miércoles, 20 de septiembre de 2023

Cenicientas

A partir de los cincuenta años todos deberíamos tener presente que todos somos Cenicienta a las 11:45pm y que la fiesta terminará a las doce en punto. Estamos en los últimos quince minutos del baile y nos toca decidir qué hacemos: si bailamos sin parar el rato que nos queda, si bebemos a borbotones el champán y besamos a quien queramos o si nos quedamos en un rincón quejándonos de lo mal que la orquesta toca, de lo insípida que estaba la comida y del mal rollo que tienen algunos en el salón. 

Tik tak tik tak…el reloj suena y nos avisa que dentro de nada las luces se van a apagar y reinará el silencio eterno.

A los veinte estamos recién llegados al baile, tenemos tiempo de sobra para quejarnos, para no saborear la comida, para no dejarse llevar por la música porque apenas son las cinco de la tarde, el salón está casi vacío y podemos darnos el lujo de esperar. Tenemos tiempo de sobra para no hacer caso de las miradas furtivas, para negar el beso, para no probar los manjares que nos ofrecen, para desperdiciar el vino…total que quedan horas de baile por delante habrá tiempo de sobra para hacer todo lo que queramos.

A los cincuenta, cincuenta y cinco o sesenta, tiempo es lo que nos falta, es algo que se nos escapa como arena entre las manos. Las oportunidades se van reduciendo y las “últimas veces” se van multiplicando porque el tiempo corre de prisa y habrá gente que no volvamos a ver nunca más en la vida, abrazos que nunca daremos, caricias que nunca sentiremos, vinos que nunca probaremos…éste vals que está tocando la orquesta probablemente sea nuestro último vals . 

Quince minutos nos quedan…

lunes, 4 de septiembre de 2023

Fotografías

Durante todos los años que fuimos abuelo y nieto, nuestro nexo de unión siempre fueron las fotografías. Tras fundirse conmigo en un abrazo y decirme lo contento que estaba con mi visita –se emocionaba mucho cuando me veía- mi abuelo Mario me mandaba a sacar del armario una caja en la que guardaba decenas de fotografías de momentos familiares cuidadosamente fechadas en la parte de atrás.

“Mirá ahí está su papá, cuando cumplió 12 años le regalamos una cámara y lo llevamos a estrenarla al volcán, estaba feliz de la vida…a que no sabe quien es ésta señora? Su bisabuela Carlota, ahí estamos vistandola con Luis de meses...mirá esta foto, fue la vez que me disfracé de duende y su abuela de hada…que tiempos aquellos!!!”Con cada fotografía mi abuelo sonría con nostalgia, se quedaba pensativo como tratando de evocar en su memoria cada pequeño detalle para contármelo todo de ese viaje, ese cumpleaños, ese día cotidiano en el que había pillado a mis tíos jugando con su perro.

Pocas veces nos sentamos a conversar sin que mediara una fotografía. Era nuestra manera de estar estar juntos, me hacía feliz verlo tan contento y esas tremendas ganas de ponerme al día con el pasado, como si me hubiese escogido heredero de sus recuerdos. 

La caja de fotos  terminó en casa. Cuando voy de visita la abro de vez en cuando, urgo en ella como si fuera la memoria de mi abuelo. De muchas fotografías sé la historia completa, de otras la desconozco por completo, supongo que esos señores que me miran tan serios que me “saludan” desde el pasado eran familia mía y que están ahí para recordarme que soy parte de algo más. Repaso la fotos, las veo con cariño y sí, a mis casi sesenta hecho mucho de menos esas tardes con mi abuelo Mario.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...