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Las lágrimas de mi padre

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Mi padre llorando en el regazo de mi madre. A los once años, lo que menos se me hubiera ocurrido pensar es que mi padre, ese señor de bigote setentero y barriga de cuarentón, ese señor tan serio al que todos los días veía con traje y corbata que le daban un aire ejecutivo triunfal de anuncio de la tele, pudiera llorar como un niño, pero ahí estaba, llorando en la penumbra mientras su mujer le acariciaba el pelo y le susurraba algo inaudible, pero que parecía calmarlo. La escena me impresionó no solo por lo insólito, a los ojos de un niño, sino porque significaba un remanso de paz en los últimos meses, en los que la vida familiar parecía complicarse cada vez más. A que mis padres estaban pasando una mala racha entre ellos había que sumarle que mi padre acababa de perder su trabajo de toda la vida y las deudas familiares no paraban de acumularse, al punto que ya nos habían anunciado que tendríamos que mudarnos a un barrio más modesto. Es decir, que estaba a punto de perder a mis amigos d