazón del otro; después, el vaivén de los cuerpos, y finalmente, si se tiene suerte, el inicio de algo tan imprevisto como la historia del mundo. En mi pueblo decimos que para ser felices, las parejas deberían hablar menos y mover más el esqueleto, que bailando se entiende la gente.
martes, 9 de abril de 2019
Breve historia de amor
Se conocieron como se conocían los corazones usados por aquellos tiempos, por un escueto anuncio de 200 caracteres en el Segunda Mano en el que no se prometía nada pero se esperaba todo. Acudieron puntuales a la cinta con apenas referencia el uno del otro más que estatura, color de ojos y algún clave para reconocerse "iré con chaqueta azul", "yo con mochila roja", se reconocieron con la misma rapidez que se reconocen los náufragos de un mismo barco, recorrieron las tabernas de la ciudad, y a la tercera copa de vino perdieron la cuenta de cuantos llevaban , fumaron nerviosamente sin parar mientras no cesaban de mirarse a los ojos y de contarse cosas que solo se cuentan a quien no se piensa volver a ver en la vida, a la despedida un abrazo y un "¿Nos volvemos a ver? y un "Claro que si", pronunciado con escepticismo, un breve SMS al día sigueinte y una nueva cita en el que los dos eran ya "viejos" conocidos, de nuevo las confidencias y las palabras que se dicen a quienes esperamos volver a ver durante mucho tiempo. 200 caracteres, quince años, 180 meses, 5475 días de idas y venidas y el portazo final de uno que dijo "hasta aquí" y de otro que al que no le quedó más remedio que olvidar para siempre.
lunes, 8 de abril de 2019
Mi abuela y la TV
Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley Cuando mi abuela veía la tele, el espectáculo era ella. Si había una persecución policial jaleaba a los defensores de la ley "¡Corran, que si no se les escapa...está escondido en la bodega!" y cuando lo atrapaban aplaudía con satisfacción: "¡Que bien, todo sapo muere estripado!" Durante los telediarios si salía Margaret Thatcher o Golda Meir movía la cabeza en gesto afirmativo y daba golpecitos en la mesa, "¡Sí señor, eso es lo que hay que hacer y punto!" Si por el contrario salía un político que le caía mal solía proferir algún insulto "Viejo más mentiroso, usted es un sinverguenza" o si salía algún grupo musical hacía el ademán de ponerse a bailar y movía las manos con alegría. Cuentan que la vez que participé en un debate en TV -la cosa más surrealista que he hecho en mi vida- durante las dos horas mi abuela no se levantó de la silla y cada vez que hablaba mi contrincante golpeaba la mesa "¿Pero que se cree ese traspalmejas hablándole así a mi nieto?" y cuando yo lo rebatía, no paraba de aplaudir con orgullo. Mi abuela vivía la televisión. A lo mejor por eso es que cada vez que veo a la gente frente al TV sin hablar, sin decir ni mú, mirando atentamente con gesto serio, siento que nos hemos vuelto muy aburridos y que al universo y a la vida les hace falta algo: les falta mi abuela.
miércoles, 13 de febrero de 2019
Carlitos
Desde los cinco
años tenía claro que tenía que no podía darse el lujo de jugar como los otros
niños. Como era "pobre", como el mismo decía, no tenía más remedio
que acompañar a su madre mientras limpiaba casas a limpiar casas ajenas.
Mientras su vieja fregaba suelos, él se dedicaba a sacudir, a limpiar vidrios o
hacer cualquier trabajito para que le dieran unas monedas demás. Así fue como
conocí a Carlitos, acompañando y asistiendo a su vieja mientras limpiaba la
casa de mis padres y correteando conmigo por el barrio.
La verdad que era
un chiquillo rubio encantador y divertido, con esa voz de soprano que mantuvo
hasta los 15 años y de la que él era el primero en reírse -"¡Qué vocecita la
mía!"- era el alma de la fiesta, siempre feliz y encantado de estar con
nosotros al punto que siempre decía que si algún día se sacaba la lotería lo
primero que haría sería comprarle una casota "Madrina", mi madre, y
otra más pequeñita para él, "¿Se imagina que bonito?", decía con un
brillo en sus ojos traviesos.
Durante muchos
años nos visitó religiosamente cada semana pero fue crecer para comenzar a
espaciar más y más las visitas. Lo único que sabíamos por referencias era que
no paraba de trabajar en restaurantes, fábricas y en cuanta cosa hiciera falta
y que "llevaba una mala vida", según su madre. Nosotros en cada
visita lo veíamos más serio, ya no se
reía con esa risa cristalina, ni decía ocurrencias, tenía ese aire melancólico
de quienes han sufrido más de la cuenta y según decía no paraba de enfermarse.
Fue así como por
vez primera escuchamos hablar del HIV, entonces una enfermedad mortal casi desconocida
y de la que se tenía muy poca información. Ante la pregunta nuestra de cómo había
que tratarlo porque no sabíamos nada de nada, mi madre fue contundente: "¡Pues con
más cariño que de costumbre! ¿que otra cosa va a ser?"
Siguió
visitándonos hasta que no tuvo fuerzas para levantarse. El último
recuerdo que tengo es la sonrisa que nos dedicó cuando entramos a la habitación
en la casa de la señora que lo cuidaba y las palabras con las que nos recibió mientras nos cogía de la mano:
"¡Ay pero que bonito, si son mis hermanitos!". Carlitos murió poco tiempo después...y yo lo lloré como suelo llorar
mis pérdidas, de a poquitos pero durante mucho tiempo pensando en que pocas
veces -o nunca- sabemos lo que realmente significamos en la vida de otra gente,
para ese chiquillo rubio de la voz de soprano no éramos unos conocidos más o
los patrones de su madre, siempre fuimos su familia.
martes, 5 de febrero de 2019
Nunca me olvides
Fue en el Supermercado, un día cualquiera, cuando él la miró fijamente preguntándole quien era. En un primer momento ella creyó que se trataba de una broma, a lo largo de 40 años de matrimonio su marido a menudo le gastaba alguna broma para hacerla sonreír -"es que estás más guapa cuando te enfadas"-sin embargo esta vez fue diferente, había algo en su mirada y en su voz completamente distinto, no rompió en una carcajada ni le dio un abrazo travieso, caminó desorientado por el pasillo mientras ella lo perseguía, "Cariño, ¿a donde vas? Soy tu esposa", mientras él repetía con insistencia en que había perdido el camino a casa. Aquello fue tan solo el principio de una cadena de despistes a los que el médico, dos semanas después , puso nombre: "su marido tiene Alzheimer".
A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la Luna de Miel, el minúsculo apartamento de recién casados, los bailes de fin de año (cómo bailaban), la llegada de los hijos, las cálidas tardes de verano en la playa, las despedidas cuando él se marchaba a trabajar a otra ciudad, la alegría del reencuentro, la ilusión del primer nieto...toda una vida a punto de esfumarse.
Habían prometido amarse toda la vida y no olvidarse nunca y ahora precisamente él estaba a punto de hacerlo...
A ella le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo, a los 75 años se es demasiado joven para olvidar una vida y sobre todo una historia de amor. El primer beso, la luna sobre el mar en la Luna de Miel, el minúsculo apartamento de recién casados, los bailes de fin de año (cómo bailaban), la llegada de los hijos, las cálidas tardes de verano en la playa, las despedidas cuando él se marchaba a trabajar a otra ciudad, la alegría del reencuentro, la ilusión del primer nieto...toda una vida a punto de esfumarse.
Habían prometido amarse toda la vida y no olvidarse nunca y ahora precisamente él estaba a punto de hacerlo...
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