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El filósofo

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Carlitos vendía refrescos en una playa de Nicaragua. Con tan solo nueve años se pasaba el día caminando descalzo por la arena con una mini hielera a los hombros y siempre atento a la llegada de sedientos turistas. Como el día estaba flojo tenía tiempo para jugar un rato con las olas del mar y pensar en lo que le diría a su madre cuando llegara a la casa con tan poca plata. La vida siempre había sido dura y un poco cruel en Nicaragua, decían a menudo sus tíos mayores mientras hacían recuento de todos los que habían emigrado a Estados Unidos o a Costa Rica en busca de una nueva vida. Y él, sentado solo en la playa, pensaba que a lo mejor tenían un poco de razón sobre todo cuando veía a los hijos de turistas ricachones del vecino país jugar alegremente en la arena mientras él tenía que andar de arriba abajo vendiendo coca colas y recomendándoles a todos probar el vigorón* de su Tía Mirna que tenía un destartalado puesto a la entrada de la playa. Así le resumió aquel chiquillo su vida a