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Me contó un pajarito

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Lo confieso. De niño llegué a tenerle verdadera manía a los pajaritos. Lo sé todo el mundo debe amar a las aves "que con sus nobles trinos alegran nuestro vivir" - como rezaba un poema que nos obligaban a repetir una y otra vez en la Escuela - pero a mi esos angelicales bichos no me inspiraban las más mínima confianza porque cada vez que hacía alguna fechoría como tirar piedras al vecino que me caía mal o esconderle las cosas a mis hermanas, siempre había algún "pajarito" que se lo contaba a mis padres, a la maestra o alguna amiga de mi madre. Así que el prólogo de todos mis castigos se iniciaban con "Me contó un pajarito que no paras de hablar en clase", "Me contó un pajarito que hiciste un berrinche en casa de la abuela", "Me contó un pajarito que no compartes la merienda con tus compañeritos". Pasé toda mi infancia tratando de averiguar como se las arreglaba ese "dichoso" pajarraco para ser tan inoportuno y estar ahí justo