miércoles, 23 de marzo de 2022

Papá esta aquí

Nadie me advirtió que tras la angioplastia iba a tener unos dolores terribles en las ingles, por dónde te habían introducido el catéter. Dolor seco, punzante, que como aguijón de escorpión clavado podría hacerte llorar del dolor horas de horas. Fue a los tres días de la intervención que comencé a sentir esa molestia tan terrible que te hacía olvidar de sopetón que habías tenido un infarto y que habías estado a punto de irte al otro barrio como bien certificaban cardiólogos y especialistas que te miraban sorprendidos de que aún estuvieras con vida, que tuvieras suficientes energías para quejarte de aquel dolor insoportable.

Venía de repente, en mitad de la madrugada, cuando estabas profundamente dormido. Sentías ese pinchazo imposible de calmar con cualquier analgésico pero no con la presencia de mi viejo que durante todo ese período se mantuvo vigilante cada noche. A la primera queja, fuera la hora que fuera, corría raudo a mi habitación, a preguntarme cómo estaba, a ver si podía hacer algo para hacerme dormir en paz.

Llegaba, se sentaba al pie de la cama, me ponía su mano en la pierna mientras me decía con voz calma: “tranquilo, duerme tranquilo, que Papá está aquí”. Entonces yo iba cerrando los ojos con la imagen de mi viejo, la eterna estampa de la tranquilidad, la proclama constante del “todo va a ir bien”, la reivindicación de la esperanza… y me quedaba profundamente dormido.

jueves, 17 de marzo de 2022

Divinaaaa

Nadie, absolutamente nadie ha tenido más glamur en la familia que la Tía Ely. No tenía dónde caerse muerta, eternamente con la cartera vacía y siempre esperando a su príncipe azul…toda la suerte que le faltó en el amor la tuvo en estilo y elegancia. 

Con su melena larga impecable, sus mechas californianas, sus gafas de sol a lo Jackie O, su porte y hablado “insoportable” de señora de la “high class” daba la impresión de ser una naúfraga de otros tiempos mejores en los que los chicos de sociedad se peleaban por una chica como ella.

Uno pasa revista por las fotos de la familia y siempre está ella haciendo desde niña alguna pose exagerada, como si tratara de decirle al mundo que no era como las demás, que era especial y que merecía un porvenir en el que el eco de los descorches de botellas de champán fueran la banda sonora.

“¡Qué divinooooo! ¡Me muerooooo!” decía con frecuencia mientras uno repasaba con ella algunos de los modelos que lucían las finolis del Hola. Como era buena costurera y estaba habituada a copiar los diseños que veía en las revistas -porque el dinero no alcanzaba para vestirse decentemente- era toda una autoridad en la materia, nadie como ella estaba más capacitada para saber si Letizia con ese vestido de rojo de Varela estaba regia o no, “¿y sabés lo que más me gusta? La tela de la que está hecho, la textura”.

Contaba mi vieja que cuando murió, estando en tanatorio, de pronto descubrió que ese portento de glamur yacía sin gota de maquillaje. Alguien como Tía Ely no podía dejar este mundo con la cara tan pálida como cualquier muertita así en mitad del duelo, de las oraciones y caras compungidas empezó a buscar desesperadamente al menos un lápiz labial entre las asistentes que la miraban horrorizadas cuando les preguntaba si le podían prestar alguna pinturita para darle la dignidad que merecía una diva como su cuñada.

Como nadie tenía -o nadie quiso dejarle maquillaje- decía que tuvo que esperarse hasta por la tarde cuando una de mis hermanas le trajo la cartera con las pinturas. Así en mitad de la vela, de las caras compungidas, mi madre pasó le pasó el pintalabios, a como pudo la maquilló un poco mientras le acariciaba la frente: “ahora sí, ya te podés ir tranquila…descansá en paz”.

¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...