viernes, 13 de junio de 2025

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba tanta pena verlo entrar tocando su violín y cantando “Teje, teje la arañita..”para que todos al unísono siguiéramos con “los hilitos son de oro más finos que el algodón”, yo lo veía de arriba abajo y solo tristeza me inspiraba: ya era un ancianito de unos 40 años, vestía simpre con camisa de manga corta, pantalón más arriba de la cintura y hablaba con suavidad como si la voz no le saliera: “niños, no hagan ruido y sigamos practicando la letra de Patriótica Costarricense.

-La defiendo, la quiero y la A-D-O-R-O. No la DORO, que se dora un pollo, unas papas al horno pero no a un país.

Pobre don Edgar, en mi imaginación vivía en una casita de madera en pleno bosque sin más compañía que la de sus instrumentos musicales y de fijo cenando todos los días una sopa rancia con un pedazo de pan añejo. Se merecía todo mi cariño y que durante sus clases yo tuviera un comportamiento ejemplar, y que guardara absoluto silencio, todo un reto para un terremoto que como yo no se quedaba quieto un segundo y no se callaba ni debajo del agua.

Todo cambió cuando me tocó ser compañero de su hijo Erick. Aquel ser humano rebozaba vigor, buena salud y lozanía más que yo y toda mi familia (cercana y lejana). Poco a poco mi imagen del pobrecito de don Edgar fue cambiando: no solo no era pobre sino que además tenía varios hijos, estaba felizmente casado es decir que no vivía solo ni en una casita del bosque...aquello fue la liberación total: a partir de ese día volví a ser yo mismo, pobre –ahora sí-¡pobre don Edgar!


viernes, 6 de junio de 2025

Adiós querida lectora


Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña. 

A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de la “clásica” chica bohemia, más bien tenía el look de una señora que venía de un té de canastilla, que se había perdido por Chueca y había acabado sentada en la barra de un bar hablando con desconocidos, demasiado seria y formal para esta jungla que es la noche madrileña.  

Poco a poco nos hicimos esos “compañeros” de bar que se alegran al verse cada fin de semana, que se saluda entrañablemente y que llegas a extrañar si no los ves. La verdad que en casi quince años de vernos supe muy poco de si vida: tenía un hijo de treinta años al que adoraba, trabajaba en una discográfica que lleva a Pablo Alborán –y por eso me sermoneó el día que dije que me caía mal ese cantante, “es muy buen chico”-, y que vivía cerca de mi casa. Al contrario, ella si sabía bastante de mí porque era fiel lectora de mi blog y de las ocurrencias que publico en mis redes sociales; cada vez que nos encontrábamos me comentaba con entusiasmo cómo le había gustado lo que había escrito.

-“No veas lo que me he reído con lo que te pasó en ese viaje, tuve que enseñárselo a mis compañeros de trabajo por que no paraba de reírme”.

- “Me encantó lo que le escribiste a tu madre, me hiciste llorar”.

Como era muy expresiva para hablar –parecía escoger muy bien sus palabras y saborearlas- me “hacía” la noche porque tenía la sensación que escribía para alguien, es decir me daba una razón para ponerme frente al ordenador.

El otro día me contaron que Angelines, así se llamaba, murió. De pronto vinieron a mi mente todas sus palabras y pequeños gestos que tenía conmigo, como el día en que, trabajando en la boletería de una discoteca intenté pagarle mi entrada:

-Ni hablar mi niño. Con lo que escribes en tu blog, y por lo que haces por los demás cuando trabajas con gente con discapacidad, más bien deberíamos pagarte a ti por venir.

Recuerdo que ese día la abracé y le di las gracias y pasé el resto de la semana pensando en la suerte de haberme encontrado en el camino a una fiel lectora que espero me siga leyendo desde el paraíso.

Angelines, gracias por leerme todo este tiempo. Fue un honor conocerte. 


martes, 3 de junio de 2025

Tú querías que te dejara de querer…

 

Hace pocos días me soñé con una ex pareja a la que quise mucho, le habría dado mi vida pero como la estaba usando –y la sigo usando (hasta que al Eterno le dé la regalada gana)- no me quedó otra que querer con todo el alma como se quiere una vez. El sueño en cuestión era digno de una comedia romántica, el sol entraba a raudales por la casa y era tan perfecto que hasta perro teníamos. Todo era perfecto en el sueño, todo cuadraba pero yo me sentía irremediablemente deprimido, sentía que me afixiaba y tenía ganas de salir corriendo y dejar atrás todo esa horripilancia de paraíso. Por suerte el despertador sonó, me desperté sudando de aquella pesadilla y le dí gracias a la vida por tener el otro lado de la cama vacío, me sentí irremediablemente feliz, con ganas de saltar, de asomar mi cabeza por la ventana y cantar de alegría, “tú querias que te dejara de querer...y lo has consegido”. 

Indudablemente hay gente que siempre consigue lo que quiere.


lunes, 2 de junio de 2025

Empoderado

 


Allá por los noventa durante una visita a Los Angeles una amiga mía, que trabajaba como acomodadora en un teatro,  me propuso ser acomodador voluntario durante una de las funciones, era un trabajo fácil y la recompensa no podía ser mejor: ver “Los Miserables” en un teatro en la zona de Hollywood, sin pagar ni un centavo. Entusiasmado llegué dos horas antes de la función para conocer el teatro, y descubrir que era enorme, y asistir a una reunión en dónde a partir del “Hello guys…” me perdí por completo y fue ahí cuando me acordé “de repente” que mi inglés por aquella época era bastante limitado por no decir nulo. Así que en cinco minutos empecé a temer que a lo mejor me había empoderado demasiado aceptando la propuesta y que había hecho lo de siempre cuando me empodero: que piso el acelerador a fondo, y como dicen en mi pueblo, al final “me voy con todo”. Aquello fue la crónica de un desastre anunciado: la sección que se me asignó era enorme, no entendía lo que la gente me decía, no encontraba los asientos y acabé sentando a la gente en los números correctos 22, 23, etc pero sin fijarme en la letra de la hilera, me parecía una solución bastante “acertada”. 

Y fue así fue que mientras Jean Valjean cantaba la primera de sus canciones, mi querido público asignado no paraba de recolacarse, de buscar el asiento correcto, mientras que yo, en un rincón y ajeno por completo a todo el caos que había originado, disfrutaba de la magia del teatro y del "time of my life": estar viendo por primera vez en mi vida una super producción de un musical que me traía de cabeza.   


¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...