martes, 24 de agosto de 2010

Unos dientes para Miguelito

Miguelito se arrancó con esas rancheras que suele cantar la gente de pueblo, esas canciones que llegan al alma sobre todo si uno pasa casi todo el año a 8 mil kilómetros de distancia de la otra mitad de su corazón. La idea era ir a recoger a un amigo al aeropuerto pero de camino nos “tropezamos” con un bar – que manía tienen los bares de meterse en el camino de la gente – y pedimos unas cervezas para “hacer tiempo” pero lo de siempre, entre zarpe y zarpe*, nos dieron las tantas y nos olvidamos de aviones y de historias.

Así fue como conocimos a Miguelito, camarero y cantante. Venti y pocos años, mirada triste, delgadísimo, traje de charro desteñido -y probablemente de segunda mano- y un vozarrón que contrastaba con su apariencia de niño abandonado. Como todo buen cantante y con la ayuda del karaoke, que con la crisis no alcanza para un mariachi, se dedicó toda la noche a complacer al público con boleros de siempre, rancheras y alguna cumbia por si alguno se animaba a bailar.

Finalizada su actuación y tras agradecer el apoyo del estimable público, el dueño de aquella cantina agradeció la participación de Miguelito, camarero y cantante, y anunció que el artista pasaría por las mesas para recoger una “ayudita” y de paso, vender números para una rifa cuyos fondos serían dedicados a una noble causa: comprarse una dentadura postiza. Así que en medio de las risas incrédulas del público, Miguelito inició su periplo sonriéndole a todos los asistentes y enseñando sus encías sin ningún pudor. No se sabe si por accidente, por descuido o por pobreza había perdido todos sus dientes delanteros pero él estaba más que dispuesto a recuperarlos cantando noche tras noche en un humilde bar.

*En Costa Rica, la “última” copa antes de marcharse.

lunes, 16 de agosto de 2010

Cartas de amor

Nunca pensó esa receta de cocina, no se sabe si copiada de un libro o de un programa de TV, que algún día se convertiría en una carta de amor. Como cualquier receta está escrita en forma metódica, en un lenguaje preciso con las instrucciones necesarias para conseguir el objetivo final. Lo único que la diferencia es que es del puño y letra de la madre de un amigo mío, fallecida hace más de una década. Cuando se mudó de casa entre los papeles de su vieja encontró esa receta de cocina y decidió que aquel papel amarillento y desgastado se merecía ocupar algo más que un rincón en el cajón de su armario así que lo desdobló con mimo y lo pegó con un imán en la puerta de la nevera, al lado de otros papeles en los que anota temas cotidianos y cosas que nunca se deben olvidar. Dice que tener ahí esa receta le da la sensación que su madre pasó por la casa, y que, como tantas veces lo hiciera, decidió dejarle un mensaje en la nevera, es su manera de sentir que sigue a su lado. La vida obra milagros y las cosas pequeñas y simples, muchas veces acaban convirtiéndose en poemas de amor.

viernes, 6 de agosto de 2010

Mi madre y Facebook

“¿Quién me mete a mi?” pensé mientras le explicaba a mis padres de que se trataba Facebook. Como llevaban meses escuchando hablar del tema en los periódicos y en todo lado tenían curiosidad en ver de cerca ese “invento” y saber si de verdad era tan revolucionario como todos decían. Así fue que me puse al frente del ordenador y abrí mi perfil para explicarles con todo el entusiasmo del mundo, como si fuese un vendedor de alfombras que quiere ganarse una jugosa comisión, las maravillas del Facebook.

Mi padre, que a sus años se ha vuelto un apasionado por las nuevas tecnologías y por Internet, escuchaba con atención cada una de mis explicaciones y asentía con la cabeza cada frase mía, se notaba que estaba más que encantado y que la idea de entrar en contacto con sus colegas de antaño le parecía fenomenal. Por el contrario a mi madre, la sola idea de hacer pública parte de su vida privada le parecía la cosa más terrible por lo que, para no alargar la sesión y ponerse a cocinar cuanto antes, optó por acribillarme a preguntas.

“¿En serio considera a esas 250 personas amigas suyas? ¿Cree que para todas ellas tiene alguna relevancia lo que usted piensa? ¿Y para usted, es importante, por ejemplo, que esa muchacha que está Sudáfrica haya ido hoy a la piscina? ¿No es un poco peligroso que gente desconocida conozca todo sobre uno? ¿De verdad usted controla todo lo que otros ven sobre usted?” A cada explicación la cara de espanto de mi madre aumentaba. Sin embargo el acabóse fue el tema de las fotografías “¿Eso quiere decir que, por ejemplo, otra gente sin mi permiso puede poner fotos mías, así sin más? ¿La gente vería entonces lo arrugada que estoy?” y dicho esto abruptamente se levantó de la silla dando por concluida la charla y amenazando con desheredarme si me atrevía a publicar una foto suya. “Digan lo que digan me parece una cosa horrorosa, una pérdida de tiempo”, sentenció mientras se marchaba a la cocina.

Han pasado varios meses y sigo pensando en las preguntas mi madre.

lunes, 2 de agosto de 2010

Una vieja historia

De la noche a la mañana el mundo, gracias a esta crisis económica que amenaza con extinguirnos como los dinosaurios, ha descubierto que existen los parados, esa gran masa que daría todo el dinero en el mundo por tener un trabajo digno. Uno no deja de sorprenderse como de repente los medios de comunicación se han empezado a fijar en las miradas de desesperanza que todos los días inundan las oficinas del INEM*, como si se tratase de una novedad, como si en España el paro nunca hubiese existido. A decir verdad se trata de un viejo problema, invisible para una minoría que no logra entender cómo existe gente que no trabaje “habiendo tanto por hacer en el mundo” y una realidad cotidiana para una gran masa humana que se pregunta si esta sociedad no será un poco injusta al negarles el derecho a ganarse su sustento. Frustración, rabia y desesperanza, digan lo que digan los sentimientos de un parado solo los conoce quien ha vivido esa misma situación. Y quizá ahí este la salvación: al paso que van las cosas más y más gente se sumará a ese colectivo. Más y más gente sabrá que se siente despertar cada mañana sin saber que hacer ese día, más y más gente entenderá por fin las lágrimas del parado.

*En España: Oficina de Empleo.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...