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Abuela y cómplice

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No era estrella del deporte ni cantante de rock, no hacía grandes proezas de las que salen por la tele, pero sí milagros cotidianos, ésos que nunca aparecen en las noticias pero cambian la vida de la gente: mi heroína de infancia fue mi abuela. Tendría un montón de años, pero cuando estaba a su lado me sentía invencible, nada ni nadie podía dañarme si estaba su cálido regazo esperándome al volver de la calle. Como el resto de los adultos andaban muy liados, siempre acudía a ella para las preguntas realmente importantes, como por qué brilla el sol o por qué nacemos y morimos. Si tenía que dormir en su casa, me ponía loco de alegría, porque eso significaba que podríamos charlar hasta altas horas de la noche y que, probablemente, mientras me dormía me contaría alguna de sus historias de cuando el mundo "olía a nuevo", del abuelo que tuvo la osadía de morirse antes de conocer a la mayoría de sus nietos, o de su niñez cuando podía correr por el campo y subirse a los árboles. Solí