martes, 26 de marzo de 2024

Terapia

El mejor psicólogo resultó ser el oftalmólogo al que visité hace muchos años, aprovechando que tenía un seguro médico muy bueno pensé que era buena idea preguntar si se podía hacer algo con muy estrabismo del ojo izquierdo.

Después de revisarme a profundidad y mirarme desde todos los ángulos posibles me explicó en qué consistía los tratamientos que se aplicaban y aunque no eran peligrosos corrían el riesgo de agravar el problema sobre todo en lesiones antiguas como la mía pero que en determinadas circunstancias podían hacerse:

“-¿Considera usted que su vida profesional ha estado determinada por ese problema?

-Ay no para nada.

-¿En sus relaciones sociales y familiares ha sido un factor determinante? ¿Se ha sentido menos querido?

-Ay por supuesto que no.

-¿Ese problema le ha generado algún problema de autoestima?¿Se siente menos que los demás?

-Ay no, cómo se le ocurre.

-Finalmente, ¿En su vida sentimental eso le ha afectado? ¿A la hora de ligar, por ejemplo,le ha determinado?

-Ay no doctor, eso JAMÁS.  Siempre he sido muy ligón, más de la cuenta la verdad.

-Pues ya tiene la respuesta (riéndose). 
Regrese a su casa y no haga un problema de algo que no es problema para usted. "

viernes, 22 de marzo de 2024

Toda la vida

 

Como los días previos a mi regreso a España mi vieja se ponía muy nostálgica para animarla (y animarme), para consolarlos mutuamente, a la hora de darle las buenas noches siempre me sentaba a la orilla de su cama para tener una pequeña conversación en la que básicamente lo que hacíamos era permencer en silencio tomados de la mano:


-¿Se va a cuidar? ¿Vamos a estar bien? ¿Verdad?

-Sí Mamá, me voy a cuidar y vamos a estar todos muy bien ya verá.

-Nos vamos querer toda la vida ¿verdad? ¿Hasta el cielo?

-Sí Mamá, nos vamos querer hasta el cielo, ida y vuelta.

-Te quiero mucho. No lo olvides.

Apenas cinco minutos de conversación, un pequeño ritual que ha sido mi tabla de salvación  en los años posteriores a su partida.  Como mi vieja murió en tiempos de pandemia y se fue si que pudiérmos despedirnos en ese momento, mi memoria echa mano y se aferra a esos micro momentos en el que a lo largo de más de 25 años siempre nos dijimos lo mucho que nos amábamos.

-Si, Mamá, nos vamos a querer toda la eternidad. 


miércoles, 20 de marzo de 2024

Reflexóloga

 

Manuelita era Manuelita, no Manuela. A los cinco minutos de conocerla sabías de sobra que era entrañable y que decirle Manuela a secas era faltar el respeto a esa ternura que destilaba y a ese personaje vivaracho que era. A sus setenta y tantos se inscribió a  los cursos de uso de móviles que yo estaba dando en un Centro de Día, porque en esta vida “hay que aprender de todo” y decía que se le daba mal la tecnología, “es que no me entero de nada” y la verdad que así parecía porque cuando llegaba a las tutorías, si había alguien haciendome una consulta ella me daba el telefóno y me decía: “lo mismo de ella”. 

Debo confesar que al principio me ponía un poco de los nervios porque venía desde su casa sin ninguna consulta específica pero como era tan encantadora resultaba imposible enfadarse. Tenía unos nietos “preciosos” como ella decía aunque en honor a la verdad aclaraba que en realidad no eran sus nietos sino hijos de sus sobrinos, “como mi hermana falleció me tocó cuidar a sus hijos así que ahora digo que soy abuela”.

Ese día me contó que en una época de su vida había sido religiosa, “pero al final me salí de aquello porque rezar no era lo mío y, aquí en confianza, hasta un poco atea resulté” así que como quería ayudar se apuntó a la Cruz Roja y a cuanto voluntariado le permitiera ayudar a los demás. Su vida cambió el día en que por temas de trabajo se reunió con un señor que era mago “a mí la magia ni por asomo pero vi que entre sus cosas llevaba un libro de Reflexología y aquello me pareció una maravilla, le pedí que me explicara que era y que de paso me dejara ese libro para sacarle fotocopias”. 

Así fue como Manuelita se convirtió en reflexóloga autodictada, “y muy buena porque mi paciente más importante fue mi padre, le habían dado seis meses de vida y al final vivió cinco años”. Decía que se dedicó en cuerpo y alma a cuidarlo y aplicarle cuanto tratamiento había aprendido, “al final el médico hasta me felicitó, me dijo, Manuela no creo ni dejo de creer pero me parece que usted con reflexología le alargó la vida”, recordaba mientras se enjugaba las lágrimas frente a mi mesa en el aula, “Ay hijo, vaya trisca te he pegado contándote todas estas cosas, se me olvidó a qué había venido…la próxima vez apunto mis dudas”.

Manuelita no sabía a que había venido pero yo sí: a contarme su historia. 

martes, 5 de marzo de 2024

Uber Deluxe

 

Por ese entonces en mis tiempos libres trabajaba para un ex presidente de Costa Rica. Había comenzado a colaborar con él en Madrid y desde el primer momento había muy buen “feeling”, casi como el de dos viejos amigos que se vuelven a encontrar por el camino. Todo el nerviosimo que puede producir conocer a una de las grandes figuras de la política nacional se desvaneció al instante cuando me recibió en calcetines en su despacho y tras un abrazo me pasó adelante. Cinco minutos después, enfrente de su asistente, me estaba entregando todas las claves de sus redes sociales diciéndome: “Pongo mi vida en sus manos, para que vea la confianza que me inspira” (Siempre me dio vértigo pensar en la responsabilidad que estaba asumiendo). 

Aquello fue el inicio de una colaboración de años en las que me convertí su voz en las redes sociales y en la que las reuniones de “trabajo”-que en realidad eran un café informal en el que nos poníamos al día de la política nacional- siempre eran dónde “coincidiéramos” en Madrid, Nueva York y Costa Rica, como sucedió ese día de diciembre cuando al final de una reunió en un restaurante de San José y después de pagarme los honorarios le dije, “pues que problema para usted, porque yo con ese dinero no me animo a montarme en bus, ni un taxi…me va a tener que ir a dejar, eso si, tengo que pasar a una panadería antes, que tengo que llevar el pan para el café”.

El expresidente accedió en medio de carcajadas y no solo me llevó a casa, y me paró en la panadería, sino que se bajó a conocer a mis padres porque como siempre decía que yo era una eminencia digital, el “Steve Jobs” tico, había que conocer a mis papás pero para mala suerte mis padres no estaban en casa.

Por la noche cuando le conté a mi padre cómo había llegado a casa no paró de reírse, “¿Usted se da cuenta de lo que hizo?, usó como Uber a un expresidente de la República, hijo de una benemérito de la Patria, qué barbaridad, ¡con usted hay que tener un cuidado!” 

viernes, 1 de marzo de 2024

2012

 

Se suponía que el 2012 iba a ser el PEOR año de mi vida.


En Enero había terminado una relación de quince años y en mi imaginación ya había visualizado como serían los meses venideros: sumido en la más profunda depresión, llorando por los ricones y suplicando por una vuelta a esos años de convivencia mutua que en momentos como ése uno tiende a idealizar hasta tener la imagen de la clásica película de Disney en los protagonistas cantan y bailan mientras los pajaritos del bosque hacen la cama, olvidando los tiempos difíciles. De sobra sabía lo que vendría y daba por un hecho que no lo pasaría mal sino re-mal, viviendo la pesadilla de mi vida pero todo cambió tras recibir la propuesta más insólita de mi vida en boca de un primo: “¿Y si te vienes una temporada a Nueva York?”. 

Al principio me pareció una idea descabellada porque estaba en paro y los pocos ahorros que tenía había que guardarlos para los deprimentes meses venideros  -sí estaba en paro y con el corazón roto- pero tras pensarlo me pareció que una propuesta así nunca nadie más me la haría, así que regalé lo poco que tenía y me embarqué hacia lo insólito sin saber lo que me esperaba. Aquella decisión cambió todo en mi vida, el duelo seguía pero entre la eterna novedad de la Gran Manzana, las multitudes en las calles, y volver a la vida de estudiante al matricularme en un curso de inglés en un College, sentí que Nueva York me estaba rescatando y que el futuro volvía a sonreírme. 

Sin duda alguna fue uno de mis mejores años, y a lo mejor en que tuve cambios más grandes, una época en la que no paré de conocer gente absolutamente adorable y de vivir situaciones -algunas surrealistas-  en las que el Vida parecía estar riendo conmigo, enamorándome y diciéndome “¿Lo ves cariño? Al final no era para tanto, algo bueno te esperaba”. Claro que la pérdida dolía, y mucho, pero tenía más que claro que aquello no era el fin del mundo, que valía la pena seguir intentando ser feliz.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...