martes, 23 de julio de 2024

Duelos

Los duelos son la cosa más personal del universo. Aunque todas las religiones tienen un protocolo muy definido para ayudar a sobrellevar los primeros días con más o menos éxito. Lo cierto es que cada uno de nosotros estamos completamente solos frente a esas pérdidas irreparables: la gente puede animarnos, darnos buenos consejos pero a la hora de la verdad cada uno decide cómo quiere vivir esa etapa que por lo demás no tiene un período definido, hay quien dice que dos años, otros cinco y muchos que afirman que esa sensación de pérdida nos va a acompañar el resto de nuestras vidas.

Hay quien por duelo se acerca a la religión y eso eso muy bien.
Hay quien decide cambiar abruptamente de vida y eso está muy bien.
Hay quien se refugia en el ejercicio y eso está muy bien.
Hay quien decide llevar una intensa vida social y eso está muy bien.
Hay quien prefiere aislarse del mundo y eso está muy bien.

Cualquier cosa que se haga, si uno es consciente de por qué lo está haciendo, está muy bien porque se trata de sobrevivir en esta balacera que es la vida como dice por ahí Fito Páez. 

A mi regreso a España cinco meses tras la muerte de mis padres hubo un amigo, que también estaba pasando un período de duelo, que con las mejores intenciones del mundo –no lo dudo ni un segundo- me riñó con vehemencia  porque seguía saliendo a tomarme mis vinos con toda la normalidad del mundo. En su momento me molestó mucho porque me pareció -y me sigue pareciendo- un atropello a mi intimidad, fue inútil explicarle que cuando estaba solo lloraba a menudo y que era mi manera de seguir con la vida, que tenía necesidad de seguir apostando por las cosas que antes me hacían feliz,  de aferrarme a la cotindeinidad porque con la muerte de mis viejos me había asomado demasiado a mi propia muerte -y eso asusta y mucho- que no quería pensar que era el próximo, que necesitaba –y necesito- ser abrazado por la vida. 

lunes, 22 de julio de 2024

El Super

Por ser el benjamín de la familia durante bastante tiempo me tocó acompañar a mi vieja al super. La tradición era ir en cuanto terminábamos de almozar porque siempre decía que había que hacer la compra con el estómago lleno, que así no se antojaba uno de nada y se ceñía a comprar estrictamente lo necesario. Así que me tocaba sacrificar la siesta y, entre bostezo y bostezo, recorrer todos los pasillos del supermercado detrás de mi vieja que se empoderaba como nadie con la lista de la compra, daba la impresión que si por ella fuera compraba todo el local. Examinaba los tomates como si fuesen a adornar la mesa de algún rey y más de una vez obligó al dependendiente a sacar la verdura que tenía en bodega y que estaba más fresquita. 

Yo le reñía porque me parecía exagerado y aburridísimo dedicar tanto tiempo a la verdura y legumbres habiendo cosas más importantes que ver en un Super pero para ella comprar lo mejor para la familia era prioridad absoluta. Largo rato después volvía a detenerse en el área de tienda para ver cristalería, mantelería, cubertería…el dinero no daba para tanto pero ella le echaba ojo a futuros regalos. “Vea qué bonito esto para su tía”, “Vea estos joyeritos para sus hermanas, cuando me paguen el aguinaldo venimos y se los compramos”, “Ay huela este perfume, le va a encantar a su abuela, acuérdeme para comprárselo con el bono”.

Regresábamos tarde a casa, yo agotado de estar dando vueltas por el Super pero contento de ver a mi vieja satisfecha y relajada porque por una quincena más el sueldo había alcanzado para todo, ya vendrían tiempos mejores en los que no andaríamos tan “chuecos” de plata como decía ella.

Desde esa época siempre asocio los supermercados con mi madre, cada vez que entro en uno siempre pienso lo mucho que le gustaría estar ahí y más de una vez me he sorprendido mirando las “cositas” para regalos en las que ella solía detenerse, me la imagino pidiéndome que no me olvide que  las pantuflas que quiere mi padre para su cumpleaños están en el pasillo 7 de zapatería, al lado de las tenis que me va a comprar para cuando caiga una platica extra, “bueno, si pego lotería venimos el lunes tempranito sin falta”.


viernes, 19 de julio de 2024

Remedio casero

La salud de cualquier enfermo en la famila mejoraba radicalmente en cuanto mi abuela atrevesaba la puerta de la casa. No tenía coche, y a veces ni suficiente plata para coger taxi, pero ella se las ingeniaba para visitar al que estaba fastidiado por una gripe, mal del estómago o lo que fuera –“engatusaba” alguno de mis tíos para que la trajera o a un vecino que precisamente estaba sacando el carro mientras mi abuela se hacía la que esperaba el bus.

En mi caso, aparte de no tener que ir a clases lo bueno de estar en cama la más que probable visita de abuela. El protocolo siempre era el mismo: llegaba, te ponía la mano en la frente y decía “Este muchacho está hirviendo en calentura, pobrecito” y se iba a rebuscar en el botiquín qué había y al rato volvía con una pastilla deshecha en un vaso agua –para que no me maltrara la garganta-, café recién hecho y un bollo de pan con mantequilla. 

Se quedaba un rato en la habitación haciéndote mimos mientras conversaba con mi madre o simplemente viendo alguno de sus programas preferidos por la tele como “El Show de Cristina”. Después de un rato y sin pedir permiso, tomaba posesión de la cocina y la escuchabas trajinear, picando cebollas, lavando patatas, cocinando unas alitas de pollo porque estaba más que demostrado que el remedio infalible contra cualquier mal era una buena sopa, que siempre “anima y reconforta” como solía decir.  Cuando la veías estaba sentada frente a tí con el plato de sopa y sin preguntar si uno podía coger la cuchara, ella empezaba a dártela. “¿Se siente mejor papito? ¡Va a ver cómo mañana amanece mejor!” y entre cucharada y cucharada uno francamente se sentía mejor con esa sobredosis de cariño abuelil. 

Antes de despedirse, te pasaba por la espalda el ungüento que hubiese en la casa, se ocupaba de tensar bien las sábanas, de cobijarte y de estamparte el beso de las buenas noches. Entonces uno caía en un dulce, profundo y reparador sueño…al día siguiente no había rastro de la gripe, ni de ninguna enfermedad. 

La abuela me había curado. 


jueves, 11 de julio de 2024

Un lujo de vida

 

A mi viejo todo le parecía maravilloso. Desde tomarse una cerveza hasta montarse en su carrito blanco para hacer unos recados era un prodigio. Con lo mínimo se ponía contento y con hechos pequeños, simples, se creaba grandes expectivas. Si compraba lotería te pasaba diciendo, “¿Se imagina si me pego el mayor? Le compro una apartamento en Madrid para que se deje de preocupaciones?”, si tenía de por medio una entrevista de trabajo, “¿Se imagina que le salga ese trabajo y lo nombren de Director?”,  “¿Se imagina que me suban el salario y pueda estrenar carrito en diciembre?” Perpetuamente esperando lo mejor, ese golpe de suerte que cambiaría, para bien, nuestras vidas y siempre agradecido, imposible quedarle mal, para desilucionar a mi viejo mucho tenías que trabajarlo. Papá, solo me alcanzó para estos jabones y ese jersey como regalo, “Qué esa maravilla de fragancia y qué bonito ese suéter, no tenía uno de ese color”, Viejo, estoy de bajón porque trabajando en una constructora grabando presupuestos para el AVE, nada de periodismo, “¿Estás trabajando para una empresa que desarrolla el tren de Alta Velocidad?¡Ay que orgullo más grande, se lo voy a contar a todo el mundo!” 

En uno de sus viajes a Madrid vino solo con 300 dólares para tres semanas (poco dinero pero lo estiramos hasta más no poder). Una de esas noches en la que nos nos alcanzaba para nada, lo llevé a cenar a un chino barato de menú de toda la vida que en los noventa solían tener camareros uniformados, manteles y servilletas de tela. Mi viejo no salía del asombro por estar en un sitio tan "fino": “¡Qué es esta elegancia! ¡Qué lujo! ¡Hasta nos pusieron una botella de vino entera! ¿Nos van a invitar a un chupito? ¿Pero que es esto?”. Para mi viejo aquella cena en un sitio cotidiano al que yo iba a menudo sin percartarme de los detalles, fue todo un acontecimiento que lo hizo tremendamente feliz…

Cuando pienso en todo eso siempre llego a la conclusión que debería empezar a ver la vida con los ojos de mi viejo, quizá estaría menos agobiado y disfrutaría más de los momentos cotidianos, me sabría a gloria tomarme una cerveza después de un día de trabajo, me haría toda ilusión del mundo encontrarme a un excompañero de trabajo, sería más sabio y estaría absolutamente convencido que cuando menos lo piense, algo muy bueno, pero muy bueno, me pasaría.

martes, 9 de julio de 2024

Ximena

La primera vez que la vi estaba atareada en el escenario de una Escuela en la que nuestro grupo de teatro iba a hacer una presentación. Le pregunté a una amiga quien era esa señora de pelo largo y me resumió en cuatro palabras: “La mamá de las chilenas”. Así fue conocí a Ximena, yendo y viendo en cada obra. Siempre dispuesta a echar una mano en lo que hiciera falta: si había que ponerse a repasar el texto con uno de los actores lo hacía, si tenía que ponerse a remendar algún traje lo hacía, si tenía que pintar un cartel lo hacía.

Poco a poco doña Ximena fue convirtiéndose en pieza fundamental del grupo y en amiga personal de cada uno, estaba claro que ella no quería ser conocida tan solo como la madre de alguien, además con su estilo cercano era fácil que te arrancara alguna confesión o que ella te contara algún detalle de su vida porque necesitaba desahogarse y aunque tuvieras veinte años de diferencia de edad,  ella te consideraba tu amigo y la persona más sensata del mundo a la que pedir consejo y todo lo demás sobraba.

Y si se trataba de ayudar, no pedía permiso. Una vez que coincidimos durante una visita a Costa Rica me miró de arriba abajo con picardía: “Oiga usted, tan buen mozo y amoroso que es, ¿Cómo no tiene pareja?” más que una pregunta aquello era una declaración de intenciones porque ella ya sabía muy bien a quien me iba a presentar. Cinco minutos después via Facebook me estaba poniendo en contacto con el “gran amor” de mi vida -"hacen muy buena pareja"- y aunque la cita fue todo un fracaso desde el punto de vista romántico, ella quedó más que satisfecha porque "por lo menos" me invitaron a un vino y se lo anotó como todo éxito y "amenazó" con seguir presentándome gente.

Hace un tiempo que Ximena se fue, pero se las ingenió para  entrar ese club VIP de gente que ya no está en este mundo pero que cuando piensas en ellas te alegras, sientes un subidón de energía y ganas de comerte el mundo porque te sientes agradecido y bendecido por haber compartido parte del viaje de esta vida con ellos, y sueltas un de verdad de verdad, qué afortunado he sido.

Adiós querida lectora

Comenzamos a saludarnos de tanto vernos en la noche madrileña.  A mí me llamaba la atención porque no cuadraba en nada con el estereotipo de...