miércoles, 30 de enero de 2008

La mala envidia


Envidia de la mala. Es lo que me dan los inmigrantes en EE UU, que por lo menos cada cuatro años se convierten en objeto de toda clase de mimos de los políticos en su carrera hacia la Casa Blanca. Afroamericanos, hispanos, asiáticos, extraterrestres…, ningún político en su sano juicio escatima esfuerzos en acercarse a estas comunidades a conocer sus problemas de primera mano –eso dicen los chavalines– y a tomarse la foto de rigor con ellos, que es lo que más me mola: me imagino al típico chinito, si es que hay un típico chinito, enviándole la foto a su abuelita en un pueblo allá en la provincia de Xinjiang, por ejemplo, y la pobre viejecita enseñando la foto de su nieto con Hillary, Obama o McCain (que con ese nombre tiene un gran porvenir en un burguer). Pues aquí el chinito ese y todos los inmigrantes lo tenemos claro: simplemente no existimos para la mayoría de los políticos. Ya se lo he explicado a mi madre, que se la pasa soñando que le envío una foto con Llamazares o Zapatero, que son los que más morbo le dan.

Será por falta de costumbre, por dejadez o por la idea de que la composición social española es la misma de los años ochenta, en la que los latinoamericanos se contaban con los dedos de una mano, pero el caso es que los inmigrantes –por más nacionalidad que tengamos- no existimos como clientela electoral, por lo menos durante la campaña. No es que el resto del tiempo los políticos y los medios nos ignoren, como salimos en las estadísticas cada cierto tiempo nos mencionan para hablar del aumento de la delincuencia, de la crisis de la Seguridad Social y esos temas que tanto gustan a los tremendistas, esa gente que se resiste a creer que en España el gris ya no se lleva y que el nuevo siglo nos trajo la España multicolor, esa en la que todos tenemos cabida.
Así es que le he dicho a mi madre que para que consiga esa foto va a pasar mucho tiempo, al menos hasta que los políticos se den cuenta que además de trabajar y pagar impuestos también votamos, y que en un futuro no muy lejano podríamos decidir elecciones y tener diputados de origen africano, sudamericano y asiático. Mientras llega ese día siempre nos quedará el Photoshop para “colarnos” en las fotos de los mítines y actos oficiales.

martes, 29 de enero de 2008

Sospechoso habitual


“Varón de edad comprendida entre 25 y 45 años, moreno, de aproximadamente 1,75 m de estatura, 80 kilos de peso… Viaja solo…”. Si usted se puede incluir en esta descripción, muchas felicidades, porque ha pasado a engrosar la lista de los sospechosos habituales de los policías de medio mundo, que al parecer han construido su retrato robot basados en una serie de rasgos tan vagos y generales que es imposible no conocer a alguien que, en el mejor de los casos, cuadre bastante con esa descripción, o que, en el colmo de la mala suerte, encaje a la perfección con el retrato del malvado estándar.

Narcotraficantes, rateros, terroristas, traficantes de armas, tratantes de blancas…, al parecer todos tienen un perfil similar a cualquier ciudadano de a pie, como usted o como yo mismo, que estoy convencido de que vaya donde vaya presento una fenomenal pinta de delincuente. Eso lo descubrí hace algunos años en el aeropuerto de Houston (Texas), en la época en que Bush Jr. era gobernador. Nada más pasar el control de pasaportes, donde un funcionario mal encarado me había hecho mil preguntas sobre lo que pensaba hacer en EE UU durante las cuatro horas de espera de mi conexión a España, un tipo con guantes –usando la punta de los dedos para no contaminarse– cogió mi declaración de aduanas y me llevó a un lugar apartado para revisar mi equipaje. Por más de una hora estuvo revolviendo mis maletas, lanzándome miradas inquisidoras, preguntándome una y otra vez –con la ayuda de una traductora que a su vez estaba convencida de que me estaba mofando de ella afirmando que no hablaba inglés– si traía alguna sustancia ilegal -“You know: like DRUGS”. Con el empeño que ponía el chico, la verdad es que lamenté no tener a mano por lo menos algún porro que justificara ante sus superiores semejante teatro. Para mi fortuna, tanto el poli como la traductora por fin se cansaron del interrogatorio y me dieron la bienvenida al país con un “OK. Go ahead”.
Aunque el incidente me traumatizó un poco, debo reconocer que en el fondo me sentía orgulloso, porque, después de todo, tenía una batallita que contar: había vivido mi propio drama policial. Mis amigos, sin embargo, que son crueles, en cuestión de pocas horas me quitaron todo el mérito contándome historias más dramáticas sobre detenciones en los aeropuertos norteamericanos de familiares, amigos, famosos, políticos… Lo mío no era nada en comparación con lo que le ha tocado vivir a otros muchos. Pero como la vida es justa y siempre te da una segunda oportunidad, un tiempo después me volví a convertir en sospechoso, esta vez en Madrid y en plena calle. Un policía me detuvo porque resultaba “sospechosamente” parecido a un tío que minutos antes había robado el bolso de una respetable dama. El ladrón no era rubio, ni negro, ni alto, ni bajo…, lo típico: “Moreno, de aproximadamente 1,75 m de estatura, 80 kilos de peso… Vamos, parecido a usted”, explicó el policía mientras me pedía disculpas por la equivocación y por haberme sacado de una farmacia delante de una veintena de personas que tuvieron la amabilidad de hacer corrillo en la calle y observar atentamente cómo la policía “cumplía con su deber”. De nuevo mi ego estaba por las nubes: tenía cara de peligroso. Esta vez mis amigos se abstuvieron de hacer leña del árbol caído y nadie dijo ni mu.
Así es que desde entonces voy feliz por la vida, aireando mi cara de sospechoso habitual en pueblos y ciudades, con la extraña seguridad de que como tengo cara de mafioso nadie se va a meter conmigo, salvo la policía, claro está, pero con la sensación de que con estas pintas, en lugar de tratar de ser un periodista honesto, debería convertirme en capo de alguna mafia.

lunes, 31 de diciembre de 2007

“Terrorista” de belenes


“Un hombre adulto, con una edad comprendida entre los 45 y 50 años, se casa con una quinceañera embarazada. Junto huyen al pueblo de él…” la historia causaría sensación en la prensa sensacionalista y en los programas del corazón -y probablemente desataría las iras de los organismos defensores de los derechos de los niños y de la mujer- pero es lo que nos viene contando la tradición cristiana desde hace dos mil años y que se representa cándidamente en los belenes sin que nadie diga ni tus ni mús: el drama de un hombre mayor (anciano en algunos casos), casado con una hermosa jovencita y padre de un lozano niño.

Yo que desde mi más tierna infancia me di cuenta de las implicaciones de semejante escándalo -y para que nadie piense mal de nadie- hace que años emprendí una encrucijada personal para sustituir en todos belenes que están al alcance de mi mano al viejo de José por el buen mozo de Baltazar, el rey mago negro. Al menor descuido del anfitrión de la casa en la que esté -con la agilidad de Tom Cruise en Misión Imposible- hago un ligero e imperceptible cambio estratégico en las figuritas del Belén: José pasa a engrosar la cola de los venerables ancianos que visitan al niño y coloco al marginado de “Balta” al lado de la virgen.

No solo es el más gusta a los peques sino el que mejor pinta tiene en todos los belenes del mundo mundial: con su insolente juventud (no tiene más de 30 años en la mayoría de las representaciones), su porte atlético, su color ébano resplandeciente y su traje de marca es el candidato ideal para desposar a una humilde y bella joven. Es la solución políticamente más correcta y más moderna para un engorro como el que se celebra desde hace siglos: viene de África, es más guapo, más joven…seamos sinceros: si usted fuera una inteligente y hermosa jovencita de 15 años en plena flor de la vida ¿a quien escogería como novio? Como la respuesta es obvia, no puedo aguantar la tentación de hacer un pequeño cambio simbólico...

martes, 4 de diciembre de 2007

Grietas


España se resquebraja y yo por si las moscas he puesto testigos en todas las paredes de la casa para verificar “in situ” si vamos por ese camino. Como vivo en el centro de Madrid, al lado del kilómetro cero, mi lógica me dice que de pasar esa catástrofe mil veces predecida por Rajoydamus S.A el salón de mi casa sería el primero de toda España en partirse en dos (ó en tres o en cuatro partes o en miles de pedacitos, que para gustos los pesimismos). Aunque sería un incordio porque no tendría sitio donde colocar el sofá para apoltronarme y ver Telemadrid, reconozco que me daría cierto morbo: con un poco de suerte a lo mejor me entrevistan para dar fe de cómo mi humilde piso de cuarenta metros se transformó en el epicentro de un cataclismo anunciado.

Vivo sin vivir en mi, pendiente de las grietas de casa y de los profetas del desastre que una y otra vez repiten que España se hunde y que no hay otra salida más que la que ellos proponen (¡y que sea lo que Dios quiera!). Yo con el alma hecho un puño y los buenos de siempre venga a advertirme que en circunstancias así el optimismo es un lujo que no podemos permitirnos. Haberlo dicho antes y nos ahorramos un disgusto y una hipoteca millonaria que ser propietario en un terreno tan volátil da muy mal rollo.

Desconsiderados. Que es malo eso de meterle miedo a la gente, de decirle que esto es el acabóse, que no hay luz al final del túnel. Es peligroso contar cuentos de terror que al final tiene uno pesadillas y después pasa lo que pasa que se crispa la gente y en lugar de fisuras en el piso aparecen grietas en el alma.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Milonga del sálvese quien pueda

"Necesitas mucho dinero para crear pobreza"
¡Ssssorry!Pero hoy no tengo tiempo para andar preocupándome por nimiedades, tal vez mañana, dentro de un siglo o mejor nunca. Porque mi vida siempre está muy complicada como para estar pensando en los demás, que cada quien se salve a como pueda.
Insisto. No me pidan que me preocupe por los problemas de los otros porque no puedo, no tengo tiempo y a decir verdad poco me importa lo que le pase a la gente porque al fin de cuentas los problemas de los demás son de los demás, y los míos son solo míos.
Mucho menos pretendan que me meta en embrollos y en causas solidarias, no acostumbro a apoyar nada que implique grandes sacrificios y no tenga posibilidades de éxito. Mi GPS es el de la oferta y la demanda. No tengo la culpa, por naturaleza soy cauto, jamás de los jamases calculador, y antes de enrollarme en cualquier situación siempre pregunto “how much” y te diré quien eres.

Los caballeros se acabaron con las cruzadas y menos mal porque eran tan retros. Hoy nadie tiene tiempo para complicarse la vida con estupideces, la moda es ser cool y dejar los marrones para otros. Para tragedias me bastan y me sobran las mías.
Lo siento pero la vida es así…los miserables allá abajo, cada vez más pobres y más globales y yo acá divino de la muerte, irradiando mi fragancia de buen burgués y contándole a mi terapeuta una vez por semana mis terribles conflictos existenciales.
¿Y yo que puedo hacer? Todo ha sido ha así desde el principio de los tiempos. La sociedad, al igual que la sacrosanta sociedad de mercado, es autoselectiva, siempre elige a los que pueden, los demás ajo y agua, por más berrinches que hagan tendrán que resignarse a ser una maceta en la terraza de mi casa y punto.
Si quieren limosna con gusto se las daré pero los pobres cuanto más lejos mejor –son más fotogénicos al otro lado del estrecho de Gibraltar y no en nuestras ciudades tan cucas- que no me vengan a la puerta de mi casa a aturdirme con lamentos, que no estoy de humor y por prescripción médica no puedo mancharme el alma, ni teñir de marrón mi cálido paraíso rosa.
Que me importan los enfermos, los hambrientos o los parados por “reorganización laboral”. Que cada uno se salve como pueda, como le dé el cerebro porque lo que soy yo si este barco se hunde con mi buen rollito me construyo una balsa…con el pellejo de los demás.

(Crédito ilustración: David Lester)

martes, 27 de noviembre de 2007

El glamour en chanclas



Que don Juan Carlos haya mandado a callar a Hugo Chávez no es nada extraordinario, lo raro es que haya ocurrido hasta ahora y que durante todos estos años los jefes de estado hayan aguantado tan estoicamente los discursos del colega sin apenas inmutarse. Porque escuchar semejantes monólogos y encima parecer estar interesado en el tema tiene su mérito y debería ser causa de beatificación exprés porque tanta paciencia solo la tienen los santos y no los seres humanos de carne y hueso como bien lo demostró nuestro rey.

Con su “¿por qué no te callas?” sin quererlo su majestad inauguró una nueva etapa dentro de las aburridas normas de protocolo internacional en las que siempre predominan lo políticamente correcto, un condescendiente silencio y la sonrisa discreta frente a interlocutores que si por uno fueran estarían comiendo polvorones en mitad del Sahara y no en un hotel de lujo como estrellas invitadas de cumbres, conferencias y demás actividades diplomático-festivas.

A partir de ahora todo parece indicar que el protocolo será menos rígido y que los embajadores y jefes de estado por fin podrán saludarse con un “¿Qué hay de nuevo tronco?, ¡Choca esos cinco!” en lugar de las complejas y antiguas fórmulas tradicionales plagadas de reverencias, tratamiento de excelencias y expresiones que no se oían desde tiempos de la Sara Montiel.

Y es que desde la llegada de Hugo Chávez a las cumbres el protocolo ya no es el mismo. Atrás quedó el glamour de fiestas y recepciones, ahora lo que se impone es el estilo casual y campechano de quien va conduciendo su tractor en mitad del campo sin tener que dar explicaciones a nadie (un aire que comparte, muy a su pesar, con el tejano de Jorge Bus cuyas metidas de patas son monumentales y si no que lo diga su best friend “Ánsar”).

En la diplomacia del 2007 se impone el colorido y no la rigidez de las convenciones sociales y eso, todo hay que decirlo, le da vidilla a cualquier ambiente. ¿Qué hubiera sido la cumbre de Santiago sin el presidente venezolano? Un infumable encuentro internacional lleno de promesas tan aburrido como de los de siempre.Suerte que para diversión del público estaba Chávez aunque muchos echaron de menos a su diputada Iris Varela, que hace unos días arremetió a golpes a un periodista venezolano, con su habitual "discreción" habría dado a la cumbre un toque cutrelux que habría molado. Será en la próxima...si es que el mini Simón Bolivar gana el referendo del domingo.


viernes, 23 de noviembre de 2007

La era de los cacharros


Yo no sé por qué será pero con el repentino descubrimiento de las maravillas del mercado y esta moda de la globalización con la que llevan años dándonos la tabarra, siento que estoy adquiriendo una fenomenal pinta de cacharro low cost, algo así como un exótico producto de exportación hecho con “componentes” made in China, ensamblado en cualquier aldea del tercer mundo a módico precio, listo para ser colocado en las vitrinas de las grandes metrópolis.

Yo no sé por qué será pero este libre forcejeo mundial entre la oferta y la demanda, el prodigio del siglo XXI, en lugar de alegrarme solo náuseas me provoca quizá porque a diferencia de los poderosos de siempre, mi triste sino, como diría el poeta, es tan solo ser parte del engranaje de la economía global, digamos que una simple y vulgar tuerca. Yo no sé por qué será pero el supuesto fracaso de las utopías –por el cual llevan años brindando jubilosos los neocon - no me hace suponer que vendrán tiempos mejores y que un capitalismo globalizado podrá solucionar de la noche a la mañana lo que no pudo en siglos.

Yo no sé porqué será pero tengo la impresión que es peligroso cuentear a la gente con eso de que las utopías murieron y de que lo único que les queda a los pobres de solemnidad, que siguen siendo tantos como hace décadas pero más pobres, es cruzarse de brazos y decir amén frente a los designios del mercado. Cuando digo peligroso es porque tanto en Oriente como en Occidente, así en el Norte como en el Sur, no hay mejor excusa para la subversión que pedirle a la gente que a cambio de unos cuantos euros de caridad gubernamental y de toneladas chatarra consumista renuncie a cualquier aspiración de transformar su vida y se entregue al imperio de la desesperación.

Yo no sé por qué será pero tengo el presentimiento que cuando la gente se percate que sin el Muro de Berlín, sin la temperatura de la Guerra Fría, sin el coco del comunismo sin Sadam en Irak, sin talibanes en Afganistán la injusticia continúa siendo tan cotidiana como siempre algo va a pasar: o se muere de tristeza toda la humanidad o los que se mueren van a ser los que siempre han vivido a costa de los demás, los que nos han convertido en cacharritos.
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¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...