
jueves, 29 de octubre de 2020
Las caderas de Tom Jones

miércoles, 21 de octubre de 2020
El empleado del año
Así que por echarme unas risas y en compañía de una amiga, me presenté al acto protocolario que de primer entrada resultó no ser tan chapuza como lo esperaba, se trataba de una entrega de premios en toda regla, en un hotel de cierto nivel de Madrid y bastante bien organizado. Se notaba que la empresa había invertido mucho dinero en organizar una actividad que yo me había tomado por broma. Como si fuera poco salvo yo, la mayoría de asistentes se habían tomado la molestia de ir de traje y corbata, muchas chicas habían pasado por la peluquería y muchos homenajeados habían asistido con sus padres o parejas porque era algo IMPORTANTE, un honor para ellos el haber sido seleccionados y que para mi había sido algo completamente anecdótico.
Recuerdo que terminé ese día con la sensación de haber estado demasiado distraído y no haber vivido más seria y plenamente ese momento en el que debí haberme sentido igual de orgulloso que todos ellos aunque por razones opuestas, se me estaba premiando por hacer bien y con las mejores referencias un trabajo que no me gustaba para nada, lo estaba haciendo a la perfección y con muy buen humor, tanto que me adoraban en la empresa, tenía motivos de sobra para tomarme en serio ese premio sobre todo porque había dado un portazo al niño caprichoso que solo quería trabajar como periodista, tener un trabajo a su "nivel"...contra viento y marea me estaba reinventando, me estaba convirtiendo en un sobreviviente.
domingo, 18 de octubre de 2020
El bolso mágico
Tras morir mi madre y abrir su armario lo primero que encontré fue su bolso. Mi primer sentimiento (ilógico) fue de congoja: mi vieja se había olvidado su bolso!!¿Cómo se las iba apañar sin él? No podía imaginarla sin aquel compañero inseparable. Daba igual que fuera a visitar a una vecina del barrio o a una cita médica, nunca estaba completamente lista si no tenía colgado su bolso, ese artilugio mágico del que podía salir cualquier cosa y que durante mi infancia había sido el único sitio seguro en el que podía guardar mis tesoros: desde una fruta a medio a comer, y que quería saborearla más tarde, hasta una postalita de algún álbum que estaba haciendo, si se los daba a mi vieja para guardarlos por que estábamos en la calle podía estar tranquilo, nunca se me perderían y a la hora de dormir me los encontraría sobre mi mesa de noche.
Con el paso del tiempo de ese bolso mágico siguieron saliendo las cosas más variadas desde una pastillita para el dolor de cabeza hasta un caramelo de menta, pasando por un librito de oración por si la pillaba de noche, un ungüento por si la cabeza dolía, crema para las manos, por supuesto una pinturita de labios y polvos para la nariz porque había que estar guapa, por descontado un perfumito para oler bien, un pañuelito para ponerse al cuello por si pegaba el chiflón, un monedero inagotable del que siempre salían moneditas para limosna y una billetera que nos sacaba de apuros milagrosamente ("espérate, que tengo por aquí doblado un billete de 20 mil, con eso nos alcanza de sobra"). En 54 años nunca me atreví abrirlo sin su presencia, ni siquiera de niño, era un misterio insondable, lleno de secretos que solo y le siguen perteneciendo a mi vieja. El bolso sigue ahí, en el lugar de siempre, como vivo recuerdo de miles de momentos felices, como testigo silencioso de la idas y venidas de mi vieja, de esos días de luz en los que todo era posible porque estábamos con ella.
lunes, 5 de octubre de 2020
Reina a la fuerza
Como toda reina para su coronación necesitaba un vestido digno, así que a toda prisa la costurera del vecindario le hizo un vaporoso vestido que para sorpresa de todos quedó mejor de lo previsto, digno de cualquier revista de moda, tanto que meses más adelante, con algunas modificaciones, se convirtió en el traje de boda de novia de mi vieja...y en el de muchas chicas del pueblo porque aquel vestido anduvo de mano en mano, por aquella época todos eran pobres de solemnidad y pocas familias podían darse el lujo de gastar un platal en un vestido que solo se iba a usar una vez en la vida.
Tras dar un paseíllo en descapotable por todo el pueblo, saludando y tirando besos a todos los vecinos que se habían congregado por las calles para aplaudirle, mi madre hizo su entrada triunfal en la Sala de Fiestas Montecarlo al ritmo de la misma marcha de coronación que se usó para la de su homóloga Isabel de Inglaterra. Por supuesto tuvo que leer un discurso de agradecimiento, que le escribió su tío, y en que se reconocía la generosidad de los patrocinadores y la abnegación de todos los habitantes de Zapote que habían convertido sus fiestas en las mejores de la capital.
Decía mi madre que ese día acabó con los pies molidos porque no paró de bailar chachás, boleros, swing y cumbias con los invitados, como era reina quedaba muy feo rechazar cualquier invitación de un súbdito a mover el esqueleto. Esa noche le costó conciliar el sueño pensando en qué iba a hacer con 30 kilos de paquetes de Café Rey, el "Café de Costa Rica", que era el premio principal, y un montón de chucherías que no servían de nada y en por qué ningún patrocinador había acatado dar "unas pinturitas, un jaboncito, un talco, una loción...nadie había pensado en mi".
Adiós querida lectora
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