viernes, 20 de septiembre de 2024

Los otros son los raros

Ayer me contaba Silvia que la vida no le ha sido fácil, me lo decía sin la mínima muestra de autocompasión o de rencor, ella es una de mis alumnas de unas tutorías que estoy dando sobre Competencias Digitales para personas con discapacidad intelectual. Me decía que desde niña sabía que tenía inteligencia “límite” -es decir que hay cosas que puede hacer muy bien y otras se le complican. Lo sabe desde siempre y por eso pone tanto empeño en aprender, en estudiar e intentar mejorar al punto que cuando tiene que hacer una cálculo primero lo hace a mano, luego en calculadora y finalmente en una hoja Excel, “así me esfuerzo más”. 

Me contaba que durante la primaria y segundaria siempre le hicieron la vida imposible, en cuanto ella, que es muy sociable y dicharachera, se acercaba a hablar a un grupo le hacían el vacío, en el mejor de los casos, o el grupo se dispersaba como si hubiesen lanzado una pedrada, en el peor de los casos, porque decían que era rara, “yo lo que hacía era reírme por dentro porque los otros son los raros, los que no me aceptaban” me decía con aire aliviado y con la seguridad de quien a base de golpes se ha hecho fuerte.

Yo le sonrío, y como estoy a punto de soltar el llanto -su historia me ha emocionado-,  le digo que mejor nos centremos en el ejercicio de Excel que todavía nos quedan muchas cosas que aprender para la vida. 

lunes, 16 de septiembre de 2024

Secretaria personal


Hay gente que comparte con nosotros poco tiempo pero en ese lapso nos hace sentir muy queridos. El otro día estaba recordando a Elena, lo más cercano a una secretaria personal que he tenido. Por esa fecha ella andaría cerca de los cincuenta y yo de los treinta pero hicimos “click” desde el primer momento. 

Aunque su trabajo era apoyarme a mí “únicamente y exclusivamente en situaciones muy concretas”, como me dijeron en la Dirección Ejecutiva,  ella misma se autoproclamó mi secretaria personal: no había forma de hablar directamente conmigo, todas las llamadas las atendía ella y siempre a primera hora se plantaba en mi cubículo para revisar la agenda del día y de paso ofrecerme un cafecito. Si esa semana tocaba organizar conferencia de prensa se ponía super feliz enviando las convocatorias, planeando el catering y feliz que yo siempre le diera el visto bueno sin hacerle preguntas, “da gusto trabajar con gente como usted”. 

Como le gustaba organizar cosas cuando le conté que me habían endilgado la Fiesta de Navidad –la de los empleados y la de los niños- sin preguntar lo asumió como trabajo de equipo  y en seguida se puso manos a la obra pidiendo presupuestos, hablando con orquestas y preocupada de que todo saliera a la perfección como efectivamente sucedió. El día de la fiesta Elena, en lugar de sentarse a disfrutar con los colegas y dejarme hacer el trabajo, no se separó de mi lado ayudándome en todo y no se sentó a cenar hasta que yo no llegué a la mesa: “Guillermo aquí le guardé el platito con su comida y un traguito, no sé que tomará usted pero se lo serví, me debe un baile”.

Esa fue la última vez que trabajamos juntos  porque a principios del año nuevo yo comenzaba en otra institución.  Fuimos compañeros solo tres meses pero me sigue maravillando como en ese breve espacio se las ingenió para darme cariño a raudales y hacerme sentir importante.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Propuesta laboral

 

La oferta de trabajo más surrealista de la vida la tuve viviendo en Tel Aviv.

Me había amigado con el jefe de un supermercado, una “amistad” que nació desde el día en que llegué al super a última hora justo cuando el chico iba a salir a fumar su último cigarro. Cuando llegué a la caja con cigarro en la mano me puso cara de asco y me dijo “¿En serio?” y me pidió que esperara para cobrarme, que salía a fumar. Salió y yo esperé en la caja con toda la paciencia sin decir nada.

Desde ese día comenzó a atenderme como cliente VIP o más bien como de la familia pero muy de la familia, como si fuera el hermano “tonto”. Si pasaba por caja con una lechuga un poco pasada, me echaba la bronca y me mandaba a cambiarla diciéndome que tenía que ser más cuidadoso con la compra, si cogía una botella de vino que estaba en oferta de 2x1 cuando llegaba a la casa me ordenaba –no pedía- que fuera a por la otra YA, así que cada vez que iba de compra salía regañado.

Pero me tenía cariño y lo supe cuando me dijo que si algún día quería trabajar ahí le dijera y punto. Yo le dí las gracias diciéndole que a lo mejor más adelante me vendría bien trabajar como limpiador y acomodador de mercancia. Me miró, haciendo un cuadrado imaginario con las manos, como si estuviera tomando una foto y me dijo.

-No, no no. Tú tendrías que ser cajero, dónde todo el mundo te vea.

Cuando le agradecí diciéndole que los números en hebreo se me enredaban mucho -a lo mucho sé contar hasta 200-  y que sería un lío, me miró con cara de sorprendido.

-¿Y qué? ¿Para qué estamos tres cajeros al mismo tiempo sino es para ayudarnos?

En aquel momento no acepté la oferta porque me imaginé que aquello iba a ser un completo caos pero con el paso de los años me he arrepentido; probablemente mi yo de hoy habría aceptado la propuesta no por dinero sino por la aventura, habría sido muy divertido. 

Adiós querida lectora

Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña.  A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de...