Justo cuando enviar postales de viajes se había quedado demodé y podíamos vivir tranquilamente, sin pensar en lo bien que lo pasaban los demás durante sus vacaciones mientras nosotros nos asfixiábamos de calor en la ciudad, inventan Facebook, y con él la costumbre de que amigos y enemigos nos inunden con miles de posts y vídeos de sus viajes y fiestas. Imposible no darse por enterado, sobre todo cuando te etiquetan o ponen pies de fotos del tipo “La pasamos tan ricamente que pensamos en ti” (salta a la vista lo tristes que estaban ), “Aquí estamos en plena fiesta, solo faltas tú” (haberme pagado el billete).
Mis padres no tienen Facebook pero sí teléfono, y para no quedarse atrás en esta moda han decidido llamarme cada vez que se la están pasando pipa. Da igual que sea verano o invierno, madrugada o la hora de la siesta, ellos con toda la tranquilidad del mundo mundial llaman para transmitir en directo el paseo que están haciendo a la playa o la visita a mi restaurante favorito. Mi madre incluso me ha llegado a llamar para anunciar el menú del día. “¿A que no sabes qué voy a cocinar?”.
Ellos felices y uno con la boca agua.
miércoles, 25 de mayo de 2011
miércoles, 20 de abril de 2011
La niña fantasma
A los 7 años no podía entender cómo cuando todos los críos del barrio pasábamos las tardes enteras jugando en la calle, Elena siempre estaba encerrada en la cochera de su casa. Daba igual el tiempo que hiciera, si pasaba uno por su casa, uno siempre se la encontraba sola, sentada tras la verja con ese aire de tristeza que tienen las flores de otro mundo, como si esperase pacientemente a que alguien le abrirse el portón para echar a volar.
“Tonto, no está castigada, es que es como Helen Keller, es ciega y sorda, por eso sus padres no la dejan salir, por miedo a que le pase algo”, explicó mi hermana mayor, que a los doce años era la sabihonda oficial de la familia y, como tal, se puso a recitar a la hora de la cena la biografía de la escritora sin perder detalle, mientras yo la seguía boquiabierto, tratando de imaginar cómo serían las cosas sin oír ni ver nada y si me las apañaría tan bien como Helen Keller. Ya había comprendido por qué Elena estaba tan triste.
Desde ese día cada vez que pasaba por el portón me acercaba para saludarla. Me daba igual lo que dijeran mis amigos, me paraba frente al portón y en silencio esperaba a que ella respondiera. En ocasiones emitía apenas un débil sonido, pero en otras se acercaba lentamente a tocar mi mano y a apretarla con fuerza.
Han pasado muchos años, pero sigo viendo la imagen de Elena y me pregunto si alguien por fin le abrió las puertas y le enseñó a volar libre hacia el infinito
“Tonto, no está castigada, es que es como Helen Keller, es ciega y sorda, por eso sus padres no la dejan salir, por miedo a que le pase algo”, explicó mi hermana mayor, que a los doce años era la sabihonda oficial de la familia y, como tal, se puso a recitar a la hora de la cena la biografía de la escritora sin perder detalle, mientras yo la seguía boquiabierto, tratando de imaginar cómo serían las cosas sin oír ni ver nada y si me las apañaría tan bien como Helen Keller. Ya había comprendido por qué Elena estaba tan triste.
Desde ese día cada vez que pasaba por el portón me acercaba para saludarla. Me daba igual lo que dijeran mis amigos, me paraba frente al portón y en silencio esperaba a que ella respondiera. En ocasiones emitía apenas un débil sonido, pero en otras se acercaba lentamente a tocar mi mano y a apretarla con fuerza.
Han pasado muchos años, pero sigo viendo la imagen de Elena y me pregunto si alguien por fin le abrió las puertas y le enseñó a volar libre hacia el infinito
martes, 5 de abril de 2011
Un tipo serio

viernes, 1 de abril de 2011
Los días del Arco Iris

Por eso digo que un arco iris es mucho más que un arco iris. Porque al igual que esta tierra de sangre y fuego, mi vida y la de todos los hombres – que no somos más que un suspiro en la eternidad – recibe de vez en cuando los embates de la tormenta. Sin saberlo surgen problemas, la muerte se burla de nuestras lágrimas y el desamor coquetea descaradamente con nuestra dignidad. Entonces la soledad se apodera de nosotros y la esperanza huye a un planeta solitario.Y aunque nos juramos que “ de esta no vamos a salir”, sigilosamente la alegría –tan subversiva como de costumbre – logra inmiscuirse en nuestro triste sino gracias a una mano que amigablemente se extiende frente a nosotros, de una palabra de aliento o de una sonrisa sincera.
Gestos que como el arco iris a lo mejor no logran borrar por completo las heridas del pasado, pero si anuncian la llegada de tiempos mejores. Quizá sean un recordatorio de que por negro que sea todo a nuestro alrededor, a lo mejor vale la pena seguir luchando. Por eso digo que un arco iris es mucho más que un arco iris, es la firma de un pacto que en el principio de los tiempos el Creador estableció con los hombres tras el diluvio homicida.
Mi abuela contaba que ese día, el Eterno juró nunca más olvidar a los hombres y dejarlos en poder de las tinieblas, y y para demostrar que estaba hablando muy en serio extendió su firma, tanto como pudo, sobre el cielo gris . Así cada vez que las futuras generaciones vieran aquel prodigio, se acordarían de aquel primer día de la humanidad y verían al mismísimo D-s sonriendo y diciendo: “Dejen de aturdirse, el Sol y las estrellas siguen brillando por más densas y negras que sean las nubes”.
miércoles, 30 de marzo de 2011
Paréntesis

Conforme pasan los días, al alivio inicial del “qué bueno que me libré de tantos marrones” sigue la sensación de que hay algo que no encaja y que no está bien eso de estar en casa cuando todo el mundo trabaja a destajo. Uno empieza a preguntarse si habrá hecho algo mal en su historia personal, si se esforzó lo suficiente o si acaso debería haber sido más simpático con los jefes para que se lo pensaran dos veces antes de darte el finiquito.
Pasado un tiempo, a la culpabilidad se le suma esa sensación de que hay que reinventarse como sea y a cualquier precio. El otro día me decía un amigo, parado de larga duración, que no había día en el que no pensara en iniciar un negocio, en dedicarse a las cosas más inverosímiles o en emigrar a un país lejano y ser uno de esos españoles que salen radiantes por la tele contando que se dan la gran vida vendiendo artesanías en Fiji o dando clases de español en Ulam Bator. El problema es el de siempre, que al final, no se sabe si por optimista o masoquista, la mayoría decidimos quedarnos donde estamos, con la esperanza de que tarde o temprano la crisis económica terminará y que eso que llaman nómina volverá a ser algo tan cotidiano como la vida misma.
lunes, 21 de marzo de 2011
Día nudista

La otra mitad del mundo académico consideró que el hecho de que la piscina de un centro universitario decretara un día en pelotas era el acabose, la guinda que coronaba la degradación moral de la Universidad. Desde Adán y Eva se sabía que la desnudez no aportaba nada bueno al género humano, de hecho por culpa de ella nos echaron del paraíso. Así que previendo lo peor y bajo el amparo de Telemadrid, siempre dispuesta a reivindicar causas que fortalezcan la familia y la unidad de España, se organizaron vigilias y actos de desagravio a la tan mancillada salud moral. El fin de los tiempos se aproximaba.
Por su parte, la Federación Española de Naturismo (FEN), que en Europa hay asociaciones para todo, no salía del asombro por la polémica que había despertado una iniciativa que las universidades nórdicas, alemanas y austriacas llevan siglos realizando y nunca nadie había dicho ni mu, por lo que para ese día era de vital importancia que todo el mundo optara por andar como vino al mundo, sin complejos de ninguna especie pero al parecer casi nadie les hizo caso.
Para la gran mayoría del público, a la expectativa original que despertó el anuncio, y que generó un lleno absoluto en la piscina, siguió la desilusión total porque aparte de un pequeño grupo de profesores, “de esos abueletes de la generación del 68”, como bien apuntó una entrevistada en un programa del corazón, que estaban tomando el sol en un rincón con sus partes nobles al aire libre, nadie se habría percatado de que era el día del bañador optativo. Así que la indignación fue total, la gente había pagado por ver y nada de nada, encima nadie se explicaba por qué ningún buenorro o buenorra se había apuntado a causa tan noble. “¡Insensibles! ¡Que nos devuelvan la entrada!”, fue el clamor general.
Sin embargo, la más indignada de todos era la administradora del servicio de restaurante, que estaba de los nervios de solo pensar que el día del bañador optativo afeara su impecable servicio de bufé, así que de plano decidió declararse insumisa y colgar en la entrada un rótulo de enormes proporciones con la leyenda “Bajo ninguna excepción: no se atenderá a nadie que venga desnudo”. Así que para no correr el riesgo de morir de inanición, medio mundo subió al comedor con bermuda, camiseta y cuanta prenda hubiese llevado encima para dejar bien claro que venía vestido.
Total, que a nadie se le queda bien.
viernes, 18 de marzo de 2011
"Low Cost" a ocho mil metros de altura

Ahora todo es distinto y eso se percibe desde el momento en que compras el billete y la chica del mostrador de la agencia te lee todas las “contra indicaciones” del producto con el mismo tono de voz y rapidez que lo hacen en los anuncios de medicamentos de la tele: No se admiten reservas anticipadas ni cambios en las fechas, las cancelaciones no se reembolsan, no se permiten equipajes de más de 5 kgs, los horarios están sujetos a cambios (por lo que hay que llamar la víspera),por favor presentarse con tres horas de antelación en el aeropuerto y tenga en cuenta que el servicio de restaurante NO está incluido (esa es la frase que peor llevo). Al final la pobre chica queda exhausta y uno sale desmoralizado de la agencia.
Ya en el aeropuerto uno comprende que por algo la chica de la agencia dijo todo lo que dijo, sobre todo cuando te encuentras con una cola gigantesca que parece no moverse, gente sobornando al del mostrador para que no les cobre como sobreequipaje el gramo de más que pesó su maleta, y un rótulo escrito a mano en el que se anuncia que el vuelo saldrá con retraso. En la sala de espera la confirmación de que el glamur en los aeropuertos ha muerto es absoluta, sobre todo cuando uno empieza a ver que en el equipaje de mano asoman barras de pan enormes, botellas de Coca Cola de 2 litros, churros para el desayuno, bolsas de patatas y chucherías. (Obvio, nadie quiere morirse de inanición a 8 mil metros de altura, y menos en una aerolínea de “bajo coste”).
Sentado cómodamente en el avión, la bienvenida te la da una azafata con delantal que te vende los cascos para ver la peli, la prensa del día, todo lo que necesites para hacer tu viaje más cómodo y de paso resolver los interrogantes existenciales que tenemos todos los viajeros, como por ejemplo el precio de un vaso de agua y si hay que pagar para usar el servicio.
Horas más tarde la misma chica repite su pase, esta vez para vender comida y bebida. Ahí va la pobre, empujando su carrito por un estrecho pasillo y preguntando a 200 pasajeros si quieren comprarle algo. Lo mejor es que la mayoría vilmente la ignora, otros le responden con un NO que más bien suena a reclamo, y solo unos cuantos se animan a comprar algunas golosinas. La escena rompe el corazón sobre todo si uno piensa en que a lo mejor a la criatura le pagan por comisión, y en lo mal que debe sentirse porque basta con que escuchen las ruedas del carrito, para que todo el pasaje empiece a sacar su propia comida. Hay que ver lo ingrata que es la gente, podrían esperarse hasta que terminara la venta pero no, lo hacen justo en el momento, como para humillar más a la chica, a eso se le llama competencia desleal.
Ahí es cuando uno se da cuenta quien es quien. Los más pulcros sacan con discreción su sándwich, y se lo comen con disimulo, como si la cosa no fuera con ellos. Los más descarados organizan su picnic a la vista y paciencia de todo el mundo y ahí mismo se ponen a hacer su bocata de chorizo y a pasarse entre ellos la litrona de cerveza. Al parecer de lo que más se quejan las tripulaciones, sobre todo las de vuelos de larga distancias, no es de su fracaso como vendedores de comida, sino de los olores tan diversos que deben soportar – mezcla de queso roquefort, sardinas, fritangas y el tufo de los pies de algunos – y de la cantidad de basura que se acumula al final del vuelo. (No pretenderán que los pasajeros nos pongamos a fregar el suelo, a recoger la basura y dejemos todo como una patena).
Muchos viajeros son más considerados y no tan cutres. Un matrimonio de ejecutivos yanquis comentaban en una página de Internet que cada vez que tenían que hacer un viaje de “bajo coste” – una de dos o eran unos tacaños o les iba muy mal – para animarse solían llevar un menú especial (Por ejemplo: un buen queso para picar, un poco de caviar, una ensalada de langostinos, un vino de reserva y champaña), y su propia cubertería. Así el viaje se les hacía más llevadero…por supuesto que como tenían buenos modales confesaban que siempre llevaban de más para ofrecer a sus vecinos de asiento.
La verdad que por ahí no paso, (aunque nunca se sabe). A lo más que he llegado es a llevar ensaladilla en un tupper, y eso porque mi madre – a la que las ventajas del “bajo coste” no acaban de convencerla– insistió en prepararla mientras me preguntaba una y otra vez con cara de incredulidad “¿estás seguro de que no dan nada de comer en un vuelo tan largo?”. Aquella ensaladilla me supo a gloria pero no pude disfrutarla mucho porque una niña que iba al lado mío no me quitó los ojos de encima hasta que acabé. (A la fecha no sé si fue porque le pareció lo más cutre del mundo o si era porque en una ocasión anterior había coincidido con el matrimonio yanqui y esperaba a que la invitara).
Del “bajo coste” no se salva nadie, ni siquiera los que viajan en las aerolíneas de “alto coste” (¿?) porque es una política que lo impregna todo, aunque los grandes directivos no lo quieran reconocer. Por ejemplo, en uno de los últimos vuelos que hice por una de estas compañías, las azafatas no entregaban las bandejas: las lanzaban, uno tenía que estar listo a pillarlas en el aire. Lo más difícil era pillar las bebidas en el aire. (Encima el vino era de tetrabrik).
Total que el “bajo coste” empieza a sonar como sinónimo de cutredad y uno acaba preguntándose si en realidad esta nueva modalidad no es más excusa de las aerolíneas para cortar de tajo la calidad de sus servicios sin riesgo de ser criticadas o censuradas. Como es de “bajo coste” todo se perdona, incluso las borderías de la tripulación, los retrasos de los vuelos y cualquier incidente. Al final la lección es más que clara: el bajo coste, tiene su coste.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
¡Pobre don Edgar!
Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...

-
Arik, el padre de Ruth Pérez, una chica con parálisis cerebral y distrofia muscular, decidió darle una sorpresa y llevarla al Festival Nova ...
-
Mi fama de chico bueno durante mi juventud me convirtió en la coartada perfecta cuando mis amigos querían portarse mal porque parecía que ...
-
El otro día me encontré en el armario la camisa del último uniforme de colegio que usé, estaba firmada por un montón de compañeros del Lic...