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Muertitos

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La primera semana de noviembre la publicación más esperada en mi pueblo no eran los diarios, ni las revistas del corazón, ni los cómics, ni siquiera los semanarios deportivos sino el especial de los muertos, un suplemento que editaba un periódico cada dos de noviembre y que no era otra cosa que una sucesión de esquelas y obituarios de todos los muertos del año o que estuvieran celebrando sus las bodas de plata o de oro en el más allá. Era el acontecimiento del mes, las ediciones se agotaban, las vecinas se lo iban pasando de en mano en mano y sustituía el Hola en consultorios y peluquerías. Si usted quería saber quien y cómo había muerto ese año, tenía que leerlo. Había muertos de todas las clases y para todos los gustos, desde el pobre al que solo le sacaban un octavo de página con su nombre y fecha de fallecimiento hasta el rico, al que le dedican página completa, foto enorme y un poema casi siempre cursi en el que la familia mostraba su dolor por pérdida tan lamentable. “Abnegado, f