El bien más preciado de mi viejo era su carrito blanco.
Lo chineaba con esmero, le encantaba andarlo impecable por dentro como por fuera y más conducirlo. Se montaba al volante y no había mejor ni conductor más orgulloso que él, a diferencia de muchos que pasan quejándose de lo difícil que se había vuelto conducir por estas calles, mi padre disfrutaba enormemente, era simplemente feliz yendo de un lado a otro haciendo sus recados diarios y viendo el mundo desde su carrito blanco.
A mí encantaba acompañarlo porque era "nuestro momento", cuando podíamos hablar de nuestras cosas, casi siempre anécdotas familiares o de su niñez o simplemente ir en silencio escuchando sus programas de radio preferidos o sus canciones del alma, como "Despedida" de Daniel Santos, "Amazing Grace" y por supuesto, como buen fan de la II Guerra Mundial, cualquier pieza de Glen Miller.
A veces aprovechábamos nuestra rutina de recados cotidianos para hacer una parada técnica y comernos un helado sentados en el parque del pueblo, alguna fruta en un puesto callejero o incursionar en otros territorios como la vez que acabamos aparcados frente a su casa de infancia y se pasó bastante rato contándome historias de su barra de amigos y de su vida con los abuelos, y de cómo le gustaba de pequeño quedarse dormido viendo el humo del cigarro que mi abuela se fumaba todas las noches en el corredor de la casa.
Mi padre ya no está ni su carrito blanco pero me gusta pensar que el último día de mi vida vendrá a recogerme, que llegará cinco minutos antes de la hora , como solía hacerlo cuando pasaba a recogerme al gimnasio, me preguntará qué tal me trató la vida
y nos iremos juntos a recorrer el espacio sideral escuchando la banda sonora de nuestra vida por toda la eternidad.
martes, 28 de julio de 2020
viernes, 24 de julio de 2020
Mi gran noche
Aún desconozco las razones que yo, con solo 9 años, tenía para participar en un concurso que había visto pocas veces en mi vida y que siempre me resultaba aburrido pero ahí estaba yo, en medio del plató, estrenando ropa de la Diorvet, con las mejores marcas y al mejor precio, participando mano a mano con dos ancianos de 30 años sabelotodo y yo muerto de coraje porque no me había ganado pero ni un triste carrito de plástico de Almacenes Rodolfo Leitón, llevando alegría a todos los niños de Costa Rica.
Por fin, en directo y a todo Costa Rica, Patiño anunció la última prueba de la noche: hacerse el nudo de la corbata con una sola mano, que era lo más parecido a escupirme en la cara porque de eso ni remota idea. Menos mal que fui rápido en la respuesta y cuando el conductor me preguntó si sabía como hacer el nudo de la corbata respondí que no pero que mi Papá, que estaba sentado ahí (señalando con el dedo) sí que sabía.
Y así fue como en medio de los aplausos del público mi viejo subió al plató de Telecentro Canal Seis, con la mejor programación del país y para toda la familia, y en menos de cinco minutos se hizo el nudo con una sola mano y dejó hechos polvo a los otros concursantes que ni siquiera habían comenzado a hacérselo. La mejor venganza y orgullo total por la hazaña de mi viejo, por tener un papá "tan carga" que sabía lo primordial para ganar un concurso.
El premio de esa noche: una vajilla irrompible de marca Lenox, que dura y dura en su cocina, para seis personas que estaba incompleta (como suele pasar en mi pueblo, alguien de producción decidió armarse su vajillita individual) y que meses después acabó en la basura porque a mi madre le parecía la cosa más horripilante y hortera del mundo.
domingo, 19 de julio de 2020
De incógnito
Como era mi primera vez en esa sinagoga de Tel Aviv y no conocía a nadie decidí que ese día en el que se celebraba Simjat Tora, mantendría un perfil discreto e intentaría no llamar demasiado la atención. Mi plan original: entrar por la puerta de atrás, sentarme en la última fila -y en el rincón más apartado-, escuchar el servicio y a lo sumo en una hora volver a casa. Sin embargo no contaba con mi tradicional "mala" suerte que siempre condena al fracaso cualquier plan que haga, da igual de lo que sea, tal y como empecé a comprobar al poco de llegar.
Como la entrada principal estaba atestada de gente no tuve más remedio que hacer mi ingreso por la cocina, por la puerta donde entraban los de siempre. Me sentí bastante aliviado que nadie notara mi presencia y que tan solo una mujer , sin mediar palabra, me diera una bandeja de comida indicándome llevarla al salón principal. Así que hice mi entrada triunfal en mitad del salón, con una bandeja en la mano y abriéndome espacio a empujones.
Ya en el salón principal para mi horror descubrí que no era tan gran como me imaginaba, todos estábamos apiñados, y que no había espacio en la última fila sino tan solo en la primera, al frente de la bimá del rabino que con una sonrisa me indicó que me sentara justo ahí, como el sitio era estrecho pidió la colaboración de toda la primera fila así que mi llegada estuvo acompañada de un movimiento inesperado de sillas y de gente reacomodándose. Todos podían darse por enterados que yo estaba ahí, un mal día lo tiene cualquiera.
Momento de sacar del arón el sefer Torá para el tradicional baile. Comienza la gente a aglutinarse alrededor de la bimá y yo inicio una maniobra de despiste, moviéndome estratégicamente hacia fuera del circulo para irme acercando a la puerta cuando alguien no solo me recoloca en el círculo sino que posa su mano en mi hombro. Mientras pienso que aún estoy a tiempo de cumplir con mi objetivo inicial, de salir huyendo en cuanto pueda, el rabino me pone una botella de Ron en una mano y en la otra unos vasitos para chupitos, entiendo la indirecta y me pongo a hacer lo que más me gusta el mundo: emborrachar a la gente.
Agotada la botella decido que ahora sí, es tiempo de caminar rumbo a casa. Discretamente y lentamente me voy moviendo fuera del círculo hasta que alguien me pone la Torá en mis manos. Qué remedio pienso, a seguir bailando dentro del círculo porque sería de muy mal gusto irme justo en el momento en el que están rulando las botellas de Whisky, Vodka, Ron y Arac (licor de anís israelí), una vez al año no hace daño y digo si a todo.
Una y otra vez intento salir del círculo pero cada vez que lo intento alguien me pone el Sefer en los brazos o un chupito de lo que sea, a esas alturas me da igual de lo que sea, no soy nadie para ponerme exigente con bebida regalada. A este mundo se viene a sufrir porque no aguanto los pies y llevo dos horas intentando escapar con nulo resultado.
Como veo que la gente se está dispersando me siento aliviado y digo que es el momento perfecto para huir a casa, estoy en ese trance cuando como por décima vez me dan la Torá y sin venir a cuento me van dando empujones hasta la puerta principal. ¿Pero que es esto? Me digo a mi mismo cuando descubro que detrás tengo un grupo de 30 personas haciendo la conga, me debo a mi público, no puedo defraudarlo así que sigo con mi desfile hacia la mitad de la avenida. Pasados cinco minutos estoy bailando con el Séfer en medio de un círculo enorme de gente desconocida que no para de aplaudir y jalearme. Yo me entrego totalmente, de perdidos al río, bailo, muevo los hombros, hago pasos de cumbia, salsa y hasta de reggeaton, saco a la gente a bailar, reparto abrazos y besos sin parar.
CUATRO horas después estoy de regreso a casa con los pies hechos polvos, una resaca galopante, hambriento pero feliz que una vez más, y como de costumbre, mis planes hayan sido un estrepitoso fracaso.
Como la entrada principal estaba atestada de gente no tuve más remedio que hacer mi ingreso por la cocina, por la puerta donde entraban los de siempre. Me sentí bastante aliviado que nadie notara mi presencia y que tan solo una mujer , sin mediar palabra, me diera una bandeja de comida indicándome llevarla al salón principal. Así que hice mi entrada triunfal en mitad del salón, con una bandeja en la mano y abriéndome espacio a empujones.
Ya en el salón principal para mi horror descubrí que no era tan gran como me imaginaba, todos estábamos apiñados, y que no había espacio en la última fila sino tan solo en la primera, al frente de la bimá del rabino que con una sonrisa me indicó que me sentara justo ahí, como el sitio era estrecho pidió la colaboración de toda la primera fila así que mi llegada estuvo acompañada de un movimiento inesperado de sillas y de gente reacomodándose. Todos podían darse por enterados que yo estaba ahí, un mal día lo tiene cualquiera.
Momento de sacar del arón el sefer Torá para el tradicional baile. Comienza la gente a aglutinarse alrededor de la bimá y yo inicio una maniobra de despiste, moviéndome estratégicamente hacia fuera del circulo para irme acercando a la puerta cuando alguien no solo me recoloca en el círculo sino que posa su mano en mi hombro. Mientras pienso que aún estoy a tiempo de cumplir con mi objetivo inicial, de salir huyendo en cuanto pueda, el rabino me pone una botella de Ron en una mano y en la otra unos vasitos para chupitos, entiendo la indirecta y me pongo a hacer lo que más me gusta el mundo: emborrachar a la gente.
Agotada la botella decido que ahora sí, es tiempo de caminar rumbo a casa. Discretamente y lentamente me voy moviendo fuera del círculo hasta que alguien me pone la Torá en mis manos. Qué remedio pienso, a seguir bailando dentro del círculo porque sería de muy mal gusto irme justo en el momento en el que están rulando las botellas de Whisky, Vodka, Ron y Arac (licor de anís israelí), una vez al año no hace daño y digo si a todo.
Una y otra vez intento salir del círculo pero cada vez que lo intento alguien me pone el Sefer en los brazos o un chupito de lo que sea, a esas alturas me da igual de lo que sea, no soy nadie para ponerme exigente con bebida regalada. A este mundo se viene a sufrir porque no aguanto los pies y llevo dos horas intentando escapar con nulo resultado.
Como veo que la gente se está dispersando me siento aliviado y digo que es el momento perfecto para huir a casa, estoy en ese trance cuando como por décima vez me dan la Torá y sin venir a cuento me van dando empujones hasta la puerta principal. ¿Pero que es esto? Me digo a mi mismo cuando descubro que detrás tengo un grupo de 30 personas haciendo la conga, me debo a mi público, no puedo defraudarlo así que sigo con mi desfile hacia la mitad de la avenida. Pasados cinco minutos estoy bailando con el Séfer en medio de un círculo enorme de gente desconocida que no para de aplaudir y jalearme. Yo me entrego totalmente, de perdidos al río, bailo, muevo los hombros, hago pasos de cumbia, salsa y hasta de reggeaton, saco a la gente a bailar, reparto abrazos y besos sin parar.
CUATRO horas después estoy de regreso a casa con los pies hechos polvos, una resaca galopante, hambriento pero feliz que una vez más, y como de costumbre, mis planes hayan sido un estrepitoso fracaso.
sábado, 11 de julio de 2020
Un bombero de los de antes
Hace unos años mi padre me había comentado que estaba escribiendo sus memorias de bombero y que cuando estuvieran adelantadas me las enseñaría para ver que me parecían. Nunca más volvimos a hablar del tema. Tras su funeral me acordé del tema y busqué en su ordenador: me encontré estos dos folios...no dicen mucho o a lo mejor lo dicen todo.
MIS MEMORIAS
LUIS GUILLERO MENDEZ BOLAÑOS
En Agosto de 1976 estuve recibiendo un adiestramiento en el combate de incendios en la Academia para Bomberos de la Universidad A&M en Bryan Houston, Texas.
Durante mi permanencia en Bomberos Voluntarios tuve participación en muchos y peligrosos incendios, en uno de los cuales (Iglesia vieja de Calle Blancos) sufrí quemaduras en ambas manos (siendo la más perjudicada mi mano izquierda) de las que aún tengo las cicatrices que las he considerado con mi mejor condecoración por mis servicios prestados a esta Institución y desde luego a la comunidad. Ese día (4 de octubre de 1958), formaba parte de los tripulantes de la Máquina o Bomba número 08 y fuimos los primeros en llegar al lugar del incendio.
Mi hijo menor, residente en España me dedicó el siguiente artículo en su blog :
“Valiente y un poco loco” explica mi madre que nunca estuvo muy convencida que mi padre dedicara su tiempo libre a un pasatiempo tan peligroso mientras que los maridos se sus amigas dedicaban el tiempo libre a ver la tele, a lavar el coche o hacer bricolaje. Era ilógico pero acabó por acostumbrarse a ver a mi padre saliendo a horas intempestivas, a las largas esperas y las llegadas felices con el traje oliendo a humo, el casco chamuscado y el brillo en los ojos de quien ha cumplido con su deber. Mi madre resignada, él encantado y yo más: tenía un padre que no era como los demás, que no me daba la tabarra con el fútbol y encima me dejaba jugar con su casco de bombero.
De esa época dorada le quedan muchos recuerdos y el rastro de una severa quemadura en su mano izquierda de la que siempre habla con orgullo como si se tratara de una medalla, este accidente le ocurrió a principios del mes de octubre de 1958. Un injerto de piel, varios días en la UVI y semanas de recuperación lo dejaron “como nuevo” pero no tanto como para que se olvidara de su sueño y durante veinte años más siguiera acudiendo puntual a su cita con incendios, inundaciones y catástrofes varias que ponían los pelos de punta a todos menos pero que a él le chiflaban.
Sin embargo reconoce que lo mejor de esos años fue conocer a mi madre que trabajaba en la farmacia al lado de la Estación Central de Bomberos. Fue verla pasar un día para descubrir otra clase de fuego que aún hoy casi cincuenta años después sigue vivo, “¿Quién lo iba a decir? Cuenta mi padre ,Yo sentado en la banca de la estación esperando un incendio o alguna calamidad, y me encontré a tu madre”, dice con picardía.
Actualmente a sus 75 años de edad, cada vez que escucha las sirenas de los Camiones de Bomberos se pone en estado de ALERTA, listo para seguir sirviendo a tan Noble y Abnegada Institución, pero el peso de sus años no le permiten salir corriendo como antes y ponerse a colaborar con sus compañeros de siempre...
MIS MEMORIAS
LUIS GUILLERO MENDEZ BOLAÑOS
Miembro del BENEMERITO CUERPO DE BOMBEROS DE COSTA RICA, como BOMBERO VOLUNTARIO, desde Junio de 1957 hasta Febrero de 1978. Pero antes estuve como “Aspirante” a voluntario en la Sub-Estación de Barrio Luján bajo el mando del Capitán José Luis Monestel y del Teniente Franklin Meléndez para luego pasarme a la ESTACION CENTRAL en donde recibí el “Alta” como voluntario bajo las órdenes del Capitán José Ramón Zúñiga. Luego fui trasladado a la COMANDANCIA DE BOMBEROS VOLUNTARIOS al mando del Mayor Miguel Yamuni y Asignado a la Dirección de Servicios Técnicos, donde estuve por espacio de veinte y medio años, para luego retirarme del servicio activo con el grado de Teniente, para ese entonces el Primer Comandante era el Mayor Alvaro Escalante Montealegre.
![]() |
Domingo 13 de
abril de 1958
"Haydée: Siempre
esperando a que un timbrazo de alarma
ponga a correr
esta desnutrida persona.te dedico con mucho
cariño y aprecio
para tí esta foto. Luis Gmo"
|
Durante mi permanencia en Bomberos Voluntarios tuve participación en muchos y peligrosos incendios, en uno de los cuales (Iglesia vieja de Calle Blancos) sufrí quemaduras en ambas manos (siendo la más perjudicada mi mano izquierda) de las que aún tengo las cicatrices que las he considerado con mi mejor condecoración por mis servicios prestados a esta Institución y desde luego a la comunidad. Ese día (4 de octubre de 1958), formaba parte de los tripulantes de la Máquina o Bomba número 08 y fuimos los primeros en llegar al lugar del incendio.
Mi hijo menor, residente en España me dedicó el siguiente artículo en su blog :
“Valiente y un poco loco” explica mi madre que nunca estuvo muy convencida que mi padre dedicara su tiempo libre a un pasatiempo tan peligroso mientras que los maridos se sus amigas dedicaban el tiempo libre a ver la tele, a lavar el coche o hacer bricolaje. Era ilógico pero acabó por acostumbrarse a ver a mi padre saliendo a horas intempestivas, a las largas esperas y las llegadas felices con el traje oliendo a humo, el casco chamuscado y el brillo en los ojos de quien ha cumplido con su deber. Mi madre resignada, él encantado y yo más: tenía un padre que no era como los demás, que no me daba la tabarra con el fútbol y encima me dejaba jugar con su casco de bombero.
![]() |
Mi viejo, con mi abuelo y uno de sus hermanos, (circa 1957) |
Sin embargo reconoce que lo mejor de esos años fue conocer a mi madre que trabajaba en la farmacia al lado de la Estación Central de Bomberos. Fue verla pasar un día para descubrir otra clase de fuego que aún hoy casi cincuenta años después sigue vivo, “¿Quién lo iba a decir? Cuenta mi padre ,Yo sentado en la banca de la estación esperando un incendio o alguna calamidad, y me encontré a tu madre”, dice con picardía.
Actualmente a sus 75 años de edad, cada vez que escucha las sirenas de los Camiones de Bomberos se pone en estado de ALERTA, listo para seguir sirviendo a tan Noble y Abnegada Institución, pero el peso de sus años no le permiten salir corriendo como antes y ponerse a colaborar con sus compañeros de siempre...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Adiós querida lectora
Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña. A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de...

-
Arik, el padre de Ruth Pérez, una chica con parálisis cerebral y distrofia muscular, decidió darle una sorpresa y llevarla al Festival Nova ...
-
Mi fama de chico bueno durante mi juventud me convirtió en la coartada perfecta cuando mis amigos querían portarse mal porque parecía que ...
-
El otro día me encontré en el armario la camisa del último uniforme de colegio que usé, estaba firmada por un montón de compañeros del Lic...