martes, 29 de junio de 2021

Tres ojos

Fue allá por 1973 que por primera vez me pusieron gafas. Tenía tan solo siete años y estaba encantando de la vida porque aquello me daba una pinta de superhéroe y marcaba una absoluta diferencia con el resto de la clase. Eran muy sesenteras, de montura gris y blanco, de cristal grueso, de ese que se quebraba fácilmente y que tanto hizo "sufrir" a mi viejo que cada dos semanas tenía que ir a repararlas porque como yo no tenía el cuidado suficiente pasaban quebradas la mayor parte del tiempo. Lo mejor de aquellas gafotas era que me permitían ver claramente, ¡qué bonito se veía! ¡hasta podía leer sin arrugar la nariz y sin tener que sentarme de primero en la Escuela y, a veces, hasta pararme para ver la bien pizarra! Me gustaron tanto las gafas que aquí sigo, llevándolas como parte de mí, por más lentillas y operaciones maravillosas contra la miopía me hayan ofrecido. Estoy, estaré condenado a ser un "tres ojos" de por vida como les decía a mis compañeros de primaria cuando intentaban burlarse de mi por llevar gafas, cada vez que me gritaban "¡Cuatro Ojos! ¡Cuatro Ojos!" yo respondía "¡Cuatro ojos no, tontos, tres ojos...que soy ciego de un ojo!"  

viernes, 11 de junio de 2021

El abrazo

Dos semanas antes de irse,  una mañana soleada mi viejo me llamó insistentemente a su habitación, yo pensaba que como de costumbre querría que lo ayudase a incorporarse o que le pasara alguna medicina pero cuando estaba al pie preguntándole qué que quería me pidió que me acercara un poquito más...cuando me di cuenta me tenía abrazado diciéndome que me amaba mucho "demasiado" con toda el alma mientras me apretaba con fuerza. Recuerdo que yo hice lo mismo, entre risas diciéndole que era un "viejillo" intenso pero qué le íbamos hacer, que así lo queríamos. 

En los últimos meses los papeles se habían invertido, yo me había transformado un poco en un padre que lo cuidaba, que tenía que ayudarlo en sus labores cotidianas y él en el hijo, el niño que me recibía con una sonrisa cada vez que regresaba a casa y me preguntaba que si le había traído algo o al que tenía que darle el beso de las buenas noches porque sino no cerraba los ojos. Nunca estuvimos más unidos y aquel abrazo fue la despedida de 53 años de idas y venidas, el punto final de toda una historia de complicidades en la que nunca dejó de mirarme como si yo fuera el prodigio más grande del universo con un futuro prometedor tuviese la edad que tuviese para él yo podría ser cualquier cosas que quisiera (siempre he pensado que deberíamos mirarnos a través de los ojos de quienes nos aman para descubrir lo maravillosos que somos)

Y así, sin pensarlo, Luisito me dejó como herencia el mejor abrazo del mundo. 

A mi viejo, a un año de su partida.

lunes, 7 de junio de 2021

Foto de familia

 

Hace unos meses revisando entre las cosas de mi viejo me encontré esta foto que nunca había visto en mi vida y es la única que tengo con mi abuelo materno. Como él murió pocos años después de que yo naciera tengo un recuerdo vago y nunca me había detenido a pensar lo que yo había significado para él. Como todavía no había llegado toda la primada que empezarían a nacer a los años supongo que mi abuelo me habrá recibido con mucha ilusión, que me habrá querido con locura y que probablemente esa foto la habría pedido él porque me tiene en brazos cuando lo "normal" habría sido estar con mi abuela que estaba al lado. En la mesa están parte de mis tíos abuelos cuya habilidad para improvisar una fiesta cualquier día de la semana era mítica, probablemente ese era uno de esos días. Yo estoy con cara expectante, mirando a la cámara,  y con las manos entrelazadas, un gesto que creía adquirido de adulto -siempre hago lo mismo cuando no tengo  la más mínima idea de qué hacer (sobra decir que lo hago a menudo) - pero resulta que lo llevo en mí desde siempre, que es mi marca personal. Todos los protagonistas de la foto ya se fueron y tarde o temprano también me reuniré con ellos y en unos años alguien se encontrará esta foto y preguntará quien fue esa gente y que pasó con ese niño...por favor díganle que fue feliz.


viernes, 4 de junio de 2021

Noche de fiesta

Esa noche mi Tío German, cuya aparición en casa siempre presagiaba cosas buenas, anunció que nos llevaría de juerga a mi vieja y a mí, que era Miércoles Santo y la noche joven para como para quedarse en casa viéndonos las caras además, mi madre andaba un poco de bajón porque mi padre estaba viviendo en New Orleans y había que animarla.

A mis 16 años aquello me pareció un sueño hecho realidad porque por primera vez en mi vida saldría oficialmente de "juerga" con dos adultos, era la señal inequívoca de que para mi familia estaba dejando de ser un adolescente para convertirme en una persona frente a la que ya se podía hablar de todo sin que se escandalizara  y me sentía importante que mi tío me pidiera ser su cómplice para sacar a mi madre de fiesta.

Recuerdo que acabamos en el Bar México, un lugar que no era nada del otro mundo pero que para mi fue como estar en Las Vegas, un nuevo mundo en el que los adultos se desinhibían, fumaban, bebían y reían como si no existiese ningún problema en el mundo, como si la vida fuera un carnaval. Todo esa realidad de luces brillantes era tan distinto que hasta la Fanta de Naranja que me estaba bebiendo sabía diferente con una cumbia de fondo y viendo felices a dos de las personas que más adoraba en el mundo. 

Como cualquier noche de juerga que se precie en mi pueblo acabamos escuchando mariachis en La Esmeralda y luego comiéndonos una hamburguesa a media noche en un chiringuito de la capital, que era lo que hacía la gente mayor desde siempre como les expliqué con orgullo al lunes siguiente a mis compañeros de colegio cuando me preguntaron por mi Semana Santa, desde ese día empezaron a tratarme con más respeto, había dejado de ser el pringadillo de gafas para convertirme en el chico que se va de juerga con mayores. 


¡Pobre don Edgar!

Durante muchos años a la persona que más lástima le tuve fue a don Edgar, mi profesor de música durante la Primaria. No sé por qué me daba t...