lunes, 26 de febrero de 2024

Susan Sontag

 

Gloria nunca supo lo que me hacía trabajar. Como desde que nos conocimos me puso la etiqueta de “intelectual” durante años cada vez que yo sabía que nos íbamos a encontrar comenzaba a leer todas las columnas de opinión y reseñas de libros de filosofía para no defraudarla. Gloria era la tía de mi ex, y no sé por qué desde nuestro primer encuentro quedó encantada porque POR FIN decía ella, había encontrado un interlocutor con el cual hablar de sus cosas, “sus cosas” eran historia, arte, política y literatura. Como lectora consumada que era, se devoraba cuanto libro hubiera y a falta de poder hablar con alguien cuando nos veíamos me pillaba por banda al momento de la cena con preguntas del estilo “¿Guille, recuerdas lo que decía Susan Sontag sobre la sociedad de consumo?”

Por supuesto nunca sabía la respuesta y me hacía chiquitito en la silla, sudaba frío porque era como estar en los exámenes finales pero salía del apuro en cuanto ella me daba una pista, “Ah, sí, eso lo planteaba el materialismo histórico desde siempre”- ahí descubrí que haber estudiado Ciencias Políticas no fue una inutilidad del todo porque da mucho tema de conversación- y ella asentía triunfal con la cabeza, levantando la copa y diciendo “Exacto. Pues brindemos por ello”. 

Hace años que Gloria dejó este mundo,  para su disgusto durante un gobierno del PP –siempre decía que ella NUNCA le daría el placer a un gobierno de derechas de ahorrarse su pensión-, pero la sombra alargada de esas conversaciones entrañables que mantuvimos, casi siempre con una copa de vino en la mano, me acompañaban siempre sobre todo cuando pienso en lo triviales que nos hemos vuelto en estos tiempos de los influencers de cuarta, en los que parece que triunfó la barbarie como solía decir ella.


viernes, 16 de febrero de 2024

Derrotando a Scrooge

Una de mis grandes luchas es no convertirme en un viejo amargado.

Conforme voy acumulando años de vez en cuando enfrento situaciones en las que sería relativamente normal crisparse –da la impresión que la vida te está constantemente poniendo a prueba- pero en las que siempre me pongo freno, intento desactivar rápidamente el malestar porque si de algo estoy seguro es que no hay nada peor en el mundo que ser un señor regañón y criticón, a los jóvenes los berrinches y el estar de mal humor hasta puede quedarles bien pero a partir de cierta queda fatal porque no hay quien aguante a un viejo amargado. 

El verano pasado en Israel estaba en el gimnasio cuando de pronto, esperando por la máquina, había un chaval de unos once años. Mi primera reacción fue buscar al adulto que estaba con él y que seguramente querría la máquina pero no, estaba solo y quería usar mi misma máquina. De pronto el señor amargado de casi 60 años que hay en mí estaba molesto porque tenía que darle la máquina a un chiquillo, se supone que los gimnasios son para gente mayor de edad, no para infantes que a esas horas deberían estar jugando a la playstation. El chico por señas me preguntó si podíamos turnarnos resignado le dije que si pensando en que no sería yo quien le impidiera a las nuevas generaciones ponerse en forma. 

Al final mi entreno fue normal,nos turnamos sin problema la máquina y a buen ritmo pero la magia sucedió cuando el chiquillo terminó de usar la máquina, con una sonrisa de oreja a oreja me dio la gracias chocamos los cinco en plan  coleguita, parecía realmente orgulloso de haber entrenado con un mayor. Sobra decir que salí de ahí, orgulloso porque el viejo amargado –el Scrooge que vive en mi- había sido derrotado, y fui el abuelito super cool y buena onda que aspiro ser. 

jueves, 1 de febrero de 2024

La culpa no era mía

Durante décadas me he sentido culpable por haber echado a perder la foto de sexto grado, se suponía que iba a ser un recuerdo entrañable para la posteridad pero este servidor, seguro por no entender las indicaciones del fotógrafo Nicky,  en el momento del disparo bajó la cabezota como si algo se me hubiese caído y así quedé retratado. Villalta y Perera, que no había quien los aguantara, montaron en cólera porque la foto había quedado horrible por mi culpa y la verdad tenían razón, quedó fatal. 

Bastante mal me sentí ese día pero conforme pasan los años siempre que miro la foto me río porque a simple vista quedé como el tarado oficial de la clase, me imagino a hijos y nietos preguntando con lástima por ese chiquito de gafas que parece que está en otro mundo y me divierte imaginar las respuestas más inimaginables. 

Sin embargo la culpa nunca la tuve yo sino la maestra, a la que de fijo el fotógrafo le pasó decenas de pruebas y lo de siempre, escogió en la que ella salía menos arrugada -que bastante mayorcita estaba en ese entonces - sin tomar en cuenta que el gafotas no entendió bien cuando el fotógrafo le dijo que bajara un poco la cabeza para no parecer tan grandote y aunque dicen que todos los muertos son buenísimos y que no hay que molestarlos desde este rincón del planeta Tierra interrumpo su descanso eterno para presentarle mi más enérgico reclamo: “Queridísima Niña Miriam, la culpa la tuvo usted y no yo”.


martes, 30 de enero de 2024

Alivio

 Harto estaba que medio mundo me dijera que me había vuelto obsesivo, paranoico e hipocondriaco porque  tras la angioplastia no paraba de sentirme mal con molestias constantes que me impedían llevar una vida normal. Por fin tras un grave incidente que tuve en la calle y tras revisarme, el cardiólogo accedió a darme la orden de internamiento pero recomendando una revisión en psiquiatría (me imagino que para descartar que mis molestias eran producto de mi imaginación aunque las pruebas dejaban entrever un funcionamiento anormal del corazón).

Ya ingresado, una psiquiatra muy seria me atendió y me prescribió una ristra de medicamentos y me marcó día para la próxima cita con lo cual mi conclusión era que sí, que estaba perdiendo los papeles y que mis próximas vacaciones serían en cualquier asilo. Llegó el día de la segunda intervención, el intervencionista de turno –que me había hecho la primera operación- malhumorado porque era un sábado 20 de diciembre por la tarde, y a esa hora debería estar con un whisky en la mano, no paró de regañarme e indirectamente de decir que por culpa de mi “locura” y de mis males imaginarios psicosomáticos estaba poniendo en peligro su prestigio profesional.

Durante un buen rato no paró de sermonearme hasta que inició el procedimiento y tras deslizar el cateter hasta dar con una pared de la vena y provocarme una descarga por "accidente" puso gesto de preocupación y guardó silencio absoluto al tiempo que empezó a dar instrucciones a sus compañeros…para mi alegría “algo” había y serio, a juzgar por el semblante de la gente del quirófano. Es decir que en ese momento me estaba curando de mi locura y la confirmación me la dio mi cardiólogo al día siguiente: el primer procedimiento me lo habían hecho mal tanto que los stents me estaban bloqueando la circulación de la sangre por el corazón, es decir que  en cualquier momento cantaba viajera. Nunca hubo nadie más contento ni más aliviado que yo, no me estaba volviendo loco de atar es que estaba a punto de morir, que alegría más grande.

lunes, 8 de enero de 2024

Realismo político

Por aquel tiempo la autonomía universitaria se defendía a capa y espada  y esa era el lema cuando unos compañeros de Ciencias Políticas me pusieron como flamante candidato a la presidencia de la asociación de estudiantes. Todo iba viento en popa hasta que el otro partido empezó a hacer una campaña con grandes despliegues: mientras nosotros hacíamos todo a mano, escribiendo pancartas con rotuladores, haciendo guirnaldas de papel caseras –una tarde entera tuve a mi vieja recortando y pegando insignias- el otro grupo mandaba a imprimir todo  con una calidad de papel de primera clase, haciendo un despliegue de medios nunca visto. 

A mi no me importaba, la verdad no quería ganar las elecciones porque estudiando dos carreras y trabajando no tenía tiempo de nada pero mi jefe de campaña estaba alarmado, “mae, hay que conseguir plata de dónde sea, no podemos ser los limpios de la facultad, estamos dándo lástima”. Un día al final de clase me convocó a una reunión por la zona más oscura de la Universidad, por el centro de recreación, y me pidió que no fuera acompañado. 

Al llegar había una camioneta con los vidrios polarizados estacionada, y  mi jefe de campaña estaba en la puerta esperándome. Cuando me monté casi me voy de espaldas al encontrarme sentados esperándome a dos asistentes de profesores estrechamente vinculados a los dos grandes -y eternamente enfrentados- partidos políticos nacionales de ese entonces. Los dos “enemigos acérrimos” que se odiaban a muerte, me pusieron en medio, me saludaron rápidamente y cada uno me dió un sobre con dinero mientras me deseaban suerte bajo promesa de no decir nada.

Cinco minutos después estaba fuera reclamándole a mi jefe de campaña por no haberme avisado antes – probablemente habría salido corriendo a coger el bus de la U y así desentenderme de todo – y porque como como nunca he sabido mentir problemente me pondría rojo como un tomate si me preguntaban por las fuentes de financiación en el debate. Mi amigo dio por cerrado cualquier reclamo: “Agradezca porque ya tenemos plata y porque acaba de recibir una lección pagada de realismo político: cuando algo les interesa a los políticos se ponen de acuerdo, lo demás es pura vara”. 

jueves, 14 de diciembre de 2023

Mundo cruel

 

Aquel día Abarca estaba triste. Íbamos camino a una excursión escolar pero no paraba de lamentarse que “Mami” -como él le decía a mi madre- no hubiese podido venir. Mi compañero de escuela tiempo atrás la había “adoptado” con mi permiso, como no tenía Mamá –en realidad tenía pero se había ido a vivir a Estados Unidos desde que me amigo tenía ocho años, y eso le hacía sufrir mucho- un día me preguntó sino me importaba “compartir” a mi vieja con él, y a mí me pareció lo más normal del mundo -obvio tenía a la mejor mamá del universo-, además me hacía sentir orgulloso de tener una madre tan buena onda que todos mis amigos y los de mis hermanas adoraban.

En la excursión del año anterior mi madre había venido con nosotros y Abarca había estado loco de contento, en el autobús se había sentado al lado de ella y no paraba de decirme lo linda que era y lo dichoso que era yo por tenerla. Aquel viaje había resultado inolvidable porque habíamos hecho pic nic con mi vieja en pleno campo, y nos habíamos divertido correteando y comiendo como nunca por los alrededores, de vuelta me había mandado al asiento trasero mientras él todo campante se sentaba al lado de mi madre.

Ahora las cosas habían cambiado radicalmente. Mi familia estaba viviendo una crisis, nos habíamos mudado a un barrio lejos de todos mis amigos de infancia y mi vieja había tenía que comenzar a trabajar de urgencia tras perder mi padre su trabajo por lo que mis ánimos no andaban muy allá además, para más inri, como en casa todo el mundo andaba ocupado en sus asuntos me había tocado hacerme mis propios sandwiches que distaban a un millón de años de los que mi madre había llevado el año anterior.

Nada más bajar del autobús mis compañeros se pusieron a jugar futbol mientras las madres montaban el “Campamento Base” en uno de los ranchos. Como ni yo ni Abarca éramos futboleros nos fuimos a caminar por el parque mientras, como de costumbre arreglábamos el mundo con tan mala suerte que a mitad del camino comenzó a llover torrencialmente por lo que nos nos quedó más remedio que volver corriendo a dónde estaba todo el grupo.

Al llegar, empapados hasta las orejas,  nos encontramos a la maestra, la niña Miriam y a todo el séquito de padres y niños cómodamente sentados a la orilla de la parrilla, calientitos, comiéndose sus respectivos gallos de carne asada y de picadillo de papa acompañados de un humeante café. Al parecer ni la maestra, ni los padres ni ninguno de nuestros compañeros se había percatado de nuestra ausencia y ni siquiera se habían enterado que los dos estábamos allí parados bajo la lluvia contemplado la entrañable escena. 

A como pudimos corrimos  a aguarecernos debajo del alerón de los baños. Sentados en el suelo, comiéndonos lo sandwiches mojados Abarca no paraba de lamentarse: “Si Mami hubiera estado aquí otro gallo nos hubiera cantado, ahí estaríamos sentaditos, calienticos, comiendo rico…qué tristeza”. Yo solo asentí con un movimiento de cabeza mientras se me escapaba alguna lágrima: por primera vez descubría que la vida podía ser muy cruel. 


lunes, 4 de diciembre de 2023

Fiesta de la Alegría

Las emociones se desataban a partir del momento que la maestra anunciaba el día de la Fiesta de Alegría, un evento con un nombre más que redudante -a no ser que en el mundo existiera algo como la “Fiesta de la Tristeza”- que anunciaba el fin del curso lectivo y el inicio de las vacaciones de verano. 

Ese día, generalmente en la última semana de noviembre, era el más esperado del año. No es que uno odiara la escuela pero la sola idea de estar durante todo el estío sin abrir la horripilancia de libro “Hagamos matemáticas en Costa Rica”  al menos a mí me llenaba de un júbilo indescriptible. Las tardes se volvían más soleadas y la alegría parecía envolverlo todo, del rostro de la maestra desaparecía el gesto adusto, nos regañaba menos y hasta Perera, que era el compañero más insoportable de la Escuela, se volvía simpático. 

Por fin llegaba el día soñado en que aparte de no recibir clases, podíamos asistir con ropa de calle. A nuestra llegada nos espera primorosamente colocado un platito con una manzana, cinco uvas –todo un lujo que no pocas veces era el origen de trifulcas cuando alguien le robaba una uva a otro- , un trozo de queque seco, un cajita de helados Dos Pinos –siempre con algo mejor- y una bolsita con golosinas, eso era solo el principio porque al final nos esperaba el eterno arroz con pollo, frijoles molidos y patatas, el menú típico oficial de cualquier festividad en Costa Rica.

Mi fiesta preferida fue la tercero de curso porque la maestra Cecilia, de la que todos en la Escuela –papás incluidos- estábamos enamorados. Desde agosto dedicó las últimas dos horas de clase a que preparáramos un fiestón a lo grande con función de títeres,  concursos y rifas. Para colmo de mi felicidad mi vieja, por primera vez decidió participar en la organización con lo cual la mayoría de cosas fueron a medida mía: en los regalos estuvieron ausentes las bolas de fútbol, camisetas de equipo y a todos por igual nos recetaron lo que yo había escogido: un triciclo a escala, en el que cabía mi Big Jim,  y un “Turista Disneylandia”.

Tras cantar aquello de “Llegó la vacación, el tiempo de gozar…bailemos y cantemos…” nos despedíamos con una extraña sensación de alegría y nostalgia porque finalizaba un ciclo y con toda seguridad habrían cambios en el curso lectivo, a lo mejor a Perera y a Villalta los cambiaban de sección (bueno, eso habría sido motivo de júbilo) cambiaban a Abarca, mi mejor amigo -lo que habría sido una tragedia porque éramos inseparables- o quitaban a la beldad de la maestra Cecilia, lo que efectivamente pasó al año siguiente y nos amargó el inicio del curso lectivo de 1976. 

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...