Cuenta mi madre que el día que se murió su cuñada, lo único que pensaba era que la pobre estaba ahí en la funeraria sin maquillar y eso la tenía más triste aún sobre todo porque durante toda su vida mi Tía había sido una coqueta de primera línea, su melena siempre impecable, vestida de domingo, perfumada y lista como si fuera a una recepción de esas que salían en las revistas del corazón -y a las que siempre soñó ir- para ir al supermercado a comprar el pan de la mañana. Educada para triunfar en sociedad, para ser la esposa perfecta y brillar en sociedad había cometido el "error" de ser madre soltera, imperdonable para una señorita de buena familia.
Mi madre se recriminaba haberse olvidado "precisamente ese día" de su carterita de maquillaje, por la mañana unas primas lejanas habían le habían llevado unas pinturas viejas que acabó tirando por la basura, imposible maquillar a Eli con pinturas desgastadas, rescatadas de la basura...los muertos tienen su dignidad y tienen que dejar este mundo con clase y más una chica que nunca dejó de creer en las historias de princesas. Menos mal que a media tarde apareció una de mis hermanas con un lápiz labial, "sí, ese color le gustaba mucho".
Y así lentamente, mientras le susurraba palabras de despedida, diciéndole que había sido un gran honor conocerla, mi vieja le pintó los labios a mi tía por última vez.
lunes, 19 de marzo de 2018
martes, 13 de marzo de 2018
Culpable
El día que lo entendió todo, dejó de sentirse culpable y se fue de casa para jamás regresar.
martes, 6 de marzo de 2018
Hombrecitos
No decía malas palabras, no me gustaba el fútbol, era un poco más "refinado" que el resto de mis compañeros y para colmo, el día que me enseñaron unas fotos de porno casero dije que no me gustaba. Cuatro elementos que sirvieron para ponerme la etiqueta de "rarito" en el Liceo de Costa Rica y que me convirtieron en el blanco eterno de bromas y comentarios. No había día que no regresara a casa sin que alguien me insultara sin venir a cuento.
No ayudaba mucho que el colegio estuviera lleno de adolescentes obsesionados absurdamente en demostrar su masculinidad y de profesores que en cada discurso prometían que nos iban a hacer bien "hombrecitos", lo decían saboreando cada letra, y hasta con morbo, lo que resumidamente significaba que quedaban prohibidas cualquier muestra de debilidad, que no habían que apechugar con todo sin quejarse y comportarse en todo momento como un camionero. El colmo, la profesora de matemáticas, amiga de la familia, llamando a mis padres no para alertarlos del calvario que esta sufriendo en el colegio sino para decirles que mucho ojo, que "yo era bien rarito".
Por suerte mi historia tuvo final feliz: tras dos años de aguantar estoicamente me cambiaron a un colegio mixto en el que los profesores no prometían hacernos "hombrecitos" sino convertirnos en buenos ciudadanos. El cambio fue radical, de la noche a la mañana me volví popular y descubrí que todas esas rarezas era precisamente lo que le encantaba a la gente de mí, ya no recibía insultos sino mensajes anónimos de "me gustas mucho" y felicitaciones de los profesores que me auguraban un gran futuro.
No ayudaba mucho que el colegio estuviera lleno de adolescentes obsesionados absurdamente en demostrar su masculinidad y de profesores que en cada discurso prometían que nos iban a hacer bien "hombrecitos", lo decían saboreando cada letra, y hasta con morbo, lo que resumidamente significaba que quedaban prohibidas cualquier muestra de debilidad, que no habían que apechugar con todo sin quejarse y comportarse en todo momento como un camionero. El colmo, la profesora de matemáticas, amiga de la familia, llamando a mis padres no para alertarlos del calvario que esta sufriendo en el colegio sino para decirles que mucho ojo, que "yo era bien rarito".
Por suerte mi historia tuvo final feliz: tras dos años de aguantar estoicamente me cambiaron a un colegio mixto en el que los profesores no prometían hacernos "hombrecitos" sino convertirnos en buenos ciudadanos. El cambio fue radical, de la noche a la mañana me volví popular y descubrí que todas esas rarezas era precisamente lo que le encantaba a la gente de mí, ya no recibía insultos sino mensajes anónimos de "me gustas mucho" y felicitaciones de los profesores que me auguraban un gran futuro.
domingo, 25 de febrero de 2018
Bailar con la más fea
Hace poco me confesaba Lior que la culpa de no ser buen bailarín la tenía su adolescencia en Caracas. Como siempre había sido un poco "rarito" se pasó toda su juventud asistiendo a Bar Mitzvás, fiestas de cumpleaños y de fin de curso en plan convidado de piedra o de hombre invisible con el nadie quiere hablar para no ser impopular. La adolescencia es un período cruel y eso comenzó a sospecharlo desde los once años cuando comenzó a asistir a fiestas en las que siempre terminaba bailando con la más fea más que por placer por obligación porque casi siempre "la fea" era hija de amigos de sus padres, del rabino o de alguien importante de la colectividad. Así que con la desgana de un náufrago recién salido de altamar, Lior "aprendió" a bailar salsa, merengue, bolero, bachata..."y todas esas vainas horripilantes", concluye quien en son de protesta nunca volvió a bailar en su vida.
miércoles, 10 de enero de 2018
La última vez
Hasta los treinta uno vive con la idea que hay más tiempo que vida y que siempre habrá una segunda oportunidad para decirle a alguien "te quiero", para pasársela bien con la familia o amigos, para triunfar...pasados los cincuenta la ecuación cambia, uno se da cuenta que el tiempo se va agotando y que hoy puede ser la última de vez que brindamos con nuestros amigos, que visitamos nuestro lugar favorito, que comemos ese plato que nos vuelve loco o que abrazamos a quienes amamos.
Hoy puede ser nuestra última vez...
Hoy puede ser nuestra última vez...
domingo, 23 de julio de 2017
Maldito verano
Llegó el verano, échate
a temblar, las grandes decisiones del año se toman en esta época. Es lo que
tiene el calorcito, que aunque pareciera que nos atonta en el fondo nos tiene
muy despiertos y como estamos de relax, con mojito en mano y el mar enfrente
libramos nuestros sentidos, nos relajamos y llegamos a la triste conclusión que
la vida que llevamos no nos gusta. El trabajo es una pesadilla, nuestros
compañeros son inaguantables y seguimos sin sentirnos realizados, la casa en la
que vivimos necesita reforma urgente, estamos demasiado fofos -tenemos que
apuntarnos a un gimnasio YA- y nuestro
matrimonio hace mucho que hace aguas, estamos malgastando el tiempo con una
pareja que ni fu ni fa cuando el mundo está lleno de gente más interesante. Las
portadas de otoño son un poema al desamor y las reuniones de empresa post vacaciones
casi siempre anuncian tragedias en aras de la "optimización" de
recursos que pensó el jefe durante sus vacaciones mientras tomaba el sol en el
Caribe. La culpa de todo la tiene el maldito verano...
domingo, 18 de junio de 2017
Desde siempre
El primer recuerdo que tengo de mi padre es a los cinco años, en mi primer día de kindergarden. Aún siento su mano firme en mi cuello durante el viaje en autobús esa mañana y me parece verlo por la ventana de mi aula alejándose camino hacia su oficina mientras me decía adiós y yo entre lagrimones pensando en que la vida no era justa, habría sido mucho mejor irme de paseo con mi viejo a cualquier parte como tantas veces lo hacíamos.
El primer día del resto de mi vida y mi padre estuvo ahí como ha estado a lo largo de estos cincuenta años en los que más que padre e hijo parecemos dos amigos que han compartido mucho y que no necesitan terminar un chiste o una anécdota porque se saben el final de memoria y les entra la risa tonta. Estuvo cuando entré a la primaria, al segundario...en cuanta graduaciones he tenido y ha podido asistir para aplaudir y contarle luego a los vecinos con orgullo que su hijo le salió muy aplicado.
No sé como pero siempre se las ha ingeniado para estar ahí, para darme un abrazo, para mirarme con esos ojillos de bondad que te sonríen desde el fondo del alma o para simplemente acompañarme cuando tengo una mala temporada como la de hace unos años tras una operación: no hubo madrugada en la que su silueta cansada no apareciera en mi puerta para preguntarme si todo estaba bien o simplemente para sentarse a la orilla de la cama y repetirme lo que a estas alturas es una obviedad en mi vida y que siempre me ha dicho desde niño: "no te preocupes, tu padre siempre va a estar contigo".
El primer día del resto de mi vida y mi padre estuvo ahí como ha estado a lo largo de estos cincuenta años en los que más que padre e hijo parecemos dos amigos que han compartido mucho y que no necesitan terminar un chiste o una anécdota porque se saben el final de memoria y les entra la risa tonta. Estuvo cuando entré a la primaria, al segundario...en cuanta graduaciones he tenido y ha podido asistir para aplaudir y contarle luego a los vecinos con orgullo que su hijo le salió muy aplicado.
No sé como pero siempre se las ha ingeniado para estar ahí, para darme un abrazo, para mirarme con esos ojillos de bondad que te sonríen desde el fondo del alma o para simplemente acompañarme cuando tengo una mala temporada como la de hace unos años tras una operación: no hubo madrugada en la que su silueta cansada no apareciera en mi puerta para preguntarme si todo estaba bien o simplemente para sentarse a la orilla de la cama y repetirme lo que a estas alturas es una obviedad en mi vida y que siempre me ha dicho desde niño: "no te preocupes, tu padre siempre va a estar contigo".
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