jueves, 19 de diciembre de 2024

Venirse arriba

 

Aquella vez antes de subir al avión que me llevaría a Israel me autoregañé preventivamente – como suelo hacer siempre antes de cualquier actividad social importante- estaba yendo a un congreso en representación de mi comunidad en Madrid por lo que tenía que ser formalito, discreto, lo más protocolario posible en mis interacciones con los demás, evitar las grandes demostraciones de afecto, y sobre todo destacar por el saber estar. En realidad no me estaba diciendome nada nuevo porque desde que me empecé a sentir mayor mi espontaneidad en acontecimientos especiales, la reduje a mínimos,  totalmente super controlada y vigilada, no como cuando tenía 20 años que era proclive a dar rienda suelta a mi yo con carcajadas estruendosas, queriendo hablar a todo el mundo, y siendo el primero apuntarse a la pachanga si la música se ponía buena.

Mi misión era sencillamente ser un tipo serio y formal.

Llegué con firme propósito de no dar el brazo torcer a mí mismo pero empezó a quebrantarse en cuanto puse un pie en Jerusalén, una ciudad que siempre me produce una alegría casi infantil, y me entran unas unas ganas locas de disfrutarla. Las “grietas” en mi propósito se agrandaron aún más cuando conocí al grupo con el que iba a compartir durante una semana, todos de distintos países y con la mejor energía de pasarlo bien por lo que en treinta segundos llegué a la conclusión que el terreno estaba despejado para mi espontaneidad pero tenía que evitarlo a toda costa. 

Tras los vinos de la cena de aquel primer día y la visita grupal a un bar en el Shuk de la ciudad en el que tenían la música a todo volumen mientras unos chicos no paraba de ofrecer shoots de Arak a quienes se atrevieran a mover el esqueleto empecé a sospechar que mi misión de ser serio y formal iba a fracasar estrepitosamente y lo confirmé en cuanto un compañero se arrancó a bailar, me arrastró con él a la “pista”y acabé bailando y brindando con todos los trausentes que pasaban. El resto fue historia porque la fama de parrandero no me la quité en los días posteriores y la gente del congresó empezó a preguntarme con toda la naturalidad del mundo cómo había estado por cómo estado la juerga del día anterior. 

Y como mi fama me precede, a mi regreso a Madrid en cuanto entré al templo el presidente de la comunidad, que en ese momento estaba celebrando, empezó a reírse, al final de la Tefilá se acercó para felicitarme porque le habían enseñado mis videos bailando y los asistentes le había comentado que lo había dado todo en la noche jerosolimitana, “mejor representación no pudimos tener, la gente quedó encantada contigo”. 


martes, 17 de diciembre de 2024

El galán

Allá por los años 90 mi colega periodista Silvia Cabezas decidió  que yo tenía porte suficiente para ser modelo del suplemento de modas del periódico en el que trabajábamos. Así que en algunas ocasiones me pedía mi colaboración y yo más que encantado de prestar mi despampanante e impresionante y maravillosa presencia física para ilustrar un medio de circulación nacional; era muy bueno para la egoteca estar haciendo poses frente a un fotógrafo profesional a la vista de todos los trausentes que se quedan mirando con intriga quién era ese tipo de gafas.

Por supuesto, como todos mis intentos de ser famoso, aquello pasó sin pena ni gloria: ninguna agencia publicitaria me descubrió y fuera de Silvia, nadie me pidió modelar ni siquiera unos calcetines. Sin embargo, la persona más inesperada del mundo casi se va de espaldas cuando me vió en uno de los reportajes de moda, la hermana de mi abuela materna, Tia Merce, que no solo salió corriendo a comprar los ejemplares que pudo para distribuirlos entre familiares sino que se puso a llamar a cuanta gente pudo –incluida mi madre y mi abuela- para contarles lo orgullosa que estaba de tener un sobrino tan galán. Mi tía me lo celebró durante años e incluso en la última carta que me envió pocos años antes de morir volvió a recordar ese momento, y la alegría que se había llevado al verme en la portada de ese suplemento y ver qué por fin, alguien de la familia era famoso. 


viernes, 13 de diciembre de 2024

Mi secreto

Siempre he sido un enamorado de las puestas de sol, a tal punto que siendo estudiante universitario en Costa Rica cuando se acercaba la hora salía corriendo de las clases para subir hasta la terraza del Edificio de Generales que tenía una ubicación privilegiada. Subía a todo correr y durante unos 10 minutos, me quedaba extasiado mirando ese espectáculo tan cotidiano pero mágico para luego volver a clases sintiéndome completamente renovado; fue mi secreto de universitario y nunca le dije nadie por qué justo a la hora del atardecer salía pitando.

Cuando viví en Israel –que para mí tiene las mejores puestas de sol del mundo - pude retomar esa costumbre diaria gracias a que por un tiempo viví en un estudio que estaba en un sexto piso y que tenía una terraza enorme con una vista impresionante. Si estaba fuera de casa pegaba carrera y llegaba justo a tiempo para abrir una botella de vino, poner música y estar largo rato admirando la tremenda belleza de una puesta de Sol en Medio Oriente.

Meses después cuando me mudé a Tel Aviv sentí que me saqué la lotería cuando descubrí que el Ulpan Gordon, donde estudiaba hebreo, estaba en primera línea de playa, a unos cinco kilómetros de mi casa, así que me acostumbré a salir más temprano de lo habitual y recorrer toda esa distancia andando por la arena sin zapatos, deteniéndome de vez en cuando para contemplar esas puestas de sol y pensar que lo estaba haciendo desde el mismo lugar en que muchos profetas las vieron y juraron estar frente a frente con el Creador.

Llegaba al Ulpan con arena hasta las cejas pero más que feliz porque sentía que una vez más me había salido con lo mío y había logrado robarle un espacio a la rutina para sentirme más vivo que nunca. 

 

jueves, 12 de diciembre de 2024

Instantes

Mi abuelo Mario adoraba la música clásica.
A cualquier hora del día era fácil encontrarlo con su radio de transitores escuchando uan estación de radio que se dedicaba exclusivamente al género. Cuando la escuchaba parecía desconectarse de este mundo y volar a otro universo. De vez en cuando movía la cabeza siguiendo el ritmo o sino con su bastón, moviéndolo lentamente al compás de cualquier sinfonía. Cuando llegaba a mi casa siempre hacía lo mismo: tomaba posesión de su butaca preferida, al lado mío, y me pedía “complacencias” – lo de la música clásica era “mal de familia” porque en casa solíamos tener bastante "hits" de siglos pasados- casi siempre:  Carnaval de Camille Saint Saëns, la Novena Sinfonía de Bethoveen o la Obertura 1812 de Tchaikovsky, su preferida.  Sonreía al escucharla y siempre me contaba que había sido escrita con toda la intención que los cañones que se escuchan fueran de cañones de verdad -¿se imagina qué bonito?- me miraba con dulzura mientras decía “¡Ay qué belleza! Escuche los violines…el piano”. Era curioso porque estábamos rodeados por mi abuela, mis padres, mis hermanas y mi Tia pero esos instantes musicales eran estrictamente un asunto de abuelo y nieto, un mundo en el que por unos instantes solo existíamos la música, él y yo. 

lunes, 2 de diciembre de 2024

El maripepino

Como yo quería muchísimo –y a la quiero- a mi compañera de aquel periódico y andaba deprimida por su “eterno” proceso de divorcio que entre pleitos por las pensiones alimenticias de los hijos y por la división de bienes parecía nunca acabar, decidí que para su cumpleaños le iba regalar algo que la hiciera reír mucho y que la sacara de esa gris realidad en la que estaba sumergida así que mi sorpresa fue un maripepino, como por aquella época se le decía a los strippers masculinos en honor a una famosa vedette española, Maripepa que a finales de los 80 había hecho estragos en el país.

Mi compañera se había casado jovencísima y había sido madre antes de cumplir los veinte y siempre contaba que durante mucho tiempo había aguantado continuas infidelidades del músico de su marido, hasta que un día acompañandolo en una de sus giras, embarazada de su tercer hijo y sentada en la parte de carga de la camioneta junto a todos los instrumentos porque su marido estaba de “conversona” en la parte delantera con alguna cantante que estaba participando en los conciertos, decidió que eso no era vida para ella y que iba  a mandar a su marido con la música a otra parte, que terminaría su bachillerato por madurez y que intentaría cumplir su gran sueño: ser periodista. 

Conseguir un maripepino fue muy fácil porque un año antes me había tocado hacer un reportaje sobre el tema para un periódico de tirada nacional, había tenido mucho éxito y la organizadora quedó agradecisidísima conmigo porque de la noche a la mañana, gracias mi publicación, el público se había multiplicado: Costa Rica entera estaba hablando de maripepinos. La chica me mandó a la joya de la corona, a su mejor maripepino pero olvidó avisarme con antelación por lo que al día siguiente de haber hablado con ella, al cierre de edición, vino la secretaria de redacción muy azorada, abanicándose para decirme en voz baja que había “un papacito de ojos grises” en recepción esperándome. 

Como en todo buen periódico de nada sirvió la discrección de la secretaria porque en 30 segundos toda la sala de redacción se enteró del chisme y de que se trataba de un maripepino que yo iba a regalarle a una compañera. De pronto todas las colegas comenzaron a hacer excursión hasta la recepción para ver que tal estaba el regalito incluida mi compañera a la que cogí del brazo y le dije en tono festivo, “Le presento a su regalo, vea ver que hace con él porque yo estoy terminando una nota para la edición de mañana”. 

Entre todas las compañeras lograron resolver el entuerto porque no era de recibo que delante de todos los periodistas, del director y de la Junta Directiva un tipo semidesnudo se pusiera a contorsionar en plena hora de cierre así que acordaron hacer una noche de chicas al día siguiente y así disfrutar el regalito en paz. Hace más de veinte años de esa historia pero creo que logré mi cometido: mi amiga cada vez que recuerda ese momento llora de risa, de la vez que a este servidor se le ocurrió regalarle un maripepino.


lunes, 25 de noviembre de 2024

Rebelión

Cómo no suelo plantarme y suelo rehuir del conflicto siempre celebro cuando me amarro los pantalones y mando a la gente a freír churros como en mi primer trabajo: tenía el jefe más gritón del mundo, se pasaba el día gritándome y si por ejemplo si en un texto se me había olvidado poner una come el hombre hiperventilaba, golpeaba su escritorio y perdía el control. Su mal carácter era mítico en la escena nacional, se contaba que siendo viceministro en un ataque de rabia había cogido a patadas la puerta de su despacho. 

Aguanté estoicamente durante meses, y creo que al final hasta empecé a hablarle a gritos porque no paraba, de feria como yo salía a las cuatro de la tarde para llegar a tiempo a la Universidad a las 3:50pm me llamaba a su despacho para perdirme cosas absurdas que evidentemente podían esperar un día. Al final, con la secretaria y el mensajero tuve que idear una estrategia para irme en paz, dejaba el dejaba el maletín en recepción y siempre alguno de los dos se acercaba para decirme en voz alta que me buscaban en recepción, yo me levantaba y cuando estaba seguro que no me veía pegaba carrera hasta la puerta sin despedirme.  Pese a ello más de una vez,  literalmente me persiguió por la oficina para que no me fuera.

Por fin, un día me harté y al final del día le entregué la carta de renuncia. Como era de esperar empezó a pegar alaridos de qué “era aquello” y cómo iba a dejar todo tirado. Yo tomé airé y tuve un “sincericidio bestial” diciéndole todo lo que pensaba de él, lo mal educado que me parecía y lo raro que se me hacía tratar con una persona tan malcriada porque yo venía de una familia en la que nunca nadie se gritaba, que como trabajar para Fidel Castro y Pinochet al mismo tiempo y que lo mismo pensaba todo el personal, que nadie lo quería (de hecho cuando no estaba la secretaria sacaba dinero de la caja chica y nos invitaba a almorzar o a merendar por todo lo alto solo para celebrar que no estaba) y que me tenía que ir YA porque no lo soportaba.

Desconozco el alcance de mis palabras y si el señor cambió su carácter pero, aunque me temblaban las piernas, salí feliz de la oficina, con portazo incluido –siempre lo había querido hacer- cogí mi maletín y nunca más regresé. 


jueves, 14 de noviembre de 2024

La mirada

Mi tío había muerto trágicamente ese día y como de costumbre en la familia, todos corrimos a refugiarnos en el lugar más seguro del mundo: la casa de mi abuela. En momentos de tormenta era el lugar perfecto para guarecer y esperar a que el sol volviese a salir. La gente iba y venía en medio de la atmósfera más gris que hasta ese momento había vivido y era imposible no sentirse embargado por la tristeza, por el dolor por la pérdida de Tío German que al menos para mí, siempre había sido sinónimo de optimismo, diversión y de un raudal de alegría que convertía cualquier lunes en un sábado. 

Durante todo el día yo había estado aguantado estoicamente las ganas de llorar hasta que –como suele pasarme siempre- las lágrimas me comenzaron a brotar sin parar y cómo nunca he podido llorar en público, salí a toda prisa hasta el corredor a sentarme en una de las bancas para desahogarme con tranquilidad sin que nadie me viera cuando de pronto apareció mi abuela en la puerta para preguntarme qué estaba haciendo ahí solo, "¿Qué voy a estar haciendo? Llorando, no sé qué voy a hacer sin tío”. En una persona tan cálida y maternal como era ella, especialista en dar cariño y contención, lo normal habría sido que me abrazase e intentase calmarme, pero se quedó paralizada en la puerta, con una mirada de profunda tristeza que lo decía todo porque, aunque hubiera querido tranquilizarme se había quedado “muda”, no tenía fuerzas suficientes porque ella misma estaba rota, desolada por dentro. Se quedó unos minutos mirándome en silencio a la distancia y cabizbaja se fue para dentro. 

Había olvidado por completo esa imagen hasta un día de éstos en que pensando en lo afortunado que había sido en tener una abuela como ella, eternamente pendiente de sus hijos y nietos, me vino a la mente ese día insólito y triste  en el que por única vez en la vida no pudo consolarme.  

jueves, 10 de octubre de 2024

Coartada perfecta

 

Mi fama de chico bueno durante mi juventud me convirtió en la coartada perfecta cuando mis amigos querían portarse mal porque parecía que padres, novios y novias respiraban tranquilos si él o la susodicha salían conmigo porque un muchacho "tan serio y formal" era imposible que hiciera algo malo.

Aunque casi siempre mis amigos me instruían con claridad - "acuérdese que estuvimos en un cumpleaños,que bebimos solo Coca Cola y que usted me vino a dejar en taxi a la una de la mañana"- a falta de claridad en las instrucciones muchas veces tuve que a aprender a improvisar cuando algún padre o novio me preguntaban lo que habiamos hecho el día anterior:

"¿Pero entonces fueron al cine? ¿Qué película vieron?"
Yo sudaba a mares y deseaba que la tierra me tragara pero casi siempre respondía a la perfección y, de momento, salía triunfal del entuerto.

Lo malo era cuando descubrían el engaño porque de ser el angelito, me convertía en el demonio, en una mala influencia que había que evitar a toda costa, una visión con la que mi tíos y mis padres estaban totalmente de acuerdo porque sabían de antemano la clase de elemento que yo era: todos concordaban en que sí, que era una pésima pero adorable influencia.

lunes, 7 de octubre de 2024

La última aventura de Ruth y Arik

Arik, el padre de Ruth Pérez, una chica con parálisis cerebral y distrofia muscular, decidió darle una sorpresa y llevarla al Festival Nova en pleno desierto de Israel. Ruti, desde temprana edad amaba la música trans y junto con su padre había asistido a muchos festivales en Israel y en otras partes del mundo. Su viejo era sencillamente feliz viendo a su niña disfrutar, tener alas por un instante y olvidarse de su silla de ruedas, no le importaba cargarla a sus espaldas ni cualquier otra incomodidad porque gracias a la música su hija podía volar.

La mañana de 7 de octubre del 2023, durante la celebración de ese Festival, ella, su padre y otros 362 asistentes al Festival  fueron masacradas por terroristas de Hamas con una crueldad inmiginable. Los cuerpos de Arik y Rut fueron encontrados días después separados por algunos metros y lejos de su silla de ruedas. No es dificil imaginarse a Arik con Ruth a sus espaldas huyendo desesperado de una pesadilla que acabó por devorarlos. 

Fue la última aventura de una chica y de su amado padre y de muchos otros.

Ha pasado un año desde entonces. 365 días de esa barbarie sin que muchos jóvenes  universitarios de la misma edad, por ejemplo, hayan mostrado un mínimo de empatía por el sufrimiento que tuvieron-y siguen teniendo- muchos chicos  de su edad que aún siguen secuestrados. Duele, y mucho ver,  a lo largo y ancho del mundo a manifestaciones con  el  “Free Palestine” como consigna pero sin la más mínima condena hacia la barbarie que dio origen una guerra que casi nadie quería ni quiere.  

Un año en el que muchos no han aprendido a que se puede -y SE DEBE-  estar contra cualquier guerra pero al mismo tiempo mostrar su total repulsa por los actos cometidos en nombre del pueblo palestino, por esos asesinatos, esas violaciones sexuales –debidamente verificadas por organizaciones internacionales- y por la toma de rehenes, que en las peores circunstancias siguen en manos de Hamas. 

Algo que al parecer tampoco han aprendido muchos gobiernos del mundo.

viernes, 20 de septiembre de 2024

Los otros son los raros

Ayer me contaba Silvia que la vida no le ha sido fácil, me lo decía sin la mínima muestra de autocompasión o de rencor, ella es una de mis alumnas de unas tutorías que estoy dando sobre Competencias Digitales para personas con discapacidad intelectual. Me decía que desde niña sabía que tenía inteligencia “límite” -es decir que hay cosas que puede hacer muy bien y otras se le complican. Lo sabe desde siempre y por eso pone tanto empeño en aprender, en estudiar e intentar mejorar al punto que cuando tiene que hacer una cálculo primero lo hace a mano, luego en calculadora y finalmente en una hoja Excel, “así me esfuerzo más”. 

Me contaba que durante la primaria y segundaria siempre le hicieron la vida imposible, en cuanto ella, que es muy sociable y dicharachera, se acercaba a hablar a un grupo le hacían el vacío, en el mejor de los casos, o el grupo se dispersaba como si hubiesen lanzado una pedrada, en el peor de los casos, porque decían que era rara, “yo lo que hacía era reírme por dentro porque los otros son los raros, los que no me aceptaban” me decía con aire aliviado y con la seguridad de quien a base de golpes se ha hecho fuerte.

Yo le sonrío, y como estoy a punto de soltar el llanto -su historia me ha emocionado-,  le digo que mejor nos centremos en el ejercicio de Excel que todavía nos quedan muchas cosas que aprender para la vida. 

lunes, 16 de septiembre de 2024

Secretaria personal


Hay gente que comparte con nosotros poco tiempo pero en ese lapso nos hace sentir muy queridos. El otro día estaba recordando a Elena, lo más cercano a una secretaria personal que he tenido. Por esa fecha ella andaría cerca de los cincuenta y yo de los treinta pero hicimos “click” desde el primer momento. 

Aunque su trabajo era apoyarme a mí “únicamente y exclusivamente en situaciones muy concretas”, como me dijeron en la Dirección Ejecutiva,  ella misma se autoproclamó mi secretaria personal: no había forma de hablar directamente conmigo, todas las llamadas las atendía ella y siempre a primera hora se plantaba en mi cubículo para revisar la agenda del día y de paso ofrecerme un cafecito. Si esa semana tocaba organizar conferencia de prensa se ponía super feliz enviando las convocatorias, planeando el catering y feliz que yo siempre le diera el visto bueno sin hacerle preguntas, “da gusto trabajar con gente como usted”. 

Como le gustaba organizar cosas cuando le conté que me habían endilgado la Fiesta de Navidad –la de los empleados y la de los niños- sin preguntar lo asumió como trabajo de equipo  y en seguida se puso manos a la obra pidiendo presupuestos, hablando con orquestas y preocupada de que todo saliera a la perfección como efectivamente sucedió. El día de la fiesta Elena, en lugar de sentarse a disfrutar con los colegas y dejarme hacer el trabajo, no se separó de mi lado ayudándome en todo y no se sentó a cenar hasta que yo no llegué a la mesa: “Guillermo aquí le guardé el platito con su comida y un traguito, no sé que tomará usted pero se lo serví, me debe un baile”.

Esa fue la última vez que trabajamos juntos  porque a principios del año nuevo yo comenzaba en otra institución.  Fuimos compañeros solo tres meses pero me sigue maravillando como en ese breve espacio se las ingenió para darme cariño a raudales y hacerme sentir importante.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Propuesta laboral

 

La oferta de trabajo más surrealista de la vida la tuve viviendo en Tel Aviv.

Me había amigado con el jefe de un supermercado, una “amistad” que nació desde el día en que llegué al super a última hora justo cuando el chico iba a salir a fumar su último cigarro. Cuando llegué a la caja con cigarro en la mano me puso cara de asco y me dijo “¿En serio?” y me pidió que esperara para cobrarme, que salía a fumar. Salió y yo esperé en la caja con toda la paciencia sin decir nada.

Desde ese día comenzó a atenderme como cliente VIP o más bien como de la familia pero muy de la familia, como si fuera el hermano “tonto”. Si pasaba por caja con una lechuga un poco pasada, me echaba la bronca y me mandaba a cambiarla diciéndome que tenía que ser más cuidadoso con la compra, si cogía una botella de vino que estaba en oferta de 2x1 cuando llegaba a la casa me ordenaba –no pedía- que fuera a por la otra YA, así que cada vez que iba de compra salía regañado.

Pero me tenía cariño y lo supe cuando me dijo que si algún día quería trabajar ahí le dijera y punto. Yo le dí las gracias diciéndole que a lo mejor más adelante me vendría bien trabajar como limpiador y acomodador de mercancia. Me miró, haciendo un cuadrado imaginario con las manos, como si estuviera tomando una foto y me dijo.

-No, no no. Tú tendrías que ser cajero, dónde todo el mundo te vea.

Cuando le agradecí diciéndole que los números en hebreo se me enredaban mucho -a lo mucho sé contar hasta 200-  y que sería un lío, me miró con cara de sorprendido.

-¿Y qué? ¿Para qué estamos tres cajeros al mismo tiempo sino es para ayudarnos?

En aquel momento no acepté la oferta porque me imaginé que aquello iba a ser un completo caos pero con el paso de los años me he arrepentido; probablemente mi yo de hoy habría aceptado la propuesta no por dinero sino por la aventura, habría sido muy divertido. 

miércoles, 14 de agosto de 2024

Malacrianza

Aquello de “una limosnita por el amor del Señor” dicho con humildad  no iba para nada con Malacrianza, más que pedir él llegaba a casa de mis padres a cobrar. Le abrías la puerta, te miraba de arriba abajo y altanero levantaba la cabeza hacia arriba en plan “¿Bueno me van a atender sí o no?” Yo, dependiendo del humor con que anduviera,  me quedaba esperando en silencio hasta que hablara y preguntara por mi viejo, que era su contacto y con el que tenía una pésima relación que a él siempre le convenía. Los  días que pasaba por la casa, es decir 365 al año, mi padre le echaba el mismo discurso: “¿Diay? Sigue pidiendo, no sea vago, trabaje, que usted es un hombre joven…vaya a las construcciones, haga jardines, lo que sea pero deje de pedir…¿No le da vergüenza?”.A final mi padre suspiraba resignado, sacaba la billetera y le daba dinero. ¡Más de veinte años con el mismo sainete! Si quería molestarlo un poco no lo atendía y me mandaba a mí a la puerta con unas cuantas monedas. Yo se las daba y Malacrianza –el mote que le puso mi padre y le venía al pelo-  hiperventilaba furioso “¿QUÉ?, esto es una miseria. ¡No vuelvo a pasar!”. Dentro de la casa mi padre no paraba de reír mientras mi vieja acongojada lo regañaba porque en el fondo le daba pena el pobre hombre. El otro día me contó una hermana que Malacrianza había fallecido hace algunos años. De pronto me imaginé a mi viejo en el paraíso encontrándoselo regañándolo todo enfadado, “¿Diay? Usted ni muerto deja de fregar, yo que estaba tan tranquilo aquí.” 

viernes, 2 de agosto de 2024

El bus de la U

Por aquellos días, coger el bus de la Universidad era una de las alegrías del día sobre todo cuando uno pillaba el último.  Aparte de que Gerardo, el chofer, desde el primer día te trataba como si te conociera de toda la vida y a la segunda vez que te veía te pedía que le hicieras el favorcito de sentarte un ratico al volante y cobrar mientras él iba a tomarse un cafecito. Como generalmente conocía a la mayoría de pasajeros la sensación era que te ibas de paseo  con tus amigos de toda la vida; en esa época había decido seguir al pie de la letra el consejo de un libro de psicología práctica que más o menos decía que cuando uno se encontraba casualmente con alguien había que dedicarle al menos cinco minutos así que como si fuese un azafato iba pasando de asiento en asiento, hablando un ratico con la gente. 

La verdad que no daba abasto porque como estaba en grupos comunales, religiosos, artísticos y políticos del pueblo –era un bombeta en todo el sentido de la palabra (era la época en la que mis padres pusieron de moda la frase “esto es una casa, no un hotel”)-  los veinte minutos de trayecto no me rendían para cumplir mi cometido y siempre me quedaban saludos pendientes. Mi amiga Silvia -que hace unos años perdió la lucha contra el cáncer –solía sentarse al final y entre risas siempre me reclamaba por haberla dejado hasta lo último “Jue….Guillermo,  Tica Linda es poco, la próxima vez mejor se monta en la trompa y va saludando”. 

Tengo que reconocer que cuando terminé la Universidad sufrí una de las cosas que más echaba de menos era ese bendito bus, la vida de pronto se volvió seria y nunca fueron tan divertidos los regresos a casa.

martes, 23 de julio de 2024

Duelos

Los duelos son la cosa más personal del universo. Aunque todas las religiones tienen un protocolo muy definido para ayudar a sobrellevar los primeros días con más o menos éxito. Lo cierto es que cada uno de nosotros estamos completamente solos frente a esas pérdidas irreparables: la gente puede animarnos, darnos buenos consejos pero a la hora de la verdad cada uno decide cómo quiere vivir esa etapa que por lo demás no tiene un período definido, hay quien dice que dos años, otros cinco y muchos que afirman que esa sensación de pérdida nos va a acompañar el resto de nuestras vidas.

Hay quien por duelo se acerca a la religión y eso eso muy bien.
Hay quien decide cambiar abruptamente de vida y eso está muy bien.
Hay quien se refugia en el ejercicio y eso está muy bien.
Hay quien decide llevar una intensa vida social y eso está muy bien.
Hay quien prefiere aislarse del mundo y eso está muy bien.

Cualquier cosa que se haga, si uno es consciente de por qué lo está haciendo, está muy bien porque se trata de sobrevivir en esta balacera que es la vida como dice por ahí Fito Páez. 

A mi regreso a España cinco meses tras la muerte de mis padres hubo un amigo, que también estaba pasando un período de duelo, que con las mejores intenciones del mundo –no lo dudo ni un segundo- me riñó con vehemencia  porque seguía saliendo a tomarme mis vinos con toda la normalidad del mundo. En su momento me molestó mucho porque me pareció -y me sigue pareciendo- un atropello a mi intimidad, fue inútil explicarle que cuando estaba solo lloraba a menudo y que era mi manera de seguir con la vida, que tenía necesidad de seguir apostando por las cosas que antes me hacían feliz,  de aferrarme a la cotindeinidad porque con la muerte de mis viejos me había asomado demasiado a mi propia muerte -y eso asusta y mucho- que no quería pensar que era el próximo, que necesitaba –y necesito- ser abrazado por la vida. 

lunes, 22 de julio de 2024

El Super

Por ser el benjamín de la familia durante bastante tiempo me tocó acompañar a mi vieja al super. La tradición era ir en cuanto terminábamos de almozar porque siempre decía que había que hacer la compra con el estómago lleno, que así no se antojaba uno de nada y se ceñía a comprar estrictamente lo necesario. Así que me tocaba sacrificar la siesta y, entre bostezo y bostezo, recorrer todos los pasillos del supermercado detrás de mi vieja que se empoderaba como nadie con la lista de la compra, daba la impresión que si por ella fuera compraba todo el local. Examinaba los tomates como si fuesen a adornar la mesa de algún rey y más de una vez obligó al dependendiente a sacar la verdura que tenía en bodega y que estaba más fresquita. 

Yo le reñía porque me parecía exagerado y aburridísimo dedicar tanto tiempo a la verdura y legumbres habiendo cosas más importantes que ver en un Super pero para ella comprar lo mejor para la familia era prioridad absoluta. Largo rato después volvía a detenerse en el área de tienda para ver cristalería, mantelería, cubertería…el dinero no daba para tanto pero ella le echaba ojo a futuros regalos. “Vea qué bonito esto para su tía”, “Vea estos joyeritos para sus hermanas, cuando me paguen el aguinaldo venimos y se los compramos”, “Ay huela este perfume, le va a encantar a su abuela, acuérdeme para comprárselo con el bono”.

Regresábamos tarde a casa, yo agotado de estar dando vueltas por el Super pero contento de ver a mi vieja satisfecha y relajada porque por una quincena más el sueldo había alcanzado para todo, ya vendrían tiempos mejores en los que no andaríamos tan “chuecos” de plata como decía ella.

Desde esa época siempre asocio los supermercados con mi madre, cada vez que entro en uno siempre pienso lo mucho que le gustaría estar ahí y más de una vez me he sorprendido mirando las “cositas” para regalos en las que ella solía detenerse, me la imagino pidiéndome que no me olvide que  las pantuflas que quiere mi padre para su cumpleaños están en el pasillo 7 de zapatería, al lado de las tenis que me va a comprar para cuando caiga una platica extra, “bueno, si pego lotería venimos el lunes tempranito sin falta”.


viernes, 19 de julio de 2024

Remedio casero

La salud de cualquier enfermo en la famila mejoraba radicalmente en cuanto mi abuela atrevesaba la puerta de la casa. No tenía coche, y a veces ni suficiente plata para coger taxi, pero ella se las ingeniaba para visitar al que estaba fastidiado por una gripe, mal del estómago o lo que fuera –“engatusaba” alguno de mis tíos para que la trajera o a un vecino que precisamente estaba sacando el carro mientras mi abuela se hacía la que esperaba el bus.

En mi caso, aparte de no tener que ir a clases lo bueno de estar en cama la más que probable visita de abuela. El protocolo siempre era el mismo: llegaba, te ponía la mano en la frente y decía “Este muchacho está hirviendo en calentura, pobrecito” y se iba a rebuscar en el botiquín qué había y al rato volvía con una pastilla deshecha en un vaso agua –para que no me maltrara la garganta-, café recién hecho y un bollo de pan con mantequilla. 

Se quedaba un rato en la habitación haciéndote mimos mientras conversaba con mi madre o simplemente viendo alguno de sus programas preferidos por la tele como “El Show de Cristina”. Después de un rato y sin pedir permiso, tomaba posesión de la cocina y la escuchabas trajinear, picando cebollas, lavando patatas, cocinando unas alitas de pollo porque estaba más que demostrado que el remedio infalible contra cualquier mal era una buena sopa, que siempre “anima y reconforta” como solía decir.  Cuando la veías estaba sentada frente a tí con el plato de sopa y sin preguntar si uno podía coger la cuchara, ella empezaba a dártela. “¿Se siente mejor papito? ¡Va a ver cómo mañana amanece mejor!” y entre cucharada y cucharada uno francamente se sentía mejor con esa sobredosis de cariño abuelil. 

Antes de despedirse, te pasaba por la espalda el ungüento que hubiese en la casa, se ocupaba de tensar bien las sábanas, de cobijarte y de estamparte el beso de las buenas noches. Entonces uno caía en un dulce, profundo y reparador sueño…al día siguiente no había rastro de la gripe, ni de ninguna enfermedad. 

La abuela me había curado. 


jueves, 11 de julio de 2024

Un lujo de vida

 

A mi viejo todo le parecía maravilloso. Desde tomarse una cerveza hasta montarse en su carrito blanco para hacer unos recados era un prodigio. Con lo mínimo se ponía contento y con hechos pequeños, simples, se creaba grandes expectivas. Si compraba lotería te pasaba diciendo, “¿Se imagina si me pego el mayor? Le compro una apartamento en Madrid para que se deje de preocupaciones?”, si tenía de por medio una entrevista de trabajo, “¿Se imagina que le salga ese trabajo y lo nombren de Director?”,  “¿Se imagina que me suban el salario y pueda estrenar carrito en diciembre?” Perpetuamente esperando lo mejor, ese golpe de suerte que cambiaría, para bien, nuestras vidas y siempre agradecido, imposible quedarle mal, para desilucionar a mi viejo mucho tenías que trabajarlo. Papá, solo me alcanzó para estos jabones y ese jersey como regalo, “Qué esa maravilla de fragancia y qué bonito ese suéter, no tenía uno de ese color”, Viejo, estoy de bajón porque trabajando en una constructora grabando presupuestos para el AVE, nada de periodismo, “¿Estás trabajando para una empresa que desarrolla el tren de Alta Velocidad?¡Ay que orgullo más grande, se lo voy a contar a todo el mundo!” 

En uno de sus viajes a Madrid vino solo con 300 dólares para tres semanas (poco dinero pero lo estiramos hasta más no poder). Una de esas noches en la que nos nos alcanzaba para nada, lo llevé a cenar a un chino barato de menú de toda la vida que en los noventa solían tener camareros uniformados, manteles y servilletas de tela. Mi viejo no salía del asombro por estar en un sitio tan "fino": “¡Qué es esta elegancia! ¡Qué lujo! ¡Hasta nos pusieron una botella de vino entera! ¿Nos van a invitar a un chupito? ¿Pero que es esto?”. Para mi viejo aquella cena en un sitio cotidiano al que yo iba a menudo sin percartarme de los detalles, fue todo un acontecimiento que lo hizo tremendamente feliz…

Cuando pienso en todo eso siempre llego a la conclusión que debería empezar a ver la vida con los ojos de mi viejo, quizá estaría menos agobiado y disfrutaría más de los momentos cotidianos, me sabría a gloria tomarme una cerveza después de un día de trabajo, me haría toda ilusión del mundo encontrarme a un excompañero de trabajo, sería más sabio y estaría absolutamente convencido que cuando menos lo piense, algo muy bueno, pero muy bueno, me pasaría.

martes, 9 de julio de 2024

Ximena

La primera vez que la vi estaba atareada en el escenario de una Escuela en la que nuestro grupo de teatro iba a hacer una presentación. Le pregunté a una amiga quien era esa señora de pelo largo y me resumió en cuatro palabras: “La mamá de las chilenas”. Así fue conocí a Ximena, yendo y viendo en cada obra. Siempre dispuesta a echar una mano en lo que hiciera falta: si había que ponerse a repasar el texto con uno de los actores lo hacía, si tenía que ponerse a remendar algún traje lo hacía, si tenía que pintar un cartel lo hacía.

Poco a poco doña Ximena fue convirtiéndose en pieza fundamental del grupo y en amiga personal de cada uno, estaba claro que ella no quería ser conocida tan solo como la madre de alguien, además con su estilo cercano era fácil que te arrancara alguna confesión o que ella te contara algún detalle de su vida porque necesitaba desahogarse y aunque tuvieras veinte años de diferencia de edad,  ella te consideraba tu amigo y la persona más sensata del mundo a la que pedir consejo y todo lo demás sobraba.

Y si se trataba de ayudar, no pedía permiso. Una vez que coincidimos durante una visita a Costa Rica me miró de arriba abajo con picardía: “Oiga usted, tan buen mozo y amoroso que es, ¿Cómo no tiene pareja?” más que una pregunta aquello era una declaración de intenciones porque ella ya sabía muy bien a quien me iba a presentar. Cinco minutos después via Facebook me estaba poniendo en contacto con el “gran amor” de mi vida -"hacen muy buena pareja"- y aunque la cita fue todo un fracaso desde el punto de vista romántico, ella quedó más que satisfecha porque "por lo menos" me invitaron a un vino y se lo anotó como todo éxito y "amenazó" con seguir presentándome gente.

Hace un tiempo que Ximena se fue, pero se las ingenió para  entrar ese club VIP de gente que ya no está en este mundo pero que cuando piensas en ellas te alegras, sientes un subidón de energía y ganas de comerte el mundo porque te sientes agradecido y bendecido por haber compartido parte del viaje de esta vida con ellos, y sueltas un de verdad de verdad, qué afortunado he sido.

martes, 25 de junio de 2024

Un ratico de gloria

 Como ya era tradicional, una semana antes de regresar a Madrid mi vieja se había empezado a poner nostálgica sobre todo cuando me veía haciendo el equipaje, se paraba en la puerta de la habitación, suspiraba y alguna lágrima se le escapaba mientras decía en voz alta “mejor me pongo a cocinar”. Mi viejo disimulaba un poco más, se ponía ayudarme y a revisar que no dejara nada en el armario o en la mesa de noche, una y otra vez me preguntaba si llevaba todo conmigo: “¿El pasaporte?¿La plata?¿Dónde echó los documentos?” y de vez en cuando se quedaba callado, cabizbajo, según mi madre era su forma de llorar (según ella mi padre lloraba en seco, sin lágrimas). Eran días en los que nos prodigábamos más en besos y abrazos, por las noches antes de dormir mi vieja y yo no sentábamos abrazados a la orilla de la cama para decirnos lo mucho que nos queríamos y que todo iba a estar bien porque nos teníamos.


Ese día como de costumbre mi madre se coló en el aeropuerto –en mi pueblo solo los viajeros pueden ingresar a las instalaciones-, siempre lo hacía: cogía mi maleta de mano, toda campante daba las buenas tardes al policía y entraba del brazo conmigo hasta los mostradores, como si fuesemos a viajar juntos: “¿Se imagina qué maravilla? ¿Que me fuera con usted a Madrid?”. Era su forma de “rascar” un poco más de tiempo conmigo. Al llegar al mostrador la chica con aire de gravedad nos anunció que el vuelo había sido cancelado por mal tiempo y que no saldría hasta el día siguiente a las 11 de la mañana que diculpáramos la molestia. Mi vieja estalló en júbilo como si se hubiese ganado la lotería, dándole las gracias efusivamente al personal y respondiendo por mí, que no necesitaba hotel, ni voucher de comida…”yo me lo llevo, no necesita nada de eso” mientras iniciábamos triunfales el camino de regreso a la salida del aeropuerto frente a las caras sombrías del resto de pasajeros que tenían que retrasar su partida.

Aprovechando que la tarde soleada y lo felices que estábamos acabamos tomando café en un restaurante típico en mitad del campo que a mi me gustaba mucho y que en ese viaje no había tenido tiempo de visitar mientras mi viejo veía el reloj y decía contento: “Huy que pereza a esta hora estaría depegando el avión y nosotros todos tristes regresando a la casa en cambio estamos aquí tomando cafecito y tortilla de queso”.  Curiosamente esa vez mi regreso a España fue menos triste, esas 24 horas de más que la vida nos regaló, ese ratico de gloria fue un bálsamo cuyos efectos, ahora que mis viejos no están, sigo sintiendo. Si me siento triste, cierro los ojos y pienso en ese y otros días, en los que fuimos, como decía Mario Benedetti, inadvertidamente felices. 

lunes, 6 de mayo de 2024

El club de los cinco

Por aquella época después de cenar mi madre y yo solíamos hacer un poco de sobremesa, a veces charlando y otra vez mirando lo que echaran en la tele sin pensar en nada como esa vez en la que pusieron “El Club de los cinco”. Desde hace mucho quería ver esa película, había pospuesto infinidad de veces las idas al cine hasta que por fin, ese día ponían en la tele. Comencé a verla seguro que mi vieja en cualquier momento se iba a levantar, era una temática que desde mi perspectiva resultaba ajena a una señora de más de cincuenta años, más preocupada por su jubilación que por los problemas de un grupo de adolescentes.

Pese a mis expectativas ese momento nunca llegó, desde el primer momento mi madre parecía hechizada por la historia incluso mucho más que yo, cada cierto tiempo la volvía a mirar con incredulidad en plan “¿Qué le ha pasado a ésta?” pero ella ni rechistaba. Por fin en cuanto aparecieron los créditos finales y la mítica canción “Don´t you forget about me” mi vieja se levantó de la mesa triunfal y satisfecha diciendo que aquello había sido un peliculón y “qué pobrecitos los jóvenes lo mucho que sufríamos por la incomprensión de los adultos” mientras me estampaba un beso.

La anécdota quedó guardada en algún rincón de mi memoria hasta el año pasado en que me “tropecé” en Youtube con los créditos finales de la película y su banda sonora y volví a vivir esa noche de finales de los ochenta en mi casa de Costa Rica, un momento mítico entre mi vieja y yo. 

Y comencé llorar mientras escuchaba ese “Don´t you forget about me…”


viernes, 3 de mayo de 2024

Lugares felices

Solíamos pararnos a mitad de camino a casa justo en esa frutería. Durante los meses que duró mi rehabilitación cardíaca siempre repetíamos el mismo ritual: mi viejo aparcaba el coche para comprar algo de fruta para “aguantar” hasta el almuerzo. Era tan solo una ventana pero estaba cargada de mangos maduros rojiamarillos , doradas piñas, jugosas sandías, naranjas que parecían sacadas de un libro de cuento y toda la fruta tropical que uno soñara. A pesar de lo surtido siempre comprábamos lo mismo: mi padre un trozo de piña y yo otro de sandía. Era uno de “nuestros” momentos del día, sentados en el coche, en pleno meses de verano, mientras saboréamos la fruta,  aprovechábamos para conversar un ratico, siempre acabábamos charlando sobre el mismo tema: lo maravilloso que sería vivir en la hilera de casas que estaban en frente de la frutería, casas sencillas pero abrigadas por árboles con un coqueto parquecito en medio:

“Yo me saco la lotería y lo primero que hago es comprarme una casita ahí. Se imagina que bonito? Tu monchita (mi madre) y yo sentados en un banco de ese parque, tardeando, viendo pasar gente”.

Siempre le daba la razón y me imaginaba a mis padres paseando de la mano por esa vereda llena de árboles y flores, haciendo recuento de sus días.

La lotería nunca llegó y mi rehabilitación pasó antes de lo pensado pero la frutería y esas casitas de ensueño siguen ahí, dormidas a la orilla de la carretera como mudos testigos de un tiempo cercano que parece hoy muy lejano en el que, por unos meses, fue uno de los lugares felices un padre y de su hijo. 


miércoles, 10 de abril de 2024

Los Munster

El primer hipster de Costa Rica fue mi padre.

Mucho antes que se pusiera de moda ir en bicleta a todo lado, llevar cazadora a cuadros y botas amarillas Cartepillar mi viejo andaba por el mundo vestido así, yendo y viniendo en bicicleta, no por moda, sino porque como en esa época no teníamos coche era la forma más rápida y barata de moverse. La culpa de todo la tuvo la temporada que vivió en Estados Unidos, se fue a probar suerte intentando todo tipo de trabajo pero pudo más la nostalgia por mi vieja y por nosotros, sus hijos, que la necesidad de hacer dinero. 

Se regresó y se trajo con él ese “look obrero”. Por aquella época cada vez que aparecía mi padre en mi cole alguien me decía, que me portara bien porque habían visto por el pasillo al señor con los “zapatotes” de Herman Munster. Mi mejor amiga en ese entonces, Magaly,  aseguraba que caminaban igual, que eran “idénticos”, y que si mi papá era Herman Munster yo no era otro más que Eddie Munster y eso explicaba muchas cosas de mi. No parábamos de reírnos mientras mi viejo en la inopia absoluta, aparecía en el aula.

Con los años he llegado a la conclusión que además de los “zapatotes” mi viejo compartía con el célebre personaje su ternura y ese optimismo a prueba viento y marea para esperar siempre lo mejor de la vida y de todo el mundo.



martes, 26 de marzo de 2024

Terapia

El mejor psicólogo resultó ser el oftalmólogo al que visité hace muchos años, aprovechando que tenía un seguro médico muy bueno pensé que era buena idea preguntar si se podía hacer algo con muy estrabismo del ojo izquierdo.

Después de revisarme a profundidad y mirarme desde todos los ángulos posibles me explicó en qué consistía los tratamientos que se aplicaban y aunque no eran peligrosos corrían el riesgo de agravar el problema sobre todo en lesiones antiguas como la mía pero que en determinadas circunstancias podían hacerse:

“-¿Considera usted que su vida profesional ha estado determinada por ese problema?

-Ay no para nada.

-¿En sus relaciones sociales y familiares ha sido un factor determinante? ¿Se ha sentido menos querido?

-Ay por supuesto que no.

-¿Ese problema le ha generado algún problema de autoestima?¿Se siente menos que los demás?

-Ay no, cómo se le ocurre.

-Finalmente, ¿En su vida sentimental eso le ha afectado? ¿A la hora de ligar, por ejemplo,le ha determinado?

-Ay no doctor, eso JAMÁS.  Siempre he sido muy ligón, más de la cuenta la verdad.

-Pues ya tiene la respuesta (riéndose). 
Regrese a su casa y no haga un problema de algo que no es problema para usted. "

viernes, 22 de marzo de 2024

Toda la vida

 

Como los días previos a mi regreso a España mi vieja se ponía muy nostálgica para animarla (y animarme), para consolarlos mutuamente, a la hora de darle las buenas noches siempre me sentaba a la orilla de su cama para tener una pequeña conversación en la que básicamente lo que hacíamos era permencer en silencio tomados de la mano:


-¿Se va a cuidar? ¿Vamos a estar bien? ¿Verdad?

-Sí Mamá, me voy a cuidar y vamos a estar todos muy bien ya verá.

-Nos vamos querer toda la vida ¿verdad? ¿Hasta el cielo?

-Sí Mamá, nos vamos querer hasta el cielo, ida y vuelta.

-Te quiero mucho. No lo olvides.

Apenas cinco minutos de conversación, un pequeño ritual que ha sido mi tabla de salvación  en los años posteriores a su partida.  Como mi vieja murió en tiempos de pandemia y se fue si que pudiérmos despedirnos en ese momento, mi memoria echa mano y se aferra a esos micro momentos en el que a lo largo de más de 25 años siempre nos dijimos lo mucho que nos amábamos.

-Si, Mamá, nos vamos a querer toda la eternidad. 


miércoles, 20 de marzo de 2024

Reflexóloga

 

Manuelita era Manuelita, no Manuela. A los cinco minutos de conocerla sabías de sobra que era entrañable y que decirle Manuela a secas era faltar el respeto a esa ternura que destilaba y a ese personaje vivaracho que era. A sus setenta y tantos se inscribió a  los cursos de uso de móviles que yo estaba dando en un Centro de Día, porque en esta vida “hay que aprender de todo” y decía que se le daba mal la tecnología, “es que no me entero de nada” y la verdad que así parecía porque cuando llegaba a las tutorías, si había alguien haciendome una consulta ella me daba el telefóno y me decía: “lo mismo de ella”. 

Debo confesar que al principio me ponía un poco de los nervios porque venía desde su casa sin ninguna consulta específica pero como era tan encantadora resultaba imposible enfadarse. Tenía unos nietos “preciosos” como ella decía aunque en honor a la verdad aclaraba que en realidad no eran sus nietos sino hijos de sus sobrinos, “como mi hermana falleció me tocó cuidar a sus hijos así que ahora digo que soy abuela”.

Ese día me contó que en una época de su vida había sido religiosa, “pero al final me salí de aquello porque rezar no era lo mío y, aquí en confianza, hasta un poco atea resulté” así que como quería ayudar se apuntó a la Cruz Roja y a cuanto voluntariado le permitiera ayudar a los demás. Su vida cambió el día en que por temas de trabajo se reunió con un señor que era mago “a mí la magia ni por asomo pero vi que entre sus cosas llevaba un libro de Reflexología y aquello me pareció una maravilla, le pedí que me explicara que era y que de paso me dejara ese libro para sacarle fotocopias”. 

Así fue como Manuelita se convirtió en reflexóloga autodictada, “y muy buena porque mi paciente más importante fue mi padre, le habían dado seis meses de vida y al final vivió cinco años”. Decía que se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo y aplicarle cuanto tratamiento había aprendido, “al final el médico hasta me felicitó, me dijo, Manuela no creo ni dejo de creer pero me parece que usted con reflexología le alargó la vida”, recordaba mientras se enjugaba las lágrimas frente a mi mesa en el aula, “Ay hijo, vaya trisca te he pegado contándote todas estas cosas, se me olvidó a qué había venido…la próxima vez apunto mis dudas”.

Manuelita no sabía a que había venido pero yo sí: a contarme su historia. 

martes, 5 de marzo de 2024

Uber Deluxe

 

Por ese entonces en mis tiempos libres trabajaba para un ex presidente de Costa Rica. Había comenzado a colaborar con él en Madrid y desde el primer momento había muy buen “feeling”, casi como el de dos viejos amigos que se vuelven a encontrar por el camino. Todo el nerviosimo que puede producir conocer a una de las grandes figuras de la política nacional se desvaneció al instante cuando me recibió en calcetines en su despacho y tras un abrazo me pasó adelante. Cinco minutos después, enfrente de su asistente, me estaba entregando todas las claves de sus redes sociales diciéndome: “Pongo mi vida en sus manos, para que vea la confianza que me inspira” (Siempre me dio vértigo pensar en la responsabilidad que estaba asumiendo). 

Aquello fue el inicio de una colaboración de años en las que me convertí su voz en las redes sociales y en la que las reuniones de “trabajo”-que en realidad eran un café informal en el que nos poníamos al día de la política nacional- siempre eran dónde “coincidiéramos” en Madrid, Nueva York y Costa Rica, como sucedió ese día de diciembre cuando al final de una reunió en un restaurante de San José y después de pagarme los honorarios le dije, “pues que problema para usted, porque yo con ese dinero no me animo a montarme en bus, ni un taxi…me va a tener que ir a dejar, eso si, tengo que pasar a una panadería antes, que tengo que llevar el pan para el café”.

El expresidente accedió en medio de carcajadas y no solo me llevó a casa, y me paró en la panadería, sino que se bajó a conocer a mis padres porque como siempre decía que yo era una eminencia digital, el “Steve Jobs” tico, había que conocer a mis papás pero para mala suerte mis padres no estaban en casa.

Por la noche cuando le conté a mi padre cómo había llegado a casa no paró de reírse, “¿Usted se da cuenta de lo que hizo?, usó como Uber a un expresidente de la República, hijo de una benemérito de la Patria, qué barbaridad, ¡con usted hay que tener un cuidado!” 

viernes, 1 de marzo de 2024

2012

 

Se suponía que el 2012 iba a ser el PEOR año de mi vida.


En Enero había terminado una relación de quince años y en mi imaginación ya había visualizado como serían los meses venideros: sumido en la más profunda depresión, llorando por los ricones y suplicando por una vuelta a esos años de convivencia mutua que en momentos como ése uno tiende a idealizar hasta tener la imagen de la clásica película de Disney en los protagonistas cantan y bailan mientras los pajaritos del bosque hacen la cama, olvidando los tiempos difíciles. De sobra sabía lo que vendría y daba por un hecho que no lo pasaría mal sino re-mal, viviendo la pesadilla de mi vida pero todo cambió tras recibir la propuesta más insólita de mi vida en boca de un primo: “¿Y si te vienes una temporada a Nueva York?”. 

Al principio me pareció una idea descabellada porque estaba en paro y los pocos ahorros que tenía había que guardarlos para los deprimentes meses venideros  -sí estaba en paro y con el corazón roto- pero tras pensarlo me pareció que una propuesta así nunca nadie más me la haría, así que regalé lo poco que tenía y me embarqué hacia lo insólito sin saber lo que me esperaba. Aquella decisión cambió todo en mi vida, el duelo seguía pero entre la eterna novedad de la Gran Manzana, las multitudes en las calles, y volver a la vida de estudiante al matricularme en un curso de inglés en un College, sentí que Nueva York me estaba rescatando y que el futuro volvía a sonreírme. 

Sin duda alguna fue uno de mis mejores años, y a lo mejor en que tuve cambios más grandes, una época en la que no paré de conocer gente absolutamente adorable y de vivir situaciones -algunas surrealistas-  en las que el Vida parecía estar riendo conmigo, enamorándome y diciéndome “¿Lo ves cariño? Al final no era para tanto, algo bueno te esperaba”. Claro que la pérdida dolía, y mucho, pero tenía más que claro que aquello no era el fin del mundo, que valía la pena seguir intentando ser feliz.

lunes, 26 de febrero de 2024

Susan Sontag

 

Gloria nunca supo lo que me hacía trabajar. Como desde que nos conocimos me puso la etiqueta de “intelectual” durante años cada vez que yo sabía que nos íbamos a encontrar comenzaba a leer todas las columnas de opinión y reseñas de libros de filosofía para no defraudarla. Gloria era la tía de mi ex, y no sé por qué desde nuestro primer encuentro quedó encantada porque POR FIN decía ella, había encontrado un interlocutor con el cual hablar de sus cosas, “sus cosas” eran historia, arte, política y literatura. Como lectora consumada que era, se devoraba cuanto libro hubiera y a falta de poder hablar con alguien cuando nos veíamos me pillaba por banda al momento de la cena con preguntas del estilo “¿Guille, recuerdas lo que decía Susan Sontag sobre la sociedad de consumo?”

Por supuesto nunca sabía la respuesta y me hacía chiquitito en la silla, sudaba frío porque era como estar en los exámenes finales pero salía del apuro en cuanto ella me daba una pista, “Ah, sí, eso lo planteaba el materialismo histórico desde siempre”- ahí descubrí que haber estudiado Ciencias Políticas no fue una inutilidad del todo porque da mucho tema de conversación- y ella asentía triunfal con la cabeza, levantando la copa y diciendo “Exacto. Pues brindemos por ello”. 

Hace años que Gloria dejó este mundo,  para su disgusto durante un gobierno del PP –siempre decía que ella NUNCA le daría el placer a un gobierno de derechas de ahorrarse su pensión-, pero la sombra alargada de esas conversaciones entrañables que mantuvimos, casi siempre con una copa de vino en la mano, me acompañaban siempre sobre todo cuando pienso en lo triviales que nos hemos vuelto en estos tiempos de los influencers de cuarta, en los que parece que triunfó la barbarie como solía decir ella.


viernes, 16 de febrero de 2024

Derrotando a Scrooge

Una de mis grandes luchas es no convertirme en un viejo amargado.

Conforme voy acumulando años de vez en cuando enfrento situaciones en las que sería relativamente normal crisparse –da la impresión que la vida te está constantemente poniendo a prueba- pero en las que siempre me pongo freno, intento desactivar rápidamente el malestar porque si de algo estoy seguro es que no hay nada peor en el mundo que ser un señor regañón y criticón, a los jóvenes los berrinches y el estar de mal humor hasta puede quedarles bien pero a partir de cierta queda fatal porque no hay quien aguante a un viejo amargado. 

El verano pasado en Israel estaba en el gimnasio cuando de pronto, esperando por la máquina, había un chaval de unos once años. Mi primera reacción fue buscar al adulto que estaba con él y que seguramente querría la máquina pero no, estaba solo y quería usar mi misma máquina. De pronto el señor amargado de casi 60 años que hay en mí estaba molesto porque tenía que darle la máquina a un chiquillo, se supone que los gimnasios son para gente mayor de edad, no para infantes que a esas horas deberían estar jugando a la playstation. El chico por señas me preguntó si podíamos turnarnos resignado le dije que si pensando en que no sería yo quien le impidiera a las nuevas generaciones ponerse en forma. 

Al final mi entreno fue normal,nos turnamos sin problema la máquina y a buen ritmo pero la magia sucedió cuando el chiquillo terminó de usar la máquina, con una sonrisa de oreja a oreja me dio la gracias chocamos los cinco en plan  coleguita, parecía realmente orgulloso de haber entrenado con un mayor. Sobra decir que salí de ahí, orgulloso porque el viejo amargado –el Scrooge que vive en mi- había sido derrotado, y fui el abuelito super cool y buena onda que aspiro ser. 

jueves, 1 de febrero de 2024

La culpa no era mía

Durante décadas me he sentido culpable por haber echado a perder la foto de sexto grado, se suponía que iba a ser un recuerdo entrañable para la posteridad pero este servidor, seguro por no entender las indicaciones del fotógrafo Nicky,  en el momento del disparo bajó la cabezota como si algo se me hubiese caído y así quedé retratado. Villalta y Perera, que no había quien los aguantara, montaron en cólera porque la foto había quedado horrible por mi culpa y la verdad tenían razón, quedó fatal. 

Bastante mal me sentí ese día pero conforme pasan los años siempre que miro la foto me río porque a simple vista quedé como el tarado oficial de la clase, me imagino a hijos y nietos preguntando con lástima por ese chiquito de gafas que parece que está en otro mundo y me divierte imaginar las respuestas más inimaginables. 

Sin embargo la culpa nunca la tuve yo sino la maestra, a la que de fijo el fotógrafo le pasó decenas de pruebas y lo de siempre, escogió en la que ella salía menos arrugada -que bastante mayorcita estaba en ese entonces - sin tomar en cuenta que el gafotas no entendió bien cuando el fotógrafo le dijo que bajara un poco la cabeza para no parecer tan grandote y aunque dicen que todos los muertos son buenísimos y que no hay que molestarlos desde este rincón del planeta Tierra interrumpo su descanso eterno para presentarle mi más enérgico reclamo: “Queridísima Niña Miriam, la culpa la tuvo usted y no yo”.


martes, 30 de enero de 2024

Alivio

 Harto estaba que medio mundo me dijera que me había vuelto obsesivo, paranoico e hipocondriaco porque  tras la angioplastia no paraba de sentirme mal con molestias constantes que me impedían llevar una vida normal. Por fin tras un grave incidente que tuve en la calle y tras revisarme, el cardiólogo accedió a darme la orden de internamiento pero recomendando una revisión en psiquiatría (me imagino que para descartar que mis molestias eran producto de mi imaginación aunque las pruebas dejaban entrever un funcionamiento anormal del corazón).

Ya ingresado, una psiquiatra muy seria me atendió y me prescribió una ristra de medicamentos y me marcó día para la próxima cita con lo cual mi conclusión era que sí, que estaba perdiendo los papeles y que mis próximas vacaciones serían en cualquier asilo. Llegó el día de la segunda intervención, el intervencionista de turno –que me había hecho la primera operación- malhumorado porque era un sábado 20 de diciembre por la tarde, y a esa hora debería estar con un whisky en la mano, no paró de regañarme e indirectamente de decir que por culpa de mi “locura” y de mis males imaginarios psicosomáticos estaba poniendo en peligro su prestigio profesional.

Durante un buen rato no paró de sermonearme hasta que inició el procedimiento y tras deslizar el cateter hasta dar con una pared de la vena y provocarme una descarga por "accidente" puso gesto de preocupación y guardó silencio absoluto al tiempo que empezó a dar instrucciones a sus compañeros…para mi alegría “algo” había y serio, a juzgar por el semblante de la gente del quirófano. Es decir que en ese momento me estaba curando de mi locura y la confirmación me la dio mi cardiólogo al día siguiente: el primer procedimiento me lo habían hecho mal tanto que los stents me estaban bloqueando la circulación de la sangre por el corazón, es decir que  en cualquier momento cantaba viajera. Nunca hubo nadie más contento ni más aliviado que yo, no me estaba volviendo loco de atar es que estaba a punto de morir, que alegría más grande.

lunes, 8 de enero de 2024

Realismo político

Por aquel tiempo la autonomía universitaria se defendía a capa y espada  y esa era el lema cuando unos compañeros de Ciencias Políticas me pusieron como flamante candidato a la presidencia de la asociación de estudiantes. Todo iba viento en popa hasta que el otro partido empezó a hacer una campaña con grandes despliegues: mientras nosotros hacíamos todo a mano, escribiendo pancartas con rotuladores, haciendo guirnaldas de papel caseras –una tarde entera tuve a mi vieja recortando y pegando insignias- el otro grupo mandaba a imprimir todo  con una calidad de papel de primera clase, haciendo un despliegue de medios nunca visto. 

A mi no me importaba, la verdad no quería ganar las elecciones porque estudiando dos carreras y trabajando no tenía tiempo de nada pero mi jefe de campaña estaba alarmado, “mae, hay que conseguir plata de dónde sea, no podemos ser los limpios de la facultad, estamos dándo lástima”. Un día al final de clase me convocó a una reunión por la zona más oscura de la Universidad, por el centro de recreación, y me pidió que no fuera acompañado. 

Al llegar había una camioneta con los vidrios polarizados estacionada, y  mi jefe de campaña estaba en la puerta esperándome. Cuando me monté casi me voy de espaldas al encontrarme sentados esperándome a dos asistentes de profesores estrechamente vinculados a los dos grandes -y eternamente enfrentados- partidos políticos nacionales de ese entonces. Los dos “enemigos acérrimos” que se odiaban a muerte, me pusieron en medio, me saludaron rápidamente y cada uno me dió un sobre con dinero mientras me deseaban suerte bajo promesa de no decir nada.

Cinco minutos después estaba fuera reclamándole a mi jefe de campaña por no haberme avisado antes – probablemente habría salido corriendo a coger el bus de la U y así desentenderme de todo – y porque como como nunca he sabido mentir problemente me pondría rojo como un tomate si me preguntaban por las fuentes de financiación en el debate. Mi amigo dio por cerrado cualquier reclamo: “Agradezca porque ya tenemos plata y porque acaba de recibir una lección pagada de realismo político: cuando algo les interesa a los políticos se ponen de acuerdo, lo demás es pura vara”. 

Tú querías que te dejara de querer…

  Hace pocos días me soñé con una ex pareja a la que quise mucho, le habría dado mi vida pero como la estaba usando –y la sigo usando (hasta...