Secreto

Nadie, absolutamente nadie podía saber que los fines de semana yo los pasaba en el Cuartel, un bar de mi pueblo en el que había que estar si uno quería ser alguien en el mundo de la cultura o por lo menos estar al día de que se movía en el ambiente artístico. Era el lugar en el que naufragábamos todos los aspirantes a bohemio después de cualquier vernissage -no me perdía ni uno-, concierto de música de la sinfónica o de un montaje teatral. En una misma noche uno podía estar de conversona con la protagonista del último estreno de la Compañía Nacional de Teatro y a los cinco minutos estar brindando con el tenor de ópera que uno acababa de ver. A mis ventiypocos yo estaba más que encantado de pertenecer de alguna u otra forma a ese círculo y que tanto famoso acabara saludándome con familiaridad cada vez que nos veíamos en el bar. Por supuesto que tenía sus detractores, sobre todo entre la gente decente que suponía que entre tanto artista y gente liberal despu...