lunes, 25 de noviembre de 2024

Rebelión

Cómo no suelo plantarme y suelo rehuir del conflicto siempre celebro cuando me amarro los pantalones y mando a la gente a freír churros como en mi primer trabajo: tenía el jefe más gritón del mundo, se pasaba el día gritándome y si por ejemplo si en un texto se me había olvidado poner una come el hombre hiperventilaba, golpeaba su escritorio y perdía el control. Su mal carácter era mítico en la escena nacional, se contaba que siendo viceministro en un ataque de rabia había cogido a patadas la puerta de su despacho. 

Aguanté estoicamente durante meses, y creo que al final hasta empecé a hablarle a gritos porque no paraba, de feria como yo salía a las cuatro de la tarde para llegar a tiempo a la Universidad a las 3:50pm me llamaba a su despacho para perdirme cosas absurdas que evidentemente podían esperar un día. Al final, con la secretaria y el mensajero tuve que idear una estrategia para irme en paz, dejaba el dejaba el maletín en recepción y siempre alguno de los dos se acercaba para decirme en voz alta que me buscaban en recepción, yo me levantaba y cuando estaba seguro que no me veía pegaba carrera hasta la puerta sin despedirme.  Pese a ello más de una vez,  literalmente me persiguió por la oficina para que no me fuera.

Por fin, un día me harté y al final del día le entregué la carta de renuncia. Como era de esperar empezó a pegar alaridos de qué “era aquello” y cómo iba a dejar todo tirado. Yo tomé airé y tuve un “sincericidio bestial” diciéndole todo lo que pensaba de él, lo mal educado que me parecía y lo raro que se me hacía tratar con una persona tan malcriada porque yo venía de una familia en la que nunca nadie se gritaba, que como trabajar para Fidel Castro y Pinochet al mismo tiempo y que lo mismo pensaba todo el personal, que nadie lo quería (de hecho cuando no estaba la secretaria sacaba dinero de la caja chica y nos invitaba a almorzar o a merendar por todo lo alto solo para celebrar que no estaba) y que me tenía que ir YA porque no lo soportaba.

Desconozco el alcance de mis palabras y si el señor cambió su carácter pero, aunque me temblaban las piernas, salí feliz de la oficina, con portazo incluido –siempre lo había querido hacer- cogí mi maletín y nunca más regresé. 


jueves, 14 de noviembre de 2024

La mirada

Mi tío había muerto trágicamente ese día y como de costumbre en la familia, todos corrimos a refugiarnos en el lugar más seguro del mundo: la casa de mi abuela. En momentos de tormenta era el lugar perfecto para guarecer y esperar a que el sol volviese a salir. La gente iba y venía en medio de la atmósfera más gris que hasta ese momento había vivido y era imposible no sentirse embargado por la tristeza, por el dolor por la pérdida de Tío German que al menos para mí, siempre había sido sinónimo de optimismo, diversión y de un raudal de alegría que convertía cualquier lunes en un sábado. 

Durante todo el día yo había estado aguantado estoicamente las ganas de llorar hasta que –como suele pasarme siempre- las lágrimas me comenzaron a brotar sin parar y cómo nunca he podido llorar en público, salí a toda prisa hasta el corredor a sentarme en una de las bancas para desahogarme con tranquilidad sin que nadie me viera cuando de pronto apareció mi abuela en la puerta para preguntarme qué estaba haciendo ahí solo, "¿Qué voy a estar haciendo? Llorando, no sé qué voy a hacer sin tío”. En una persona tan cálida y maternal como era ella, especialista en dar cariño y contención, lo normal habría sido que me abrazase e intentase calmarme, pero se quedó paralizada en la puerta, con una mirada de profunda tristeza que lo decía todo porque, aunque hubiera querido tranquilizarme se había quedado “muda”, no tenía fuerzas suficientes porque ella misma estaba rota, desolada por dentro. Se quedó unos minutos mirándome en silencio a la distancia y cabizbaja se fue para dentro. 

Había olvidado por completo esa imagen hasta un día de éstos en que pensando en lo afortunado que había sido en tener una abuela como ella, eternamente pendiente de sus hijos y nietos, me vino a la mente ese día insólito y triste  en el que por única vez en la vida no pudo consolarme.  

Adiós querida lectora

Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña.  A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de...