Economía sumergida

Ahora a los 84 ya no trabaja tanto pero sigue dedicándose a la economía sumergida, desde hace unos tres años vende trapos de cocina. Va de puerta en puerta ofreciéndolos para ganarse una platita “que después de sacar a los hijos adelante, ahora toca a los nietos y a los bisnietos” dice resignada. La última vez que nos vimos llegó a casa para para regalarme un paquetito con su preciada mercadería, “mire que estampados más bonitos, se los traje para que se acuerde de mi allá donde vive. ¿Dónde era en España? ¿Verdad?” me dijo ilusionada. Ese día después de merendar nos sentamos en el patio a la luz sol de Enero para ponernos al día de nuestras vidas. Tenía una gran una noticia: un nieto suyo era ingeniero y tres más estaban en la Universidad. Le brillaban los ojos de orgullo, no se lo podía creer, ella analfabeta de toda la vida – hace unos años me confesó que su sueño siempre fue aprender a leer y a escribir pero que nunca pudo “o nunca me dejaron”– iba a tener nietos profesionales. “¡A lo mejor toda ha valido la pena!” me dijo con sonrisa triunfal mientras nos despedíamos.
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